Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En los últimos 35 años más o menos, el interés evangélico en las disciplinas espirituales clásicas ha crecido de manera exponencial, gracias a la labor pionera de escritores como Richard Foster, Dallas Willard, y Henri Nouwen. Comprendemos cada vez más, como Nouwen lo expresó, que la vida espiritual "involucra un esfuerzo humano," un abrazo disciplinado de aquellos medios concretos de gracia como la oración, el silencio, la adoración, la sencillez, y el servicio a los demás.

Gordon T. Smith, presidente y profesor de teología sistemática en Ambrose University College en Calgary, Alberta, aplaude estos desarrollos dentro de una tradición que, en sus primeros años, se había centrado en gran parte en la evangelización y la conversión. Pero, Smith pregunta ¿cuál es el propósito fundamental de las disciplinas espirituales? ¿Por qué orar, adorar, ayunar, o llevar una vida sencilla? En Called to be Saints: An Invitation to Christian Maturity [Llamados a ser santos: Una invitación a la madurez cristiana] (IVP Academic), Smith ofrece una respuesta: Hacemos estas cosas para crecer como creyentes, para llegar a ser cada vez más santos.

Cultivando nuestra unión

La santidad es un término sobrecargado de significados, con una reputación algo manchada. Las personas "santas" a menudo se retratan en el cine y los libros como insoportables, llenos de ira, santurrones, hipócritas, siempre juzgando a los demás publicamente, perfeccionistas, emocionalmente atrofiados, y sin vida. Pocos de nosotros nos gustaría pasar una noche con esas personas. La falsa santidad es especialmente poco atractiva (a pesar de que, en nuestros momentos más honestos, sabemos que a menudo nosotros mismos nos portamos como esas personas que nos vuelven locos).

Sin embargo, todos nosotros hemos tenido, en un momento u otro, un encuentro con la santidad que se nos acerca con un rostro atractivo y de amor. Para mí, Juliana de Norwich, Francisco de Asís, Billy Graham, el Papa Francisco, Dietrich Bonhoeffer, el Arzobispo Desmond Tutu, y la Madre Teresa vienen a la mente al pensar en esto. La mayoría de nosotros hemos sido bendecidos con familiares, amigos y conocidos que se parecen a Cristo y cuya santidad deseamos imitar. Al ver su ejemplo, añoramos algo similar, una armonía e integridad en nuestras vidas, esa especie de autenticidad amorosa que teje nuestras palabras y acciones en un fino vestuario.

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En Cristo, encontramos el patrón y la fuerza fundamental para llegar a ser cada vez más santos. Las personas realmente santas, como Smith los pinta, me recuerdan a los árboles en los que el ADN de Cristo ha sido reproducido completamente a través del poder del Espíritu Santo. La transformación de una bellota en un roble maduro—o, para cambiar la metáfora, de un pecador caído en una persona restaurada portadora de la imagen de Dios—es un proceso maravilloso y lleno de gracia, fundamentado sobre nuestra unión con Cristo.

"Voy a hablar de cómo es 'en Cristo' donde se encuentra el total de la vida cristiana," escribe Smith. "Voy a insistir en que esta visión asume una participación dinámica en la vida del Cristo ascendido, en tiempo real.... Participamos en la vida de Jesús, literalmente, no metafóricamente.... la visión extraordinaria a la que hemos sido llamados es que somos atraídos hacia la vida misma de Cristo y por lo tanto la vida de Dios." En resumen, Smith define la formación espiritual como "el cultivo de esta unión con Cristo."

Ser santo, entonces, significa ser un ser humano en Cristo, encontrar en Él el propósito y la dirección de nuestra vida, y por medio de la unión con Él llegar a ser lo que fuimos diseñados a ser desde el principio, antes que el pecado tuviera su efecto. En Cristo, nuestras mentes son vigorizadas. Nuestros pulmones espirituales que eran frágiles inhalan el fuego del Espíritu Santo y comienzan el bombeo de la vida, inyectando integridad y santidad en nosotros. Poco a poco, nuestro compás interno apunta hacia el norte mientras hacemos la transición de una vida centrada en uno mismo a una vida centrada en Cristo. Nuestra unión con Cristo es como un regreso a casa en la que todo está perfectamente preparado: Se abre la puerta, las luces se encienden, la mesa ya está preparada con comida y bebida, y, la ropa fresca y limpia se encuentra sobre la cama. Comemos, bebemos, descansamos, nos vestimos, y hacia el futuro vamos.

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Cuatro aspectos distintivos de la santidad

La unión con Cristo nos capacita para una transformación de toda la vida hacia la madurez espiritual. Smith identifica cuatro postes indicadores en este proceso: la renovación de nuestra mente y nuestro corazón a través del cultivo de la sabiduría bíblica; el discernimiento del significado de nuestra vida y de la vocación particular a la que Cristo nos llama; el conocimiento del amor de Dios por nosotros y el llamado a amar a Dios y al prójimo; y la manifestación constante de un gozo profundo. Presentamos con más detalle cada punto:

En primer lugar, una persona santa es una persona prudente, que posee "un corazón y una mente informada por la verdad, sobre todo a través del testimonio de las Escrituras." La sabiduría, como Smith la describe, es una inteligencia moral sana y muy bien desarrollada. Podemos ver la evidencia de este tipo de inteligencia moral en la forma en que gastamos nuestro dinero, como usamos nuestras palabras, como nos comportamos en el área sexual, y la manera en la que voluntariamente sufrimos con Cristo en medio de este mundo malvado.

En segundo lugar, una persona santa es una persona que posee "claridad acerca de su llamado—con el valor, la humildad y la capacidad para cumplir con esta vocación." Ser santo es aprender a "vivir en el tiempo," de recibir suficiente gracia para poder decir al final de nuestros días, "he terminado la obra que me fue dada." La santidad vocacional, entonces, es mucho más que encontrar el trabajo que Dios tiene para nosotros. Es caminar valientemente, fielmente, esperanzadamente, y jubilosamente en la vida que Dios nos ofrece por los años que nos ha dado como un regalo. "Hacemos a un lado la envidia y el resentimiento, abrazamos la vida que se nos ha dado," libres de nuestra tendencia pecaminosa hacia el auto-engaño y la auto-ilusión, libres de "por un lado pensar más alto de nosotros mismos de lo que debemos, o por el otro, de menospreciarnos."

En tercer lugar, una persona santa "sabe cómo amar a otros en Cristo como Cristo nos ha amado." Smith describe el amor como algo más que simplemente ser una persona agradable. Más bien, el amor es una "invitación a la santidad social. Nunca es una exageración hablar de la santidad y el amor en la misma oración. Lo que con frecuencia hace falta es una apreciación de la profunda esencia del amor; tanto en su estrecha relación con la ley divina como en la forma en la que se expresa fundamentalmente como servicio a los demás."

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Por último, Smith identifica a las personas santas como aquellas que son expertas en vivir en un "mundo fragmentado" con un "júbilo profundo y una capacidad de recuperación." Con Cristo como su "centro emocional," ellos pueden soportar todas las tormentas de la vida sin rendirse a la desesperación.

En otras palabras, la marca de la auténtica santidad—no la caricatura de la santidad producto de la falsedad—es "fortaleza emocional, una madurez emocional que es quizás más evidente en júbilo profundo y duradero." Incluso la realidad de nuestra propia mortalidad nutre nuestro júbilo, en lugar de disminuirlo. Porque "realmente aprendemos a vivir en júbilo sólo a medida que aprendemos a enfrentarnos a nuestra mortalidad y luego permitimos que la conciencia nos hable sobre el valor de la vida, de este día y de este momento. Podemos saborear la vida al permitir que esta conciencia transforme cada momento, cada día, en una oportunidad para vivir en plenitud."

Los pensamientos de Smith me llevan, una vez más, a la metáfora de un roble maduro. Su ADN se ha reproducido completamente. Sus raíces han bajado a lo profundo. El roble se luce alto y fuerte, tomando el sol. Su corteza puede estar marchitada y algunas de sus ramas pueden haberse agrietado, pero su savia es fuerte y sus hojas son saludables.

Así, también, Smith nos ayuda a entender que el cristiano maduro es aquel cuyo sistema radicular ha bebido profundamente de la vida que Cristo ofrece. En Llamados a ser santos, los lectores pueden contemplar un verdadero ser humano—cada vez más limpio de la contaminación del pecado—cuya mente y corazón han sido moldeados por la maravilla y la gloria de la imagen del Dios invisible, el mismo Cristo. El creyente, como santo portador de la imagen de Cristo, ha sido creado y re-creado, y el resultado es júbilo.

Christopher A. Hall, un miembro del cuerpo editorial de CT, es profesor distinguido de teología y director de formación espiritual académica en la Eastern University.

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