Haga más que simplemente decir “no”

Peter Ould

Toda buena teología pastoral empieza con Jesús. Los Evangelios nos dan ejemplos claros de cómo Jesús se relaciona con aquellos cuyos estilos de vida no son santos. Come con los cobradores de impuestos, convive con prostitutas, y se atreve a hablar con los extranjeros impuros. Jesús no tiene el menor problema en convivir con pecadores.

Basándonos en dicho razonamiento, por lo tanto, podemos concluir que los Cristianos no debieran tener ningún problema en asistir a una boda gay, aunque no estén de acuerdo con ella. Jesús en su trato pastoral en muy pocas ocasiones juzgó a los demás. Claro que, como la sal y la luz de Dios, somos llamados a ir a los no creyentes, vivir con ellos, y orar por ellos a través de sus gozos y sus tristezas con la esperanza de testificar de Cristo.

Pero existe otra perspectiva: El matrimonio es una ordenanza dada por Dios que habla más que simplemente sobre el amor entre dos personas. La enseñanza bíblica en relación al matrimonio nos muestra que un hombre y una mujer son un símbolo de la unión de Cristo y su iglesia. El libro de Apocalipsis visualiza la gran fiesta de bodas al final de los tiempos, la unión del Novio y su novia.

Así que practicar el matrimonio incorrectamente es un acto de idolatría. Es un rechazo de ambas cosas, la ordenanza dada por Dios y el significado de dicha ordenanza. Puesto que el género de los participantes en un matrimonio es importante, mezclar los sexos de los dos participantes destruye el punto que el matrimonio debía representar. ¿Cómo puede un Cristiano involucrarse en tal cosa?

Como muchos Cristianos, me encuentro jalado en distintas direcciones en este asunto apremiante. Describo mi perspectiva como “post gay.” El día de hoy, tengo una esposa y una familia. Hace algunos años, decidí que mi orientación hacia personas del mismo sexo no me iba a definir. Me rehusé a aceptar la idea de que la atracción a personas del mismo sexo le da validez a tener comportamientos homosexuales.

Pero mi corazón desea caminar al lado de mis amigos homosexuales y celebrar el gozo que ellos han alcanzado. Cristo compartió su vida con pecadores con profundos fallos. Mi mente, que ha sido entrenada teológicamente, se da cuenta que necesitamos tomar decisiones basadas en el testimonio bíblico claro.

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Aquí está mi respuesta: Hubo ocasiones cuando Jesús clara y públicamente identificó conducta pecaminosa como tal y lo que era—volcando las mesas de los cambiadores de monedas en el templo, por ejemplo. Quizás la cosa más Cristiana que hacer es declinar amablemente la invitación a la boda y explicar el por qué. Diga “no”—pero no termine la conversación allí.

El uso de la razón por sí sola es raramente suficiente para cambiar el corazón y la mente de alguien. Cuando le permito a otras personas que miren dentro de mi matrimonio y mi familia, ellos ven la tensión que los Cristianos enfrentan cuando se vive en sociedades que no se conforman a la voluntad de Dios. No debemos aislarnos de un mundo caído. Al ir más allá de nuestra burbuja Cristiana, vemos que las decisiones éticas, aún las que Jesús tomó, no siempre son tan blanco y negro como nosotros quisiéramos que fuesen. Las relaciones basadas en el Evangelio son el todo. ¿Ir a una boda? Probablemente no.

Peter Ould es un sacerdote de la Iglesia Anglicana y un consultor bancario en Canterbury, Reino Unido. Por ocho años, su blog, An Exercise in the Fundamentals of Orthodoxy, narró su peregrinaje de su salida de la homosexualidad.

Es mejor hacer acto de presencia

Eve Tushnet

Cuando me convertí en Cristiana, la mayor parte de mis amigos y familiares se sintieron desconcertados y desilusionados. No podían entender por qué me estaba subyugando a una falsedad represiva. Claro que las pinturas de la iglesia son bellas, ¿pero qué de su ética?

Esa fue la razón que me conmovió mucho que mi mejor amiga haya venido a mi bautismo. Valientemente dejó que el sacerdote la salpicara de agua; mantuvo una sonrisa irónica y silenciosa mientras todo mundo renunciaba a Satanás. Yo no estaba bajo ninguna ilusión de que mi amiga había cambiado de parecer sobre el Cristianismo y la iglesia. Eso hizo que su presencia allí fuese aún más enternecedora, porque fue un gesto puramente de apoyo para conmigo.

Pienso sobre mi bautismo cuando considero cómo los Cristianos deben responder cuando son invitados a bodas homosexuales. (Hasta el día de hoy he asistido a una boda del mismo sexo en una iglesia episcopal.) A la gente se le hace más fácil notar juicio que aceptación. Se les hace especialmente difícil entender el amor incondicional. En cualquier momento que podamos mostrar que nuestro amor no es una recompensa por buen comportamiento, debemos hacerlo.

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Esta decisión sobre asistir es más fácil para mí porque creo que Dios llama a algunas personas a un amor fiel y sacrificial con otra persona del mismo sexo. Permítame ser clara: No pienso que dicho amor debe expresarse sexualmente. Pero algunas personas que se casan con una pareja del mismo sexo lo hacen bajo un llamado a amar, aunque mal interpretan la naturaleza de ese amor. Debemos apoyar lo más que podamos. Cuando una mujer perdona ofensas y humildemente pide perdón por sus propios pecados, cuida de sus hijos, escucha, consuela, y aprende a poner las necesidades de los demás por encima de los suyos propios, esos son actos de amor—que no se convierten en algo sin valor o sin amor cuando ocurren dentro de una relación lesbiana.

Años más tarde, si esta persona escoge seguir a Cristo, o vivir más completamente dentro de la ética Cristiana, ¿me conduje yo de tal manera que él o ella hayan hallado en mí una guía digna de confianza? ¿O me enfoqué solamente en las áreas dónde dicha relación no se alinea con la disciplina Cristiana sexual? ¿Me he comportado como si obviamente yo estaba correcto y la otra persona simplemente estaba siguiendo perversamente su propia voluntad?

Los intentos que los Cristianos hacen por mantener los fundamentos de la fe suelen ser malentendidos como intolerancia o fanatismo. Pero sí existe mucha intolerancia en el mundo. La decisión de no ir a la boda de personas del mismo sexo ocurre en el mismo universo donde hay palizas para los gays, bullying, y el moler incesante de desprecio hacia los hombres y mujeres homosexuales. No culpo de eso a los Cristianos; simplemente es el contexto en el cual se van a interpretar las decisiones que tomen los Cristianos. Ese contexto hace que sea más difícil de lo que debiera ser el creer en el amor incondicional.

Algunas personas quizás ya hayan demostrado suficiente amor que sus amigos van a entender su decisión de no asistir a una boda de personas del mismo sexo. Pero en la mayoría de los casos, pienso que lo mejor es estar allí.

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Eve Tushnet, autor de Gay and Catholic, blogea en Patheos.

No en buena consciencia

Lisa Severine Nolland

El matrimonio no es solamente sobre la relación de la pareja. Tiene una dimensión pública, y la ceremonia y celebración marcan eso. El hecho de que la familia y los amigos participan en la boda de una pareja hace del matrimonio un asunto público.

Así que, al asistir a una boda de personas del mismo sexo, tácitamente apruebo esta unión en particular y también la noción que dos mujeres (u hombres) en efecto se pueden casar. No puedo en buena consciencia ir, porque no apoyo los matrimonios del mismo sexo (same-sex marriage, o SSM, por sus siglas en inglés).

Yo amo y vivo por la ética de Jesús. ¿Asistiría Jesús? El era amigo de cobradores de impuestos y pecadores porque esa era la manera de hacer una conexión. Aunque su amor era incondicional, no era estático. Empezando con aceptación, se movió a desafío, como se puede ver en su trato con Zaqueo. ¿Hubiera Cristo mostrado solidaridad colectando algunos de los impuestos? No lo creo. Jesús separó a la persona de Zaqueo de sus prácticas financieras inicuas con el fin de redimir a ambos.

Yo no puedo en buena consciencia asistir a una boda del mismo sexo precisamente porque amo a mis amigos homosexuales y deseo lo mejor para ellos. Creo que todo pecado hace daño. Mi pecado me hace daño al igual que el pecado de ellos les hace daño a ellos. ¿Cómo puedo celebrar lo que creo que les hace daño? Yo respetaría su amistad pero oraría que ellos se dieran cuenta que su matrimonio no es lo que ellos buscan o lo que verdaderamente desean. Buscaría oportunidades para señalarles un camino mejor. Como la mística Cristiana Simone Weil dijo una vez, “todos los pecados son un intento por llenar vacíos.” El matrimonio de mi amigo es un ejemplo.

Aunque algunas parejas homosexuales sean ejemplares en amor y fidelidad, SSM tiene aspectos más funestos. ¿Insisten aquellos que abogan por SSM que estas parejas sigan las practicas tradicionales del matrimonio, tales como exclusividad sexual y permanencia? No. El columnista sobre el sexo Dan Savage, personaje representativo de aquellos que abogan por SSM en su corriente principal, se expresa con entusiasmo sobre lo que llama “Matrimonios Monogamish” (comprometidos pero sexualmente abiertos).

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Puede que lo que nos espera en las alas de estas corrientes sea matrimonios “poliamorosos” o bisexuales. ¿Cómo responderá la gente a la invitación de bodas del entusiasmado trío? La investigación realizada por el sociólogo Mark Regnerus indica que “los Cristianos que asisten a la iglesia que apoyan SSM tienen una mayor probabilidad de también pensar que . . . el adulterio [y] el poliamor . . . son aceptables.”

Como historiadora del sexo, he seguido por décadas la revolución sexual. Me ha fallado al tratar de pronosticar el tiempo en que algo iba a suceder, pero en lo demás, mis preocupaciones generalmente han comprobado ser proféticas.

En un tiempo compartí mi hogar y mi perro con un hombre homosexual que tenía AIDS. Una buena amiga bisexual “salió del clóset” y me confesó su amor por mí, temerosa de mi reacción. La abracé, pero rechacé el sexo. He vivido mi vida en amistad con muchas personas que podemos llamar “minorías-sexuales” y he podido ver con mis propios ojos el dolor y la tragedia de sus vidas. Pero capitular a sus demandas que aceptemos el matrimonio homosexual es algo desatinado. Por lo tanto, les mandaría decir que lo siento, no puedo ir a la boda, pero los invitaría a venir a cenar el mes siguiente.

Lisa Severine Nolland, PhD, convoca el grupo “matrimonio, sexo y cultura” del Anglican Mainstream (Oxford) y es consultora de anglicanmainstream.org.

No vaya, pero ame

Sherif Girgis

Esta pareja no detesta la tradición. Ellos simplemente han conocido lo que Doris Day llamó “la larga soledad”—ese dolor apagado, insistente que añora comunión y trascendencia. Nuestra edad siente en sus huesos que solo el sexo y el matrimonio provee la intimidad y el amor que nos sacian. Pero por razón y por fe, los Cristianos saben lo que aún los mejores pensadores paganos enseñaron: el matrimonio es la unión apta para convertirse en vida familiar—una unión completamente comprometida y con alguien del sexo opuesto; y el sexo no matrimonial es algo equivocado.

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Por lo tanto, no podemos asistir a la ceremonia. Los invitados de bodas no son espectadores. Su labor es dar testimonio a que la pareja se está casando y a apoyar su compromiso, el cual es en parte sexual por definición.

La amistad no se beneficia al apoyar lo que pensamos que es un error. Debemos canjear nuestro amor seguro y sin discernimiento por el amor de Cristo—encendido con la verdad pero también vulnerable y sencillo, libre de petulancia o distancia. Luego debemos ocuparnos de servir a nuestro amigo, que ahora está en alerta de alguna señal de que nuestro amor es condicional. Demostramos que esas sospechas son erróneas, lentamente, en cada interacción. Nos regocijamos en la presencia mutua profunda de la pareja como compañeros y confidentes en los altibajos de la vida. Al igual que en las parejas del sexo opuesto, no es que el amor sacrificial de ellos no tenga valor. Es santo, es por eso que es un error tratar de hacerlo algo que no es.

El compañerismo de ellos es invaluable, y se le daña cuando se intenta fomentarlo con sexo. El sexo sin coito (heterosexual u homosexual), al igual que el sexo premarital, busca la experiencia de la unión conyugal sin su completa realidad.

Fracasa en formar el amor a través de toda la verdad sobre el que ama y el ser amado, que se unen en un solo corazón y una sola mente, pero no en una sola carne, marchando hacia un fin corporal que los cubre y los trasciende a los dos. Esto importa porque su amor sacrificial importa. Les pedimos que entiendan nuestra manera de ver las cosas aún cuando no la comparten.

No juzgamos sus corazones y no podemos apresurar la persuasión de una revolución cultural de décadas de duración. Pero debemos de tener la confianza de contra revolucionarios felices, listos para agregar color vivo, espléndido a la visión moral monócroma postmoderna.

Muchos dan por hecho las prácticas sexuales o shibboleths del Occidente industrial: el sexo simplemente agrada y forja lazos emotivos; el matrimonio es el único ámbito para el verdadero amor. Pero tenemos la visión moral de milenios y pensadores del Oriente y el Occidente. El sexo es un intercambio de personas en su totalidad, temblando de significado; uniendo al hombre y a la mujer como una sola carne y generaciones como una sola sangre. El matrimonio no tiene un monopolio en el amor. Hay un rico horizonte de vocaciones al amor, cada una con sus propios valores.

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Cuando otras responsabilidades lo permitan, comprobemos la promesa de la intimidad platónica atrayendo a nuestros amigos hacia nosotros. No porque nos necesitan, sino porque nos necesitamos los unos a los otros. No para trabajar en ellos, sino como dijo Montaigne en cuanto a amar a su amigo, y como Cristo nos ama a nosotros: “Porque era él, porque era yo.”

Sherif Girgis, quien estudia en Yale y Princeton, coescribió What Is Marriage? Man and Woman: A Defense, [¿Qué es el matrimonio? El hombre y la mujer: Una defensa] y contribuye a thepublicdiscourse.com.

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