Miles de norteamericanos van a la iglesia el domingo sin darse cuenta de que millones de niños norteamericanos no reciben una buena educación. Nos preocupa nuestra salud espiritual y la educación de nuestros hijos y se nos olvida que una vida espiritual Cristocéntrica está fundada en el amor a Dios y al prójimo.

Simple y sencillamente, los Estados Unidos no proveen una educación de calidad consistente a las personas que viven en pobreza o en áreas de bajos recursos. Las estadísticas “indican una cosa segura”, dice Rassoul Dastmozd, presidente del Saint Paul College en Minnesota, “hay una gran disparidad en la educación”, y “la mayor parte de esta deriva de la pobreza”.

Los niños que crecen en la pobreza o en hogares de bajos recursos enfrentan un sinnúmero de retos en la educación, los cuales nada tienen que ver con la calidad de sus escuelas.

“Las familias que viven en pobreza enfrentan desventajas que pueden entorpecer el desarrollo de sus hijos en muchas maneras,” de acuerdo al resumen de The Future of Children (El futuro de los niños, en español) de la obra de Greg Duncan, Katherine Magnuson, y Elizabeth Votruba-Drzal. “En la medida que las familias que viven en pobreza enfrentan dificultades económicas y tienen que vérselas con viviendas de calidad inferior, vecindarios inseguros, y educación inadecuada, experimentan más estrés en su diario vivir que las familias más pudientes, con la consiguiente serie de consecuencias sicológicas y de desarrollo.

Un sistema de educación pública de calidad buscaría mitigar esas desventajas, pero eso por el momento no está ocurriendo. “Mientras algunos norteamericanos jóvenes—la mayoría blancos y pudientes—reciben una educación de primera clase, aquellos que asisten a escuelas en vecindarios muy pobres obtienen una educación parecida a la educación de escuelas en naciones en desarrollo,” de acuerdo a un reporte del 2013 report de la Comisión para la Igualdad y Excelencia del Departamento de Educación.

Los niveles salariales explican en parte la disparidad educativa, pero la raza y la etnicidad son factores que juegan también un papel. El U.S. News & World Report señaló el año pasado que la educación en los Estados Unidos permanece “separatista y desigual”.

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En promedio, las escuelas que sirven mayormente a poblaciones minoritarias tienen maestros con menos experiencia, con salarios más bajos, los cuales muy seguramente no tienen certificación. Un reporte del Center for American Progress (Centro para el Progreso Americano, en español) descubrió que a un aumento del 10 por ciento en los estudiantes de color en una escuela corresponde una disminución de $75 en gasto por estudiante.

Las disparidades en los cursos que se ofrecen significa que los estudiantes de color tienen menos oportunidades de experimentar desafíos a través de cursos más difíciles—el tipo de cursos requeridos para prepararse para una educación universitaria de cuatro años o una carrera bien pagada….

Esta desigualdad no es solamente alarmante a nivel personal; tiene implicaciones más amplias a nivel social y nacional. “Con la tasa más alta de pobreza en el mundo desarrollado, intensificada por la inadecuada educación que reciben muchos niños en escuelas de bajos recursos, los Estados Unidos están amenazando su propio futuro,” declaró la Comisión para la Igualdad y Excelencia.

Hay una disparidad en la prosperidad y las expectativas para el futuro bienestar económico en los Estados Unidos que parece no tener muchas importancia para muchos cristianos cuyos hijos tienen acceso a recursos educativos superiores. Algunos padres cristianos con salarios adecuados, confiables y consistentes trabajan duro para proveer toda oportunidad para sus hijos, pero parecería que les importan poco los hijos de los menos privilegiados.

Es simplemente difícil imaginar que Jesús tuviera una actitud igualmente insensible. Es difícil imaginarlo porque las Escrituras lo describen como alguien profundamente preocupado por la suerte del pobre y el necesitado.

La mayoría de los cristianos informados sabe lo que Jesús dijo al respecto de ministrar a los “más pequeños de estos” –a aquellos que tienen hambre, sed, que son extranjeros, que están desnudos, enfermos o en prisión (Mateo 25:31-46). Lo que parece más difícil de entender es que el ministrar a aquellos en necesidad nos cuesta a aquellos de nosotros que no estamos en necesidad, así como le costó al buen samaritano de las Escrituras.

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Los niños de hoy que sufren pobreza y discriminación a menudo encajan en las primeras cinco categorías de Mateo 25. Si no hacemos nada para ayudarlos en sus necesidades actuales, existe la posibilidad de que muchos de ellos terminen también en la sexta categoría: en la prisión.

Esto es urgente. Vidas enteras dependen de ello.

Mis hijos son adultos ya, pero cuando eran chicos siempre respondía de inmediato cuando algo amenazaba su futuro. Por amor a ellos trabajé duro a fin de beneficiarlos. Nuestros hijos son nuestra primera, mas no nuestra única responsabilidad.

Los niños de hoy que sufren pobreza y discriminación necesitan ayuda de individuos, iglesias, escuelas y el gobierno. Las personas y las iglesias están mejor equipadas para encarar algunos de los problemas mencionados –las preocupaciones del diario vivir y los retos sicológicos que las personas enfrentan. Las escuelas y el gobierno están mejor equipados para otros –viviendas de calidad inferior, vecindarios inseguros y escuelas inadecuadas.

Esta situación requiere un esfuerzo amplio y concertado. Es un gran reto, pero los Estados Unidos no han dejado que la grandeza de un reto los desanime—el haber mandado a un hombre a la luna y el haber vencido a los países del Eje en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo.

La conocida historia de la estrella de mar viene a la mente. Mientras el hombre devolvía al vasto océano algunas de las muchas estrellas de mar, no permitió que su incapacidad de salvar a todas las estrellas de mar le impidiera salvar a las pocas que pudo.

Uno de mis vecinos, ya jubilado, sigue trabajando por honorarios para una escuela pública del distrito local. Chris decidió trabajar específicamente con niños “en peligro” enseñándoles matemáticas. Él es un buen samaritano contemporáneo; está “salvando” a cuantos niños le sea posible salvar.

Necesitamos más gente como Chris y más iglesias, distritos escolares y organismos gubernamentales a fin de derribar este obstáculo. El futuro depende de ello, y aquellos de nosotros que buscamos seguir a Jesús tenemos la oportunidad de tener un impacto en la eternidad futura de algunos de los niños que ayudamos.

Ferrell Foster es el Director de Ética y Justicia de la Comisión de Vida Cristiana.

Traducido por Elsa Romero, de la Universidad Bautista de las Américas en San Antonio.

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