Los cristianos estadounidenses les preguntaron a los niños reunidos que si alguna vez habían experimentado falta de perdón hacia alguien. Un niño pequeño levantó su mano y dijo que le era difícil perdonar a los hombres armados que habían hecho explotar un auto, matando así a su tío.

Esta comprensible y muy pública confesión ocurrió en un campamento bautista en el Valle de la Becá en Libia. Los bautistas de Texas apoyan ministerios para refugiados sirios en esa comunidad a través de la Ofrenda contra el Hambre de los Bautistas de Texas y a través de los esfuerzos a favor de los refugiados en Libia.

A pesar de la lucha que el niño experimenta con el perdón, este también expresó “su confianza en Jesús y en el gozo que tiene en su vida”, de acuerdo a un cristiano de California que presenció el incidente. “Era obvio para nosotros que a pesar de las cosas terribles que estos niños han visto y experimentado, el mensaje del amor de Jesús está llegando a ellos y tiene un impacto en sus vidas”.

Es posible que a los habitantes de Norteamérica les parezca fácil despegarse del sufrimiento causado por la guerra en el Medio Oriente, pero los seguidores de Jesús no pueden darse el lujo de esa apatía. El Salvador nos dijo que cuidar a aquellos que sufren es lo mismo que servir a Cristo personalmente. En otras palabras, Jesús es un refugiado y nos necesita.

Las Escrituras dicen que Dios puede sacar un bien de cualquier situación y eso es lo que Él está haciendo en el Líbano. Otro de los cristianos estadounidenses nos dijo de su experiencia al entrar a una casa “muy pequeña”: La familia tenía muy poco, pero “saltaban de gusto. No podían esperar la oportunidad para compartir cómo habían conocido a Jesús y cómo esa experiencia los había cambiado para siempre”.

Vemos imágenes de gente desesperada invadiendo la costa de Grecia o amontonada en los caminos en Hungría y nosotros en el occidente podemos sentir que nos invaden. El reto para los cristianos es quitarnos los anteojos de nacionalismo o de la cultura, por medio de los cuales vemos tales eventos, y ver a través de los anteojos que las escrituras proveen.

Cuando la Biblia habla de temas relacionados con gente que vive en un país que no es el suyo, la palabras que generalmente se usan se traducen al inglés como fuereño, forastero, residente temporal o extranjero. Probablemente no hay una manera más clara de expresar cómo Dios ve a los inmigrantes que la de Salmos 146:9.

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El Señor protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra los planes de los impíos. (NVI)

Dios ve a los refugiados y a los inmigrantes como ve a todos las personas vulnerables. Que Dios “cuida a los extranjeros” implica no solo verlos, sino también cuidarlos y protegerlos. Aquí se describe como lo opuesto a lo que Dios hace por los malvados. Dios trae destrucción al perverso; Dios cuida al refugiado y al inmigrante.

El Antiguo Testamento conecta la preocupación de Dios por los inmigrantes con la experiencia de los israelitas en Egipto, cuando fueron refugiados que cruzaron una frontera nacional en busca de mejores condiciones económicas y nivel de vida.

Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y Dios de Israel. (Levíticos 19:33-34, NVI)

En el Nuevo Testamento, Jesús se refiere a los inmigrantes como a “los más pequeños” en los famoso versículos acerca del juicio de las naciones.

Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. (Mateo 25:32-36, NVI)

El aceptar al extranjero es señal de que las personas viven de acuerdo a la voluntad de Dios y de que están más enfocadas en el reino de Dios que en las fronteras de este mundo.

Jesús dijo también, en otra frase muy conocida, que amáramos a Dios con todo nuestro ser y que amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Un abogado entonces le peguntó: “¿Y quién es mi prójimo? Jesús le respondió contándole una historia de un “buen samaritano”, la cual le reveló que el ser el prójimo de alguien es no reconocer fronteras –raciales, étnicas o de nacionales.

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Jesús, por supuesto, había sido refugiado alguna vez. Después de su nacimiento, sus padres huyeron a Palestina a los confines seguros de Egipto.

Cuando ya se habían ido [los sabios], un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. (Mateo 2:13, NVI)

La familia escapó frente a la amenaza de muerte y vivió como extranjera hasta que fue seguro regresar a su lugar de origen.

Para Dios no hay diferencia entre las personas de diferentes tribus o grupos. Existe una unidad en la raza humana que trasciende todas las categorías que nos puedan separar.

Veremos como Dios ve cuando ya no veamos refugiados “extranjeros”, cuando ya no nos parezcan tan diferentes. Los veremos como hijos de Dios, como nuestro prójimo.

Ferrell Foster es el director de la ética y la justicia para Texas Baptists.

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