Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Tengo un amigo que fabrica cerveza artesanal para Jesús.

Está comprometido con las cosas simples y locales, a comer y beber lentamente. Inspirado por Shane Claiborne y Wendell Berry, le puso por nombre a su compañía (si le podemos llamar compañía a un par de amigos haciendo cerveza en el garaje) Mad Farmers Ale [Cerveza Campesinos Furiosos] en honor al famoso poema de Berry Manifiesto: The Mad Farmer Liberation Front [Manifesto: El Frente de Liberación del Campesino Furioso].

Mi amigo ve su compromiso con vivir una vida simple y con el pobre, con hacer cosas con sus propias manos, como algo central a lo que Cristo espera que él sea. Y la cerveza es simplemente un aspecto de seguir las enseñanzas que Berry dio en su introducción:

Ama al Señor.
Ama al Señor. Trabaja sin sueldo.
Toma todo lo que tienes y sé pobre.
Ama a alguien que no lo merece.
… Sé como la zorra
que deja más huellas de lo necesario.
Algunas en dirección contraria.
Practica la resurrección.

Mi amigo encuentra afinidad entre sus compañeros evangélicos. Empezando con el crecimiento de pláticas teológicas en los bares, y la política relajada para administradores y profesores de instituciones cristianas—la más reciente en el venerable Instituto Bíblico Moody—y terminando con la evidencia verbal de jóvenes en sus 20's, una cosa queda en claro: ha habido, como lo dijo el New York Times al reportar lo que sucedió en Moody, un viro cultural en cuanto a los evangélicos y el alcohol.

No sé si mi amigo alguna vez ha considerado que generaciones de antepasados evangélicos veían el no tomar cerveza como algo central a lo que Cristo deseaba que ellos fuesen. Lo que sí sé es que para muchos de sus colegas de su generación la palabra templanza [temperance] trae consigo reglamentos legalistas ("no tomes, no fumes, no mastiques tabaco, ni te juntes con muchachas que lo hagan") y un vago recuerdo de haber aprendido que el movimiento de "prohibición" fue una cosa bastante mala: Tugurios, fabricación ilegal de bebidas alcohólicas, Al Capone.

Pero el movimiento pro-sobriedad tiene una historia mucho más antigua—y mucho más sorprendente.

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Por sobre todas las cosas, moderación

Érase una vez, hace mucho, mucho, tiempo, Platón. En La república, libro que escribió hace más de 2,400 años, el filósofo griego habló sobre las virtudes necesarias para vivir bien en un orden social debidamente constituido. Dichas virtudes eran la prudencia, la justicia, la templanza, y la fortaleza—o en términos más conocidos el día de hoy, la sabiduría, la justicia, la moderación y el valor. Su lista vino a conocerse como las "cuatro virtudes cardinales." Los pensadores cristianos tomaron estas virtudes y agregaron las virtudes específicamente cristianas de la fe, la esperanza, y el amor.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible.

Por siglos, la palabra templanza significó moderación para el típico cristiano. Quería decir experimentar el alimento, la bebida, y otros placeres en la proporción correcta en relación a las experiencias de la vida de uno mismo, y estar consciente del efecto interno de toda conducta externa. En algunos casos incluía conducta ascética tal como abstenerse de alimento, bebida, o sexo—ya sea por un periodo de tiempo (en la Edad Media, "no tenga relaciones sexuales por tres días antes de participar en la Comunión o Cena del Señor) o para ciertas personas (en aquellos tiempos y ahora también, "si eres monje no puedes ser dueño de ninguna propiedad").

Los metodistas más tarde calificarían la templanza como "una virtud singularmente cristiana, de la que se disfruta en el Espíritu Santo. Implica una subordinación de todas las emociones, pasiones, y apetitos al control de la razón y la conciencia." El catecismo católico todavía la define como "la virtud moral que modera la atracción de los placeres y provee el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de lo que es honorable.

Por supuesto, no siempre se practicaba la moderación. En muchos tiempos y lugares se honraba más quebrantar la moderación que observarla. Y puede ser que en algunas ocasiones aconsejara prácticas que nos parecen extrañas a nosotros (a ver, ¿qué dijeron sobre el sexo y la Cena del Señor?). Pero en su mejor perfil, la tradición cristiana declaró la sabiduría de que todas las cosas creadas son buenas, pero que todas las cosas creadas deben ser consumidas en una manera equilibrada.

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En el siglo diecinueve, la templanza tomó un significado más limitado para muchos evangélicos y unos pocos católicos. Varios factores llevaron a esa limitación. Desde que las colonias norteamericanas fueron colonizadas, los norteamericanos por lo general tomaban mucho. Pero después de 1800, las cosas cambiaron. El siglo vio una creciente popularidad del whisky (otras bebidas sufrieron a causa del bloqueo de la era revolucionaria) y cerveza lager o rubia (que trajeron los inmigrantes alemanes). Agréguele a eso la disrupción social ocasionada por la industrialización. La nación cambió de pequeños pueblos donde todo mundo cuidaba del borracho del barrio y donde las cosas se fabricaban lentamente con herramientas de mano a zonas urbanas donde uno podía tomar en perfecto anonimato y donde se requería completa sobriedad para poder operar maquinaria pesada. Al mismo tiempo, empezaron a aparecer un número creciente de licorerías a través de los centros urbanos. Todos estos factores llevaron a un consenso de que la mejor manera de practicar la templanza en lo que tenía que ver con el alcohol era abstenerse completamente.

Tres ideas equivocadas

Hay una serie de ideas equivocadas en lo que tiene que ver con el movimiento de templanza del siglo diecinueve. La primera, que los mismos activistas pro-templanza compartían, es la idea de que el movimiento no funcionó. Lo cierto es que sí funcionó. El consumo de bebidas alcohólicas en Estados Unidos disminuyó drásticamente en los años 1830s cuando el movimiento pro-templanza despegó. Los norteamericanos estaban tomando 7.1 galones de alcohol puro por persona por año. (Esto sería el equivalente de tomarse 36 botellas de vino en un año.) Para 1835, el consumo había bajado a 5.9 galones; para 1840, 3.1. Para 1910, un poco antes de que empezara la prohibición, el consumo había bajado a 2.6 galones; después de la prohibición había bajado a 1.2, o seis botellas de vino por año. Después de todo el desgaste moral que trajo el siglo veinte, desde las bailarinas de los 1920s hasta el movimiento anticultural, para el año 2000, el norteamericano promedio bebía menos de un galón de alcohol puro al año. Eso sería más de seis galones menos de lo que bebían sus antepasados 200 años atrás.

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La segunda idea equivocada—perpetuada por años por historiadores tanto como por gente común—es la idea de que la templanza fue un movimiento reaccionario, retrógrado dirigido por personas reaccionarias y retrógradas para imponer una moralidad anticuada. En los 1960s, un respetado historiador norteamericano describió a los activistas pro-templanza como los descendientes directos de aquellos que protestaron en los 1950s en contra de "fluoración, el comunismo doméstico, el currículo escolar, y las Naciones Unidas." Otros historiadores argumentaban que todo fue un complot económico con el fin de que los obreros pudieran trabajar eficientemente con maquinaria pesada. Un escritor señaló que el cambio de moderación a abstinencia fue ir de "una defensa de una virtud cristiana" a "una insistencia en un tabú social." Un adiós a las preocupaciones teológicas, y un bienvenido al opio de las multitudes.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible. Varios experimentos famosos (incluyendo uno en que el médico William Beaumont miraba dentro del estómago de un paciente a través del espacio creado por una herida que todavía permanecía abierta y analizaba varias bebidas y comidas) dejaron en claro que la cerveza y el vino no eran una alternativa enteramente saludable a las bebidas destiladas. Los médicos en los 1800s estaban mejorando su habilidad para describir con exactitud los efectos físicos y mentales del abuso del alcohol. La Iglesia Metodista Episcopal podía argumentar a atentos oyentes, después de citar la definición de moderación arriba mencionada, que "tanto la ciencia como la experiencia humana se unen a las Sagradas Escrituras en condenar todas las bebidas alcohólicas como bebidas que no son ni útiles ni saludables."

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No importa lo que pensemos de la ciencia o la exégesis del movimiento de templanza, el movimiento también gozó de aliados políticos progresivos. Antes de la guerra civil, la templanza y la abolición de la esclavitud estaban ligadas estrechamente; por ejemplo, los miembros sureños de la Iglesia Metodista Episcopal se pusieron nerviosos, cuando se suscitó un debate sobre el tema en 1844, sobre restaurar a las leyes de la iglesia algunas de las prohibiciones de conducta originales de John Wesley porque Wesley había prohibido la esclavitud a la par de la venta de licor. Después de que se fundó la Iglesia Wesleyana Metodista en 1843 en protesta porque la iglesia principal estaba cediendo a los intereses de la clase media, los wesleyanos protestaron en contra de la esclavitud, patrocinaron la famosa convención a favor de los derechos de la mujer en Seneca Falls, participaron en la primera ordenación de una mujer en la historia en el hemisferio occidental—y lucharon a favor de la templanza.

Las denominaciones de santidad que surgieron después (metodistas libres, nazarenos, y los más famosos, el ejército de salvación) siguieron el mismo ejemplo de los wesleyanos. Los del ejército de la salvación dieron el mismo rango a hombres y mujeres en el ejército y practicaron ministerios urbanos con los pobres a gran escala; también predicaron abstinencia total mientras laboraban en los bares salvando a los destituídos.

Muchos de los defensores de la templanza también promovían el derecho a voto de la mujer. Después de todo, las mujeres tenían mejores posibilidades que los hombres de votar a favor de cerrar los bares que estaban destruyendo sus hogares. Carrie Nation y su hacha de mano puede ser la imagen más famosa, pero la cruzada femenil de 1873-74—que llevó a la fundación del Woman's Christian Temperance Union (WCTU) [Unión Cristiana de Mujeres pro-Templanza] es una mejor representación del movimiento, con su multitud de manifestantes con sus brazos unidos frente a las puertas de los bares. Un historiador del WCTU más tarde describió la cruzada en Ohio:

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Caminando de dos en dos, los más bajos primero, los más altos detrás, cantaban más o menos confiadamente, "Dad a los vientos tus temores," esas palabras alentadoras de protección divina ahora tan conocidas por los miembros de WCTU como el himno de la cruzada. Todos los días visitaban los bares y las farmacias donde se vendía licor. Oraban en pisos llenos de aserrín, o si se les negaba la entrada, se arrodillaban sobre el pavimento cubierto de nieve frente a las puertas, hasta que todos los vendedores de licor capitulaban.

El movimiento a favor de la templanza fue parcialmente responsable de introducir los bebederos públicos como una alternativa gratis al alcohol.

La tercer idea equivocada sobre el movimiento de templanza—y de muchos de los temas asociados al estilo de vida, desde el promover el vestido modesto hasta evitar el baile y las producciones teatrales—es que esos asuntos de estilo de vida surgieron del deseo de impedir que los cristianos se divirtieran. Claro que gran parte de la literatura del día sugiere que los líderes del movimiento de templanza estaban preocupados de las pasiones descontroladas—ya fuese por el alcohol, el tabaco, el vestido extravagante, el teatro, o el sexo opuesto. Pero esa preocupación estaba enraizada, al menos parcialmente, en el lugar a donde las pasiones descontroladas pueden llevar a la persona—es decir, a una vida de pobreza en la clase baja.

Conforme los jóvenes se mudaban a las ciudades para trabajar, desaparecían en la "cultura deportiva" urbana que se distinguía por el acceso al licor y a prostitutas. La línea entre trabajar en el teatro y trabajar en el comercio sexual a veces se volvía borroso. Aún el deseo de usar la mejor moda podía dejarlos en la bancarrota; las iglesias aconsejaban vestido sencillo recordándole a los miembros el mucho más dinero que podían dar a los pobres si no se lo gastaban comprando sombreros de última moda.

Uno de los escritores del movimiento creía que referirse a Jesús como un bebedor de vino era ponerlo también en el mismo lado de los "que golpean a sus esposas y los que golpean a sus hijos" y "siete de cada ocho crímenes que se cometen en el mundo civilizado." En el mejor de los casos, los defensores de la templanza trabajaron al lado de los pobres, recordándoles a sus colegas que lo que algunos tomadores moderados, muy seguros en sus redes protectoras de la clase media, creían que podían manejar bien, había otros más débiles de voluntad—o redes protectoras más débiles—que no lo iban a poder hacer. Los metodistas escribieron en 1868 en disciplina: "Les rogamos a todos los que se ven tentados por la moda de la sociedad mundana, o por apetito personal, a que se abstengan de esta apariencia y realidad de maldad…. Nuestras riquezas traerán consigo la más fuerte maldición del cielo si se vuelve una fuente de corrupción a través de cualquier complicidad con pecados popular."

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En memoria

Muchas cosas se combinaron para ocultar estas historias de los herederos evangélicos del WCTU y del Ejército de Salvación. Para empezar, la prohibición puede haber reducido el consumo del alcohol, pero fracasó como experimento social. La rebelión en contra del movimiento pro-templanza, especialmente entre la élite intelectual, hizo eco por décadas. En los 1920s, un eminente historiador describió a los miembros del movimiento como personas que estaban del lado del "filisteismo, dura restricción, odio hacia la belleza, fanatismo de rostro duro, hipocresía suprema, palabrería, demonología, enemistad al arte verdadero, tiranía intelectual, jugo de uva, sermones espeluznantes, persecución religiosa, malhumor, mal genio, tacañería, intolerancia, soberbia, grandilocuencia." No es muy difícil encontrar miembros de la élite intelectual—tanto cristianos como los que no lo son—que dirían lo mismo el día de hoy.

Además, a algunos cristianos se les olvidó de donde vinieron las reglas sobre su estilo de vida. Renunciar a tomar o fumar o usar joyas o ir al cine permanecieron como marcas distintivas de la identidad evangélica en contextos donde la conexión entre estos comportamientos y el ministerio entre los pobres y los marginados había desaparecido desde mucho antes.

Cuando se levantó una nueva generación de evangélicos que estaban preocupados por la relación entre la santidad y lo que comemos y bebemos, y que quieren vivir sus vidas sintonizadas al manifesto poético de Berry, no sabían que sus antepasados pro-templanza ya habían viajado por ese camino antes que ellos. Conforme los cristianos evangélicos del día de hoy se apropian de la libertad para fabricar cerveza para Jesús, quizás les pueda ayudar si recuerdan que la libertad no es licencia—y que hay más de una manera de practicar la resurrección.

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Jennifer Woodruff Tait es gerente editorial de Christian History y autora de The poison Challice: Eucharistic Grape Juice and Common-Sense Realism in Victorian Methodism (University of Alabama Press). La investigación en el seminario de estudios wesleyanos de verano de Asbury Seminary contribuyó a este artículo.

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