Cuando se refiere a la sexualidad, existe un abismo cada vez mayor en la forma en que los cristianos piensan y la forma en que la gente secular piensa. Las perspectivas bíblicas y las culturales chocan, no sólo en quién y cuándo puede tener sexo, sino también en para qué es el sexo, lo que significa, lo que en esencia es. Claramente, eso crea desafíos para el trabajo de apologética y evangelismo. Pero también frustra los esfuerzos de discipulado y formación Cristiana.

Sencillamente a causa de vivir en el Occidente moderno, los seguidores de Jesús no pueden evitar absorber las suposiciones, prácticas e historias de una cultura centrada en la búsqueda de satisfacción de los deseos individuales. Como resultado, nuestros esfuerzos de pureza y restricción—promesas, anillos, pláticas anuales sobre el sexo, las campañas El Amor Verdadero Sabe Esperar—son como pelear contra tanques de guerra con rifles de postas. Necesitamos una visión del sexo más completa y convincente.

Eso argumenta Jonathan Grant, pastor anglicano en Nueva Zelanda, en su libro Divine Sex: A Compelling Vision for Christian Relationships in a Hypersexualized Age (Brazos) [Sexo divino: Una visión convincente para las relaciones Cristianas en una edad hipersexualizada]. Su punto principal es que las instrucciones, exhortaciones, y doctrinas son vitalmente importantes pero sólo llevan hasta cierto punto.

En su lugar, necesitamos reinterpretar totalmente nuestra narrativa popular de la liberación sexual, con todos sus implicados compromisos, deseos, y prácticas.

En la Parte I, Grant explica por qué el mundo moderno mira el sexo de la manera que lo hace: como expresión del yo personal, un hecho de libertad, una elección del consumidor, y una actividad fundamentalmente natural (en vez de una que transciende). Luego, en la Parte II, ofrece su respuesta: “una nueva dirección para la formación cristiana,” que requiere una nueva forma de pensar respecto al futuro, los deseos humanos, nuestra historia común, y prácticas cotidianas.

Cómo llegamos aquí

El libro Divine Sex está endeudado al idioma y método del filósofo Charles Taylor. Al igual que A Secular Age [Una edad secular]—el ejemplar narrativo de Taylor sobre el secularismo moderno—este libro está lleno de referencias a “liturgias seculares,” “prácticas sofocantes,” “encantamientos,” e “imaginarios sociales,” que reflejan el refrán de Taylor que los hábitos forman nuestra imaginación en una manera profunda. (James K. A. Smith, cuyo libro How (Not) to Be Secular [Cómo (no) ser tan secular] destila el trabajo de Taylor para el lector común, escribe el prólogo.)

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Grant está en su mejor forma cuando provee una genealogía de la sexualidad moderna, explicando cómo llegamos aquí y por qué importa. Es debido a varios cambios filosóficos, científicos, y culturales, escribe él, que el sexo ha sido “separado del contexto social que tradicionalmente le había otorgado su significado esencial. El sexo ha sido redefinido como una entidad separada, autónoma en sí misma, un producto básico independiente que puede ser reclasificado bajo cualquier categoría.”

Esto ha ocurrido en cinco etapas, argumenta él: la separación del sexo de la procreación (a través de la anticoncepción), luego del matrimonio (con el aumento de la cohabitación), luego de la unión (como el sexo se vuelve temporal y recreativo), después de otra persona (a través del gran aumento de la pornografía en línea), y finalmente de nuestros propios cuerpos (a través de cuestionar las categorías de “varón” y “hembra”). A causa de hacer el sexo tan fácil e individualista, lo hemos degradado y de este modo le hemos quitado su poder. Tratamos de simplificarlo, pero terminamos reduciéndolo.

Grant ha leído inmensamente, conectando pensamientos contemporáneos sobre el sexo donde quiera que lo pueda encontrar. El libro mezcla el conocimiento de antropólogos, filósofos, sociólogos, eruditos de la Biblia, especialistas en ética, y neurocientíficos. Nosotros aprendemos, por ejemplo, por qué las diferencias entre la etapa de la infatuación y la etapa del compromiso de una relación son tan definidas que se miran en los encefalogramas. Vemos la información alineada para mostrar que el contraer nupcias más tarde, después de frecuente cohabitación, en realidad conduce a menos matrimonios satisfechos. Vemos las raíces históricas del “egocentrismo” en las relaciones sexuales, ya que incluso algunos pastores llegan a suponer que los matrimonios son privados, no públicos. Aunque esta avalancha de ideas, disciplinas, y estructuras pudiera resultar agotador, el estímulo que provee—principalmente en confirmar cómo la visión de la sexualidad del cristiano es confirmada por la investigación en numerosos campos—más que lo recompensa.

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Al mismo tiempo, el libro Divine Sex está salpicado de viñetas poniendo una cara humana en las cosas más emocionantes. Algunas son historias de los ricos y famosos: el comentario de John Mayer que él a veces ve 300 mujeres desnudas antes de levantarse en la mañana, o la historia de Naomi Wolf acerca de un hombre joven que le pregunta, inexpresivo, “¿Misterio? No sé de qué estás hablando. El sexo no tiene ningún misterio.” Otros, sin embargo, vienen del campo pastoral. Grant escribe con una mezcla de preocupación y esperanza, trayendo humanidad y calor a un libro que pudo haberse sofocado con citas, estadísticas, y la jerga ocasional.

Realidades Difíciles

El libro Sexo Divino expertamente diagnostica el problema de nuestro “moderno imaginario sexual.” Pero ¿cómo podemos transformarlo en algo mejor? Aunque Grant ofrece conocimiento y recetas útiles, al final parecen un poco inadecuados. Sin duda, necesitamos escuchar el reino de Dios ser proclamado continuamente. Necesitamos que nuestros corazones se deleiten en Dios. Necesitamos discipulado de vida-a-vida a través de la iglesia. Necesitamos hábitos que formen nuestro carácter y visión, que a su vez son integrados a nuestra adoración semanal. Aún a pesar de proclamar dichos pasos como “una nueva dirección de formación cristiana,” Grant está esencialmente mencionando precisamente lo que las iglesias saludables han hecho por siglos.

Por supuesto, esto bien podría ser una virtud. Sin embargo la estructura y el lenguaje del libro guían al lector a esperar algo fresco, en vez de prácticas anticuadas presentadas en la terminología de Taylor. (Un buen ejemplo es el Capítulo 10, que insta a discipulado por mentores, pastores, y padres, pero lo hace en el lenguaje de “formación narrativa” y “comunidades documentadas.”) Además, los capítulos en la Parte II luchan por mostrar cómo estos componentes básicos de formación cristiana pueden ser desarrollados y mejorados en medio de las realidades de la vida moderna.

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No está claro si Grant piensa que algo nos falta, y si es así, qué es. Puede ser que él sencillamente está llamando a las iglesias para que hagan estas cosas más consistente e intencionalmente—“mantén la calma y continúa,” como diríamos nosotros los ingleses. Si lo está, estoy de acuerdo. Al presentar todo esto como nuevo, sin embargo, él crea expectativas que no pueden ser realizadas completamente.

A pesar de estas pequeñas objeciones, el libro Divine Sex es un buen libro. De hecho, su contribución más significativa para la solución es posiblemente la excelente manera de encuadrar el problema. Al proveer un informe serio, completo, y convincente de la opinión de nuestra sociedad con respecto al sexo, Grant provee los recursos que necesitamos para desafiarlo, examinarlo, y finalmente subvertirlo. Después de todo, si nuestra visión de la sexualidad da lugar a un desfile de horribilidades—una cultura hipersexualizada, insatisfacción sexual, el desenfrenado uso de pornografía, matrimonios infelices, y hombres jóvenes que niegan, con cara seria, que el sexo tiene algún misterio—entonces ¿por qué hemos de mantener dicha visión?

Andrew Wilson es columnista de CT, anciano en la Iglesia King de Eastbourne, Inglaterra, y es candidato al Doctorado en Filosofía en Estudios del Nuevo Testamento en King’s College, Londres.

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