Algo curioso pasó en lo que me despertaba hoy. Imagínese mi sorpresa cuando la primer lectura de la mañana (en el leccionario común revisado) era el Salmo 37:

No te irrites a causa de los impíos

ni envidies a los que cometen injusticias;

porque pronto se marchitan, como la hierba;

pronto se secan, como el verdor del pasto.

Confía en el Señor y haz el bien;

establécete en la tierra y manténte fiel.

Deléitate en el Señor,

y él te concederá los deseos de tu corazón.

(Salmo 37:1-4, NTV)

No necesita ni mencionarse que la orden de gran amplitud, mal planificada y cruel sobre los refugiados, para usar el lenguaje del Salmista, constituye una injusticia. (Quisiera reservar la palabra maldad para actos más atroces—por ejemplo, cuando los gobiernos matan a personas). Pero aun muchos conservadores están calificando este acto de Trump como “algo malo”. Estoy de acuerdo con Brenden O’Neill en el periodiquillo libertario spiked,

Es la forma más baja de la política del gesto: el rayón de una pluma que lleva la intención de demostrar la fortaleza Americana en todo su poder; y al mismo tiempo exhibe verdaderamente una sorprendente desconsideración del espíritu Americano de libertad y la tradición de proveer un hogar para los oprimidos del mundo.

Por supuesto, los cristianos tienen razones mucho más profundas que “el espíritu Americano de libertad” para sentirse consternados por la orden ejecutiva, pero el Salmo me hizo pensar no solo sobre lo injusto del acto sino la manera en que podemos responder. Me impresionó en especial la exhortación: “confía en el Señor y haz el bien”. Me hizo recordar una verdad muy simple: que los poderosos que hacen el mal no pueden detener a la iglesia de hacer el bien. En este caso, no hay nada que la administración presente pueda hacer para impedir que las iglesias sigan ministrando a los refugiados.

No cabe duda que será mucho más difícil hacerlo ahora—mucho más difícil. Requerirá más sacrificio de nuestra parte. Pero por el momento, no podemos contar con el gobierno para que traiga a los refugiados a nuestra puerto, así que parece que más de nosotros vamos a tener que viajar a donde están los refugiados en el mundo, dondequiera que estén amontonados. Ni tampoco podemos contar con que el gobierno nos ayude a financiar nuestros esfuerzos. Eso significa que vamos a tener que renunciar al nuevo juguetito electrónico o a la remodelación que queríamos hacer en la casa o lo que sea que tengamos que hacer para incrementar nuestro apoyo a los esfuerzos de World Relief, Samaritan’s Purse, World Vision, y otras organizaciones que ministran a nivel mundial.

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Para muchos de nosotros, la puerta para ministrar a los refugiados ha sido cerrada de golpe. Pero otras puertas permanecen bien abiertas, y nos dejan ver a personas desesperadas por que les sirvamos y que les llevemos las buenas nuevas: familias de refugiados en los apartamentos al otro lado de la calle; mujeres embarazadas con pocos recursos; los que no saben leer en las ciudades y los pueblos; los adictos a las drogas; los que están confundidos sobre su sexualidad; los que han sido abusados; los prisiones—¿necesito seguir la lista? No hay nada que el gobierno pueda hacer que nos pueda detener de ayudar a alguien en algún lugar, de alguna manera, en el nombre de Cristo. La exhortación del salmista de hacer el bien no es un deseo romántico idealista sino un realismo obstinado.

En otro versículo, el salmista agrega:

Refrena tu enojo, abandona la ira;

no te irrites, pues esto conduce al mal.

Porque los impíos serán exterminados,

pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra.

Dentro de poco los malvados dejarán de existir;

por más que los busques, no los encontrarás.

Pero los desposeídos heredarán la tierra

y disfrutarán de gran bienestar.

(Salmo 37:8-11, NTV)

El salmista, el Rey David, sabe de las encrucijadas, de los sube y baja, del gobierno. Sabe que el pueblo de Dios se va a encontrar en situaciones en las que tienen poco poder. También sabe sobre la tentación de pagar mal por mal al responder con enojo e ira. Existe el tiempo para el enojo apropiado, pero el enojo tiene la habilidad para ensuciar el alma con rapidez (quizás es por eso que Pablo dice que se le debe poner alto al enojo el mismo día—Efesios 4:26). Nos consolamos a nosotros mismos al insistir que nuestro enojo es justo, pero tengo que admitir que entre más tiempo paso alimentando mi enojo, ese pedacito de justicia en mi enojo se va ensuciando paulatinamente con un alto grado de fariseísmo. Eso no puede llevar a nada bueno.

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Como nos recuerda David, hay una esperanza a la que nos aferramos: El pueblo de Dios heredara la tierra, por cierto, toda la tierra—la justicia de Dios prevalecerá. Si había un buen momento para meditar sobre esta esperanza, hoy es ese momento.

Y esto nos da perspectiva al meternos a la lucha política sobre este asunto. Y tenemos que meternos. Vivimos en una democracia, después de todo, y eso significa que siempre hay la posibilidad de un cambio en la ley. Sin embargo, no debemos engañarnos imaginándonos que una revocación del orden ejecutivo actual significa que nuestro trabajo ha terminado. No hace mucho tiempo que personas como yo estábamos amargamente (y justamente, pienso yo) quejándonos sobre la mezquindad de la administración de Obama en cuanto a la ley de los refugiados. Como lo expresó Dan McLaughlin en el National Review:

Los Estados Unidos en general, y la administración de Obama en particular, nunca tuvo una política de fronteras abiertas para todos los refugiados de todo el mundo, así que una retorica alterada sobre como Trump ha roto la promesa de la Dama de la Libertad significa comparar a Trump con un gobierno ideal que nunca existió. Por cierto, la administración de Obama paró por completo el procesamiento de refugiados de Iraq por seis meses en 2011 por preocupaciones de infiltración terrorista.

No éramos exactamente la gran luz de las naciones en la administración anterior.

Tristemente, las naciones son fundamentalmente entidades egoístas, preocupadas principalmente por proteger y defender su poder y su soberanía. Ese es el punto principal del gran clásico de Reinhold Niebuhr, Hombre moral y sociedad inmoral. Aun con lo generoso que ha sido Estados Unidos con los inmigrantes y refugiados—y ha sido más generoso que la mayor parte de las otras naciones—ha sido y seguirá siendo ambiguo en cuanto a este compromiso. En tiempos de crisis, o de la percepción de crisis, hará las cosas más crueles con el fin de proteger y extender sus intereses personales, desde importar africanos hasta excluir chinos e internar a japoneses.

Esta última orden ejecutiva nos recuerda que no, no vivimos en una nación cristiana que está comprometida a una ética cristiana. Lo hemos visto con respecto a la vida de los que todavía no han nacido, la sexualidad humana, el maltrato de las minorías, y demás. No debe sorprendernos que nuestra nación alternadamente les da la bienvenida a los refugiados y luego les retira dicha bienvenida, dependiendo del humor en que se encuentre la nación. Sigamos poniendo presión para que la nación sea lo más generoso posible, pero también recordemos con quien estamos lidiando. O’Neill lo expresó muy bien al dirigirse a los liberales que, de acuerdo a muchos de los reportes, han reaccionado con histeria y temor. Pero sus palabras, pienso, pueden servir de precaución útil para la iglesia cuando se ve tentada a tener temor:

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Esto es lo espantoso de lo que ha ocurrido este fin de semana: Trump ha expuesto su rasgo autoritario, y los de la izquierda han expuesto su inhabilidad para oponerse a este tipo de autoritarismo en una manera real, positiva, y que nos conecte. Tenemos el teatro con Trump el hombre fuerte jugando su papel, y la histeria de una posición radical desde la política del miedo. Entre el teatro y la histeria, debe haber algo más: razón, quizás, y principios, y un verdadero caso moral— ausente de temor—a favor de la libertad.

Aquellos que han sido hechos libres en Cristo son, mejor que nadie, personas apasionadas por abogar un “caso moral a favor de la libertad”, no sólo para nosotros mismos, sino para todos aquellos que vienen huyendo de la tiranía opresiva. Y dada nuestra confianza en Dios y nuestro llamado seguro en Cristo, nosotros, mejor que nadie, podemos hacer nuestra labor con argumentos razonados en la plaza pública—y hacerlo libres de temor.

Mark Galli es editor en jefe de Christianity Today.

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