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Soy un predicador

Un tributo a un llamamiento insensato y glorioso
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Les ofrezco este escrito con la siguiente advertencia: No creo que todo lo que escribí es verdadero en su totalidad. Bueno, al menos la parte donde digo que no conozco ninguna otra identidad sino la de predicador. Soy primero, y lo que es más importante, un hijo amado de Dios, y esa identidad es definitivamente mucho más profunda que cualquier cosa relacionada con mi llamamiento. Pero no es eso lo que siempre siento.

Ofrezco esto en tributo a todos los hombres y las mujeres valientes que aguantan el peso de nuestro llamado. Espero que comunique algo de la ambigüedad, belleza, y tensión envueltas en decir "sí" cuando Dios te llama al púlpito.

Por medio de la locura de la predicación, Dios ha escogido demostrar el poder del evangelio. Desde Pedro el día del Pentecostés hasta Martin Luther King predicando en Memphis, Tennessee, la predicación sigue cambiando al mundo. Nunca se olvide de eso, y siga predicando por todos los medios posibles. Predique con valor, predique con vulnerabilidad. Predique mensajes sangrientos y de alto riesgo; predique porque vale la pena.

—Jonathan

Soy un predicador.

Digo esto como una confesión, con la esperanza de que usted me ofrezca el sacramento de la reconciliación. Porque puedo pretender ser muchas otras cosas, pero la honestidad demanda que diga la verdad sobre esto si vamos a ser amigos. Además, la única otra persona de quien usted debe sospechar más que de un predicador, es de un predicador que pretende ser algo más que un predicador.

Como predicadores jugamos diferentes papeles y usamos diferentes "disfraces." Soñamos. Y nuestros sueños no llegan con la extravagancia de la imaginación de un niño, sino con la locura peculiar de hombres y mujeres adultos jugando con muñecas de papel. Jugamos a ser jefes ejecutivos, o estrellas roqueros, o entrenadores de la vida, o líderes y lideresas intelectuales y civiles, o políticos. Predicadores con vestimenta rara, predicadores en un circo de fenómenos, pase por aquí y mire a la mujer con barba. Puede que sea chistoso al principio, como las tarjetas de cumpleaños o los calendarios con animales vestidos como personas. Excepto que después de mirar fijamente por un buen tiempo, uno se pregunta … de veras visten a su perro como un profesor todos los días. Pretendemos algunos días, ansiosos de que nos vean como algo distinto a un predicador.

Se entiende el por qué pretendemos ser algo distinto de lo que somos, porque (diciéndolo con mucha diplomacia), los predicadores tienen limitaciones. Se nos compara a poetas, pero generalmente nos falta la precisión con el idioma del poeta, usando torpemente palabras con fuerza bruta con más frecuencia que no. Algunas veces nos llaman profetas, pero generalmente no somos tan valientes como ellos, especialmente ya que nuestro sostén depende de aquellos a quienes les estamos profetizando. No somos exactamente artistas, porque nos falta la originalidad de esa profesión. La labor del predicador no es pintar cosas nuevas sino repetir cosas antiguas. Si fuésemos artistas ninguno de nosotros sería Rembrandt; estaríamos dibujando caricaturas en el mercado por $10 por retrato.

Nosotros barajeamos una baraja de palabras que se nos ha dado, con la esperanza de que vamos a jugar la carta correcta en el momento correcto. No somos realmente útiles para la sociedad, definitivamente no en la manera en que los ingenieros, los doctores y los maestros son útiles para la sociedad.

Soy un predicador. Eso quiere decir que no fui yo quien decidió hacer lo que hago. Amo a Dios, y en este momento puedo decir eso sin titubear, pero no predico porque amo a Dios más que toda la demás gente. Y definitivamente no predico porque puedo presumir una santidad extraordinaria. Los predicadores son personas quienes han sido reclamados por un llamado de santidad, han sido herrados. La gente habla de un llamamiento, una voz interior, un susurro callado, una paz especial—"un llamamiento" que cae sobre ti como el rocío de la mañana. Lo que frecuentemente no se dice es que ese llamamiento te atrapa como un pulpo—eres el Capitán Nemo en manos de una criatura marina 20,000 leguas bajo el mar. (Cierto que no todos los predicadores experimentan su llamamiento de esta manera, donde al mismo tiempo que te encuentras esposado por algo también te encuentras liberado de algo más. Sólo los predicadores interesantes.)

Soy otras cosas, aparte de ser un predicador. Aunque no creo que ninguno de nosotros podemos ver hasta lo profundo de nosotros mismos, lo mejor que puedo ver, soy un predicador hasta lo más profundo de mi ser. Quisiera decir que yo sé que soy un hijo amado de Dios primero, y predicar a los demás que ser conocido como el amado de Dios debe ser lo primero y lo más verdadero de nuestra identidad, el fundamento sobre el cual se debe edificar todo lo demás que somos. Pero tengo que marcar esta como otra área donde lo que vivo no llega al nivel de lo que predico, porque la realidad de que soy un predicador parece ser tan parte de la medula de lo que soy como cualquier otra cosa. Está el amor de Dios y está el ser amado por Dios, y trato de vivir desde allí. Pero, ¿es posible ser un predicador, consciente de que todo ese hablar del amor y de la gracia es tan potente como dice ser, y no ser un producto de terror también? ¿No sólo cautivado por el amor de Dios, sino también espantado—con la boca abierta—mirando con horror una zarza ardiente por allí? ¿En lo profundo de su ser, indudablemente más temeroso de no hablar por Dios que de hablar por Dios?

Todo mundo habla de los límites que debes poner en el ministerio, y que dejes un margen para poder hacer lo que se necesita hacer, y que tengas un sentido de identidad que va más allá de lo que haces para Dios en el ministerio, y todo eso está muy bien y muy bien dicho. Pero para el predicador, al menos para mí, siempre tengo esta sospecha latente que algo de eso es simplemente palabrería de psicólogo de seminario. De esta cosa estoy seguro: Yo experimento muchas cosas en mi vida—amigos y pasatiempos e intereses y canciones y cuentos que van mucho más allá del acto de la predicación. Pero Dios sabe que las experimento todas como las experimentaría un predicador. Me río como predicador, lloro como predicador, mi corazón se conmueve como predicador. Todo esto lo hago como lo haría un predicador, no porque eso es lo que aspiro ser, sino porque eso es lo que verdaderamente soy.

Soy un predicador, un predicador quien detesta el sonido de su propia voz—excepto en aquellos días en que estoy enamorado de mi voz, y ninguna de las dos cosas es particularmente buena. Vivo bajo el peso de las palabras. Llevo palabras en las bolsas, palabras en mi mochila, palabras en mi corazón. Palabras, siempre las palabras. Palabras como patéticas armas en un mundo donde hay pistolas de venta en Wal-Mart, palabras como medicina en un mundo cuando parece ser que todo lo que necesitamos es una receta médica para lo que sea que nos duela. Cargando con mis palabras a lugares donde son imprácticas y a lugares done las palabras son ineptas. Distribuyendo palabras que causan que algunos me miren con ese temor supersticioso con que se mira a un chamán, a un hechicero, o al curandero del pueblo que tiene todas las respuestas—palabras que hacen que la gente te vea como el idiota del pueblo, un hombre fuera de su época, un hombre que no marcha al compás del resto del mundo.

Y yo sé que las palabras no siempre pueden ser la respuesta … pero que algunas veces pueden serlo; y que palabras pueden crear galaxias y que palabras pueden incinerar ciudades. Toda esta maldición y esperanza a mi disposición, todo este poder absurdo—viviendo bajo el peso de las palabras. Como quisiera poder vivir a la altura de la grandeza de las palabras, poder tener un alma lo suficiente grande y una vida lo suficiente noble para ser digno de dichas palabras. Pero para ahora, ¿se ha dado cuenta usted que soy un predicador? No hay nada más grande que las palabras, son las estrellas que alumbran la noche. ¿No es Cristo mismo llamado el Verbo de Dios? Solo Cristo puede soportar el peso de tantas palabras, sólo él puede exceder las expectativas que las palabras crean y sobrepasar la realidad de lo que las palabras significan.

No he podido vivir a la altura de las palabras, crear las palabras, hacer mías las palabras. Las contemplo, farfullo con ellas. Las consumo, me ahogo con ellas, las vomito. Soy un predicador.

Las palabras son todo lo que tengo, las palabras van a tener que ser suficiente.

Jonathan Martin es el pastor principal de la iglesia Renovatus: A Church for People Under Renovation en Charlotte, NC. El es el autor de Prototype (Tyndale House, 2013).

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