Este es el quinto de una serie de ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

No soy teóloga del Antiguo Testamento, pero he amado el Antiguo Testamento durante mucho tiempo.

Yo solía pasar tiempo a solas con Dios diariamente, aún antes de que esta práctica se convirtiera en «requisito» para la vida cristiana. Durante esos momentos, me sentía natural e inexplicablemente atraída hacia el Antiguo Testamento. Tomaba mi Biblia y un cuaderno —y a veces una guía de estudio bíblico o un libro de poesía— y me perdía en ellos.

Los Salmos eran particularmente maravillosos para mí. Estaban llenos del mismo alboroto de emociones que estaba experimentando como adolescente: ira, tristeza, soledad, preguntas, anhelo, pasión, adoración y asombro. Cuando estaba inmersa en los Salmos, me sentía comprendida y reconfortada. Era como si alguien realmente me entendiera. Cuando leía las confesiones de David por su pecado, o sus cándidas imprecaciones contra sus enemigos, sabía que no había nada que no pudiera mencionar en la presencia de Dios. Nada estaba fuera de límite. Para una joven apasionada y melancólica, hija de un pastor y rodeada de un ambiente religioso conservador, ¡esto no era poca cosa! Los Salmos me ofrecieron un lugar dónde habitar y respirar. Amaba a Dios por lo que experimentaba con Él ahí.

Ahora me doy cuenta de que estaba aprendiendo a orar, orando junto a los grandes oradores del Antiguo Testamento, aún más que de las enseñanzas del Nuevo Testamento (sin restar nada a su gran valor). Para mí, no era «Antiguo» en absoluto; era fresco y nuevo. Los escritores de los Salmos me dieron palabras cuando no las tenía, ayudándome a iniciar mis propias oraciones. Esta fue mi primera experiencia de lo que realmente significa ser moldeado espiritualmente por el Antiguo Testamento.

¿Qué es la espiritualidad cristiana?

¿Qué queremos decir cuando hablamos de ser «moldeados espiritualmente»? El término espiritualidad es un término bastante ubicuo y ambiguo en la cultura actual. Si prestamos atención, notaremos que hoy en día se utiliza para todo, desde la meditación hasta el alpinismo; desde el «flujo» que un jugador siente en la cancha de básquetbol hasta el estado inconsciente del artista atrapado en su arte; ir a un retiro silencioso o adorar en una catedral; practicar yoga o simplemente prestar atención a nuestra propia respiración. El lenguaje de la espiritualidad parece ser una cosa mal definida y amorfa, que significa una especie de sentimentalismo extraterrenal con inclinación hacia lo místico, y que a menudo tiene poco que ver con alguna deidad o afiliación religiosa.

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Reclamemos este término y vamos a darle buen uso, ¿de acuerdo? En términos simples, la espiritualidad es el conjunto de formas en que los seres humanos buscan a Dios, la Verdad, la trascendencia personal y el significado final de la vida. Todos los seres humanos tienen cuerpo, alma y espíritu, y el espíritu es lo que nos da vida. Ahora bien, al hablar de espiritualidad cristiana, surge una perspectiva aún más clara. Bradley Holt, en su libro Thirsty for God [Sediento de Dios] aclara que en la tradición cristiana, el término «se refiere en primer lugar a la experiencia vivida». «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu», escribe Pablo en Gálatas 5:25 (LBLA). «El punto de partida es el Espíritu de Cristo viviendo en la persona», dice Holt.

Desde una perspectiva cristiana, las palabras espiritual y espiritualidad significan ser «del Espíritu Santo», la tercera Persona de la Trinidad, enviada por Dios a petición de Jesús para ser nuestro defensor y consejero, y para guiarnos hacia la Verdad en la medida en que seamos capaces de soportarla. Como sostiene [enlaces en inglés] Philip Sheldrake en A Brief History of Spirituality [Una breve historia de la espiritualidad], en las cartas de Pablo, una «persona espiritual» (1 Corintios 2:14–15) es simplemente alguien en quien mora el Espíritu de Dios y que vive bajo la influencia de ese Espíritu.

Al definir la espiritualidad de esta manera llegamos al significado de la palabra raíz espíritu, un concepto bíblico que se refiere tanto al espíritu humano como al Espíritu divino. El Espíritu divino se refiere al Espíritu de Dios, quien actuaba en los asuntos humanos en el Antiguo Testamento, y que es el Espíritu Santo que mora dentro de nosotros ahora. Por lo tanto, la distinción de la espiritualidad cristiana es que es iniciada, animada y guiada por el Espíritu Santo. Esta característica la impregna con un cierto centro de gravedad que no se encuentra en otros usos más generales e imprecisos del término.

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Orar con el Antiguo Testamento

Por definición, entonces, todos tenemos una espiritualidad, una manera de responder (o no) al Espíritu que nos ha sido dado. Si bien el punto de partida es el Espíritu de Cristo que vive dentro de cada cristiano, cada uno de nosotros tiene un estilo particular de ser un discípulo de Cristo, o, como lo dice Dallas Willard, una manera particular de estar «con Él, para aprender de Él, cómo ser como Él».

Diferentes tradiciones, denominaciones y órdenes religiosas encarnan y codifican muchas de estas distinciones de estilo. «Por ejemplo, los jesuitas, los luteranos y las [cristianas] feministas tienen una combinación particular de temas y prácticas que los hacen distintos», afirma Holt. «Es de vital importancia para la espiritualidad cristiana de hoy que tomemos una visión amplia de las tradiciones de la familia global de cristianos, y no simplemente poner en un pedestal la pequeña línea de tradición que nos resulta familiar desde nuestro hogar, congregación o grupo étnico. Observar y analizar las diferentes vertientes del cristianismo abrirá nuestros ojos a amplios recursos de espiritualidad y servirá de guía para que tomemos nuestras propias decisiones».

Si podemos aprender de lo mejor de un conjunto diverso de recursos secundarios, seguramente podremos redescubrir cómo el Antiguo Testamento —la mayor parte de la Escritura— podría dar forma a la espiritualidad cristiana hoy en día.

Considere, por ejemplo, que la oración es una expresión primaria de nuestra espiritualidad. El Diccionario Westminster sobre espiritualidad cristiana afirma con valentía que «la oración es más que súplicas o peticiones: es toda nuestra relación con Dios». Mi propia definición es que la oración es todas las formas en que nos comunicamos y comulgamos con Dios. Aprendemos a orar orando. Mirando hacia atrás en mis primeras experiencias con los Salmos, me doy cuenta de que eso es exactamente lo que estaba sucediendo. Estaba siendo formada espiritualmente al orar con el libro de oración judío —el mismo que Jesús y sus discípulos usaban como judíos practicantes—. ¡Qué pensamiento tan increíble!

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Para la comprensión integral de los distintos géneros de oración, los Salmos son incomparables. Allí encontramos oraciones personales y oraciones comunitarias; oraciones de lamento y oraciones de acción de gracias; oraciones penitenciales que expresan profunda humildad y oraciones imprecatorias que invocan con valentía la ira y el juicio de Dios sobre los pecadores; oraciones espontáneas y liturgias del templo; doxologías que expresan gran certidumbre y oraciones íntimas que expresan dudas y preguntas profundas. No es de extrañar que históricamente, la práctica judeocristiana incluya leer y orar con los Salmos todos los días. Si esa fuera la única contribución del Antiguo Testamento a nuestra espiritualidad, sería suficiente; pero, por supuesto, hay mucho más.

Una invitación a la soledad y al silencio

Esos primeros encuentros con Dios en los Salmos fueron, tal vez, mi primera experiencia en la que mi espiritualidad —y no solamente mi teología— fue moldeada por el Antiguo Testamento. Pero eso no fue todo. Cuando tenía poco más de 30 años, llegó un día en que las palabras simplemente ya no funcionaban para mí y los libros de teología sistemática ya no me ayudaban a satisfacer el anhelo de conocer realmente a Dios. Además, estaba buscando un cambio real en mi vida, y las categorías del Nuevo Testamento simplemente no resonaban como solían hacerlo; de hecho, el activismo desenfrenado que caracterizó mi educación evangélica me había dejado desgastada y completamente agotada. Así que simplemente me retiré. Ni siquiera estaba segura de querer seguir siendo cristiana.

Lo único que sí sabía era que quería a Dios más de lo que quería ser cristiana (si es que eso tiene algún sentido), y es entonces cuando mi historia se cruzó con la de Elías en 1 Reyes 19. Ahí encontré a una persona con la que podía relacionarme, un líder espiritual que había llegado al final de sí mismo y de su capacidad para sostener lo que la vida de liderazgo requería. Después de un gran éxito (1 Reyes 18), encontramos a Elías huyendo, tratando de salvar su vida, habiendo dejado todo y a todos atrás, desplomado bajo un solitario árbol de enebro, pidiendo a Dios que le quitara la vida. Este es el tipo más profundo de soledad, de interioridad; y esa soledad comenzó a hacer su buen trabajo, a pesar de que Elías no sabía mucho al respecto.

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Cuando me encontré con Elías, yo me encontraba en una situación similar internamente, aunque los detalles eran diferentes. En ese tiempo, nadie en el mundo evangélico hablaba de soledad y silencio. Así que cuando un líder espiritual comenzó a guiarme hacia estas prácticas, necesitaba desesperadamente un lugar en las Escrituras para aterrizar. Necesitaba saber que lo que estaba haciendo estaba dentro de los límites del cristianismo ortodoxo, y el Antiguo Testamento me mostró dónde encontrarlo.

La historia de Elías me dio el valor de soltar, y llevar mi propio viaje a la soledad y al silencio. Comencé a cultivar la soledad como un lugar de descanso en Dios, tal como Elías lo había experimentado. Con el tiempo, se convirtió en un lugar de encuentro con Dios, donde podía escuchar a Dios haciéndome preguntas; un lugar de paz donde el caos interior comenzó a asentarse y, finalmente, un lugar de atención donde pude recibir la guía y la sabiduría de Dios para mis próximos pasos. Nada de esto habría pasado sin la historia de Elías. A pesar de que estaba plenamente consciente del tiempo que Jesús pasó en el desierto y su significado, algo acerca de la humanidad cruda de la experiencia de Elías me atrajo de una manera refrescante.

Con el tiempo, regresé a mi vida en compañía de otros y, conforme a la voluntad de Dios, fui atraída nuevamente al ministerio activo. A medida que las demandas y los desafíos del liderazgo se intensificaron, clamé a Dios para que me mostrara a otra persona de las Escrituras que pudiera caminar conmigo, alguien que pudiera ayudarme a dar sentido a lo que les sucede a los líderes. Necesitaba entender por qué tiene que ser tan difícil, y aprender a ser sostenida durante el largo recorrido. Y Dios, que es fiel, me mostró a Moisés. En la historia de Moisés encontré una perspectiva detallada y profundamente espiritual sobre el liderazgo, superada solamente por Jesús mismo. De alguna manera, la historia de Moisés parecía incluir más de los elementos humanos involucrados en la lucha por permanecer fiel, y resonó profundamente conmigo en todos los sentidos.

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Me preguntaba, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo se sostuvo a largo del ministerio en medio de tales dificultades e implacables desafíos? Me di cuenta de que Moisés no parecía tener ninguna gran estrategia para el liderazgo. En cambio, observé un ritmo sagrado al que comencé a sentirme atraída. Era el ritmo sagrado de encontrar a Dios en la soledad y luego salir de ese encuentro y hacer exactamente lo que Dios instruyó. Para Moisés, el liderazgo era así de sencillo, y pensé: ese es un enfoque de liderazgo que realmente puedo imitar.

Hay mucho más que podría decir acerca de la compañía que Moisés me brindó a lo largo de toda mi vida como líder. Pero baste con decir que Dios ha utilizado la narrativa de la vida de Moisés en el Antiguo Testamento para mostrarme su experiencia de liderazgo desde dentro; para mostrarme lo que realmente se requiere para ser fortalecido en el alma de una manera continua.

Mostrar sin decir

En mi experiencia, las narraciones del Antiguo Testamento externan lo que es profundamente interno, extremadamente personal, e incluso misterioso acerca de la vida espiritual. Muestran, sin decirlo, lo que es encontrar al Dios viviente en medio de nuestra vida ordinaria y lo que sucede cuando respondemos. Ilustran lo que es cultivar una relación real con Dios que puede incluso implicar discutir con Dios hasta que Dios se enoje contigo.

La alabanza de David, y su intensa lucha con Dios (capturada en canciones, poemas y oraciones escritas) muestran, sin decirlo, lo que es realmente ser honesto con Dios, e indican que Dios lo acepta. El encuentro de Elías con Dios ilumina los poderosos resultados de la soledad que simplemente no podemos alcanzar de ninguna otra manera.

El recuento que encontramos en el Antiguo Testamento acerca del papel de Débora como profeta y juez en Israel, en un momento crucial de la historia de la nación, me mostró que Dios puede usar a cualquiera para hacer aquello que es necesario (Jueces 4). Como una mujer joven llamada al ministerio, yo necesitaba desesperadamente ver esto. También necesitaba recordar que habría hombres como Barac, que tendrían el valor de asociarse con mujeres líderes y que estarían dispuestos a compartir plenamente los riesgos y las recompensas de caminar juntos en territorios peligrosos, y compartir los encuentros con Dios.

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Otro ejemplo es la ayuda que le brindó Elí a Samuel cuando este apenas estaba aprendiendo a escuchar y responder a Dios (1 Samuel 4). Esto demuestra el valor inestimable de la dirección espiritual en la vida de un líder espiritual en formación. Fue para mí como una fotografía instantánea que encontré en la Biblia, y que resultó crucial para mi propio llamamiento. Cuando Elí se dio cuenta de que la voz en la noche podría ser la voz de Dios llamando al pequeño, y la forma en que lo instruyó a responder si eso volvía a suceder, me parece que es una de las cosas más valiosas que un ser humano puede hacer por otro. Y no tienes que ser perfecto para hacerlo. Más tarde, cuando me di cuenta de que esto es exactamente lo que hacen los verdaderos líderes espirituales, me llené de un profundo deseo de sentarme con la gente y guiarlos de la misma manera.

Todas estas historias nos muestran experiencias profundamente personales con Dios, vistas desde dentro, de tal forma que podemos ver lo que de otra manera estaría oculto a nuestros ojos. Es como si iluminaran estas historias por dentro, invitándonos a ser abiertos, receptivos, y tal vez incluso a estar a la expectativa de que esas mismas cosas nos sucedan. Entonces, cuando pasemos por tales experiencias, sin conocimiento ni premonición alguna, las narraciones del Antiguo Testamento nos ayudarán a encontrar valor para dar un paso hacia el frente y decir: «Esto debe ser de lo que se trata. ¡Estoy dispuesto!».

Ruth Haley Barton es presidenta fundadora del Transforming Center, experimentada líder espiritual y autora de Strengthening the Soul of Your Leadership: Seeking God in the Crucible of Ministry (IVP Books).

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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