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Domingo: Acostado en un pesebre

Lectura de hoy: Lucas 2:8-20

Había llegado la hora. Durante miles y miles de años, el pueblo de Dios había estado esperando la llegada del más grande de los hijos de David: el Mesías y Rey de Israel, el Príncipe de Paz prometido. Los sueños de sus profetas, sueños forjados por Dios, finalmente se hicieron realidad cuando los coros de ángeles anunciaron: ¡El Rey ha llegado! Ha nacido en este día.

Nos resulta maravilloso que un ángel del Señor anunciara la llegada del Mesías. Miramos boquiabiertos a todo un ejército de ángeles estallando en extraordinaria alabanza. Podríamos esperar que esta proclamación resonara en los salones reales o en el templo; en cualquier lugar excepto en un oscuro campo cerca de Belén, teniendo a humildes pastores como audiencia.

El hedor animal de sus ropas, su innoble posición social y la suciedad alojada debajo de sus uñas no descalificaron a estos pastores para recibir la palabra del Señor. Después de todo, esta buena noticia de gran gozo era para «todo el pueblo» (Lucas 2:10, NVI) y, como leemos más adelante, especialmente para «los pobres» (4:18).

¿Y qué les dijo el ángel que sería la señal de estas extraordinarias buenas nuevas? Busquen la pobreza del Mesías: encontrarán al niño acostado en un pesebre, un comedero para el ganado. Olerá como ustedes, benditos pastores. Lo encontrarán en circunstancias humildes, como si se tratara de un marginado. De hecho, «dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece» (6:20).

Y bienaventurados somos también nosotros cuando, como los pastores, recibimos estas buenas nuevas y nos apresuramos a encontrarnos con Jesús. ¿No es así como comenzamos nuestro andar con Cristo? No habíamos entendido todo lo que Él es, ni todo lo que Él había hecho, ni cómo esta historia estaba destinada a transformarnos radicalmente. Simplemente sabíamos que necesitábamos verlo y conocerlo. Y cuando por fin lo vimos, ¿cómo podíamos evitar proclamar las buenas nuevas y «glorificar y alabar a Dios por todo lo que habíamos visto y oído» (2:20)?

¿No es la vida de la fe similar a esta cadencia: escuchar el evangelio, apresurarse al encuentro con Jesús, y luego proclamar el evangelio y alabar a Dios? ¿No es así como se ve la vida de fe? ¿No es esta la receta de adoración que alimenta nuestra perseverancia? ¿No es este el suelo donde florece la esperanza?

El reino de Dios está lleno de historias como estas: los humildes pastores se convierten en preciados heraldos de la salvación; los recaudadores de impuestos y las prostitutas se convierten en amigos de Dios; el necio y el débil avergüenzan al sabio y al fuerte. Incluso nuestra Esperanza misma, «el Mesías, el Señor» (2:11, NTV), fue una vez puesto en un pesebre.

—Quina Aragón

Lunes: Alegría de nuestros deseos

Lectura de hoy: Lucas 2:22–38

En el crepúsculo de las vidas de Ana y Simeón, cuando otros podrían haber pensado que el barco de sus sueños y esperanzas había zarpado hace mucho tiempo, Dios hizo su aparición más espectacular. Fue entonces, cuando desde un punto de vista humano toda esperanza parecía perdida, que María y José colocaron suavemente en sus brazos al recién nacido Jesús. Jesús, el Mesías: sus esperanzas y sueños encarnados. Dios es así. Una y otra vez, Dios aparece en la historia y en nuestras vidas en el momento más impredecible e inesperado.

Tal vez, como Simeón, hemos servido y adorado a Dios con alegría durante toda nuestra vida. Y quizás también hemos escuchando a Dios diciendo que lo que estamos experimentando en el presente no es el final: que hay algo más.

Podría ser que, como la profetisa Ana, hayamos pasado toda nuestra vida siguiendo al Señor de cerca, caminando con su pueblo. Tal vez hemos estado haciendo la voluntad de Dios, siendo sacrificiales y amando a las personas, y hemos encontrado también dolor y sufrimiento en el camino. Quizás cada mañana nos despertamos con grandes expectativas, solo para terminar el día decepcionados. Quizás pasen los días sin que nada cambie. La vida misma puede parecer una decepción. Podemos incluso cuestionarnos si realmente escuchamos la voz de Dios.

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Para Ana y Simeón, un día normal que empezó como cualquier otro, fue el día en que de repente todo cambió. María y José fueron al templo a ofrecer, en cumplimiento de la ley mosaica, a su hijo primogénito, Jesús, Dios mismo. En ese kairos [término griego para «momento adecuado u oportuno»], el Espíritu Santo guió a Simeón, y luego a Ana, en dirección de la sagrada familia. Aunque ambos estaban al borde de la muerte —su piel flácida mostraba manchas de la edad, sus cuerpos estaban encorvados y sus movimientos eran más lentos y más mesurados—, Dios apareció con el rostro fresco, lleno de vida, con ojos brillantes y piel sublimemente suave: como un bebé recién nacido. Un hecho impredecible e inesperado.

Los testimonios de Ana y Simeón nos recuerdan que Dios sigue apareciendo en nuestras vidas, a menudo de forma inesperada. Él irrumpe, trayendo una alegría inimaginable a nuestros días ordinarios.

Y no solo en esta vida, sino también en la venidera, en la cual nuestras esperanzas y sueños finalmente se harán realidad en Dios mismo.

Así que, con Ana y Simeón, exclamemos el sentimiento del gran himno, «¡Jesús, alegría de nuestros deseos!» Nuestra esperanza y nuestros sueños se ponen de manifiesto en Cristo, desde ahora y para siempre.

—Marlena Graves

Martes: Una alegría perturbadora

Lectura de hoy: Mateo 2:1–12

La gran historia de redención de Dios está llena de ironía. Incluso cuando Mateo enfatiza que Jesús es el Mesías prometido en virtud de su lugar de nacimiento, el cual cumple con las profecías de las Escrituras, también presenta a su audiencia judía a un misterioso grupo de extranjeros: los sabios de oriente [«magos» en algunas traducciones]. ¡Mire al niño Jesús tan pronto haciendo que las naciones «se apresuren hacia Él»! (Isaías 11:10; 60:1–6).

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Esta caravana migrante de gentiles entra en la Ciudad Santa, el centro de la vida religiosa judía y la residencia de Herodes (el auto-nombrado «rey de los judíos»), con la intención de encontrar y adorar al verdadero«Rey de los judíos» (Mateo 2:2). La ironía aquí casi provoca risa, hasta que notamos la aparente indiferencia de los principales sacerdotes y escribas ante el nacimiento de Cristo, y la falsa adoración de Herodes, que resulta en la matanza de niños inocentes.

Más que entretenimiento, esta ironía debe producir convicción. Los deseos de los sabios contrastan marcadamente con los de Herodes. Aunque ambos conocían las Escrituras y ambos deseaban conocer el paradero de Cristo, Herodes recurrió a planes secretos para tratar de eliminar esta «amenaza», mientras que los sabios simplemente siguieron la estrella hasta encontrar la Fuente de gozo supremo.

También observamos un evidente contraste entre la respuesta de adoración de los sabios y la aparente inacción de los principales sacerdotes y escribas. Claramente, la proximidad a la verdad no es suficiente. ¿Fue vergonzoso para estos «especialistas en el Mesías» no reconocer su advenimiento antes que estos paganos? ¿Por qué sus vastos conocimientos teológicos no despertaron en ellos una disposición como la que vemos en los sabios? ¿Fue su capacidad de respuesta espiritual embotada por el hambre de poder y la sed de privilegios al aliarse con un rey tiránico?

«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados», nos dice la Palabra (Mateo 5:6). Esta es la realidad que vemos encarnada en estos sabios gentiles. Su gozo se desbordó y se transformó en adoración cuando vieron ese brillante signo de esperanza reposar sobre el hogar de la Esperanza misma (ver Números 24:17). Viajaron desde muy lejos para doblar gozosos sus rodillas ante el «Rey de los judíos», quien resultó ser también el «Rey de las naciones» (Apocalipsis 15:2-4).

El amor de Dios es un escándalo: demasiado completo para contenerlo, demasiado impactante para predecirlo. Hace de los paganos, adoradores de Cristo y, de los extranjeros, héroes de la fe. ¿Estamos dispuestos a aprender de estos líderes inverosímiles y de su adoración generosa y humilde? Si lo estamos, quizás también nosotros encarnemos una hermosa ironía: una alegría perturbadora, una brillante esperanza que atraviese la oscuridad de nuestro tiempo.

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—Quina Aragón

Miércoles: Guerra de Navidad

Lectura de hoy: Mateo 2:1-18; 1 Juan 3:8

En la historia del nacimiento de Jesús, hasta este momento todo ha sido canto y gozo. Hemos visto coros angelicales, pastores presurosos y hombres sabios buscando adorarlo. Pero aquí, en Mateo 2:16-18, tenemos el recordatorio brutal y contundente de por qué Jesús vino al mundo en primer lugar. «Cuando Herodes se dio cuenta de que los sabios se habían burlado de él, se enfureció y mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y en sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que había averiguado de los sabios» (v. 16).

En este pasaje, nos enfrentamos a una realidad cruda e inquietante: hay maldad y perversión en este mundo. El terror del pecado existe y gobierna en los corazones de hombres y mujeres. Abandonados a nuestros propios recursos y bajo la influencia del maligno, los humanos podemos ceder ante el engaño, e incluso, ante mentiras asesinas. Lo vemos claramente en las acciones de Herodes, situadas en la cúspide de la maldad. Aquí mismo, en la historia de Navidad, mientras todavía escuchamos el canto de los ángeles, Satanás y sus secuaces asesinan a un sinnúmero de bebés.

La frustración de Herodes da paso a la furia y desata esta rabia impía. Solo podemos imaginar el horror que se apoderó de Belén cuando Herodes envió a sus escuadrones de la muerte a matar a los bebés varones. Este es el acto brutal y monstruoso de un gobernante sádico bajo la influencia de Satanás. Esta atrocidad en la historia de Navidad es un recordatorio severo y sobrio para nosotros, en medio de nuestro canto, de que la razón por la que Jesús vino es para luchar. Hay una guerra y Jesús vino a vencer nuestro pecado.

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La Navidad no se trata de cintas y etiquetas. No se trata de paquetes, cajas o bolsas. Se trata de una guerra espiritual. Primera de Juan 3:8 nos dice que se trata de que: «El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo».

Que podamos celebrar la paz y la belleza de la Navidad. Que podamos celebrar mientras cantamos, «¡Al mundo paz! El Señor ha venido». Pero recordemos también este oscuro acontecimiento de la historia de Navidad, porque la matanza de los bebés de Belén nos recuerda el porqué del nacimiento de Jesús. Cristo vino al mundo para vencer nuestro pecado y para destruir las obras del maligno.

—Anthony Carter

Este artículo es una adaptación de un sermón que Anthony Carter predicó el 24 de diciembre de 2017. Usado con permiso.

Jueves: Adviento de nuevo

Lectura de hoy: Juan 1:1–18

El Verbo, la fuente de la Creación y la luz verdadera, entró en la humanidad como un bebé indefenso nacido en circunstancias humildes. Desde una perspectiva humana, el nacimiento de Jesús es bastante impactante. ¿Por qué Dios hecho hombre no apareció por primera vez como un joven fornido flexionando sus músculos divinos y realizando hazañas espectaculares para que todos las vieran? ¡Los ángeles podrían haber anunciado su venida a través del mundo entero! Pero no lo hicieron. Un coro de ángeles iluminó el cielo nocturno solo para unos cuantos pastores aislados.

Compare el advenimiento de Jesús con la llegada de los generales romanos del siglo I, quienes regresaban a la ciudad con pompa y fanfarria después de una victoria militar. Querían ser vistos e impresionar mientras demostraban poder y exigían homenaje. Jesús vino en silencio y discretamente, sin exigir nada.

La forma en la que llegó Jesús, su vida entre campesinos judíos y su final ejecución como un criminal ciertamente parecen un plan contradictorio para persuadir al mundo de que él es el Mesías. Sin embargo, Juan afirma: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (1:14).

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La gloria de la que Juan testifica no concuerda con nuestras concepciones humanas de gloria y poder. Si bien los discípulos fueron testigos de muchos ejemplos milagrosos del poder de Cristo, en el evangelio de Juan la mayor demostración de la gloria de Jesús es la Cruz. Jesús mismo aclara esto: «“Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado… Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo”. Con esto daba Jesús a entender de qué manera iba a morir» (12:23, 32-33).

La impactante humildad del pesebre apunta hacia la humillación de la Cruz. Esta es nuestra esperanza extraña y de otro mundo: el Verbo, que nació como un niño indefenso, es el Salvador que vino a morir como un criminal, por nosotros. Cuando lo recibimos, dice Juan, recibimos Su Luz y Su Vida.

A veces me encuentro entre los seguidores de Jesús que todavía luchan con preguntas (véase: Mateo 28:17; Marcos 9:24; Juan 20:24-29). Cuando lo hago, vuelvo a Juan 1:14. Los discípulos habían visto a Jesús y habían estado con Él. Habían comido con Él, viajado con Él, pescado con Él, reído con Él y se habían lamentado con Él: con Dios, cara a cara. Con su vida, muerte y resurrección, Jesús los transformó tan profundamente que estuvieron dispuestos a abandonar todo, a sufrir, e incluso a morir por Jesús. Esa realidad apaga mis dudas.

También pienso en el milagro que celebramos esta Nochebuena: Jesús, el niño en el pesebre «quien, siendo por naturaleza Dios», «se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» por nosotros (Filipenses 2:6–7). Pienso en el niño Jesús, que creció para morir y resucitar por mis pecados, ofrecerme verdadera esperanza y hacer nuevas todas las cosas. En esos momentos, Jesús, el Fiel y Verdadero; el Camino, la Verdad y la Vida, se me aparece de nuevo (Apocalipsis 19:11; Juan 14:6). Entonces, el Adviento sucede de nuevo.

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—Marlena Graves

Viernes: La última Navidad

Lectura de hoy: Isaías 9:6–7; Lucas 2:4–7; 1 Pedro 1:3–5, 13

Herodes y el Diablo intentaron evitar que llegara la Navidad porque la venida del Rey de reyes es un pensamiento aterrador. Pero la Navidad llegó de todos modos. Satanás no pudo detener los planes de Dios, los cuales han sido establecidos para siempre. No pudo evitar que Cristo naciera. No pudo evitar que Jesús muriera en la cruz. No pudo evitar que Cristo resucitara de entre los muertos. No pudo evitar que Cristo construyera su iglesia. No pudo evitar que Cristo lo salvara a usted. Y Satanás no puede evitar que Cristo lo lleve a casa. Usted ha puesto su confianza en el Rey que no solo vino, sino que algún día volverá.

Este día de Navidad, mientras celebramos el nacimiento de Cristo, nos enfocamos en el porqué de su venida. Y también recordamos que se acerca otra Navidad. El Señor nuestro Dios aún no ha terminado.

A pesar de lo que dicen los detractores, Jesús vendrá nuevamente. A pesar de las dudas de los que dudan, Jesús vendrá nuevamente. A pesar de lo que dicen los escépticos, Cristo vendrá nuevamente. Como nos lo dicen las Escrituras, «He aquí, viene con las nubes, y todo ojo le verá» (Apocalipsis 1:7, LBLA).

Amados, recordemos: Cada Navidad es una Navidad más cerca de la última Navidad, cuando el Señor mismo descenderá del cielo con un grito y con las voces de los ángeles y las trompetas de Dios (1 Tesalonicenses 4:16). Si piensa que fue ruidoso y glorioso cuando los ángeles anunciaron su nacimiento a los pastores, ¡espere a que llegue su Segundo Adviento!

Para los que no creen, la venida de Cristo será aterradora. Pero para aquellos que confiamos en Cristo, la venida del Señor será un deleite. Decimos: «¡Ven, Señor!» ¡Maranatha! [término griego que significa «el Señor viene»] (1 Corintios 16:22). Aunque no sabemos cuándo ni cómo vendrá, oramos: Ven, Señor Jesús, ven. Nosotros, tu pueblo, te estamos esperando. Queremos ser encontrados fieles. Queremos perseverar. Ven, Señor Jesús.

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Este día de Navidad celebramos el milagro de la Encarnación. Nos unimos a los pastores que se apresuraron a ver al niño en el pesebre, glorificando y alabando a Dios. Adoramos con los sabios que se arrodillaron ante el niño Jesús. Nos regocijamos en las Buenas Nuevas de gracia por las cuales Jesús vino, murió y resucitó. Vivimos con esperanza. Y recordamos que esta Navidad es solo una Navidad más cerca de la gloriosa última Navidad que esperamos. Con todo nuestro corazón, cantamos: «Ven, Señor Jesús, ven».

—Anthony Carter

Este artículo es una adaptación de un sermón que Anthony Carter predicó el 24 de diciembre de 2017. Usado con permiso.

Colaboradores:

Quina Aragón es autora y artista de la palabra hablada. Sus libros infantiles incluyen Love Made y, su próxima publicación, Love Gave (febrero de 2021).

Anthony Carter es el pastor principal de la Iglesia East Point en East Point, Georgia. Sus libros incluyen Running from Mercy y Black and Reformed.

Marlena Graves es escritora y profesora adjunta. Es autora de The Way Up Is Down y A Beautiful Disaster.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

CT tiene más de 50 artículos traducidos al español.

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