Mientras escribo esto, mi corazón se siente abatido. Acabo de pasar el segundo domingo de Cuaresma en mi sala de estar con mi esposa, viendo la transmisión del culto de adoración de mi iglesia. La iglesia estaba vacía porque el viernes pasado, el Departamento de Salud Pública del Condado de King en el estado de Washington envió un aviso a las organizaciones religiosas, recomendando cancelar todas las reuniones con 50 o más personas. Casi todas las iglesias en el área de Seattle ya han suspendido sus cultos de adoración presenciales y la mayoría de las otras actividades de la iglesia. Como la iglesia evangélica a la que asisto tiene más de 1,500 miembros, en cuatro cultos cada domingo, transmitimos nuestros cultos de adoración en vivo. Al mismo tiempo que este artículo se prepara para su publicación, el gobernador Jay Inslee llevó las medidas a otro nivel al prohibir las reuniones de más de 250 personas en tres condados metropolitanos, y la OMS declaró que COVID-19 es una pandemia.

Pero mi corazón no está afligido porque no pude reunirme con otros para adorar (por más que aprecie la alabanza congregacional). Está afligido porque puedo ver hasta dónde nos llevará la epidemia de COVID-19, mientras que la mayoría de los que están en nuestra sociedad e iglesias no lo ven. Hace diecisiete años estaba trabajando para la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Beijing, cuando estalló la epidemia de coronavirus del SARS en China. Terminé liderando gran parte del apoyo de la OMS a China y trabajé 24/7 durante más de tres meses para ayudar a contener la epidemia. Vi de primera mano los efectos del SARS entre los chinos, los extraordinarios esfuerzos de distanciamiento social emprendidos por el gobierno y el costo que la sociedad pagó para contener dicha epidemia.

Después de trabajar para la OMS y más tarde para la Fundación Bill y Melinda Gates en China, mi esposa y yo nos mudamos a Seattle en 2015 para dirigir el trabajo de la fundación para controlar la tuberculosis en varios países. Durante un cuarto de siglo, he respondido a mi llamado como seguidor de Cristo para detener la propagación de enfermedades y trabajar para eliminarlas. Hoy atiendo a ese llamado al hablar con mis hermanos y hermanas en Cristo sobre tomar en serio esta epidemia y responder a ella.

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Cuando COVID-19 se hizo público en China por primera vez en enero, no representaba un problema para la mayoría de las iglesias en Seattle. Sin embargo, generó muchas inquietudes entre las iglesias chinas del área, ya que el Festival de Primavera chino estaba ocurriendo y las personas iban y venían de China. A los miembros de la iglesia les preocupaba en extremo el ser contagiados por alguien que había viajado a China, y la cantidad de asistentes dominicales disminuyó a la mitad. El liderazgo de una iglesia evangélica china con mayoría étnica, me pidió mi ayuda y guía para formular su respuesta local como iglesia. Después, mi iglesia local, que atrae a numerosos feligreses de una amplia base geográfica, hizo la misma solicitud, al igual que una pequeña iglesia de la misma zona, la cual está muy comprometida con su comunidad con programas de servicio como grupos de Scouts, guarderías y trabajo juvenil.

Al trabajar con estas iglesias, cada una con distintos enfoques de participación en el Reino, aprendí que una respuesta sólida de la iglesia requiere una comprensión adecuada de cómo el COVID-19 se propaga y nos afecta, cómo protegernos a nosotros mismos y a los demás del contagio, y cómo evaluar de manera adecuada los riesgos que enfrentamos en nuestras comunidades.

Entendiendo cómo el COVID-19 se propaga y nos perjudica

Varios factores se han unido para propiciar que el COVID-19 invada nuestras comunidades de manera efectiva y sin advertencia.

Primero, es difícil saber si alguien tiene el COVID-19 o solo un resfriado común. Ochenta por ciento de las personas con COVID-19 tienen síntomas leves como fiebre, tos, escurrimiento nasal y cansancio general, lo que coincide con el resfriado común. Esto implica que una persona puede portar y transmitir el virus sin siquiera saberlo.

En segundo lugar, no se tiene que estar cerca de una persona infectada para contagiarse. Las personas infectadas pueden toser y generar pequeñas partículas respiratorias que aterrizan en superficies cercanas. O bien, si la persona tiene el virus en sus manos puede depositarlo en la manija de una puerta al abrir. Debido a que estos virus pueden permanecer vivos por varias horas en las superficies, las personas que tienen contacto con esa superficie y luego se tocan la nariz o los ojos pueden infectarse.

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En tercer lugar, alrededor del 20% de las personas infectadas desarrollan una enfermedad más grave y requieren hospitalización; 3% de todos los infectados mueren. Sin embargo, el virus es particularmente agresivo entre los ancianos y las personas con enfermedades crónicas, lo que resulta en una tasa de mortalidad mucho más alta para esta población vulnerable.

Por lo tanto, este virus es particularmente difícil de controlar ya que a la gran mayoría de los que están infectados no les preocupa, lo que facilita su transmisión de persona a persona causando el mayor daño a los más vulnerables.

A esta dificultad se suma el hecho de que actualmente no tenemos suficientes kits de prueba de diagnóstico para esta infección. Ahora mismo en Seattle, apenas hay pruebas suficientes para las personas que ingresan al hospital con neumonía. Aunque pronto habrá más pruebas disponibles, debemos lograr que la disponibilidad de las pruebas en Seattle sea tal, que cualquiera que desee la prueba pueda obtenerla. Solo entonces conoceremos el tamaño real de este brote, lo cual es necesario para contenerlo.

¿Cómo protegernos a nosotros mismos y a otros del COVID-19?

A estas alturas, probablemente nos haría bien tener buenas noticias. Y afortunadamente, sí las hay.

Primero, sabemos que es posible protegernos a nosotros mismos y a otros del contagio. Las medidas son tan sencillas que subestimamos cuán efectivas pueden ser: lavarse las manos con frecuencia, evitar tocarse la cara, ser amigables sin dar la mano, mantenerse alejados de las personas enfermas y quedarse en casa cuando uno está enfermo.

No hay que temer cuando alguien tose cerca de nosotros. Si esa persona no está tosiendo en nuestra dirección y está a más de seis pies de distancia, los virus no pueden llegar a nosotros porque se encuentran en grandes gotas respiratorias que caen al suelo. El virus no flota ni circula en el aire.

En segundo lugar, el virus puede ser derrotado. En todo el mundo, hay muchos ejemplos de cómo el COVID-19 ingresa a una comunidad pero no llega a establecerse, todo gracias a que las personas aplican principios básicos de salud pública. No hay nada emocionante en la identificación y rápido aislamiento de los casos infecciosos y sus contactos, pero funciona. Sin embargo, debe aplicarse de manera agresiva y efectiva desde el principio.

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Desafortunadamente, lo que vemos una y otra vez es que la respuesta llega tarde. Para cuando el virus se afianza en la comunidad, vencerlo requiere un distanciamiento social mucho más agresivo. Creo que este virus ya está firmemente establecido en muchas de nuestras comunidades. Y aun así, muchas iglesias se muestran reacias a actuar. Cuando un brote se descontrola, como en China, Corea del Sur y el norte de Italia, son necesarias medidas extremas de distanciamiento social, como el cierre de emergencia de ciudades o regiones. Sin duda, el costo social de tal distanciamiento extremo es alto, sin mencionar el costo económico.

Se necesitan herramientas sencillas para formular una respuesta

Como parte de nuestra misión en este mundo, la iglesia puede ser un elemento crucial para prevenir la enfermedad y proteger al vulnerable. Somos parte integral de nuestra comunidad y se forman muchos contactos sociales a través de nuestra iglesia. Si podemos reconocer las primeras señales de un brote local de COVID-19, entonces podemos liderar la protección de aquellos dentro y fuera de nuestras iglesias. Pero mi trabajo en múltiples esfuerzos para controlar enfermedades, me ha enseñado que no basta con convencer a la gente de actuar. Las personas necesitan tener herramientas sencillas para tomar acción.

Las iglesias en los Estados Unidos navegan territorio desconocido en relación a cómo responder a esta epidemia. Todos seguiremos aprendiendo a medida que la epidemia evoluciona. Pero a partir de mi reciente experiencia, aquí hay dos herramientas sencillas para ayudar a las iglesias a tomar decisiones en tiempo real: 1) un método sencillo para evaluar el tipo de acciones que una iglesia debe tomar en función del riesgo de contagio en su localidad, y 2) un marco de referencia que puede ayudar a las iglesias a desarrollar un plan específico para prevenir contagios e incrementar el distanciamiento social. Estas medidas pueden ser implementadas tan pronto como sea necesario.

Image: Daniel P. Chin / CT

¿Cómo determinar el nivel de riesgo y la respuesta de su iglesia?

A medida que crecen los casos de COVID-19, observamos mucha ansiedad e incertidumbre en cuanto a lo que una iglesia debe hacer. Sin embargo, la forma de respuesta se puede basar en principios epidemiológicos sólidos. Yo utilizo la imagen del semáforo para ayudarle a las iglesias a pensar en el riesgo de contagio que enfrentan y el tipo de acciones que deben tomar (ver la figura). Después de todo, la transmisión total de este virus ocurre localmente. Sus medidas de acción no se deben basar en lo que sucede a 50 millas de distancia, sino en lo que está pasando en su comunidad específica.

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Su iglesia está en la zona de “luz verde” porque no hay ningún caso conocido de COVID-19 en su comunidad. En este caso: ¿qué debería estar haciendo su iglesia?

  • Implementar todas esas medidas aburridas pero efectivas de salud pública como lavarse las manos y quedarse en casa si uno está enfermo.
  • Educar a su iglesia sobre el COVID-19: los síntomas, cómo se extiende, cómo afecta a los adultos mayores y a aquellos con enfermedades crónicas, y qué se puede hacer para protegerse del contagio.
  • Abrir la discusión dentro de la iglesia y hacer planes concretos para modificar, cancelar o sustituir actividades de la congregación según sea necesario. El liderazgo de la iglesia debe estar involucrado en este proceso. Ahora es el momento para prepararse y establecer un buen fundamento para lo que la iglesia pueda enfrentar en el futuro.

Debido a la gran movilidad de la gente y la facilidad de viajar, muchas comunidades han comenzado a ver el COVID-19 en personas que vinieron de otro lugar. Tan pronto como un caso que se generó en otra comunidad entra a la tuya, su iglesia pasa a la “zona amarilla”. Si nadie entra en contacto con esta persona infectada, no habrá más transmisión del COVID-19. Cuando existan uno o más contactos infectados, pero nadie más en la comunidad se contagió, quiere decir que la transmisión no ha alcanzado a la comunidad en general. La iglesia sigue en la zona amarilla. En este momento ¿qué debería estar haciendo su iglesia?

  • Si su iglesia no ha concretado un plan de respuesta, hágalo ahora.
  • Comience a implementar este plan de respuesta, modificando algunas actividades para reducir el riesgo e informe a toda la iglesia.
  • Establezca un sistema a través del cual pueda comunicar de manera rápida, a toda la congregación, cualquier cambio en las actividades de la iglesia.
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  • Esté muy atento y en comunicación constante con el departamento de salud pública local en relación a nuevos casos que pudieran mover a su comunidad e iglesia a la zona de “luz roja”.

Su iglesia estará en la zona de “luz roja” en el momento en que alguien de su comunidad, que no ha viajado recientemente a otro lugar se contagie, sin que se le pueda relacionar con algún otro caso. Esto eleva la alarma porque quiere decir que hay una transmisión del virus en la comunidad que no ha sido detectada previamente. Los epidemiólogos le llaman transmisión comunitaria. Una comunidad se encuentra también en la zona roja cuando hay múltiples generaciones de transmisión dentro de la comunidad conectados a un caso importado. En el momento en que su iglesia se encuentre en la zona roja, debe hacer lo siguiente:

  • Implementar medidas de distanciamiento social y proteger a los grupos vulnerables.
  • Al crecer la transmisión comunitaria, descontinuar más y más actividades, incluyendo los cultos de adoración. Migrar si es posible a reuniones vía internet o a grupos pequeños de adoración.
  • Estar atentos a recomendaciones e instrucciones de las autoridades de salud pública locales. Puede ser que les pidan limitar sus reuniones sociales.

Cómo tomar decisiones en relación a las actividades de su iglesia

En mi trabajo con las iglesias de Seattle, encontré que al planear su respuesta al COVID-19, todas habían batallado con diversas opiniones en relación a qué actividades cancelar o modificar. Desarrollé una estrategia para ayudarles. Usando una tabla, enlistamos las actividades de la iglesia, pensamos en las posibilidades de contagio del virus durante cada actividad, evaluamos los riesgos, aportamos modificaciones o sustitutos y entonces tomamos decisiones para cada situación (ver ejemplo en el cuadro anterior).

La clave es encontrar la forma en que se transmite el virus durante cada actividad, ya sea de forma directa o indirecta. Tomemos en cuenta las formas en que el COVID-19 se transmite. Al evaluar el riesgo de una transmisión directa, pregúntese: ¿Qué tan probable es que la gente tosa, estornude o genere partículas de respiración hacia otros? ¿Qué tan probable es que haya contacto directo de manos? Actividades como cantar, hablar en lugares cerrados, saludarse de mano y darse abrazos incrementan el riesgo. Para reducirlo, considere aumentar la distancia entre las personas. De preferencia que sea más de seis pies (1.8 metros).

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Al evaluar el riesgo de transmisión indirecta, pregúntese: ¿Qué tan probable es que las personas toquen superficies infectadas? Actividades que involucran tocar superficies (como las charolas o alfolíes de la ofrenda, los platos de la Santa Comunión, Biblias y máquinas de café) aumentan el riesgo. Para disminuirlo, anime a la gente a lavarse las manos con frecuencia y a utilizar gel antibacterial.

Considere la edad de los grupos involucrados al planear qué actividades modificar o cancelar. El riesgo es más severo para los ancianos y para aquellos con enfermedades crónicas, por lo que es necesario proteger a este grupo del contagio.

Image: Daniel P. Chin / CT

Recuerda, la decisión sobre qué actividades de la iglesia modificar, cancelar o sustituir depende en gran manera del nivel de transmisión comunitaria (ver la figura). Si el nivel es bajo, se puede solo modificar algunas actividades sin cancelar ninguna. Pero conforme incrementa el nivel de transmisión comunitaria, es mejor cancelar actividades porque es mucho más probable que una persona sin saber que está infectada entre en la iglesia. Finalmente, siga las recomendaciones de salud pública.

Utilizando esta tabla como marco de referencia, un pastor dijo: “Determinamos que el ministerio de niños era de alto riesgo porque los chicos tienen mucho contacto entre sí y no podemos controlarlo. Si se contagian entre ellos, pueden llevar la infección consigo a casa, a sus padres y abuelos. Además, muchos de nuestros maestros son adultos mayores y no queremos que se enfermen. Así que, rápidamente decidimos cancelar la escuela dominical de los niños”.

Un adulto mayor dijo: “Nuestro coro tiene miembros de todas las edades. Pero el ensayar, estar parados en filas y cantar durante la alabanza, implicaba un nivel de riesgo de transmisión medio a alto. Así que decidimos sustituir el coro con un cuarteto, en especial porque algunos miembros del coro son adultos mayores”.

Un pastor principal dijo: “Estaba recibiendo llamadas y correos de parte de líderes de ministerios, acerca de qué hacer con las actividades. Fue de gran ayuda enlistarlas todas y evaluar el riesgo de transmisión, todo de una vez. Así pudimos comparar el riesgo de una actividad con el de otra. Esto nos ayudó a tomar decisiones consistentes acerca de cada una de las actividades y pudimos comunicar con claridad las razones de cada decisión. Eso fue de gran ayuda para nuestro equipo”.

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Al desarrollar el plan de respuesta de su iglesia, comuníquelo a los miembros de la congregación. La ansiedad de algunos va a disminuir cuando sepan que su iglesia está haciendo un plan. Ellos entenderán mejor las razones detrás del proceso de decisión de la iglesia y se sentirán seguros sabiendo que está basado en un buen criterio. Desarrolle un proceso de comunicación porque a veces las decisiones se tienen que hacer al momento y después comunicarlas a la congregación de manera clara y efectiva.

Su iglesia necesita tener un plan de respuesta ahora

Reflexionando acerca de nuestra reciente experiencia en Seattle, estoy impactado por la rapidez con la que el brote se ha esparcido. El COVID-19 va a azotar a muchas comunidades fuerte y rápido. No hay tiempo que perder. Debido a que nuestras actividades eclesiásticas pueden facilitar la transmisión de este virus, nuestras iglesias deberían “primero, no hacer ningún daño”. Es un dictamen que aprendí en la escuela de medicina. Usando las herramientas descritas arriba, las cuales están basadas en el entendimiento actual sobre este virus, nuestras iglesias pueden tener listo un plan de respuesta que nos proteja rápidamente y a los más vulnerables entre nosotros. Al implementar dicho plan, nuestras iglesias pueden ayudar significativamente a frenar el avance de esta epidemia y reducir sus daños en la sociedad.

El modelo presentado aquí está cimentado en principios sólidos de epidemiología y buena salud pública para la toma de decisiones, pero carece de una respuesta empática y de involucramiento con los que tienen el virus y están sufriendo sus efectos más serios. Espero que después de entender cómo se dispersa el virus y el daño que causa, su plan de respuesta también incluya maneras de servir con compasión a aquellos que están enfermos, cuidar de los más vulnerables y convertirnos en una congregación más sensibilizada y comprometida con las necesidades del mundo.

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Daniel Chin es un médico con 25 años de experiencia en salud pública global, especializado en medicina pulmonar, cuidados críticos y epidemiología. En 2003, dirigió gran parte del proyecto de la OMS para detener la epidemia del SARS en China.

Nota del Editor: Para obtener información actualizada de los casos de COVID-19, siga este mapa de la Universidad de Washington o este mapa de la Universidad de John Hopkins. Es probable que el número real de casos sea más alto que los representados debido al contagio comunitario o los casos leves que no se han confirmado. Sin embargo, el autor y experto en salud global Daniel Chin señala que es muy probable que dichos casos ocurran donde ya hay un brote del virus. Por lo tanto, aquellas áreas sin casos o con un número bajo de casos, no están en la misma categoría de riesgo que otras, como el estado de Washington y Nueva York. Por lo tanto, asumiendo que el número de casos aumentará a medida que continúen las pruebas, los lugares con menor riesgo deberían planificar una respuesta desde ahora.

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