A principios de la primavera, la pandemia por coronavirus provocó un desorden en la cadena mundial de suministro de alimentos. En las tiendas de comestibles estadounidenses los precios subieron y muchos artículos simplemente desaparecieron de los estantes—no solo el papel higiénico—.

Para algunos productores agrícolas del país, en particular los que venden directamente a tiendas y consumidores, el mercado se mantuvo estable o incluso mejoró. Pero otros productores vieron cómo el mercado de sus productos se secó de la noche a la mañana, obligándolos a cerrar sus operaciones, a retirar del mercado tierras de cultivo y a enfrentar la tristeza de tener que derribar plantíos que estaban listos para la cosecha.

En la base de este tambaleante sistema se encuentran los trabajadores agrícolas migrantes. Poco menos del 10 % de estos trabajadores llegan a los Estados Unidos con visas H-2A, las cuales les permiten trabajar en el sector agropecuario hasta por 10 meses. El otro 90 % de los trabajadores agrícolas de temporada viven en el país y ganan el salario mínimo, teniendo que combinar trabajos en hoteles y restaurantes con su horario rotativo en las plantaciones. Casi la mitad de estos no tienen permiso para trabajar en los Estados Unidos.

Para muchos trabajadores, la pandemia ha hecho que una vida que era de por sí difícil sea aún más desalentadora. Muchas empresas productoras y empacadoras despidieron trabajadores. El virus se movió rápidamente a través de huertas y edificios que albergan trabajadores agrícolas, muchos de los cuales no tienen seguro médico.

CT se reunió con pastores, productores agrícolas, trabajadores del campo y activistas en California y Carolina del Norte que estaban ministrando a los trabajadores agrícolas migrantes antes de la pandemia y continúan haciéndolo hoy. A través de ministerios de palabra, misericordia y justicia, estos cristianos atienden los complejos desafíos que enfrentan los trabajadores de formas variadas y, a veces, incluso contradictorias.

Palabra

Valle de San Joaquín, California

El sol no había salido del todo cuando Tom Ríos se sentó con los hombres en su estudio bíblico matutino. Para adaptarse a los horarios de los trabajadores participantes, se acordó que el estudio comenzara a las 5:30 a.m. Hoy, se estaban reuniendo en el patio trasero de Tom, a las afueras de Kingsburg, California, ubicado entre campos y huertos a lo largo de las orillas del río Kings.

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Hablaron de Romanos 1:16-17. Solo Cristo es suficiente para satisfacer a un Dios justo, explicó Ríos en español. Él es el único mediador entre Dios y el hombre.

“No hay otro”, dijo Ríos en español. "No hay otro".

José Macías asintió con la cabeza. Esta verdad cambió su vida, dijo más tarde. Él trabaja para una empresa de riego que bombea agua a los huertos frutales que llenan el árido valle de San Joaquín en California. Trabaja con otros inmigrantes, así como con mexicoamericanos de segunda y tercera generación, y durante la mayor parte de su vida, dijo, encontró formas de juzgarlos, de pensar en sí mismo como mejor. Su actitud lo estaba metiendo en problemas en el trabajo y provocando conflictos con sus hijos y su esposa.

Después de que el Evangelio lo hizo humilde, dijo: "Simplemente trato a las personas con respeto".

El estudio bíblico concluye puntualmente a las 6:30 a.m. la mayoría de los días. Los hombres tienen que irse a trabajar. José ya tuvo que tomarse una hora libre para asistir, sin embargo, no será penalizado. Los dueños de la plantación para la que trabaja, los Jackson, lo quieren en el estudio bíblico.

Tom Ríos predicando ante trabajadores agrícolas en un convivio en Kingsburg Orchards cerca de Fresno, California.
Image: Brian L. Frank

Tom Ríos predicando ante trabajadores agrícolas en un convivio en Kingsburg Orchards cerca de Fresno, California.

El evangelismo y el discipulado son parte integral del modelo de negocio de los Jackson. Fue precisamente por eso que contrataron a Tom Ríos en 2015. Oficialmente, él es el gerente de seguridad de Kingsburg Orchards, empresa que produce albaricoques (chabacanos), ciruelas, duraznos (melocotones) y otras frutas de hueso. Ríos tiene muchas obligaciones en ese frente. Tiene que asegurarse de que los trabajadores estén capacitados en el uso del equipo que operan, informados sobre métodos ergonómicos de cosechar, así como de que pongan en práctica otros protocolos, todo lo cual ayuda a la empresa productora a cumplir con las regulaciones federales y lograr varias certificaciones de calidad.

Pero la presencia de Ríos ahí tiene un propósito más elevado: el discipulado.

“Considero que es una de nuestras mejores inversiones. Invertir en las personas. Que podamos compartir el evangelio con nuestros propios empleados”, dijo Brent Jackson.

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El tío de Brent, David Jackson, comparte esa visión misionera. En un video realizado para la cadena de supermercados de Texas H-E-B (uno de los grandes clientes de la granja familiar), David describe la agricultura como el llamado de la familia. “Como personas que buscamos imitar a Cristo, se nos dijo que proclamáramos el evangelio”, le dijo a CT.

Ríos ofrece una lección bíblica semanal al mediodía en una de las plantas empacadoras de Kingsburg Orchards, con bandas transportadoras de varios pisos que zigzaguean en el fondo transportando cajas de ciruelas. La hora del almuerzo cambia todos los días, dependiendo de la hora a la que los trabajadores comienzan a cosechar.

Ríos limita su mensaje a unos 12 minutos, dijo, para que los trabajadores puedan usar el resto de su breve descanso para almorzar, relajarse y socializar. Durante la pandemia, es uno de los únicos momentos del día en que los trabajadores pueden quitarse las mascarillas.

La mayoría de los trabajadores de la planta empacadora son mujeres. El número de mujeres que trabajan en la industria agropecuaria en los Estados Unidos cada vez es mayor. En Family Tree Farms, un huerto cercano propiedad de David Jackson, entre el 30 y el 40% de los trabajadores son mujeres.

En Kingsburg Orchards, Aida Villaseñor prefiere los campos. “Las plantas empacadoras son muy silenciosas, y si los trabajadores hablan en la línea de trabajo, el supervisor se enoja", dijo.

A ella le encanta recoger fruta con otros trabajadores, charlando y cantando juntos mientras caminan entre los árboles. El ambiente más informal hace que valga la pena para ella trabajar en los campos, donde las temperaturas regularmente superan los 100 °F [37.7 °C] en el verano.

Trabajadores seleccionando manzanas en el Valle de San Joaquín en California. A menudo, las casas empacadoras contratan mujeres, las cuales trabajan en espacios reducidos, siendo una fuente potencial de contagio del coronavirus.
Image: Brian L. Frank

Trabajadores seleccionando manzanas en el Valle de San Joaquín en California. A menudo, las casas empacadoras contratan mujeres, las cuales trabajan en espacios reducidos, siendo una fuente potencial de contagio del coronavirus.

Ríos también interactúa con los trabajadores de las plantaciones. Además del tiempo que dedica a convivir con los trabajadores y a implementar los protocolos de seguridad, también predicó un mensaje del evangelio en el convivio de fin de cosecha organizado por Brent Jackson.

Una mañana a finales de julio, Jackson y su equipo de administración (varios son miembros de su familia), encendieron una enorme parrilla circular que adaptaron en su taller de soldadura, y la colocaron bajo el toldo de un granero que usan para almacenar equipo. Los trabajadores se reunieron a la sombra, frente a un bufé extendido sobre la plataforma de un remolque. Jackson se paró frente al remolque mientras compartía en español su agradecimiento por el arduo trabajo que habían llevado a cabo durante el transcurso de la temporada. El caporal dijo algunas palabras de gratitud y luego Ríos pasó al frente para compartir el evangelio. Los trabajadores podían tomar Biblias rústicas de una gran pila ubicada al final del bufé.

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Villaseñor tomó una antes de pasar a la fila para servirse comida. Ella dijo que apreciaba el mensaje y las palabras de gratitud del jefe. "Es bueno que todos escuchen", dijo.

Ríos dijo: “Es difícil saber cuál de las semillas del evangelio dará fruto”.

Brent Jackson sabe que no todas las personas que escuchan la Palabra de Dios responderán, pero algunas lo harán, dijo. Y para ellos, él no solo busca un asentimiento casual: quiere ver vidas transformadas bajo el señorío de Cristo.

“Siempre que pensemos en nosotros mismos como si fuéramos el rey, nos meteremos en problemas”, dijo, “pero siempre que sirvamos al Rey Jesús, Él nos guiará con paciencia y nos sacará de la opresión de cualquier adicción o esclavitud que nos tenga controlados”.

Él discipula a 16 de sus empleados directamente y ha integrado el discipulado en la estructura administrativa de la empresa. Él no puede llegar a conocer personalmente a sus 4 000 empleados, por lo que tiene que contratar personas que formen relaciones en toda la empresa. “Mi misión es construir el reino de Dios y para mí eso significa evangelismo”, dijo.

Los trabajadores de Kingsburg ganan aproximadamente 15 dólares por hora. Brent Jackson sabe que en California, incluso en el Valle de San Joaquín, y aun cuando algunos trabajadores reciben pago de comisiones, todavía entran en la clasificación de pobreza. (El salario mínimo en California para los grandes empleadores es de 13 dólares por hora y aumentará a 14 dólares en 2021).

Los Jackson se irritan al hablar de los esfuerzos para exigir salarios más altos para el sector agropecuario. Eso hace que algunas plantaciones de frutas de hueso sean insostenibles, explicaron, porque los consumidores no pagarán lo suficiente por melocotones o nectarinas para permitir salarios más altos para los trabajadores. Cuando los precios de la mano de obra aumentan demasiado, algunos agricultores optan por convertir sus campos en plantaciones de almendras u otros cultivos que requieren menos mano de obra.

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En cambio, David Jackson enfatiza la dignidad del trabajo y los salarios recibidos a cambio. "Los estadounidenses no creen que sea bueno trabajar ahí afuera, en los campos" dijo, "pero sí es bueno [trabajar] ahí afuera. Es honorable".

Aquellos que han sido ayudados por los Jackson y la iglesia a la que asisten con Ríos en Kingsburg, Grace Church of the Valley, se apresuran a contar historias de [cómo han recibido] flexibilidad de horarios, asistencia financiera y otras formas de apoyo según ha sido necesario.

Pero David Jackson dijo que no puede proporcionar estos beneficios de forma preventiva o a gran escala. No tiene ese margen de ingresos. Sus trabajadores a menudo tienen que depender de la caridad —la de él o la de otros—. Eso es parte del llamado de la iglesia, explicó, citando Mateo 26:11, donde Jesús dijo: "A los pobres siempre los tendrán con ustedes".

“Para algunos trabajadores, los campos de Family Tree Farms sirven como una plataforma que los conduce a trabajos con salarios más altos, ya sea dentro del mismo campo o en otras industrias. Pero no se le puede garantizar a todo el mundo que esto será así. Sin embargo, sí puedo darles a Jesús”, explica. "Las verdaderas riquezas son espirituales".

Misericordia

Condados de Santa Bárbara y San Luis Obispo, California

En el lapso de una hora, cuatro personas se presentaron a la puerta del pastor Mario García en Oceano, California. Los visitantes se apresuraron a ponerse sus mascarillas para entrar a la casa, mientras su esposa María y su hija adolescente daban instrucciones en inglés y español. Los visitantes luego tomaron algunos víveres y siguieron su camino. Era día de entregas, nos explicó Mario, día en que su familia se dedica a coordinar a los voluntarios para distribuir cajas de comida a los diversos sitios designados alrededor de la comunidad.

“Si quiero servir a estas personas, necesito poder brindarles algo”, dijo.

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“Si no fuera por la pandemia, estaríamos todavía más ocupados”, dijo. Por lo general, su iglesia organiza clínicas de fútbol y ventas de garaje, pero la mayoría de esas actividades se desaceleraron a medida que las órdenes de permanecer en casa fueron variando durante el verano en el estado de California.

A pesar de algunos ajustes, el ministerio de García no se vio tan afectado como otros. Financiado por Grace Bible Church en Arroyo Grande, su ministerio, Grace Hispana, se ha descentralizado desde 2019. No se reúnen en el espacioso edificio de la iglesia con vista al Océano Pacífico. De hecho, ya nunca se reúnen en grupos grandes.

En cambio, García se adentra en las comunidades ubicadas al otro lado de la autopista 101: Grover Beach y Oceano, donde la población es mayoritariamente latina y los precios promedio de las viviendas son entre 250 000 y 300 000 dólares menos que en Arroyo Grande.

"No quiero ser pastor de una iglesia", dijo García. “Quiero ser pastor en la comunidad”.

Tomó algún tiempo encontrar un modelo que funcionara en esta comunidad en particular.

Cuando García asistió a una entrevista para un trabajo como pastor de habla hispana para el condado de San Luis Obispo hace 18 años, el pastor de Grace Bible Church lo llevó a recorrer los extensos campos de Santa María, donde se encuentran grandes empresas de producción agrícola como Bonipak y Teixeira Farms. Estas eran las personas a las que querían llegar, le dijo el pastor.

Parecía un empalme perfecto. García había trabajado en campos productores de fresas en el sur de California durante varios años después de su llegada a los Estados Unidos cuando tenía 22 años, proveniente de México.

Sin embargo, los años siguientes serían una lección constante sobre la diferencia entre la cultura de su lugar de nacimiento y la cultura de su segundo nacimiento. Él entendía la cultura mexicana. Y también entendía los campos. Pero la forma en que había aprendido a “hacer iglesia” en el sur de California no estaba funcionando.

García rápidamente descubrió cómo conectarse con la comunidad —las ventas de garaje y los campamentos de fútbol fueron éxitos tempranos—, pero hacer que la gente fuera a la iglesia fue más difícil.

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Entre la fuerza laboral ampliamente hispana se encuentran miembros de varias comunidades de inmigrantes mexicanos, grupos muy unidos provenientes de diferentes estados mexicanos. Trabajan muchas horas y muchos de los que trabajan en el campo no tienen libres los domingos. Dos grupos en particular, los de Michoacán y Guanajuato, dijo García, sospechaban de él. Cuando llegó por primera vez en 2001, un diácono católico le dijo: "Sentirás la resistencia".

Sintió resistencia al evangelicalismo, dijo, ya que es visto por muchos como una expresión de fe estadounidense blanca. Para algunos de sus vecinos, el catolicismo se trata tanto de su lugar de origen, como del cielo mismo. Cuando se les insta a cambiarlo por algo que encontraron en Estados Unidos, explicó García, sienten como si se les pidiera que renuncien a algo más que a la confesión y la transubstanciación. Sienten que se les pide dejar de ser mexicanos.

La conexión que logró tuvo que comenzar con el servicio y la cultura. Las ventas de garaje fueron una gran actividad social, así como una especie de esfuerzo de ayuda mutua en los vecindarios, y los campamentos de fútbol para niños ayudaron a los padres trabajadores a transmitir a sus hijos el deporte que muchos de ellos jugaban cuando eran pequeños. García también se involucró en las escuelas y en la comunidad. Sirvió como intérprete para sus vecinos cuando terminaron en un tribunal de tránsito por conducir sin licencia, lo que era muy común antes de 2013, año en que California dejó de exigir prueba de presencia legal en el territorio para obtener una licencia de conducir.

“Encontramos formas de conectar con la gente para poder establecer relaciones”, dijo García.

La iglesia de Diane Martinez encontró una forma de conectarla con los trabajadores agrícolas, sirviéndolos con un estilo diferente de ministerio de misericordia: el derecho migratorio.

Al principio, ella no se veía a sí misma abogando por los inmigrantes. “Dios simplemente me rodeó de población inmigrante”, dijo Martínez. Su vecindario en Santa Bárbara, Westside, es el hogar de más familias de bajos ingresos que el resto de la famosa y pintoresca ciudad costera. Muchos no hablan inglés, o son estudiantes del colegio universitario Santa Barbara City College, donde ella estaba enseñando.

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La iglesia de Martínez, Shoreline Community Church, había estado tratando de encontrar un ministerio que atendiera las necesidades prácticas de las personas de la comunidad. ("Siempre puedes saber cuándo es tu idea y no la de Dios: cuando no funciona", dijo). Finalmente, su pastor la envió a ella y a otro representante a una conferencia sobre inmigración en San Diego.

Ese era el ministerio que habían estado buscando.

Diane Martínez trabajó junto con su iglesia para abrir una oficina de asistencia legal después de que otros esfuerzos por alcanzar a la comunidad fueron insuficientes.
Image: Brian L. Frank

Diane Martínez trabajó junto con su iglesia para abrir una oficina de asistencia legal después de que otros esfuerzos por alcanzar a la comunidad fueron insuficientes.

“Salí de allí simplemente sabiendo que ese era”, dijo Martínez. "El Espíritu Santo lo trajo a la luz".

Pasó los siguientes dos años estudiando derecho migratorio y obteniendo las certificaciones necesarias para abrir una oficina de asistencia legal. Su iglesia se conectó con Immigrant Hope, una organización nacional sin fines de lucro que opera oficinas de asistencia legal en ocho estados. En mayo de 2014, ella abrió la sucursal de Santa Bárbara, la cual funciona de forma independiente pero tiene sus oficinas dentro del edificio de la iglesia Shoreline.

Para ser realmente efectiva, la oficina no podía simplemente esperar a que llegaran los clientes: la mayoría trabaja largas horas y utiliza los autobuses de la ciudad como medio de transporte. Martínez comenzó a ir a las comunidades de inmigrantes en el condado circundante, lo que finalmente la llevó a New Cuyama, un área agrícola a dos horas de distancia hacia al este, al otro lado del Bosque Nacional Los Padres. La organización Immigrant Hope ahora trabaja a través del centro comunitario de ese lugar para ayudar a los trabajadores de las plantaciones y a sus familias a solicitar residencia legal permanente, naturalización y, hasta hace poco, el estatus de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia [DACA por sus siglas en inglés], la cual permite a aquellos inmigrantes que fueron traídos a los EE. UU. cuando eran niños permanecer y trabajar en el país legalmente (la administración Trump ha intentado acabar con este programa).

Aproximadamente la mitad de las personas a las que atiende la oficina de asistencia legal tienen un camino prometedor hacia el estatus legal. Ese porcentaje es alto, dijo Martínez, porque aquellos que saben que no tienen opciones no suelen programar una cita para confirmarlo.

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“Hay muchas personas que, debido a la forma en que llegaron [a los Estados Unidos], no tienen forma de conseguir la residencia legal permanente”, dijo Martínez. Sin embargo, si una persona en la familia puede naturalizarse, a veces se abren caminos para otros. Para los padres e hijos de un ciudadano naturalizado, el proceso es corto comparado con el de los hermanos y hermanas, que puede tardar hasta 20 años.

Más allá de ofrecer servicios de asistencia legal, Immigrant Hope ayuda a sus clientes a estudiar para los exámenes de ciudadanía, a aprender inglés y a solicitar exenciones a los costos del trámite de naturalización, los cuales la USCIS recientemente elevó en un 80 % a 1 160 dólares.

Immigrant Hope brinda diversas clases para ayudar a los trabajadores agrícolas y a otros inmigrantes a obtener la ciudadanía estadounidense.
Image: Brian L. Frank

Immigrant Hope brinda diversas clases para ayudar a los trabajadores agrícolas y a otros inmigrantes a obtener la ciudadanía estadounidense.

La oficina de asistencia legal también forja relaciones con clínicas médicas, bibliotecas, escuelas y departamentos de servicios públicos. En Santa Bárbara, el representante local de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias trabajó con Immigrant Hope y el departamento de bomberos para crear el primer Equipo Comunitario de Respuesta a Emergencias en español del país, un programa voluntario de preparación para desastres.

Aunque nunca requieren que los clientes oren o se sienten a escuchar una presentación del evangelio para recibir ayuda, Immigrant Hope también ofrece apoyo espiritual a sus clientes. “Rara vez tenemos a alguien que rechace nuestro ofrecimiento para orar”, dijo Martínez. A veces, los clientes muestran curiosidad y quieren escuchar más. "Tenemos la oportunidad de decirles acerca de una ciudadanía en la que las solicitudes nunca se niegan".

Martínez también se siente llamada a otro tipo de ministerio: la educación en la iglesia. Ella trata de ayudar a las iglesias evangélicas a ver la inmigración como algo más que un problema de justicia social. “Se trata de la justicia de Dios”, dijo. Ella respeta su deseo de que se cumplan las leyes, pero su experiencia le permite explicarles cómo las leyes de inmigración nunca han sido inmutables o absolutas. Las políticas públicas y los políticos han comandado la interpretación de la ley durante más de 100 años, explican los abogados de inmigración, mientras que las personas más afectadas (inmigrantes potenciales e indocumentados) no pueden votar y, por lo tanto, su opinión no es tomada en cuenta.

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Justicia

Dudley, Carolina del Norte

Para que las personas marginadas ejerzan presión sobre sistemas injustos, deben organizarse, explicó el líder sindical Baldemar Velásquez. Y deben tomar buenas notas.

En sus 53 años con el Comité Organizador del Trabajo Agrícola [Farm Labor Organizing Committee, FLOC, por sus siglas en inglés], Velásquez se ha vuelto muy bueno para documentar, es decir, para tomar el testimonio de los trabajadores y traducirlo en campañas para resolver problemas.

Su relación con los productores es "muy respetuosa", dijo Velásquez. "Así es como debe de ser". Si un trabajador se queja porque se le quita parte de su salario o porque no se le dan sus descansos regularmente, el comité intenta presentar el reclamo de manera profesional, como un asunto de recursos humanos, sin acusar al dueño de la plantación de malas intenciones ni pidiendo favores especiales.

Resolver las cosas "como en familia" simplemente no funciona, dijo, porque los propietarios y los trabajadores no se sientan a la mesa como miembros iguales de la familia. “Son como una familia hasta que (los trabajadores) defienden sus derechos”, dijo Velásquez. "Entonces tienes una mala disputa familiar".

En Washington, el director de operaciones de Roy Farms, John Erb, cree que las relaciones laborales son parte fundamental de la restauración general que necesita la industria agropecuaria. “Venga tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”. Esa oración fue lo que motivó a Erb a trabajar como consultor, ayudando a los dueños de empresas de producción agrícola a invertir en sus trabajadores y en sus comunidades, antes de unirse a Roy Farms, empresa productora de frutas y lúpulo del Valle de Yakima que ofrece al mercado sus prácticas éticas y sostenibles. Erb cree que la mayordomía bíblica de la tierra y de las relaciones humanas pueden traer un poco de paz y justicia a un mundo quebrantado.

Empoderar a los trabajadores es clave, dijo. Y a veces eso significa dar la bienvenida a los sindicatos.

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Erb dijo que a menudo ha aconsejado a los productores que "si (los trabajadores) quieren representación, no deben impedírselo".

No es que Erb crea que los sindicatos sean la mejor manera de garantizar que los trabajadores sean tratados bien. Establecer estándares y asegurarse de su cumplimiento ha demostrado ser el mejor salvaguarda, dijo, y los minoristas de comestibles y los compradores dueños de servicios de alimentos también pueden ayudar a través de sus opciones de compra. "Realmente todo se reduce al liderazgo a través de toda la cadena de suministro", dijo Erb, "comenzando con un compromiso con los trabajadores por parte de los compradores".

Velásquez tiene intereses similares. Considera la organización laboral como una forma de reconciliación. El proceso de negociación puede parecer litigioso y formal al principio, mientras que los empresarios abren los ojos para ver cómo se sienten sus trabajadores respecto a la forma en que son tratados. A menudo es un proceso emocional, y el hecho de que sea formal hace que todos rindan cuentas.

Pero después de dos años de trabajar con trabajadores sindicalizados, dijo Velásquez, observa un cambio en la forma en que los productores ven a sus empleados. Ya no se sorprenden cuando los trabajadores quieren mejoras en sus condiciones laborales. Los trabajadores migrantes de la industria agropecuaria se vuelven como cualquier otro empleado con expectativas.

"Ahí es cuando podemos empezar a resolver las cosas sentados a la mesa de la cocina con una taza de café", dijo Velásquez, una vez que el respeto está ahí.

Baldemar Velasquez, FLOC union president.
Image: Brian L. Frank

Baldemar Velasquez, FLOC union president.

Velásquez no busca castigar a nadie. No desde que su relación con Jesús cambió su vida. Cuando era joven, él se sentía herido por los abusos que había experimentado en las plantaciones de diversas empresas de Texas y el Medio Oeste en las que trabajó con su familia desde que tenía cinco años. Velásquez primero vio a las organizaciones [sindicales] como

“una forma de obtener venganza”, dijo. “Cuando llegué a conocer al Señor, eso cambió radicalmente. Ya no se trataba de venganza: se trataba de reconciliación. La reconciliación es más difícil que estar enojado y buscar venganza".

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A mediados de las décadas de 1970 y 1980, Velásquez dirigió al comité a través de un boicot contra la marca de sopas Campbell que duró casi ocho años. Él piensa que también fue parte de un proceso de reconciliación, y sirvió como modelo de la unión entre los trabajadores y las pequeñas empresas productoras para su supervivencia mutua.

"Económicamente, estamos en el mismo barco", dijo Velásquez. Al igual que Erb, cuando analiza un problema relacionado con la mano de obra agrícola, analiza toda la cadena de suministro para encontrar la fuente de la injusticia. Cuando se trata de salarios, los problemas generalmente no comienzan con el empresario productor, sino más bien con los precios de los alimentos en el mercado minorista.

Los trabajadores agrícolas de Ohio querían protestar contra salarios que consideraban injustos, pero Velásquez sabía que los productores no obtenían lo suficiente de la compañía de sopas Campbell como para poder incrementar los salarios. Si los trabajadores se declaraban en huelga, los productores podrían simplemente cambiar de cultivos y producir maíz o soja (cultivos comerciales que exigen poca mano de obra).

Así que los trabajadores fueron a Campbell, quienes sí tenían el dinero para pagar más a las empresas productoras, y trabajaron para garantizar que estos productores pasaran las ganancias a los trabajadores que recolectan en los campos. Fue un proceso arduo que implicó, entre otras hazañas, una manifestación de 600 millas desde Ohio hasta Nueva Jersey. Pero al final, tanto los dueños de las plantaciones como los trabajadores recibieron un salario más alto, y Campbell también ofreció beneficios de atención médica a los trabajadores agrícolas.

Velásquez sabe que a los dueños de las plantaciones y a sus clientes de la industria alimentaria y de abarrotes no les gusta el conflicto de alto perfil. Pero a veces, dijo, nada más funciona. “Tienes que llamar la atención de la gente”.

En la costa oeste, John Erb está tratando de llamar la atención de otra persona: el consumidor. “El mercado no va a satisfacer una demanda que no existe”, dijo. A menos que la gente reconozca el valor de pagar un poco más para ayudar a los productores a cuidar a sus trabajadores, sus tierras y sus comunidades, dijo Erb, sacar unos centavos de la cadena de suministro seguirá siendo la única forma de que sobrevivan las pequeñas y medianas empresas productoras.

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Erb ha trabajado con los productores y sus clientes minoristas para crear conciencia sobre esfuerzos como el comercio justo y la iniciativa de alimentos equitativos [Equitable Food Initiative], las cuales certifican que los alimentos se cultivan y se cosechan de manera ética. Obtener tales certificaciones puede ayudar a los productores a obtener un precio más alto por sus productos de parte de consumidores finales con conciencia social.

Los defensores de los trabajadores migrantes saben que los salarios más altos por sí solos no resolverán todos los desafíos que enfrentan los inmigrantes y las familias latinas de bajos ingresos.

En una reunión en julio, Velásquez y el equipo organizador en Dudley se reunieron en la sede de FLOC en Carolina del Norte. En 2006, este comité construyó un gran edificio de metal que podría servir como lugar de reunión, centro de distribución y refugio para huracanes. Es lo suficientemente grande como para que el grupo pueda reunirse y mantenerse socialmente distanciado. Ocho organizadores, usando mascarilla, se sentaron frente a sus computadoras portátiles. Otros diez se unieron a la reunión por Zoom. Hablaron de la necesidad de una educación bilingüe, así como de sus preocupaciones por las interacciones que han tenido con la policía. El comité se involucra donde sus miembros necesitan protección; saben bien que tanto el bienestar como la injusticia se extienden más allá de las plantaciones.

Durante la pandemia, la sede de FLOC también se ha convertido en un centro de suministros de salud y seguridad pública. Hay tarimas apiladas con cajas llenas de botellas de cloro (lejía) y desinfectante. Las lavadoras se encuentran alineadas en la pared trasera.

“Hemos estado usando el centro como un lugar para distribuir material para prevenir la propagación de la COVID”, dijo Velásquez. También hizo referencia a Martín Lutero, quien aceptó obedecer la ley durante un brote de Peste Negra, pero estaba dispuesto a arriesgar su salud en el ministerio. “Sabemos que estamos tomando riesgos. Pero cuando eres gente del pueblo … cuando se trata de amar, no reparas en el precio”.

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Bekah McNeel es una reportera con sede en Texas que cubre los temas de inmigración y educación.

Traducido por Pedro Cuevas y Livia Giselle Seidel

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