Los cuatro evangelios describen violencia en el huerto de Getsemaní. Jesús estaba solo, llorando entre los olivos, orando que la copa de sufrimiento pasara de Él. Cuando regresó con sus cansados ​​discípulos, los soldados y líderes religiosos llegaron buscando aprehender a Jesús. Pedro respondió con la espada desenvainada y de un solo golpe le cortó la oreja a un hombre llamado Malco. “¡Guarda tu espada!” (Juan 18:11, TLA), le dijo Jesús mientras curaba a Malco. “La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?” (Ibid, LBLA).

Jesús fue llevado al sumo sacerdote y luego al gobernador romano. “Mi reino no es de este mundo”, le dijo a Pilato. “Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí.” (18:36)

El reino de los cielos es esquivo. No viene con espada, sino con sacrificio; no con una corona de hierro, sino con una corona de espinas. No llega a través de los poderes del mundo, sino a través del poder invertido de la cruz, es decir, el poder de la impotencia. Pedro blandió la espada, pero Jesús bebió la copa.

Esta historia me viene a la mente ahora que nos acercamos a una elección presidencial que ha causado una gran división. Creyentes evangélicos que durante mucho tiempo han trabajado lado a lado en el mismo campo ahora se encuentran divididos en campos enemigos. Un campamento declara que no puede comprender cómo personas que comparten su misma fe podrían apoyar al mandatario. El otro campo se pregunta cómo alguien alimentado por la Palabra de Dios podría rechazar a ese mismo mandatario. Los campos no solo están en desacuerdo, sino que no pueden entenderse entre sí. Incapaces de ver la razón en el punto de vista opuesto, cada lado afirma que el otro ha sucumbido a la sinrazón, al prejuicio, o a la codicia por el poder o la aprobación.

Nuestra incapacidad para comprender la racionalidad de un punto de vista opuesto es más a menudo una falla de imaginación de nuestra parte que una falla de racionalidad de parte del otro. La diferencia entre ambas partes no puede ser que un lado sea verdaderamente cristiano y el otro no lo sea, o que cualquiera de los lados posea el monopolio de las buenas ideas y las buenas intenciones. Innumerables hombres y mujeres que luchan con cada hueso y tendón por seguir a Jesús están de pie a ambos lados.

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Si se tratara de una división entre evangélicos conservadores y progresistas, sería más fácil de comprender. Sin embargo, esta es una división entre los mismos evangélicos conservadores, y he batallado durante años para comprenderla. Quizás todavía no la he entendido, pero quiero esforzarme por explicarla. Detrás de las diferencias que nos separan he llegado a creer que hay una visión diferente del reino de Dios.

Tras el editorial del exeditor jefe, Mark Galli, publicado en diciembre, y mi declaración reafirmando la esencia de su preocupación, escuché que varios respetados y muy queridos amigos estaban desconsolados. “Trabajamos a diario, incansablemente, para salvar la vida de los no nacidos”, dijeron. “Estamos en primera línea defendiendo las libertades religiosas que permiten que las familias y las iglesias vivan de acuerdo con su conciencia. Estamos trabajando para lograr un gobierno y una cultura que escuche las preocupaciones cristianas y honre los valores cristianos”. Estas cartas fueron tan dolorosas de leer como deben haber sido de escribir, ya que amigos muy queridos sentían que traicionábamos la causa en un momento crítico.

Con algunas excepciones, el sentimiento generalmente provenía de personas que se formaron en entornos donde el cristianismo era, o había llegado a ser recientemente, la fuerza cultural dominante. La ética cristiana había sido durante mucho tiempo una influencia para el bien y, al observarla desvanecerse, vieron restringidas sus propias libertades, así como el deterioro del bien común de la comunidad. También creían que años de política exterior progresista habían disminuido nuestra posición global y habían cerrado los ojos ante la persecución cristiana en el extranjero. Estas inquietudes los llevaron a apoyar a un político que contradice los valores cristianos en su comportamiento personal pero, según creían, promovía los valores cristianos en el ámbito público. No admiraban su personalidad ni aprobaban su retórica, pero creían que él y el partido al cual representaba traerían consigo el bien superior de la sociedad en su conjunto.

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Llamaré a este contingente la “Iglesia Reinante”. La Iglesia Reinante ve el reino de Dios, el fin por el que luchamos, como un mundo en el que hombres y mujeres son libres de seguir su fe, la vida se considera sagrada desde la concepción hasta la muerte, las familias pueden criar a sus hijos en la verdad bíblica, las iglesias lideran los actos de caridad, y el gobierno proporciona un orden estable para el florecimiento de iniciativas significativas.

Los miembros de la Iglesia Reinante están preocupados por la política exterior y la política económica, pero se sienten especialmente obligados a apoyar a la actual administración por sus posturas sobre la vida y la familia. Sienten que no votar por los republicanos empodera al partido que protege el espantoso régimen del aborto y que promueve una ética sexual que conduce a la confusión y a un inmenso sufrimiento.

Sin duda, hay corrientes más virulentas que apoyan al actual presidente; sin embargo, también hay partidarios amorosos y razonables, y creo firmemente que para enfrentar este desacuerdo bíblicamente es necesario que representemos a nuestros hermanos y hermanas de la mejor manera. No hacemos ningún favor a nuestra fe cuando caricaturizamos a otros creyentes.

No hay nada esencialmente irracional o inmoral en la posición antes mencionada. Lleva a la Iglesia Reinante a valorar más la adquisición y el uso del poder político. La Iglesia Reinante ve la elección simplemente como una batalla entre el bien y el mal. Los vicios del presidente parecen pequeños cuando la virtud del mundo pende de un hilo. Ganar poder político significa proteger el estilo de vida cristiano y sembrar semillas de verdad y bondad en la cultura y, así, traer la bendición de Dios a la tierra. La pérdida del poder político significa que la cultura se convierte en una espiral cada vez más profunda de inmoralidad y falsedad, erosionando los cimientos de la sociedad y provocando un mayor sufrimiento para todos. Para estos amigos, entonces, retirar el apoyo al presidente es socavar el poder de los cristianos para dar forma a la política de una manera que proteja a la iglesia y beneficie al mundo.

Por supuesto, otro grupo respondió de manera muy diferente al editorial de Galli. Llamaron por teléfono llorando. Enviaron globos a la oficina. Nos animaron a mantenernos firmes contra las críticas fulminantes. Estaban profundamente agradecidos de que alguien hubiera expresado sus profundas dudas éticas y espirituales sobre el apoyo evangélico al presidente Trump.

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¿Cómo pudo suceder esto? La división entre estos grupos no tiene como base diferencias teológicas, y ambos se habrían considerado conservadores antes del movimiento Trump. Estudian las mismas Escrituras, afirman los mismos credos y cantan los mismos himnos. También comparten la mayoría de los valores éticos fundamentales, desde la libertad religiosa y la santidad de la vida, hasta la intención amorosa de Dios para el matrimonio y la sexualidad.

Llamemos al segundo grupo la “Iglesia Remanente”. A diferencia de la Iglesia Reinante, la Iglesia Remanente generalmente proviene de lugares donde el cristianismo no es la principal autoridad cultural o política. Por supuesto, estas son generalizaciones, pero la Iglesia Remanente tiende a ser más joven, más diversa y más urbana que la Iglesia Reinante. Es más probable que los miembros de la Iglesia Remanente vivan al margen del poder, a veces de forma deliberada y, a veces, por exclusión.

Este contingente es más grande de lo que podríamos imaginarnos. Cuando los evangélicos se definen por creencias y se incluyen todas las etnias, solo el 58 por ciento de los votantes evangélicos apoyaron a Trump en 2016 (sin contar a los que optaron por no votar).

La Iglesia Remanente está cautivada por una visión fundamentalmente diferente del reino de Dios. El reino, desde su punto de vista, es demasiado sagrado como para confundirlo con los triunfos electorales y la aprobación de leyes. No es una dispensación política ni un orden social. No es un reino de este mundo. En cambio, el reino irrumpe en el tiempo y el espacio cuando los hombres y mujeres enviados por el Rey buscan a los perdidos y sirven a los más pequeños. El reino de los cielos está entre nosotros cuando compartimos el Evangelio de palabra y de obra, servimos a los desamparados y refugiados, y nos unimos a nuestros vecinos en su sufrimiento.

Para la Iglesia Remanente, el reino de Dios tiene menos que ver con la adquisición de poder que con el despojo del poder, es decir, con renunciar a nuestros derechos y privilegios como lo hizo Cristo (Filipenses 2) para servir a los impotentes. En otras palabras, la cristiandad no es el reino, y representar a la cristiandad no es lo mismo que representar a Cristo. El reino de los cielos no se trata de la espada, sino de la copa; no se trata de defendernos, sino de morir a nosotros mismos.

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Por esta razón, la Iglesia Remanente da mayor prioridad a la pureza de la Iglesia que a la prosperidad del país. La prosperidad nacional importa, pero las naciones florecen y caen, mientras que la Iglesia perdura por la eternidad. Su unidad e integridad dan testimonio del carácter divino de Cristo (Juan 17) y, precisamente por esto, no se pueden comprometer. Esto hace que la Iglesia Remanente sea más optimista sobre la pérdida de influencia cultural y política. El poder político posee una enorme atracción gravitacional que con demasiada frecuencia distorsiona nuestra capacidad de ver a Cristo con claridad y de testificar acerca de Él con fidelidad. A veces, la Iglesia necesita tiempo en el desierto para recordar quién es ella en realidad.

La Iglesia Remanente preferiría que la Iglesia perdiera su influencia antes que su integridad, incluso si la pérdida de las libertades religiosas condujera a la persecución. ¿Cuándo la persecución ha derrotado a la iglesia? Seguramente el mismo Dios que hizo que existieran las estrellas y que ha preservado a su Iglesia en todo el mundo durante dos mil años puede preservar a la iglesia estadounidense contra cuatro años de exilio político. La Iglesia solo puede morir desde su interior.

Pero si la iglesia pierde su integridad y, por lo tanto, su testimonio, la cultura que la rodea sufrirá. De hecho, para la Iglesia Remanente la acogida del presidente por parte de los evangélicos ha promovido ciertos valores corrosivos en la cultura, alentando el narcisismo, el materialismo, la codicia, la lujuria, el racismo y el sexismo, que son tan dañinos, si no más, que las políticas mal concebidas.

Los lectores agradecidos por el editorial de Galli no arrojaron piedras a los creyentes que votaron de mala gana por Trump. Estaban preocupados más bien por los líderes evangélicos que crearon la impresión de que toda la Iglesia se había unido a él, particularmente cuando esos líderes no mostraron voluntad de condenar públicamente su mala conducta, ni de defender a las víctimas de su retórica. Esto, en su opinión, empañó el testimonio del cuerpo de Cristo, llevando a sus amigos a abandonar las filas de la Iglesia, y a sus hijos a renunciar a su crianza. Ninguna cantidad de victorias políticas podría justificar esto. Ellos sintieron que los evangélicos blancos habían ganado las elecciones, pero habían perdido una generación.

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El desacuerdo entre la Iglesia Reinante y la Iglesia Remanente no gira en torno a tener valores diferentes, sino en torno a priorizarlos de manera diferente. La Iglesia Reinante respondería que ellos también valoran el testimonio de la Iglesia y muchos de ellos dedican su vida al evangelismo y al servicio, sin embargo, los cristianos están llamados a luchar por las cosas que le importan a Dios, incluso cuando esto nos haga impopulares. La Iglesia Remanente diría que ellos también se preocupan por defender la santidad de la vida, la protección de la iglesia y la familia, sin embargo, están dispuestos a luchar por estas causas de otras maneras, pero no ganando influencia a costa de su integridad. Muchos también se apresuran a agregar que no pueden apoyar al candidato alternativo debido a sus puntos de vista a favor del aborto, por lo que se encuentran incapaces de votar por ninguno de los dos en conciencia.

Algunos dentro de la comunidad de Christianity Today pertenecen a la Iglesia Reinante y otros a la Iglesia Remanente. Si bien simpatizo con ambos lados, yo pertenezco a la Iglesia Remanente. Digo esto cosas no para avergonzar a mis hermanos y hermanas que opinan lo contrario, sino para que puedan entender mi corazón. Creo que la alineación evangélica con la administración Trump ha hecho avanzar los reinos de los hombres, pero no el reino de Dios. Me preocupa que haya dañado la cultura y empañado nuestro testimonio por varias generaciones. Por supuesto, podría estar equivocado. Espero estar equivocado. Sin embargo, lamento que haya tanta gente que hoy mira a los evangélicos y ve la imagen de Trump en vez de la imagen de Cristo. Asimismo, temo que mis hijos crecerán en una sociedad más hostil a su fe como resultado. Y estoy desconsolado de que tantos marginados, en particular los creyentes afroamericanos, hayan sido heridos por el apoyo de los evangélicos blancos al presidente.

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Pero el amor me exige comprender a los hombres y mujeres (de todas las etnias) que pertenecen a la Iglesia Reinante. Estos también son mis hermanos y hermanas, hombres y mujeres de mente sana y buen corazón. Es por eso que Christianity Today seguirá siendo un lugar donde los evangélicos puedan tener estas discusiones, a profundidad y con amor. Presentamos nuestra serie Table a principios de este año como un espacio para discutir los diferentes puntos de vista del compromiso político evangélico. Hemos publicado argumentos elocuentes a favor y en contra de ambos candidatos. Nos hemos asociado en el First Principles Project para ir más allá del desacuerdo partidista y redescubrir los valores fundamentales que informan cómo y por qué los cristianos participan en la vida pública. Y la conversación continuará.

El último acto radical en una época radicalmente polarizada es amar y comprender a ambos lados. El año 2020 ya ha dejado muchos daños a su paso. Acérquese a aquellos que no están de acuerdo con usted y demuéstreles el amor de Cristo. Cualquiera que sea el resultado, tendremos que trabajar juntos para llevar el reino de Dios al centro del desastre, y ayudar a nuestra gente a encontrar esperanza una vez más.

Timothy Dalrymple es presidente y director ejecutivo de Christianity Today. Síguelo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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