En los últimos días, los estadounidenses han estado sorprendidos y preocupados por la hospitalización del presidente debido a la COVID-19. Las reacciones han sido variadas y muchas han sido, sin duda, teológicas. Como Kate Shellnutt reportó recientemente para CT: “Muchos pastores y líderes ministeriales alentaron a los estadounidenses a orar por el presidente y por el país, sin importar su postura política.”

Para algunos líderes, atender esta invitación puede resultar sencillo. Pero para algunos de nosotros, poner en práctica la invitación a orar tiene como contexto una postura de desacuerdo con la administración actual. ¿Cómo debemos, entonces, responder a la noticia de la enfermedad del presidente?

Desde un punto de vista, la respuesta es concreta: Debemos orar y lo hacemos. En mi iglesia anglicana, intercedemos por nuestros líderes cada domingo con una versión de lo siguiente:

Te pedimos que ayudes a las naciones de este mundo a permanecer en el camino de la justicia; y también que guíes y dirijas a nuestros líderes, especialmente al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para que tu pueblo pueda disfrutar las bendiciones de la paz y la libertad. Permite que tus líderes puedan impartir justicia imparcialmente, mantenerse fieles a la integridad y la verdad, reprender el vicio y la maldad, y proteger la verdadera religión y la virtud.

En el corazón de esta oración, está la idea de que todos los gobiernos tienen una responsabilidad solemne de trabajar del lado de la verdad, la justicia y la integridad. Ellos deberían inspirar virtud y limitar los daños del vicio. La oración les atañe, no solo como individuos, sino también por su poderosa influencia sobre la vida de muchos.

Este año, especialmente, los líderes de las iglesias han tenido mucho qué decir acerca de la cultura y los valores de este país, y cómo éstos están moldeados por gobernantes, funcionarios locales, y especialmente por el presidente. La intercesión cristiana, entonces, no se trata de una lealtad ciega: Es un reconocimiento de que el bienestar de muchos a menudo depende de las decisiones de unos pocos.

El alcance de esa influencia es precisamente la razón por la que he orado por Trump, a menudo diariamente, durante toda su presidencia. He estado muy en desacuerdo con algunas de sus políticas y acciones; pero cuando no concuerdo, no oro menos: oro más. Como David French escribe, “los cristianos de todas las convicciones políticas deberían humildemente (y con total reconocimiento de nuestra propia debilidad) buscar un verdadero arrepentimiento de los hombres y mujeres en el poder. Su transformación nos beneficia a todos.”

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Para mí, entonces, el episodio de enfermedad del presidente añadirá contenido a mis oraciones, pero eso no cambiará mis prácticas fundamentales.

Si bien los cristianos debemos estar unidos en oración por nuestros líderes, nuestra responsabilidad cristiana hacia el Estado va más allá. La misma Biblia que nos llama a orar por nuestros líderes, también los llama a ellos a gobernar con justicia.

Las Escrituras hebreas relatan una historia sobre el profeta Daniel y Nabucodonosor, el rey de Babilonia. En esta historia, Daniel advirtió a Nabucodonosor que perdería su reinado por un tiempo, pero Daniel creía que aún había una oportunidad para el rey si éste se humillaba y mostraba preocupación por los pobres:

Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser la de antes. (Daniel 4:27, NIV)

Aunque Daniel y el rey tenían diferentes perspectivas religiosas, el profeta aún esperaba que el gobernante extranjero demostrara compasión por los oprimidos.

Al igual que Daniel, los líderes de la iglesia primitiva denunciaban la injusticia. Por lo tanto, se infiere que todos los políticos tienen las mismas obligaciones morales, independientemente de su postura religiosa: ver por los oprimidos y mantener el orden, de tal forma que sea posible el florecimiento del ser humano. También se infiere que nuestra responsabilidad cristiana como ciudadanos no solo es orar por nuestros líderes cuando están enfermos, sino también alzar nuestra voz en contra de la injusticia y a favor de la paz y la estabilidad. Ambos llamados son igual de importantes.

Nosotros creemos que toda la vida es sagrada —desde el presidente en el hospital, al bebé que crece en el útero, hasta la persona que es arrestada por razones injustas—. En otras palabras: La fe que dice que la vida de un hombre negro que se perdió a causa de violencia injusta es sagrada, es la misma fe que nos pide orar por la vida sagrada del presidente. Aún si estamos en desacuerdo con él.

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Por supuesto, habrá quien diga que la enfermedad del presidente es una retribución divina, sin embargo, ese es un territorio muy peligroso para los cristianos. No siempre es posible establecer una conexión entre una forma particular de sufrimiento con su causa. Lo que sí creemos es que el sufrimiento, con frecuencia, tiene la habilidad de enseñarnos algo acerca de Dios, del mundo, y de nosotros mismos. Poner especial atención en la enfermedad del presidente nos da la oportunidad de sentir mayor simpatía por los cientos de miles de personas que han sufrido —y muerto— por causa de esta enfermedad.

Esperemos que las próximas semanas nos ayuden a comprometernos nuevamente con una de las formas más básicas de amor por el prójimo: atender la salud de los más vulnerables. Podemos demostrar este amor simplemente siendo vigilantes. Debemos prestar atención a los consejos de los expertos médicos y científicos a fin de detener el contagio del virus. Debemos amar de palabra y de hecho. Y debemos orar por los que están en mayor riesgo.

Oramos especialmente por aquéllos a quienes amamos, pero Jesús nos llama doblemente a orar por nuestros enemigos (Mateo 5:44) y por aquellos con quienes estamos en desacuerdo. Esa forma de amor que imita a Cristo es el fundamento de nuestra fe.

Esau McCaulley es profesor asistente de Nuevo Testamento en la Universidad Wheaton College y es autor de Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope.

Traducido por Aline E. Aguilar González

Edición en español: Livia Giselle Seidel

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