Después de meses de cuarentena, finalmente recibí el correo electrónico que tanto temía, pero que supuse llegaría en cualquier momento. Después de que las conferencias de discipulado con iglesias locales habían sido pospuestas primero para octubre, y después hasta diciembre, se tomó una decisión final. Todo nuestro ministerio de discipulado, en el cual yo acababa de empezar a enseñar y en el que había encontrado un profundo gozo, cerraría sus puertas definitivamente; ya no era sostenible seguir pagando los salarios del limitado personal que lo había mantenido a flote mientras esperábamos a que las iglesias pudieran acogernos de nuevo. Fue una pérdida solemne, pero no me tomó por sorpresa.

Mi cuñado es pastor en el estado de Carolina del Sur. Él y su esposa compartieron conmigo el dolor que les causó enterarse de que tenían que cancelar por completo su escuela bíblica de vacaciones de verano, después de meses de planificación, y a pesar de las estrictas reglas de higiene que habían establecido.

Mi propio pastor compartió conmigo el impacto que tuvo la pérdida del modelo de adoración participativa que había diseñado para nuestra congregación multicultural. Era un modelo exitoso y, por el momento, es imposible ponerlo en práctica a través de las opciones con las que contamos para transmitir nuestros servicios en vivo. Tal vez parezca insignificante, sin embargo, ha afectado a nuestra congregación de manera importante. Hemos perdido contacto con gente con la que apenas habíamos comenzado a trabajar: retoños frágiles que empezaban a crecer y florecer en el verdadero discipulado. Si bien los miembros más comprometidos de la iglesia se han acercado y se han vuelto aún más unidos, cada semana, y a pesar de nuestros esfuerzos por tenderles la mano e incluirlos, vemos disminuir el número de los asistentes más nuevos; aquellos que apenas comenzaban a sentirse parte de nuestra congregación.

Es verdad que la iglesia evangélica necesitaba ser refinada. Pero junto con las cosas que necesitaban ser podadas, pareciera que los ministerios están perdiendo buenas oportunidades que se ajustaban al llamado de Dios para discipular a las naciones. Los pastores oraron a Dios por esas oportunidades. Sus ministerios entraron por las puertas que Dios parecía estar abriendo. A la luz del sufrimiento mundial por la pandemia y la injusticia racial, la pérdida de estas oportunidades ministeriales bien podría parecer trivial para algunos. Pero la realidad es que no lo es. Todo esto afecta a los pastores y a sus ministerios de manera real, aun cuando a veces ni siquiera encontramos las palabras para describir el sentimiento que producen.

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En muchos casos, las pérdidas continúan acumulándose para los pastores, a medida que las esperanzas y alegrías que les proporcionaba el ministerio parecen ser destruidas por las sofocantes medidas que deben tomarse para contener la pandemia, y por amor a nuestro prójimo.

Antes de recibir el correo electrónico informándome que mi amado ministerio de discipulado cerraba sus puertas, Dios ya me había estado preparando para esta pérdida. Mi lectura bíblica durante los últimos meses fue el libro de Jeremías. Estaba leyendo a Jeremías para prepararme mejor, precisamente para las conferencias de discipulado que terminaron por cancelarse. Dos semanas antes de recibir ese último correo electrónico, me perseguían las palabras de Dios a Baruc, el fiel escriba de Jeremías.

Pues le dirás que así dice el Señor: Voy a destruir lo que he construido, y a arrancar lo que he plantado; es decir, arrasaré con toda esta tierra. ¿Buscas grandes cosas para ti? ¡No las pidas! Porque voy a provocar una desgracia sobre toda la gente, pero a ti te concederé la posibilidad de conservar la vida dondequiera que vayas —afirma el Señor—. Ese será tu botín. (Jeremías 45:4-5, NVI)

A medida que la disciplina de Dios caía sobre los idólatras reyes de Israel, y sobre el pueblo que siguió su ejemplo, también descendió sobre Baruc y Jeremías, quienes fielmente habían ministrado al pueblo en el nombre de Dios. Las palabras de Dios a Baruc son duras y, al principio, parecen de poco consuelo. Pero tal vez expresan más de lo que parecen decir. Me encantan las palabras del Salmo 46: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.” (v.10) Imagino a Dios hablando palabras similares a Baruc en Jeremías 45, aunque con una voz de mayor autoridad que la tradicionalmente asociada con el Salmo 46. Quédate quieto, Baruc. ¡Yo soy Dios, Baruc! Perderás algunas cosas, pero protegeré tu vida dondequiera que vayas. ¡Confía en mí! Sé lo que estoy haciendo.

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El Dios de toda consolación dijo lo que Baruc necesitaba oír, y creo que son palabras que nos ayudan hoy. Amado pastor y líder ministerial: Usted no es el primero en el Cuerpo de Cristo que ha tenido que experimentar la interrupción completa de su ministerio debido a problemas que usted no provocó. Usted no es el primer ministro del Evangelio que ha quedado atrapado por los trastornos sufridos por una nación. Hombres y mujeres justos, como Baruc y Jeremías, también han quedado atrapados en situaciones similares, y han tenido que pagar el precio.

En Números 14, encontramos otro ejemplo que nos permite ver que no somos los únicos que hemos sufrido pérdidas en tiempos difíciles. Josué y Caleb acababan de regresar de Canaán con los otros diez espías enviados por Moisés. Ellos creían que Dios les daría la tierra tal como les había prometido, pero los otros espías tenían miedo. Cuando el pueblo se rebeló contra Moisés y se negó a entrar en la tierra prometida, la angustia de Josué y Caleb era palpable. Se desgarraron las vestiduras mientras suplicaban al pueblo que creyera las promesas de Dios. Sin embargo, a pesar de ser fieles a Dios, ellos también tuvieron que vagar durante 40 años en el desierto. Perdieron 40 años de su vida debido a la incredulidad de los demás.

Es por eso que la belleza de los primeros capítulos del libro de Josué resplandece al compararse con la angustia que él mismo había vivido 40 años antes. Dios restauró todo lo que Josué había perdido. Él y Caleb finalmente poseyeron la tierra. Dios cumplió sus promesas, y el libro de Josué brilla en gloriosa contraposición a la angustia sufrida en Números 14.

En agudo contraste, Baruc y Jeremías morirían antes de que Esdras y Nehemías guiaran el regreso de los hijos de Israel para reconstruir el Templo. Murieron sin saber cómo terminó la historia de la que fueron parte integral. Lo mismo que Dietrich Bonhoeffer, Jim Elliot y Juan el Bautista. Sin embargo, el reino de Dios avanzó a través de la vida de cada uno de ellos, a pesar de que vieron más pérdidas que victorias durante su ministerio terrenal.

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Las palabras de Dios a Baruch me recuerdan que, aunque anhelo la estabilidad y la satisfacción ministerial en la tierra, mi esperanza, en última instancia, está en la vida venidera. "Y esta esperanza no nos defrauda" (Romanos 5:5).

Nuestro tiempo de peregrinar sin rumbo —mientras luchamos por mantenernos a flote en un mar de cuarentena— puede durar meses, años o incluso décadas, pero el reino de Dios ya viene. Permanezca en Él aun en momentos como estos, y Él le concederá frutos que permanecerán para siempre. Sobre todo, recuerde que no está solo mientras enfrenta diversas pérdidas en su ministerio. Dios lo sabe, y ha preservado en su Palabra las historias de su fidelidad para mostrar que Él cumple sus promesas, no a pesar de las pérdidas, sino a través de ellas. El que comenzó la buena obra en usted, en su comunidad y en aquellos a quienes pastorea, será fiel para completarla.

Wendy Alsup es autora de varios libros, entre ellos Companions in Suffering: Comfort for Times of Loss and Loneliness. Escribe en theologyforwomen.org.

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