Se están formando nuevas fracturas dentro del movimiento evangélico estadounidense: fracturas que no coinciden con las líneas de división tradicionales en términos regionales, denominacionales, étnicos o políticos. Parejas, familias, amigos y congregaciones que una vez estuvieron unidos en su compromiso hacia Cristo ahora se dividen por tener visiones del mundo aparentemente irreconciliables. De hecho, no solo se están dividiendo, sino que se están volviendo incomprensibles el uno para el otro.

Hace poco, mi grupo de amigos de la universidad, todos criados y educados en familias y congregaciones evangélicas saludables, tuvieron una reunión de reencuentro en línea buscando entender todo esto. Uno de los participantes se lamentaba de que ya no podía comprender a sus padres ni cómo sus formas de ver el mundo habían cambiado tan repentina y dolorosamente. Otro describía a amigos que eran idénticos a él demográficamente, con quienes antes caminó de la mano en prácticamente todas las cuestiones, pero que ahora promovían ideas que él encontraba desconcertantes. Otro dijo que su iglesia se estaba desintegrando, dividiéndose por las sospechas mutuas y la incomprensión.

“Esta era mi gente”, dijo uno, “pero ahora no sé quiénes son, o tal vez ya no sé quién soy yo”.

¿Qué hacer cuando sientes que estás perdiendo a las personas que amas a manos de una realidad falsa? ¿Qué hacer con la dura verdad de que ellos tienen el mismo sentimiento respecto a ti?

Esta disyuntiva no es exclusiva para los evangélicos. Sin embargo, los creyentes que una vez anduvieron hombro con hombro ahora encuentran que estos cambios tectónicos los han alejado, que sus continentes se están separando y que no pueden encontrar un puente que les devuelva el terreno común. ¿Cómo es posible que nuestras visiones de la realidad discrepen tan drásticamente? ¿Hay algo que podamos hacer para acercarnos de nuevo?

La curva de la verosimilitud y la curva de la información

Entre los intereses más persistentes de mi carrera académica estuvo siempre la cuestión de cómo la gente forma sus creencias. No cómo deberían formar sus creencias, según cierta visión idealizada de una racionalidad perfeccionada, sino cómo forman sus creencias en realidad, como criaturas de carne y hueso que habitan dentro de comunidades y culturas. Quiero presentar una herramienta conceptual sencilla, desarrollada en parte bajo la influencia del trabajo de Peter Berger, que quizá nos ayude a entender lo que está ocurriendo.

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Imagine un plano horizontal que se curva hacia un cuenco y se alza de nuevo, regresando al plano horizontal. La curva, desde un extremo del cuento hasta el otro, representa el rango de afirmaciones que un individuo encuentra creíble. Llamémoslo la curva de la verosimilitud. Las afirmaciones que caen en el centro de la curva se percibirán como más verosímiles, es decir, requieren poca evidencia o argumentación antes de que un individuo acepte creerlas. Las afirmaciones que caen cerca de los bordes serán cada vez más inverosímiles según se alejen del centro del cuenco, requiriendo cada vez más persuasión. Las afirmaciones que caigan por completo fuera de la curva de la verosimilitud están más allá del rango de lo que una persona pueda creer en un momento dado, y ninguna cantidad de evidencia o de lógica será suficiente.

Lo que determina la verosimilitud de una afirmación dada es lo bien que se conforma a lo que un individuo experimenta, a lo que ya cree, o a lo que quiere creer. El rango completo de las creencias de una persona se parece más bien a un fotomosaico (vea un ejemplo aquí): miles de experiencias y percepciones de la realidad se unen y de todos esos miles surgen grandes patrones e impresiones, creencias de orden superior acerca de la naturaleza de la realidad, las grandes narrativas de la historia, la naturaleza de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal, y mucho más. Los intentos de cambiar una simple creencia pueden resultar infructuosos si esta se encuentra incrustada en incontables otras. ¿Por dónde empezar a abordar miles de desacuerdos entrelazados a la vez? La evidencia de lo contrario es básicamente irrelevante cuando una afirmación “encaja” con toda una red de creencias que le sirven de refuerzo. En gran parte, esto es lo que le da a la curva de la verosimilitud su fuerza duradera y su resistencia al cambio.

El deseo juega un papel particularmente complicado en la curva de verosimilitud. Puede que deseemos no creer una afirmación porque eso nos separaría de aquellos a los que amamos, nos enfrentaría a verdades dolorosas, requeriría un cambio en nuestra conducta, impondría un costo social, y muchas otras cosas. Puede que deseemos sí creer cierta afirmación, tal vez porque está de moda, porque confirmaría nuestros prejuicios, porque nos haría sentir distintos de los que nos rodean, porque enfadaría a nuestros padres o por incontables razones más. Hará falta más persuasión para las afirmaciones que no queremos creer, y menos para las que sí.

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Como ocurre con la ventana de Overton en política, la curva de la verosimilitud se puede expandir, contraer y modificar. Los amigos o los miembros de la familia cuyas curvas de la verosimilitud fueron una vez idénticas se pueden encontrar con que han variado con el curso del tiempo. Las afirmaciones que una persona encuentra inmediatamente verosímiles son casi inconcebibles para el otro. ¿Pero cómo ocurre esto? Aquí es donde entra en juego la curva de la información.

Imagina un cuenco en espejo sobre la curva de la verosimilitud. Esta sería la curva de la información, y refleja las fuentes de información acerca del mundo externas al individuo: cosas como las comunidades, las autoridades y los medios de comunicación. Estas fuentes que están en el centro de la curva de información se consideran más confiables; las afirmaciones que vienen de estas fuentes se aceptan casi sin preguntar. Las fuentes de información de los bordes exteriores del cuenco se consideran menos confiables, así que sus afirmaciones se someterán a un mayor escrutinio. Las fuentes que están completamente fuera de la curva, al menos para este individuo, carecerán por completo de credibilidad y sus afirmaciones se descartarán sin más.

Por lo general, el centro de la curva de la información se alinea con el centro de la curva de la verosimilitud. La relación las refuerza mutuamente. Las fuentes se consideran más confiables cuando presentan afirmaciones que encontramos verosímiles, y las afirmaciones se consideran más verosímiles cuando vienen de fuentes en las que confiamos. Una fuente de información que constantemente presenta afirmaciones en el centro de la curva de la verosimilitud será creída de manera implícita.

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El cambio puede comenzar en nivel de la curva de la verosimilitud. Tal vez un individuo se une a una comunidad religiosa y descubre que es más cariñosa y razonable de lo que esperaba. Ya no lo encontrará verosímil cuando una fuente asegure que todas las comunidades religiosas son irracionales y prejuiciosas, y esto hará variar gradualmente su curva de la información para favorecer fuentes más fiables. O quizá otra persona experimenta la pérdida de un hijo y ya no desea creer que la muerte es el fin de la conciencia. Estará más abierto a otras afirmaciones, expandirá sus fuentes de información y lentamente sus creencias variarán.

El cambio también puede comenzar en el nivel de la curva de la información. Un individuo criado en cierta comunidad con autoridades bien establecidas, como sus padres y pastores, va a la universidad y se le presentan nuevas comunidades y autoridades. Si las juzga como fuentes confiables de información, esta nueva curva de la información probablemente hará variar su curva de la verosimilitud. Según vaya cambiando su conjunto de creencias, puede que llegue a un punto en que las fuentes que una vez abastecieron la mayoría de esas creencias ya no sean consideradas confiables en absoluto. O imagine a una persona que ha vivido su vida entera consumiendo medios de comunicación de extrema izquierda. Comienza a escuchar las fuentes de los medios conservadores y se encuentra con que sus afirmaciones resuenan con su experiencia: solo ligeramente al principio, pero cada vez en mayor medida. Gradualmente, consumirá más y más medios de comunicación conservadores, expandiendo o variando su curva de la información, y esto a su vez expandirá o cambiará su curva de la verosimilitud. Puede que llegue un punto en que su percepción más amplia del mundo —las fuerzas ocultas que gobiernan en la historia, los modos óptimos para organizar las sociedades y la economía, las fuerzas del bien y del mal en el mundo— esté completamente invertido.

Piensa en los movimientos 9/11 Truth [la verdad sobre el 11 de Septiembre] y el de QAnon. La mayoría de los estadounidenses sentirán que la idea de que la administración Bush orquestara un ataque terrorista a gran escala para invadir Oriente Medio y enriquecer a sus amigos de la industria petrolífera, o que las élites liberales globales construyeran una operación internacional de tráfico infantil con el propósito de la pedofilia y el canibalismo, va más allá de los límites de la curva de la verosimilitud. Otros, no obstante, se encontrarán con que una conspiración u otra resuena con su curva de la verosimilitud, o puede que su curva de la información varíe con el tiempo de tal modo que se lleve consigo a la de la verosimilitud. Las afirmaciones que en un principio parecían imposibles de contemplar, llegan a parecer concebibles, y después posibles, luego razonables y finalmente evidentes. Por supuesto que los conservadores sacrificarían miles de vidas inocentes para justificar una “guerra por el crudo” porque los conservadores son codiciosos y eso es lo que hacen. Por supuesto que los liberales sacrificarían a miles de niños para hacer prosperar su salud y su poder porque los liberales son perversos y eso es lo que hacen.

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Como nota aclaratoria final, a toda la estructura, es decir, la curva de la verosimilitud y la de la información juntas las llamaremos un mundo informativo. Un mundo informativo abarca el modo en que un individuo o una comunidad de individuos reciben y procesan la información. Los diferentes mundos informativos tendrán hechos y fuentes diferentes. Nuestro desafío actual es que nos encontramos frente a múltiples mundos informativos con poco en común y mucha hostilidad entre ellos.

¿Qué tiene todo esto que ver con el movimiento evangélico? Muchísimo.

La crisis evangélica

El movimiento evangélico estadounidense nunca se ha compuesto de una sola comunidad. Dependiendo del criterio, las estimaciones normalmente calculan el número de evangélicos estadounidenses entre los 80 y los 100 millones. Aun si redondeáramos la diferencia a 90 millones, esto haría que la población evangélica estadounidense fuera mayor que cualquier nación europea salvo Rusia. También es diversa, y abarca todas las regiones, razas y niveles socioeconómicos. Lo que mantenía unido el movimiento históricamente no solo era un conjunto compartido de compromisos morales y teológicos, sino una visión del mundo ampliamente similar y fuentes de información comunes. Sus curvas de la verosimilitud y de la información se superponían en gran medida. Había ciertas cuestiones en las que diferían, pero el terreno que compartían en medio servía como base para una comprensión y una hermandad mutuas.

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Esta idea de comunalidad se fue dislocando cuando grupos que no se identificaban con anterioridad como evangélicos se acabaron sumando al grupo, definiendo la categoría de “evangélico” menos en términos teológicos y más en términos sociales, culturales y políticos. Este movimiento evangélico más amplio es el que hoy se está dividiendo en comunidades separadas que todavía mantienen en común parte de los compromisos morales y teológicos, pero se diferencian de manera drástica en sus fuentes de información y en su visión del mundo. Sus mundos informativos apenas se superponen. Solamente pueden discutir un estrecho abanico de temas si no quieren caer en un desacuerdo doloroso y exasperante.

Uno de los grupos dentro del evangelicalismo estadounidense cree que nuestras libertades religiosas nunca han estado tan firmemente establecidas; otro cree que nunca han estado en mayor riesgo. Un grupo cree que el racismo sigue siendo sistémico en la sociedad estadounidense; otro cree que el “racismo sistémico” es un programa progresista para redistribuir la riqueza y el poder hacia los radicales furiosos. A uno le preocupa más la insurrección del Capitolio; a otro las protestas que siguieron a la muerte de George Floyd. Uno cree que la presidencia de Trump causó un daño generacional al testimonio cristiano; otro que fue enormemente benéfico. Uno cree que el antiguo presidente intentó un golpe de estado; otro que los demócratas robaron las elecciones. Uno cree que las mascarillas y las vacunas son señales del amor cristiano; otro cree que el rechazo de las mismas es una señal de valor cristiano.

En medio hay incontables grupos, por supuesto, pero estos ejemplos ilustran la tensión: ocupamos la misma realidad y, sin embargo, mundos enteramente diferentes. Tenemos delante la pregunta real de si estos mundos pueden (o deben) unirse de nuevo. Es un momento crítico para nuestro movimiento.

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¿Qué se puede hacer, entonces? El propio modelo sugiere por dónde comenzar. Si movemos la curva de la información hacia un centro común, la curva de la verosimilitud le seguirá. La información proviene de tres fuentes: los medios de comunicación, las autoridades y la comunidad. Una de las razones de nuestra desunión es que estas tres fuentes están en crisis en el evangelicalismo estadounidense. Trataré de resumir brevemente estos puntos.

Primero, la crisis de los medios es aguda. Aunque hoy en día los medios de comunicación se han vuelto más poderosos y persuasivos, también se han vuelto más fragmentados y polarizados. La dinámica de los medios modernos recompensa el contenido que es inmediato, enojado e hiperbólico, convirtiendo los medios en un mercado para los vendedores de desprecio y los mercaderes de odio. Los evangélicos se encuentran divididos entre plataformas de redes sociales y medios tradicionales que defienden abiertamente causas progresistas y cancelan las voces conservadoras, y fuentes de la ultraderecha que discurren en la paranoia y la desinformación. En resumen, el panorama de los medios digitales ha evolucionado para aprovecharse de nuestros vicios más que de nuestras virtudes, y se ha convertido en algo increíblemente eficaz al dividir a las audiencias en esferas herméticas que solamente ofrecen información y comentarios que confirman sus ansiedades y antipatías.

Esto presenta un desafío extraordinario para el discipulado cristiano. El consumo de medios de comunicación ha escalado durante años y se ha disparado en medio de la pandemia. Los miembros de nuestras congregaciones quizá pasen unas cuantas horas a la semana en la Palabra de Dios (que siempre debería ser la fuente de información y autoridad más importante del cristiano), pero cuarenta horas o más inyectándose las animosidades del día. En cuanto la curva de la información comienza a desviarse a la izquierda o a la derecha, los algoritmos de los medios digitales y las manipulaciones de los políticos y los especuladores aceleran el impulso. Pronto las comunidades que una vez compartieron una visión más amplia del mundo se encuentran con que solo están de acuerdo con los mínimos esenciales de la fe. Será difícil encargarse de otras partes de la curva de la información hasta que hayamos puesto algo de cordura en nuestro consumo de los medios de comunicación. Cuanto más tiempo pasemos separados por nuestros mundos de comunicación, más profundas y anchas se volverán nuestras divisiones. Cuanto más nos entreguemos a la glotonería de los medios, escatimando en el alimento más profundo que cultiva a Cristo dentro de nosotros, menos tendremos en común.

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La crisis de los medios alcanza a todo el conjunto de la sociedad, pero el movimiento evangélico también se enfrenta a una crisis de autoridad que él mismo ha creado. Hay una generación de líderes evangélicos que inspiraban un inmenso respeto, al menos en la parte media del evangelicalismo estadounidense, que han fallecido. La generación actual de líderes de las instituciones evangélicas, aunque notablemente son más diversos que sus antecesores, está luchando por elevarse sobre la rampante otredad ideológica de nuestro tiempo. Además, el movimiento ha visto caer en desgracia a incontables líderes de modos espectacularmente destructivos. Al mismo tiempo, hemos visto el surgimiento de las celebridades pastorales. En algún momento, una larga obediencia en la misma dirección, una vida humilde de estudio y servicio, le hacía ganar a una persona un mínimo de autoridad espiritual y de una vida modesta. Hoy, tener un perfil elegante y talento para la autopromoción puede conseguirte riqueza y estrellato en el mercado de las celebridades cristianas.

La consecuencia es desilusión y división. Aunque las generaciones jóvenes se dirigen hacia las salidas, los que permanecen en nuestras iglesias se atrincheran en sus propios campos ideológicos. Si vuelve a ser cierto alguna vez que autoridades ampliamente respetadas formen parte importante de nuestra curva de la información compartida, será cuando hayamos abandonado una cultura de la celebridad y la hayamos sustituido por una cultura de la santificación, donde el liderazgo consiste menos en construir una plataforma y más en llevar la cruz de Cristo. Será porque habremos recordado las palabras de Jesús: “el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor” (Mateo 20:26, NVI). También será porque habremos reaprendido a escuchar a hombres y mujeres sabios, tanto a líderes como a vecinos, sin crucificarlos por diferencias políticas.

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La tercera manera de hacer cambiar la curva de la información es encargarnos de nuestra crisis de comunidad. La comunidad es esencial para la vida cristiana. Profundiza en nuestro conocimiento de la Palabra, forja nuestra identidad compartida en Cristo, cultiva el carácter cristiano y discipula a nuestros jóvenes. Aun así, las presiones, tentaciones y brillantes distracciones de la vida contemporánea han aflojado las cuerdas que nos unían, reemplazando la calidez y la profundidad de la comunidad encarnada por una fría imitación digital. La pandemia solo ha intensificado nuestro aislamiento, causando que muchos busquen fuera de sus iglesias, en tribus políticas o comunidades conspirativas, a fin de encontar un sentido de propósito y pertenencia. Además, la hiperpolarización del movimiento evangélico estadounidense ha derivado en una clasificación política. Los congregantes a quienes no les gustan las posturas de sus pastores se marchan a otras iglesias en las cuales la postura política es la misma que la suya. Sin embargo, las congregaciones que incluyen a individuos cuyos mundos informativos son casi idénticos tenderán hacia la rigidez y un radicalismo cada vez mayores: lo que Cass Sunstein llama la Ley de la Polarización de Grupo.

En vez de replegarse hacia comunidades con odios compartidos, la iglesia debería estar ofreciendo una comunidad de amor mutuo, un santuario frente a la fragmentación y la polarización, frente a la soledad y el aislamiento del momento presente. La iglesia debería ser el modelo de lo que significa cuidar unos de otros a pesar de nuestras diferencias en cuestiones sociales y políticas, y afirmar las raíces incomparablemente profundas de nuestra identidad en Cristo.

Michael O. Emerson, sociólogo y experto en religión estadounidense en la Universidad de Illinois en Chicago, dijo recientemente que ha estudiado las congregaciones religiosas durante treinta años y que “nunca había visto” un nivel tan extraordinario de conflicto. “¿Cuál es la diferencia ahora?”, preguntaba. “El conflicto está en la cosmovisión completa: política, raza, cómo estamos en el mundo e incluso para qué sirven la religión y la fe”. Lo que yo he ofrecido más arriba es un modelo para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, y una mera sugerencia de cómo podríamos comenzar el proyecto generacional que tenemos por delante.

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No estamos sin esperanza. Las mentiras resuenan huecas al final del día. El odio es una pobre imitación del propósito, la celebridad un penoso reemplazo de la sabiduría, y las tribus políticas se comparan pobremente con la auténtica comunidad cristiana. Somos un pueblo que se define por la resurrección del Hijo de Dios. Somos llamados a ser redentores y reconciliadores.

Así que, quizá, podamos comenzar a tender puentes entre nuestros mundos informativos. Quizá podamos alimentar un ecosistema de comunicación saludable que ofrezca un punto de vista equilibrado del mundo y una generosa conversación acerca de ello. Tal vez podamos restaurar una cultura de liderazgo definida por la humildad en vez de por la celebridad, y por la integridad en vez de por la influencia. Tal vez podamos invitar a los que han encontrado una comunidad falsificada en sus tribus políticas a redescubrir una comunidad en Cristo más rica y robusta. Todo esto será esencial para reconstruir un entendimiento compartido del mundo que Dios ha creado, y de lo que significa seguir a Cristo dentro de él.

Timothy Dalrymple es presidente y CEO de Christianity Today. Puedes seguirlo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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