“Me gustaría parecerme más a Epafrodito”, dijo un miembro del grupo después de la reunión por Zoom en la que estudiamos Filipenses 2. Epafrodito causa una gran impresión a pesar de las pocas referencias que tenemos de él en las Escrituras (2:25-30 y 4:18). Pablo lo describe en términos entusiastas: “mi hermano, colaborador y compañero de lucha, a quien ustedes han enviado para atenderme en mis necesidades” (2:25, NVI). A la luz de las palabras de Pablo, mi amigo se sentía inferior por comparación.

Pero cuando leemos la historia completa de Epafrodito con más detenimiento, surge una imagen bastante diferente, más humana. La iglesia de Filipos había enviado a Epafrodito para entregar un regalo económico y ayudar a Pablo mientras estaba en prisión. Pero después de su llegada, su salud empezó a deteriorarse rápidamente. No se nos dice qué enfermedad era, pero sí sabemos que estuvo al borde de la muerte (v. 27). En su convalecencia, Epafrodito empezó a sentir muchísima nostalgia de su hogar, y saber que todo el mundo en Filipos estaba preocupado por su condición solo aumentó su angustia.

La tristeza que Epafrodito estaba experimentando a su vez preocupó mucho a Pablo. El ayudante que le habían enviado ahora necesitaba ayuda. Pablo les dijo a los filipenses que tendría “menos preocupación” (v. 28) si enviaba a Epafrodito de vuelta.

Así que el viaje misionero de Epafrodito se acortó prematuramente. Aunque probablemente sintió alivio de saber que volvía a casa, posiblemente ese alivio se mezcló con sentimientos de inquietud. ¿Lo juzgarían por ser débil? ¿Se sentirían decepcionados o defraudados?

Si yo hubiera estado en el lugar de Epafrodito, sé que las voces de mi cabeza habrían estado llenas de acusaciones. Compararía mi falta de fortaleza con la aparentemente interminable resistencia de Pablo. Aun si nadie me menospreciara, yo estaría batallando con mis propios sentimientos de fracaso y vergüenza por haberme agotado antes de haber completado el trabajo. Epafrodito iba de regreso a Filipos con amplio espacio para la inseguridad, el desánimo y la duda.

El cuidado pastoral de Pablo

¡Qué regalo le dio Pablo a Epafrodito en su carta a los Filipenses! Epafrodito llevaba en sus manos palabras concretas de afirmación de parte de Pablo para contrarrestar cualquier mentira que estuviera dando vueltas en su cabeza. Y cuando Epafrodito volvió a la comunidad que lo envió, Pablo le abrió paso a través de su carta para ser recibido con honor y dignidad en vez de críticas y juicios.

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Es muy probable que esta carta haya cambiado la trayectoria del futuro de Epafrodito. El hecho de que incluso lectores casuales en una llamada de Zoom de hoy en día lo consideren en tan alta estima dice más del cuidado que Pablo le brindó que del mismo Epafrodito. Pablo restauró el valor de alguien que podía haber sido desechado por no haber hecho su parte. El modo en que Pablo lo hizo nos proporciona un modelo excelente de cuidado pastoral.

Pablo permitió que Epafrodito viviera dentro de sus límites

Al comienzo de Filipenses 2, Pablo alaba la humildad de Jesús, describiendo cómo Cristo voluntariamente puso de lado todo aquello a lo que podría haberse aferrado como privilegio divino, eligiendo en cambio vivir dentro de los límites de la existencia humana (2:6-8).

En contraste, nosotros a menudo forzamos los límites. Queremos saber más; queremos tener mayor control; creemos que tenemos más capacidad y poder del que tenemos en realidad. La verdad es que todos tenemos límites. A veces son mentales o emocionales. A veces son económicos. Y a veces son físicos. Epafrodito se encontró con que su cuerpo no podía más. El esfuerzo era demasiado. Su mente y sus emociones también chocaron contra un muro. Él no se encontraba bien.

En ese momento, a Pablo, como pastor, le podría haber resultado tentador entrar en modo exhortativo. Ahí tenía a un discípulo listo para recibir una lección acerca de la importancia de seguir adelante y de la perseverancia en medio de las dificultades. Pero Pablo no llevó las circunstancias al ámbito espiritual ni usó la carta de la culpa. En vez de denunciar sus errores, miró la realidad de la condición de este hombre y le dijo: “Creo que ha sido suficiente”.

Erramos cuando asumimos que las limitaciones de los demás deberían ser las mismas que las nuestras. Piensa en el misionero pionero William Carey, a quien se le recuerda por escribir: “Puedo trabajar duro. Puedo perseverar en cualquier búsqueda definida. A esto se lo debo todo”. Y Carey pudo: tenía una tremenda capacidad y consiguió cosas asombrosas tras largos años de persistencia. Pero Carey nunca entendió la realidad de que su familia no compartía su robusto tesón. Trágicamente, varios de sus hijos murieron durante aquellos años, y su esposa sufrió un colapso nervioso.

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Pablo sabía que los demás no estaban en la misma posición que él. No esperaba que todo el mundo permaneciera soltero, como él hizo. No le pidió a todo el mundo que se convirtiera en un predicador itinerante, sufriendo el mismo tratamiento brutal que él sufrió. Pablo vio a Epafrodito tal como era y le dio toda la libertad para vivir dentro de los límites que Dios le había dado.

Una razón por la que Pablo pudo hacerlo es porque él sabía que nuestros límites son dones y no pecados. A menudo vemos los límites como obstáculos que se interponen en nuestro camino para alcanzar nuestros sueños y objetivos. Sin embargo, la experiencia de Pablo con el aguijón en la carne le enseñó que las debilidades y los límites que percibimos son precisamente el lugar donde la fortaleza de Dios se vuelve más disponible (2 Corintios 12:7-10). Como pastores, cuando otorgamos a los demás la libertad de aceptar sus límites en vez de insistir en que los superen, damos espacio para que presten atención al lugar donde Dios está obrando.

Pablo restauró el valor al compartir el estatus

No hay nadie como Pablo en todas las Escrituras. Tenía un extenso pedigrí religioso (Filipenses 3:4-6). Si eso no fuera suficiente, durante años acumuló un currículo incomparable de dificultades, habiendo pasado por encarcelamientos, persecución, golpes, hambre y naufragios (2 Corintios 11).

Epafrodito, por otro lado, era un converso gentil, relativamente nuevo, y con un conocimiento bíblico limitado. El alcance de su “perseverancia en las dificultades” se limitó a pasar por una enfermedad severa y echar de menos su lugar de origen. Hasta donde nosotros sabemos, Epafrodito no recibió ninguna amenaza por causa de su fe ni ataques abiertamente espirituales. Simplemente experimentó la clase de desafíos que acompañan normalmente al ser humano.

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Aun así, Pablo consideró la enfermedad de Epafrodito como una forma de sufrimiento por Cristo igualmente válida (Filipenses 2:30). No la juzgó como algo de menor valor por ser meramente física. Cuando llamó a Epafrodito “mi hermano, colaborador y compañero de lucha” (v. 25) elevó el prestigio de Epafrodito al de un colega.

Maya Angelou dijo una vez que solo los iguales pueden ser amigos. Pablo modeló este concepto aquí con mucha belleza. Aparte de sobrevivir a una horrorosa enfermedad, realmente Epafrodito no había hecho nada que lo elevara a la misma altura que Pablo para nosotros. Fue Pablo quien lo eligió como un igual, y lo hizo cuando esa gracia se merecía poco, pero se necesitaba mucho.

Es fácil asignarles a las personas un estatus mayor o menor basándonos en sus logros, su educación, riqueza o influencia… y a menudo lo hacemos sin darnos cuenta. Puede que sintamos gran admiración por miembros de la congregación que parecen tenerlo todo para contribuir (ya sean finanzas o talento), y que gravitemos alrededor de los Saúles que nos impresionan con su estatura mientras pasamos por alto a los Davides. Pero el ejemplo de Pablo nos recuerda que, como seres humanos, todos somos portadores de la imago Dei y, al mismo tiempo, todos estamos en igual necesidad de la Cruz. Permanecer anclados en ese punto central en donde compartimos el estatus nos brinda un mejor fundamento para construir relaciones verdaderas y para pastorear bien.

Pablo honró a la persona por encima del fracaso

Mientras Epafrodito iba de camino a casa con esta carta, Pablo mantuvo el enfoque en los aspectos honorables del ministerio de Epafrodito en vez de volver a insistir en los obvios defectos del breve viaje misionero.

He descubierto que yo soy bastante bueno para exaltar el fracaso. Me agarro a los dolorosos recuerdos de mis propios errores. Puede que diga que perdoné a alguien y aún continúe viéndolo bajo los lentes de cómo me defraudó.

Me conmueve una historia acerca de Clara Barton, la fundadora de la Cruz Roja estadounidense, quien enfrentó muchos desafíos y a muchos detractores para poder fundar la organización. Una vez una compañera le recordó cómo otra persona la había atacado años atrás. Clara no guardaba memoria del incidente, lo cual sorprendió mucho a su amiga. Cuando insistió al respecto, Clara dijo: “Recuerdo claramente haberlo olvidado”.

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En Filipenses podemos ver que Pablo no se detuvo en cualquier debilidad física o emocional de la que otros habrían acusado a Epafrodito. Y debido a que Pablo decidió ver a Epafrodito como una persona de gran valor, esto a su vez impactó el modo en que Epafrodito fue recibido por la iglesia de Filipos.

Lo que Pablo hizo por Epafrodito encarna lo que Cristo hizo por cada uno de nosotros: Jesús, nuestro Salvador, quien no rompió la caña quebrada ni apagó la mecha que apenas arde (Isaías 42:3). Es debido a que Jesús eligió asignarnos valor que somos bienvenidos con gloria por el Padre.

Jesús nos permite vivir dentro de nuestros límites porque “Él conoce nuestra condición” y “sabe que somos de barro” (Salmo 103:14). Él también compartió estatus con nosotros, uniéndose a nosotros en nuestra baja condición y elevándonos hacia un nuevo lugar, llegando al punto de llamarnos sus amigos (Juan 15:15). Y aunque Él tendría grandes razones para recordarnos a todos que nos hemos equivocado, eligió en cambio honrarnos por encima de nuestros fracasos, y no tratarnos nunca como se merecían nuestros pecados (Salmos 103:10).

Demasiado a menudo me encuentro sobrepasado por la sensación de que mi deber pastoral es ofrecer una amonestación correctiva, señalar el error en defensa de la verdad. Eso es algo que viene con el oficio, pero no es la única prioridad, ni es la mayor. El modo más poderoso en que representamos al Buen Pastor a los demás es a través de la gracia que ofrecemos cuando el otro se encuentra en su momento más vulnerable.

La verdad es que cada uno de nosotros es Epafrodito, totalmente conscientes de nuestras debilidades, fracasos y vergüenzas. Y cada uno de nosotros tiene la oportunidad de ser como Pablo en la manera en que nos tratamos con gran cariño.

Como pastores, ¿podemos inclinarnos hacia un amor que cubra multitud de pecados? ¿Podemos preocuparnos menos por asegurarnos de que la gente aprenda de sus errores y pasar más tiempo recordándoles el gran valor que tienen para Dios? En eso consiste vivir el evangelio. Y puede cambiar la trayectoria de aquellos que cuestionan su importancia en el reino.

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Jeff Peabody es escritor y pastor principal de la Iglesia New Day en Tacoma, Washington.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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