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Lea Lucas 3:1-6

Somos tentados a imaginar el mundo antiguo de la Biblia como algo mucho más extraño y desconocido que familiar.

En frases como: «En el año quince del reinado de Tiberio César» (Lucas 3:1), nos parece que podemos oír el parloteo de nuestro profesor de Historia en la escuela. Pero el evangelio de Lucas nos presenta un mundo reconocible. Un mundo en el que reinaba la sed de poder, celebridad y riqueza. En ese mundo, el poder político hacía el derecho. En el año 19 d.C., por ejemplo, Tiberio César exilió a la comunidad judía de Roma solo porque le dio la gana. En ese mundo, las lealtades religiosas estaban corrompidas por las concesiones políticas. Los arqueólogos creen haber encontrado la casa de Caifás, con sus múltiples pisos, instalaciones de agua y suelos de mosaico, lo cual atestigua la complicidad del sumo sacerdote con el partido gobernante. Al igual que el nuestro, ese mundo esperaba ser rescatado.

Es posible que Juan el Bautista haya sido miembro de una de las pequeñas comunidades de santidad que huyeron de Jerusalén a causa de la corrupción. Desde el desierto, Juan predicó su «bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados» (v. 3) y anunció un fuerte grito de salvación (v. 6). Como precursor de Jesús, Juan estaba abriendo un camino para que la gente viera aquello que Roma, a pesar de sus promesas, nunca podría proporcionar.

Para la mente judía, el arrepentimiento era un medio para restaurar la bendición de Dios. Aunque el arrepentimiento le recordaba a la gente su pecado, era, a pesar de todo, una buena noticia. Esto lo vemos claramente en el Libro de Deuteronomio. Cuando Moisés repitió los términos del pacto que Dios hizo con Israel, le recordó al pueblo de Dios que el pecado siempre sería su ruina. Dijo que, para su propio riesgo, «… se cree bueno y piensa: “Todo me saldrá bien, aunque persista yo en hacer lo que me plazca”» (29:19, NVI). Sin embargo, a pesar del placer que la gente pueda pensar que el pecado le proporciona, este siempre es causa de una eventual catástrofe, tal como lo aprendió Israel por las malas.

El arrepentimiento es un llamado a dejar el pecado y volverse hacia Dios. En otras palabras, el arrepentimiento es un llamado a dejar de dañarse a sí mismo y volverse hacia la autopreservación. El arrepentimiento es una medida para salvar la vida.

Pero como nos recuerda el mensaje de Juan el Bautista, este giro solo es posible porque Dios envió una «palabra... a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lucas 3:2, NBLA). El anuncio de la buena noticia es que Dios mismo ha preparado el camino para que el pueblo de Dios vuelva a Él. Durante el Adviento, recordamos que el arrepentimiento es posible porque el Verbo era Dios y Dios lo envió a hablar, a servir y a salvar.

Jen Pollock Michel es escritora, presentadora de podcasts y conferencista que vive en Toronto. Es autora de cuatro libros, entre ellos A Habit Called Faith y Surprised by Paradox.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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