Cuando tenía 24 años, Heather Mercer fue una de las dos mujeres estadounidenses de un grupo de ocho trabajadores de ayuda internacional que fueron capturados por los talibanes junto con 16 afganos. Un mes después, una organización terrorista protegida por los talibanes lanzó un exitoso ataque contra Estados Unidos que cambió el curso de la historia para ambas naciones, y Mercer se hizo brevemente famosa. Fue, por un momento, una especie de ícono de la difícil situación en la que se encontraba Estados Unidos: rehén de este grupo desconocido con objetivos desconocidos.

Ella y los demás trabajadores de ayuda internacional fueron rescatados dos meses después, en noviembre de 2001. En aquel momento, Mercer dijo que esperaba que su vida fuera mucho más que la historia de cómo fue capturada por los talibanes. En los últimos 20 años, se ha esforzado por hacer algo más mientras sigue caminando en su fe en Dios, la cual nos invita a realizar el trabajo que cambiará las naciones y hará historia.

Mercer, ahora de 44 años, habló con CT desde su oficina en Kurdistán.

¿Has vuelto a Afganistán desde que fuiste rescatada?

No he vuelto. He intentado volver tres veces, y en una ocasión estuve muy cerca de conseguir mi visa, pero después las puertas se cerraron. Pero anhelo volver.

¿Por qué quieres volver? ¿Qué quieres hacer allí?

Tengo muchas ganas de volver a tocar Afganistán. Dejé un trozo de mi corazón allí. Afganistán fue mi primer amor. Y quiero volver y ver a la gente que estuvo involucrada, ver a los afganos que conocí y amé. Hay una joven con la que estuve en la cárcel: me encantaría intentar encontrarla. Todos mis recuerdos de Afganistán están llenos de cariño, de gratitud por haber podido vivirlo.

¿Sentiste esa gratitud desde el principio, o es algo desarrollaste durante 20 años de crecimiento y sanación? También debe haber habido un poco de trauma.

Era joven cuando fui a Afganistán, pero llevaba años deseando ir. Compré un boleto de ida. Les dije a mis padres que si moría en Afganistán, me enterraran allí, porque esa era la tierra que amaba. Aunque terminó de forma abrupta, nunca sentí rabia o amargura hacia los talibanes o hacia la gente. Hubo cosas que tuve que superar al volver a casa. Pero ni un solo día me arrepentí o deseé que no se me hubiera permitido tener esa experiencia. Desde el principio supe que era un privilegio la oportunidad que Dios me dio de vivir esa época de la historia afgana.

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El grupo de mujeres retenidas por los talibanes (a la derecha) y sus guardias de prisión (a la izquierda).
Image: Fotos por cortesía de Heather Mercer

El grupo de mujeres retenidas por los talibanes (a la derecha) y sus guardias de prisión (a la izquierda).

En una entrevista mencionasteque no querías que la historia de tu cautiverio fuera la única historia de tu vida. Así que, después de 20 años, ¿cuáles son las historias que son importantes para ti ahora?

Una historia importante ha sido el trabajo aquí en Kurdistán y el Freedom Center [Centro de la Libertad]. En septiembre tendremos la gran inauguración del Centro de la Libertad. Es la combinación de 18 años de trabajo, fe y confianza en Dios para hacer lo imposible. Ahora estamos en la cima de esa gran escalada. Es una historia increíble de la fidelidad de Dios. Es la primera vez en la historia de Iraq que se hace algo así.

Todo lo que hacemos en el Centro de la Libertad está relacionado con mejorar la capacidad de las personas para vivir libres, ya sea físicamente libres en la sociedad a la que pertenecen, o espiritualmente libres en sus corazones, y brindarles herramientas y recursos para darles esperanza en el caos y el conflicto.

Estamos muy entusiasmados, muy orgullosos de esta victoria por lo que representa para una generación de personas.

Cuando el presidente George W. Bush tomó la decisión de que las fuerzas especiales vinieran a por nosotros, y en los años posteriores, me he dado cuenta de lo significativo y extraordinario que es que todavía siguiera con vida. Sé que el presidente Bush se refiere a menudo a la Escritura: «A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho» (Lucas 12:48, NVI). Y yo siento lo mismo.

Creo que otra de mis historias sería la de haber adoptado a un joven kurdo sordo. Su historia es del tipo de las que se usan para hacer películas. ¿Quieres que te hable un poco de él?

Sí, por supuesto.

Se llama Hawal. En kurdo significa, esencialmente, «buenas noticias».

Es uno de ocho hijos de una familia kurda muy sorprendente. Los padres pasaron los primeros meses de su matrimonio en las montañas huyendo de Saddam Hussein.

A su madre yo la llamaría una constructora de comunidades. Nunca ha recibido una educación formal, pero es una mujer influyente en su comunidad, tiene un corazón para acoger al mundo. A través de su propia implacabilidad, se convirtió en mi mejor amiga. Tres de sus hijos nacieron con necesidades especiales, y uno de ellos falleció.

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Cada vez que llegaba a la ciudad, Hawal veía mi Jeep roja entrar en el pueblo, y literalmente corría a través del pueblo para venir a saludarme a mí y a nuestro equipo. Como nació sordo, nunca aprendió a hablar. No pudo ir a la escuela. Así que, literalmente, creció sin lenguaje: sin leer, escribir, hablar o hacer señas. Inventó su propio lenguaje con unos cincuenta gestos.

Fui parte de esta familia por años, durante los cuales, pude observarlo crecer. Y entonces sucedió lo de ISIS. Él estaba en su adolescencia y sabía que no había un futuro para él en Iraq. En un acto de desesperación intentó huir, y decía que iba a ir a Europa. Su madre estaba muy preocupada por él y me lo confió.

Habíamos emprendido grandes proyectos médicos, así que pensé: vamos a ver si podemos llevar a Hawal a Estados Unidos para que reciba una cirugía. En ese tiempo yo no sabía nada sobre la sordera. Pensé que si se operaba, podría oír y entonces hablaría. Milagrosamente, pudimos conseguir una visa para que Hawal viniera a Estados Unidos a recibir atención médica. Y pensé que durante seis meses o un año yo iba a coordinar y facilitar su estancia en Estados Unidos. Cuando íbamos de camino al aeropuerto, el 6 de abril de 2016, su madre me dijo: «Ya no es nuestro hijo. Ahora es tu hijo y te lo entregamos. Y lo que creas que es mejor para su futuro, es tu hijo». Pensé que era como su hospitalidad kurda diciendo: «Confiamos en ti». Pero más tarde, cuando ya estaba en Estados Unidos, supe que, de hecho, lo decían en serio.

Mientras volábamos hacia Estados Unidos, Hawal vio la pantalla [de la televisión] y se fijó en el mapa del vuelo. Y me hizo un gesto: «¿Por qué el avión va así [en curva] y no así [en línea recta]?». Esa fue mi primera pista de la complejidad de la historia en la que nos íbamos a meter, porque Hawal no sabía que el mundo era redondo.

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Lo inscribí en la Escuela para sordos en Austin, Texas, que es un colegio residencial. Esencialmente, Hawal tuvo que aprender tres idiomas simultáneamente sin haber tenido nunca una construcción lingüística en sus primeros años de vida. Y empezó a aprender matemáticas desde cero. Tuvo que aprender todo esto simultáneamente, a un millón de kilómetros de su país y de su familia de origen.

Tuve que aprender el lenguaje de signos para poder empezar siquiera a tener una forma de enseñarle algo. Fue un viaje increíble de prueba y error, tratando de averiguar qué iba a funcionar. Él superó con creces todo lo que yo podía brindarle. Y el Señor construyó este increíble equipo de no menos de 100 personas, incluyendo extraordinarios mentores y amigos, en el cual todos tomaron parte en la vida de Hawal.

Hawal se graduó de la Escuela para Sordos de Texas en 2018, se le concedió el asilo legal en Estados Unidos y pronto obtendrá su permiso de residencia. En agosto, irá a la Universidad de Gallaudet. Él será la primera persona de su familia en ir a la universidad. Él ha creado esta enorme comunidad, en la que muchos de ellos son refugiados y tienen historias similares.

¿Cómo crees que has cambiado en los últimos 20 años?

Siento que entiendo mucho mejor cómo funciona esta parte del mundo. Pero la idea de llamarse [cristiano], y vivir para Jesús y caminar con Dios, todo eso me parece que lo entiendo mucho menos.

En mi formación espiritual, siempre tuve esta idea de cómo se vería cambiar el mundo para Jesús. Y creo que estaba equivocada en muchos aspectos y era arrogante. Vivir en zonas de conflicto me ha hecho muy humilde. Me doy cuenta de que soy una persona en esta gran historia de Dios y de su corazón para cumplir lo que dice Isaías 61. Quiero ser fiel y correr bien mi carrera. En eso me concentro.

Sigo creyendo que Dios nos invita a una obra que hará historia, pero solo quiero amarlo a Él, amar a la gente y no tener miedo de la misión de la libertad en lugares donde aún no la han experimentado. Me despierto cada mañana y sigo diciendo: «Dios, quiero ver cómo cambian las naciones». Y confío en que Él escribirá esa historia.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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