Casi todos los días, desde el momento en que mis pies tocan el suelo al levantarme, ya voy retrasada. Mientras me apresuro a ir a mi trabajo, me aseguro de que mis dos hijos adolescentes estén donde tienen que estar. Luego, como es el caso de muchos padres solteros, siento que mis hijos y yo vivimos en dos mundos diferentes. Estamos en contacto solo por medio de mensajes de texto o alguna llamada telefónica. Esto no era lo que había planeado cuando, desde los pasillos del instituto bíblico, imaginé mi futuro hogar cristiano. Me imaginaba a mí misma como esposa y ama de casa, trabajando como voluntaria en la escuela de mis hijos y ministrando en nuestra iglesia. En la vida real, durante varios años sí tuve la oportunidad de quedarme en casa, ser voluntaria en la escuela de mis hijos, llevarlos a clases de fútbol y a los parques infantiles. Pero cuando mis hijos tenían nueve y once años, un divorcio que yo no deseaba me puso en una situación que no había previsto para mí. Mi vida dio un vuelco y tuve que retomar el control para lograr funcionar en esta nueva vida.

Ser padre soltero

Los padres solteros suelen sentirse abrumados por su incapacidad para ser y hacer todo lo que creen que deberían hacer por sus hijos. Yo me siento abrumada por tener que cargar con el peso económico de mi familia por mí misma. Me siento abrumada por tener que resolver la educación y las actividades extraescolares por mí misma. Sobre todo, me siento abrumada por ser la única persona en mi hogar que ejerce influencia sobre mis hijos para que se acerquen a Cristo.

Día tras día, siento que soy responsable de una labor que no puedo llevar a cabo en mis propias fuerzas. A menudo pienso en la dulce promesa de Jesús a sus discípulos antes de su regreso al cielo: «No los voy a dejar huérfanos» (Juan 14:18, NVI). Si a alguien se le dejó alguna vez con un trabajo demasiado grande, ¡fue precisamente a los discípulos de Jesús! Pero Jesús prometió que no los abandonaría para que se las arreglaran solos.

Mi divorcio me hizo sentir como una huérfana, abandonada a navegar por circunstancias que amenazaban con ahogarme. Aunque el divorcio puede cambiarlo todo de manera drástica tanto para los padres como para los hijos, no cambia a nuestro Dios. Dios siempre había sido la Estrella Polar que daba orientación a mi vida, pero haberme perdido en las tormentas de la vida renovó mi profunda necesidad de centrarme en Él a diario para encontrar mi camino en mis nuevas circunstancias. Incluso cuando me he sentido profundamente sola, sé que esto es verdad: Dios no me ha dejado huérfana para que navegue esto por mí misma.

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Teología práctica para padres solteros

Desde hace tiempo, siento que los teólogos tienen que escribir sobre las cosas profundas de Dios de manera que su beneficio práctico sea evidente. Esta carga se ha acentuado en los años posteriores a mi divorcio. Los padres necesitamos conocer el carácter de Dios por nosotros mismos, y necesitamos creerlo por el bien de nuestros hijos. Dios es nuestro Padre, Dios es nuestro Salvador y Dios es nuestra ayuda. Estas verdades del carácter de Dios son importantes en nuestra vida diaria.

La oración es, por tanto, el puente entre las lecciones de teología de un libro de texto y nuestra propia relación personal con Dios. Nos permite conocer a nuestro Dios trascendente de forma inmanente. De Él, por Él y para Él son todas las cosas, dice Pablo en Romanos 11:36. La oración conecta el trono de Dios, del que procede todo el poder del mundo; con mi habitación, con todas sus tensiones matinales inmediatas.

Nuestro pan de cada día

Hay tres oraciones en las Escrituras que han sido especialmente benéficas para unir el conocimiento intelectual que tengo acerca de Dios con el conocimiento que tengo de mi relación con Él en el corazón, y que me sostiene como madre soltera. La primera es el Padre Nuestro (Mateo 6:9-13; Lucas 11:2-4). Los discípulos se acercaron a Jesús en Lucas 11 con una petición: «Enséñanos a orar». Jesús respondió con el modelo esencial de oración que puede guiarnos cuando nos sentimos demasiado abrumados como para empezar una oración por nuestra cuenta. Esta oración nos recuerda que nuestro Padre celestial es también el Padre de nuestros hijos. Él es soberano y es el Padre de nuestros hijos que los padres solteros necesitamos a nuestro lado. Él escucha nuestras súplicas para que su reino llegue a nuestros hogares, para que se le obedezca en nuestra casa de la misma forma en que lo obedecen los ángeles en el cielo.

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De todas las cargas de mi corazón como madre soltera, ésta es la que más pesa. ¿Amarán mis hijos a Dios? ¿Honrarán su nombre? Por supuesto, las familias biparentales comparten estas cargas por sus hijos. Pero hay una lucha particular para los padres solteros: puede parecer imposible incluso meter a nuestros hijos en el coche para ir a la iglesia.

Mykisha, mi amiga que también es madre soltera, y yo, hablamos de la lucha que implica llevar a nuestras familias a la iglesia. Cada vez que intenta salir de su casa con sus hijos, Mykisha dice que se siente abrumada. Sus hijos tienen todos menos de seis años. Los míos son adolescentes. Pero en ambos hogares —donde somos la única presión positiva para ir a la iglesia o para leer la Biblia en casa—, alivia nuestros corazones recordar que, en última instancia, es el trabajo de Dios atraer a nuestros hijos hacia Él. Él es el Padre que no elude sus responsabilidades de llevar a sus hijos hacia sí mismo. Nos ayuda incluso a subirlos al coche para ir a la iglesia.

Cuando aún estaba casada y era ama de casa, recibía a los amigos de mis hijos en nuestro hogar. Me ocupaba de que mis hijos socializaran realizando actividades extracurriculares. Planificaba sus comidas. Ahora, incapaz de hacer la mayor parte de eso, oro: «Danos a ellos y a mí el pan de cada día, Padre». Cada día, necesito que Dios amplíe mis escasos cinco panes y dos peces de tiempo y dinero para cubrir más en mi vida de lo que, como madre soltera, es racionalmente posible.

La oración del Padre Nuestro nos guía a orar, también, para que Dios libre a nuestros hijos del maligno. He intentado proteger a mis hijos de la tentación. Pero soy dolorosamente consciente de los límites de mi influencia como madre soltera de jóvenes adolescentes. Debemos apoyarnos en Dios para que Él haga el trabajo pesado aquí. Podemos llevar estas cargas a nuestro Padre en el cielo a través de la oración, porque él ama a nuestros hijos aún más que nosotros, y Él tiene todo el poder para hacer lo que no podemos hacer por nosotros mismos.

Abre nuestros ojos, Señor

Otra oración que ha sido un regalo para mí cuando estoy al límite de mí misma es la oración de Pablo en Efesios 1:17-21. Pablo oró por los creyentes de Éfeso, pidiendo «que les sean iluminados los ojos del corazón» a las profundas verdades teológicas que estaba tratando de comunicarles. Quería que aplicaran en la práctica la teología que les estaba enseñando. Como padres solteros, sería bueno que oremos: Ilumíname, Dios. Abre mis ojos.

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Puede que creamos las cosas correctas sobre el carácter de Dios en teoría, pero muchos días necesitamos que Dios ponga lentes nuevos en nuestros ojos para que podamos ver esas características de Dios en la vida real. Ayúdame a ver la esperanza de mi llamado en ti, Dios. Ayúdame a ver tu poder en mi vida y en la de mis hijos. Pablo subrayó que el mismo poder que resucitó a Cristo de la tumba es el mismo poder que actúa en nosotros y en nuestros hijos. Pablo oró para que Dios encendiera la luz en nuestras mentes. Yo pido lo mismo: Señor, ayúdame a ver estas verdades en mi vida hoy.

Oración sin palabras

La última oración bíblica en la que me apoyo como madre soltera se describe en Romanos 8:26: la oración que no tiene palabras. Cuando no puedo formar palabras, e incluso el Espíritu de Dios solo gime, todavía hay una oración real entre Dios y yo. En los momentos más bajos de la vida, cuando tropiezo con cargas demasiado pesadas para expresarlas con palabras, sigue habiendo un puente hacia la sala del trono de Dios, donde puedo encontrar gracia y ayuda en mi momento de necesidad. Mi desolación —la angustia que tengo que soportar sola en los momentos de crisis en la crianza de mis hijos— sirve en realidad como la fuerza que me impulsa hacia el que es más grande que yo: mi ayuda, mi Salvador y mi Padre.

Gemir y llorar, que constituyen la oración sin palabras, son parte elemental de mi vida. Recientemente, mi hijo adolescente compartió conmigo algo que me afligió profundamente, algo en lo que simplemente no sé cómo guiarlo. Me subí al coche y clamé a Dios mientras conducía. Lloré con palabras. Pero también lloré sin palabras. Lloré y clamé por mi hijo y por mí misma. Tanto mis palabras como mis gemidos por mí y por mi hijo fueron escuchados en la sala del trono de Dios.

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Podemos gemir en la sala del trono de Dios, pero también podemos descansar allí. Esta es nuestra esperanza cuando nos enfrentamos a cargas que no podemos llevar solos. Hay descanso, paz y ayuda en la sala de su trono. Allí no hay condenación para los que creemos que nuestro pecado ha sido cubierto y pagado por la sangre de Cristo Jesús (Romanos 8:1). Ahí encontramos al que lleva nuestras cargas con y por nosotros. Cuando oro, a veces utilizo mi imaginación para imaginarme allí, en la sala del trono de Dios, depositando mis cargas en los brazos abiertos de Dios. Las Escrituras me enseñan a acercarme a Él con valentía y confianza, y a confiarle esas cargas. Y después, puedo acurrucarme y dormir la siesta. Ahora, alguien más está a cargo.

Ayuda a los cansados

«Ella ha hecho lo que ha podido», dijo Jesús acerca de la mujer que ungió sus pies con aceite en Marcos 14:8 (LBLA). Qué afirmación tan sencilla y a la vez tan poderosa. Ha hecho lo que ha podido. Los padres solteros también necesitan estas palabras de afirmación de parte de nuestro Padre celestial.

La Palabra nos asegura que Jesús es la representación exacta de nuestro Padre celestial (Hebreos 1:3). Él nos llama a que acudamos a Él cuando estamos cansados y nos promete descanso (Mateo 11:28). Él nos invita —en realidad, nos ordena— a acudir a Él en nuestros momentos de necesidad para recibir su gracia y su misericordia (Hebreos 4:16). Al igual que la mujer que ungió los pies de Jesús, los padres solteros hacemos lo que podemos, aun cuando somos dolorosamente conscientes de todo lo que no podemos hacer. A través de la oración, llevamos la carencia inmanente de nuestras vidas al que tiene recursos trascendentes. En la sala del trono de Dios, el Padre celestial y soberano de nuestros hijos nos fortalece para afrontar nuestros días, incluso los más estresantes, con la esperanza de que no estamos solos.

Wendy Alsup es madre, profesora de matemáticas y autora. Su libro más reciente es Companions in Suffering: Comfort for Times of Loss and Loneliness [Compañeros en el sufrimiento: consuelo en tiempos de pérdida y soledad].

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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