1. No afirme que Jesús murió a los 33 años.

Esta conocida afirmación —que aparenta ser razonable— deduce que, si Jesús «comenzó su ministerio» cuando «tenía unos treinta años» (Lucas 3:23), y se dedicó a un ministerio de tres años (Juan menciona tres Pascuas, y podría haber habido una cuarta), entonces tenía 33 años al momento de su muerte. Sin embargo, prácticamente ningún erudito cree que Jesús tuviera realmente 33 años al momento de su muerte. Jesús nació antes de que Herodes el Grande promulgara el decreto de ejecutar «a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo» (Mateo 2:16, LBLA), y antes de que Herodes muriera en la primavera del año 4 a.C. Si Jesús nació en el otoño del año 5 o 6 a.C., y si recordamos que no consideramos el «año 0» entre el año a.C. y el año d.C., entonces Jesús habría tenido 37 o 38 años cuando murió en la primavera del año 33 d.C. (tal como creemos que es lo más probable, enlaces en inglés). Aun si Jesús hubiera sido crucificado en el año 30 d.C. (la única fecha alternativa fiable), habría tenido 34 o 35, pero no 33 años. Aunque esta idea errónea que solemos escuchar en esta época no afecta ninguna doctrina axial, no arriesgue su credibilidad por proclamar confiadamente desde el púlpito «hechos» que no son ciertos.

2. No explique la aparente ausencia de un cordero en la Última Cena solamente diciendo que Jesús es el último Cordero de la Pascua.

La gloriosa verdad de que Jesús es «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29) no significa que no haya habido un cordero pascual físico en la Cena del Señor. De hecho, es casi seguro que sí hubo uno: «Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua [pascha]. Entonces Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: “Id y preparad la Pascua [pascha] para nosotros, para que la comamos [es decir, la pascha]”» (Lucas 22:7-8; cf. Marcos 14:12). Aunque los relatos que hacen los cuatro evangelios no lo mencionan de forma específica, comer el cordero pascual era una parte importante de cada Pascua judía (Éxodo 12:3). Es por eso que los discípulos cenaron juntos, por la noche, dentro de las puertas de la ciudad, donde el cordero se habría comido acompañado de vino tinto, y se habría comido en su totalidad antes de partir el pan y cantar un himno. Aunque no existe común acuerdo sobre las características de la Última Cena, creemos que está claro que Jesús celebró la Pascua con los doce la noche antes de la crucifixión, con lo cual Jesús mostró claramente que se veía a sí mismo como parte de la tradición de la poderosa liberación de la esclavitud de Egipto que Dios había obrado en favor de su pueblo Israel por medio de la sangre de un cordero sacrificado.

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3. No diga que la misma multitud que exaltó a Jesús el Domingo de Ramos luego exigió su crucifixión el Viernes Santo.

Este tipo de declaración con frecuencia se considera un poderoso recurso de sermón para ilustrar la inconstancia del corazón humano cuando se trata de Jesús el Mesías. Pero debemos aclarar algunos puntos. En primer lugar, no está del todo claro que la multitud del «¡Hosanna!» que aclamaba la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén haya sido la misma multitud que gritaba «¡Crucifícalo!» ante Poncio Pilato. La primera parece estar principalmente conformada por peregrinos de Galilea que habían llegado al mismo tiempo que los discípulos de Jesús, mientras que la segunda parece estar conformada mayoritariamente por ciudadanos de Jerusalén.

En segundo lugar, la vehemencia de ambas multitudes se basa en una comprensión fallida. Cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un burro, la emoción de los que proclamaban «¡Hosanna!» se basaba en una concepción nacionalista errónea del Mesías. De igual manera, cuando Jesús se presentó con Poncio Pilato ante los judíos de Jerusalén, la multitud condenaba a Jesús, soliviantados por sus líderes que acusaban falsamente a Jesús de blasfemia, y basados en una concepción errónea de la identidad del Mesías. El nexo común entre ambas multitudes no se encuentra en la inconstancia del corazón humano, sino en la falta de conocimiento y adoración genuinos del humilde Mesías y Siervo sufriente.

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4. No pase por alto el papel de las mujeres como testigos de Cristo resucitado.

El número y la identidad de las mujeres en las narraciones acerca de la resurrección pueden ser difíciles de determinar, razón por la cual hemos incluido un glosario a modo de guía en nuestro libro The Final Days of Jesus [Los últimos días de Jesús]. Uno de los detalles que pueden causar confusión, por ejemplo, es que al menos cuatro de las mujeres que aparecen en los relatos de los evangelios comparten el nombre de María: (1) María Magdalena; (2) María, la madre de Jesús; (3) María, la madre de Jacobo y José [en otras versiones pueden aparecer como Santiago y Juan, respectivamente]; y (4) María, la esposa de Cleofás (que puede haber sido el hermano de José de Nazaret). Además, están Juana (cuyo esposo, Cuza, era el jefe de la casa de Herodes Antipas) y Salomé (probablemente la madre de los apóstoles Santiago y Juan).

Esta Pascua, cuando comparta su sermón, no pase por alto el testimonio de las mujeres como un detalle incidental. En el siglo I, las mujeres ni siquiera podían testificar en un tribunal judío. El historiador Josefo dijo que incluso el testimonio de varias mujeres no era aceptable «por la ligereza y la osadía de su sexo». Celso, el crítico del cristianismo del siglo II, se burló de la idea de María Magdalena como supuesta testigo de la resurrección, y se refirió a ella como una «mujer histérica ... engañada por ... la brujería».

Estos detalles contextuales son importantes porque señalan dos verdades cruciales. En primer lugar, es un recordatorio teológico de que el reino del Mesías pone de cabeza el sistema del mundo. En esta cultura, Jesús afirmó radicalmente la plena dignidad de las mujeres y el valor vital de su testimonio. En segundo lugar, es un poderoso recordatorio apologético de la exactitud histórica de las narraciones de la resurrección. Si se tratara de «fábulas ingeniosamente inventadas» (2 Pedro 1:16, LBLA), las mujeres nunca habrían sido presentadas como los primeros testigos presenciales de Cristo resucitado.

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5. No haga énfasis en el sufrimiento de Jesús hasta el punto de descuidar la gloria de la cruz en y a través de la resurrección.

Algunas tradiciones cristianas tienden a centrarse casi unilateralmente en el sufrimiento de Jesús en la cruz, en el dolor atroz que tuvo que soportar y en su humillación y separación de Dios. Podemos ver esto en representaciones cinematográficas como La Pasión de Cristo de Mel Gibson, la recreación católica romana de su camino a la crucifixión por la Vía Dolorosa en las estaciones del vía crucis, y en varios sermones que usted y yo hemos escuchado en las iglesias evangélicas a las que asistimos (por no mencionar muchos de nuestros himnos favoritos). Por supuesto, los cuatro Evangelios de la Biblia, especialmente Mateo, Marcos y Lucas, coinciden en que Jesús sufrió mucho por nosotros al dar su vida por nuestra salvación para que pudiéramos ser perdonados por nuestros pecados.

Sin embargo, hay otro aspecto de la historia de la Pascua. La mejor forma de resumirlo es la afirmación de Juan de que «sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1, LBLA). Al introducir, no solo la escena del lavatorio de los pies, sino todo su relato de la pasión, Juan escribe lo siguiente: «Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena» (13:3-4; cf. 14:28).

En otras palabras, Juan se esfuerza por mostrar que la cruz no fue un callejón sin salida, sino una estación en el camino de Jesús de vuelta a casa, al Padre. Por eso, al principio de la narración de la Crucifixión, toca una nota triunfal: ¡El Padre había entregado todas las cosas en las manos de Jesús, y este estaba en camino de vuelta a su gloria preexistente que disfrutaba con el Padre! (17:5, 24). Como dice el escritor del libro de Hebreos, Jesús «soportó la cruz, menospreciando la vergüenza» (12:2), «por el gozo puesto delante de Él» (énfasis añadido). En esta Pascua, asegurémonos de no omitir la parte de la «gloria» cuando contemos la historia del sufrimiento de Jesús. Sin duda, la Cruz fue gloriosa en sí misma al mostrar la perfecta obediencia de Jesús, el amor de Dios por la humanidad y la expiación sustitutiva de Dios-hombre por los pecadores. La obra terrenal de Jesús está ciertamente consumada (Juan 19:30, LBLA), pero su gloriosa obra de gobernar, reinar e interceder continúa hasta el día de hoy.

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Andreas Köstenberger es Profesor Investigador del Nuevo Testamento y de Teología Bíblica en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, Carolina del Norte. Justin Taylor es vicepresidente y editor general de libros en Crossway. Ambos escribieron The Final Days of Jesus: The Most Important Week of the Most Important Person Who Ever Lived (Crossway, 2014).

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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