Me gustaría haber guardado los ejemplares de los libros populares sobre sexualidad y noviazgo que leí en mi adolescencia para ver qué frases subrayé cuando tenía quince años. Estoy segura de que en algún lugar está una lista que escribí a mano titulada: «Lo que quiero en mi futuro esposo» (aunque siendo honesta, la lista era muy concisa: quería a Jonathan Taylor Thomas).

Cuando escribí Talking Back to Purity Culture [Una respuesta a la cultura de la pureza], releí ejemplares nuevos de esos libros. Al volver a las palabras que nos moldearon a mí y a mis compañeras, pude sentir el cristal rompiéndose bajo el peso de las creencias que interioricé. Me avergoncé al darme cuenta de cuántas cosas acepté como verdaderas, y que en realidad no tenían nada que ver con la sexualidad bíblica ni con la gracia de Dios.

Before You Meet Prince Charming [Mientras llega tu Príncipe Azul] de Sarah Mally describe el corazón de una mujer como un pastel de chocolate. Y afirma que si alguien se come un pedazo de ese pastel antes de la fiesta (es decir, el matrimonio), el pastel, y por consecuencia, el valor relacional de la mujer, permanecerá incompleto. En la introducción a Every Woman’s Battle [La batalla de cada mujer], Stephen Arterburn le advierte a sus lectoras que cada vez que un hombre tiene sexo con una mujer, él toma «una parte de su alma».

Junto con estos mensajes antibíblicos sobre el valor humano, que se oponen directamente a la doctrina de la imago Dei, están las falsas promesas de matrimonio, sexo espectacular e hijos para todo aquel que practique el celibato prematrimonial.

Sin embargo, como una adolescente que creció en la iglesia, el mensaje omnipresente de que las mujeres son las responsables por la pureza sexual de ambos géneros fue lo que se convirtió en mi más grande carga.

En su libro For Young Women Only, [Solo para chicas], Shaunti Feldhahn y Lisa A. Rice reportaron que «los adolescentes entran en conflicto con sus poderosas urgencias físicas» y que «muchos chicos no sienten que tengan la habilidad o la responsabilidad para detener el desarrollo del proceso sexual». ¿Su conclusión para las mujeres?: «Los chicos necesitan su ayuda para proteger a ambos».

A pesar de que las palabras de Jesús dicen lo contrario, recuerdo haber creído que los hombres eran incapaces de controlar su lujuria si las mujeres no asumían la responsabilidad de vestirse y comportarse de forma que los disuadiera. Esos libros me dejaron en claro que la responsabilidad por el pecado sexual, la tentación e incluso el abuso recae irremediablemente sobre los hombros de las mujeres. No podía creer todas las mentiras que me tragué tan solo porque venían envueltas en versículos bíblicos y estaban acompañadas de tácticas efectivas y premios relucientes. Lloré y, en una ocasión, aventé el libro al otro lado de la habitación.

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Hay un movimiento creciente de cristianas conservadoras que sienten un descontento santo por la forma en que el movimiento evangélico ha tratado los temas del sexo, matrimonio y género. Hemos visto enseñanzas antibíblicas dañinas que aun así han perdurado por muchísimo tiempo, y ahora es tiempo de que se exija una necesaria rendición de cuentas.

Sheila Wray Gregoire, bloguera y autora de The Great Sex Rescue [El rescate del gran sexo, enlaces en inglés], ha visto cambiar su propia propuesta al aprender más sobre las experiencias de mujeres en matrimonios cristianos, incluyendo una encuesta masiva sobre satisfacción marital, fe y creencias sobre el sexo.

«He pasado el último año quitando viejas publicaciones de mi blog y solicitando que mis libros más antiguos sean sacados de imprenta», me dijo. «Estoy revisando y refinando. Quiero asegurarme de que la información que doy es realmente sana».

Su esperanza es que los autores cristianos populares que han promovido lo que ella considera mensajes dañinos y falsos sobre el sexo y el matrimonio, incluyendo a Emerson Eggerich (Love & Respect [Amor y respeto]), Stephen Arterburn y Fred Stoeker (Every Man’s Battle [La batalla de cada hombre]), hagan lo mismo.

Aun cuando nuestros ojos han sido abiertos a las deficiencias y equivocaciones de nuestras enseñanzas pasadas, no ha sido fácil articular lo que se debería enseñar en su lugar. Si no enseñamos la doctrina de la cultura de la pureza que fue tan popular en la década de 1990, ¿qué deberíamos enseñarles a nuestros hijos sobre la sexualidad?

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Enseñemos discernimiento

La pregunta que me hacen con mayor frecuencia es: «¿Qué libro le puedo dar a mi adolescente?». Los libros son tangibles. Podemos tocarlos, recomendarlos, y escuchar sus páginas. Si alguien firma una tarjeta de compromiso de pureza, la puede poner en su pizarrón de recordatorios en casa o dentro de su diario. Si alguien compra un anillo de pureza, puede llevarlo en su mano todos los días. Amamos portar la obediencia en nuestras manos.

Pero mi temor es que en nuestros intentos de reformar las enseñanzas pasadas, podamos caer fácilmente en la trampa de crear un juego de reglas nuevo y tratarlo como la nueva definición de sabiduría, obediencia, y cristianismo para todos los creyentes.

Nuestras nuevas reglas pueden verse diferentes, pero muy pronto pueden volverse tan dogmáticas y extrabíblicas como las anteriores. Además, las reglas escritas en piedra, especialmente en este tipo de temas —cosas como dejar los besos hasta el matrimonio o a qué edad los adolescentes pueden comenzar a tener relaciones de noviazgo— pueden disminuir nuestra necesidad de estudiar la Palabra de Dios, practicar el discernimiento, y desarrollar nuestras propias convicciones.

Ciertamente, los niños y adolescentes necesitan nuestra guía, y crear reglas y estructuras para nuestra familia es sabio. Pero subestimamos a nuestros adolescentes si asumimos que no pueden lidiar con estos temas. Démosles una oportunidad. (¡Usted siempre puede usar su poder de veto!) Tener estas conversaciones puede parecer más intimidante que simplemente poner reglas, pero al final, esas discusiones le dan a sus hijos las herramientas para navegar estos temas con sabiduría y discernimiento, mucho antes de que salgan de su cuidado.

La cultura de la pureza empezó con conceptos bíblicos. La santidad es bíblica, y las advertencias sobre la fornicación también lo son. Pero me pregunto cuán diferentes hubieran sido las cosas para muchos de nosotros si, en vez de que nuestro grupo de jóvenes en la iglesia se hubiera convertido en otro debate sobre el cortejo, hubiéramos estudiado juntos y a profundidad los atributos de Dios. O si, en vez de organizar un desfile de moda modesta, hubiéramos estudiado con detenimiento los evangelios y la vida de Cristo. Aislar y enfatizar de más ciertas ideas de la Biblia siempre implica el riesgo de malinterpretar, e incluso, de crear nuestro propio cristianismo, nuestra justificación, e incluso nuestra propia salvación.

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Cuando daba clases de inglés en un bachillerato cristiano [high school], los estudiantes me preguntaban a menudo: «¿Qué vendrá en el examen?». Lo hacían tan seguido que dejé de aplicarles exámenes y comencé a dejarles proyectos y ensayos. Esto los forzó a pensar con más profundidad y a meditar en los detalles, lo cual era más complicado. Pero no son solo los estudiantes los que prefieren las respuestas más claras y directas. Como maestra, me habría resultado más fácil abrir una novela, decirles qué pensar sobre ella y explicar su cosmovisión, que pedirles que lo hicieran ellos mismos mientras leíamos juntos el texto. Tomó más tiempo, más discusión y más frustración enseñar literatura con matices y reflexión. Pero valió la pena.

El discernimiento es una carrera de toda la vida. Si reemplazamos la cultura de la pureza con una nueva serie de libros y conferencias sobre qué hacer y qué no, estaríamos cayendo en las mismas prácticas que ahora criticamos. Cuando nuestros hijos son pequeños, podemos pegar una lista de reglas en el refrigerador. Los niños necesitan una guía clara. Todavía están creciendo y no son capaces de discernir como lo hace un adulto. Hay un lugar para las reglas que va más allá de las Escrituras, que incluye cosas como: «recoge tus juguetes antes de sacar otros» o «nada de bocadillos azucarados después de cenar». Pero como cristianos maduros, debemos ir más allá de alimentarnos solo de leche.

«El que solo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual» (Hebreos 5:13-14, NVI).

La iglesia no necesita un nuevo y mejor juego de reglas para la sexualidad. Necesitamos formación espiritual. Cuando reducimos las áreas grises de las Escrituras a reglas extrabíblicas, ya sean conservadoras o progresivas, nos quitamos nosotros mismos la oportunidad de discutir, pensar a profundidad, luchar con la palabra de Dios y de ser moldeados a la imagen de Cristo.

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Siempre reformándose

Hay una línea en el nuevo libro de Gregoire que dice: «Es de suma importancia que, como cultura, confrontemos el daño que hemos hecho —incluso por accidente— para poder avanzar en la vida abundante que Jesús quiere para nosotros». Mi esposo Evan sugirió un término para referirnos a este proceso. Es un término que se utilizó primero en la Reforma protestante: semper reformanda, «siempre reformándose».

Debemos estar dispuestos a mirar lo que hemos creído y reflexionar con humildad. La meta de estar «siempre reformándonos» consiste en conformarnos cada vez más a la Palabra de Dios y a la persona de Jesucristo. No es Dios quien necesita reformarse, sino nuestro entendimiento y nuestros corazones.

Habrá un tiempo en el futuro cercano en el que miraremos hacia este periodo de la historia de la iglesia, en el que los cristianos decidieron reevaluar la cultura de la pureza y descubrieron críticas que se alejaban del evangelio y en el que el péndulo se movió tanto que tuvo que ser corregido. Mi libro estará en la lista. Y muchos otros más. Así es como funciona.

Somos discípulos imperfectos, batallando continuamente para entender mejor a Dios y su Palabra. Cometeremos más errores en nuestro camino, y eso nos obligará a reflexionar con regularidad, a reevaluarlo todo, a reformarnos. La humildad no se requiere solo al momento de la conversión, sino durante toda la vida cristiana.

En todo lo que hacemos, decimos y promovemos, debemos dar un paso atrás y preguntarnos: «¿Esto proviene de Cristo?». Es agotador, pero también es un trabajo santo.

Rachel Joy Welcher es la autora de Talking Back to Purity Culture: Rediscovering Faithful Christian Sexuality y también columnista y editora de la revista Fathom.

Traducción por Hilda Moreno Bonilla.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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