Hace aproximadamente una década, cuando mi familia estaba de vacaciones en Roma, Italia, visitamos la Basílica de San Pietro in Vincoli («San Pedro encadenado»), donde los turistas y peregrinos cristianos acuden a ver la famosa estatua de Moisés de Miguel Ángel y unas cadenas de prisión que, según la tradición, pertenecieron al apóstol Simón Pedro durante su encarcelamiento (Hechos 12:3-19).

Sin embargo, no fueron solo los apóstoles varones quienes fueron privilegiados con el regalo no deseado de los grilletes. Pablo nos dice en Romanos 16:7 que Andrónico y su esposa, Junia o Junias, ambos fueron encarcelados por causa de Jesús: «Saluden a Andrónico y a Junias, mis parientes y compañeros de prisiones, quienes son muy estimados por los apóstoles y también fueron antes de mí en Cristo» (Romanos 16:7, RV2015) [La Reina Valera Antigua y otras traducciones hacen uso del nombre «Junia»].

Dos elementos de este versículo han sido objeto de un profundo escrutinio y un vigoroso debate: ¿Era Junia una mujer? Y, ¿era ella realmente una «apóstol»?

Con respecto a la primera pregunta, durante un lapso de varios cientos de años, las traducciones de la Biblia han tratado a esta persona como hombre (con el nombre de Junias, nótese la s), principalmente porque era impensable que Pablo pudiera referirse a una mujer como «apóstol». Pero los eruditos bíblicos han redescubierto su identidad femenina en las últimas décadas por varias razones, incluido el hecho de que Junia era un nombre femenino popular en la época romana, mientras que no hay registro alguno del nombre Junias.

Con respecto a la segunda pregunta, Pablo reconoce que la pareja casada era judía como él y que siguieron a Jesús antes que él. Como sabemos que Pablo llegó a creer en Jesús poco después de la Resurrección (digamos, alrededor del año 33 d. C.), Andrónico y Junia se encontraban entre la «primera generación» de líderes apostólicos cristianos.

De hecho, la mayoría de los primeros padres de la iglesia y teólogos de los siglos segundo, tercero y cuarto dieron por sentado dos hechos: que Junia era una mujer y que Junia era una apóstol.

Como escribió el teólogo y predicador del siglo IV Juan Crisóstomo: «Ser apóstol es algo grande. Pero para sobresalir entre los apóstoles, ¡piensa en qué maravilloso canto de alabanza es ese!… De hecho, cuán grande debe haber sido la sabiduría de esta mujer que incluso fue considerada digna del título de apóstol».

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Orígenes, otro padre de la iglesia primitiva, se preguntaba si esta pareja había formado parte de los 72 discípulos enviados por el mismo Jesús (Lucas 10:1; apóstol significa «uno que es enviado»).

Pero lo que a menudo se deja de lado en la discusión sobre Junia es su encarcelamiento y lo que esto nos dice sobre ella. La mención de Pablo de Junia y Andrónico en Romanos es mucho más que un simple saludo a la distancia. Pablo estaba destacando intencionalmente a esta pareja casada, a quienes consideraba cristianos modelo, de fe intrépida, y un ejemplo para la iglesia en Roma.

La cultura romana promovía el ideal de una mujer tranquila, obediente, encantadora y dulce, que permanece en casa, trabaja la lana, atiende a los niños y cuida de su hogar. Y aunque los primeros cristianos también creían en un hogar cálido y estable, líderes como Pablo elogiaron con entusiasmo a Junia y a su esposo, por su servicio y sacrificio en la primera línea del ministerio evangélico.

Pablo también celebra a otra pareja casada, Priscila y Aquila, líderes de iglesias que se reunían en casas y que arriesgaron sus vidas por el evangelio; así como a Febe, una diaconisa de la iglesia. También nombra y elogia a Epeneto como el primer converso asiático. Pablo eleva a estas y otras figuras por su fe valiente y, en algunos casos, aplaude su fidelidad a pesar de su aprisionamiento.

Mirando las propias experiencias de Pablo, vemos que reconoce numerosos encarcelamientos y menciona de paso también la tortura (2 Corintios 6:5; 11:23). Las prisiones eran algunos de los lugares más oscuros y feos de la sociedad romana, así que, ¿cómo llegó ahí una mujer como Junia?

Entre los muchos miles de textos griegos y romanos que se preservan de la antigüedad, casi no tenemos registro de mujeres en las prisiones romanas. Esas prisiones fueron diseñadas para retener a presuntos infractores de la ley acusados de delitos graves como asesinato y traición. Por delitos menores, un hombre recibía una multa o una paliza. Las mujeres, por su parte, con frecuencia eran enviadas a casa y castigadas por su familia.

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Para las muy pocas mujeres que fueron enviadas a prisión, las condiciones eran horribles: hacinamiento, falta de aire fresco, oscuridad y grilletes de metal pesados y afilados que a menudo cortaban la piel. Además de eso, los sonidos de tortura resonaban por los pasillos, y la amenaza de la violencia sexual habría sido un temor constante para las pocas mujeres encarceladas.

Roma usaba las prisiones como lugares de detención hasta el juicio y la sentencia, pero sus prisiones eran notoriamente brutales. Los presos no tenían derechos ni protecciones como los que existen hoy en día. Muchos murieron antes de ver a un juez; algunos incluso por su propia mano.

Pero Pablo habla del encarcelamiento de Junia como una insignia de honor, describiéndola a ella y a Andrónico como compañeros de prisión. En este texto, utiliza un término específico para prisionero: synaichmalōtos, que técnicamente significa «prisionero de guerra» o «cautivo de guerra». Dado que los cristianos no estaban políticamente en guerra con Roma en un sentido literal, este término es usado más bien en sentido metafórico. Pablo está diciendo que estos cristianos están encadenados a causa del evangelio, es decir, a causa de su testimonio público acerca de Jesucristo.

Roma no era el verdadero enemigo en esta guerra: Pablo tiende a enfocarse en el pecado, la muerte y Satanás como los archienemigos del evangelio. Pablo entendió tales encarcelamientos como una forma de guerra espiritual. Pero, ¿por qué exactamente estaban Andrónico y Junia en prisión en primer lugar? ¿De qué delitos fueron acusados?

Dado el elogio de Pablo hacia ellos como héroes de la fe, podemos suponer que no fue por algo como asesinato o violencia. La opción más probable es que este dúo apostólico haya sido detenido por provocar un disturbio mientras predicaban el evangelio en un lugar público. Mi mente va al incidente de Éfeso en Hechos, donde el ministerio de Pablo provocó una revuelta. Un líder local calmó a la multitud y les advirtió del riesgo de la intervención romana (Hechos 19:21-41).

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De la misma forma, me imagino a apóstoles como Andrónico y Junia yendo de ciudad en ciudad, predicando el evangelio en lugares públicos y privados, haciendo milagros, liberando a los cautivos y enfrentando las consecuencias de trastornar al mundo, como dice Hechos 17:6. Junto con esta pareja, Pablo también llamó a Aristarco y Epafras «compañeros prisioneros de guerra» (Colosenses 4:10; Filemón 1:23). Lo que todos comparten es la insignia ilustre de ser prisioneros por causa del evangelio de Jesucristo.

En sus famosas homilías bíblicas, Juan Crisóstomo argumentó que las cartas de los apóstoles escritas mientras estaban en prisión son más preciosas que las que escribieron cuando estaban libres. Él escribe: «¡Ay! ¡Esos benditos lazos! ¡Oh! ¡Esas manos benditas que las cadenas adornaron!». Y poco después dice que ningún milagro de sanidad en las Escrituras se compara con la gloria de esas cadenas.

¿Por qué tanta reverencia por los grilletes de metal de la prisión?

Primero, los creyentes que están encarcelados por su fe se ven obligados a pensar más profunda y claramente sobre la vida y la muerte, y sobre la importancia de las cosas eternas. Pero Filipenses 3:10 nos lleva aún más allá, donde Pablo escribe: «Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte».

Los primeros líderes cristianos como Junia tuvieron el privilegio distintivo de ser parte de esta comunión de sufrimiento en sus encarcelamientos a causa del evangelio. Aquellos que sufrieron tales degradaciones con y por Jesús demostraron la potencia de su fe, la verdad de su convicción y la amplitud de su amor por Cristo, quien primero dio su vida por ellos.

Para Pablo, no había resultado más grande que una nueva fe en el evangelio, ni señal más grande de perseverancia que ser un prisionero encadenado a causa del evangelio. Crisóstomo tenía razón: esas cadenas son preciosas, no como reliquias sagradas, sino como evidencia de haber contado y pagado el costo de obedecer la comisión de dar testimonio público.

Nijay K. Gupta es profesor de Nuevo Testamento en Northern Seminary y autor de Tell Her Story: How Women Led, Taught, and Ministrated in the Early Church.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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