Como brasileño, recordaré el 8 de enero de 2023 como uno de los peores días para la democracia de mi país. Como evangélico, lo recordaré como uno de los días más oscuros para la iglesia de mi país.

Este domingo, decenas de ciudadanos enfurecidos llegaron a Brasilia e irrumpieron en el Congreso Nacional, el Tribunal Federal Supremo y el Palacio del Planalto, destrozando muebles, dañando obras de arte, rompiendo ventanas y golpeando a periodistas. Los extremistas son partidarios del expresidente Jair Bolsonaro y creen erróneamente que las elecciones de 2022 fueron amañadas. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en portugués e inglés].

Los videos del ataque del domingo muestran la violencia de estos vándalos. Pero también muestran a algunos manifestantes llevando Biblias, orando antes de entrar en el Congreso y cantando himnos mientras eran detenidos por la policía federal, acciones que sugieren que muchos eran evangélicos, quienes fueron una importante base electoral para el expresidente.

«Brasil pertenece al Señor Jesús. El Congreso es nuestra iglesia. El Congreso es la iglesia del pueblo de Dios. Si eres cristiano, ven al Congreso. El Congreso es nuestro, del pueblo de Dios, hasta la intervención militar». Transcripción de un vídeo filmado en el Congreso Nacional publicado originalmente por Clayton Nunes.

Por desgracia, la semilla de este extremismo que alcanzó su punto álgido el domingo fue plantada y cultivada, en parte, por las iglesias evangélicas que apoyaron e hicieron campaña por Bolsonaro en las últimas elecciones, amplificando la polarización, el discurso del odio y la radicalización. En su extravagante campaña a favor de Bolsonaro, algunos líderes evangélicos bautizaron a un político grosero, violento y codicioso como «hombre de Dios».

Más allá de las formas en que muchos en la iglesia evangélica cultivaron una relación inapropiadamente íntima con Bolsonaro a lo largo de su presidencia y campaña de reelección, muchos líderes cristianos han luchado por demostrar un fruto significativo del Espíritu al involucrarse en política. Mientras llaman públicamente a la iglesia a defender los valores familiares, demasiados pastores batallan en sí mismos contra el odio, el rencor, la violencia, la división y el orgullo hacia los oponentes políticos, obras de la carne que, según Pablo, impiden heredar el reino de Dios (Gálatas 5:19-21).

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En los últimos años, las iglesias han tenido una relación laxa con la verdad y, con demasiada frecuencia, han compartido irresponsablemente teorías conspirativas. El año pasado, algunos cristianos afirmaron que los grupos de izquierda luchaban por la legalización de la pedofilia. Desde que Lula se proclamó vencedor en la segunda vuelta de octubre, los cristianos se han unido a muchos de sus compatriotas para sugerir que la segunda vuelta de las elecciones fue el resultado de un fraude electoral.

Tras el atentado del domingo, una encuesta realizada el 10 de enero por el Instituto Atlas reveló que el 67.9 % de los evangélicos de Brasil cree que Lula no ganó realmente las elecciones, el 64.4 % cree que el atentado estaba justificado y el 73.8 % piensa que Bolsonaro no es responsable del mismo.

Tras las elecciones, los bolsonaristas montaron campamentos frente a cuarteles militares de todo el país, pidiendo que los militares intervengan y saquen a Lula del poder. Hace unos días, mientras la policía de Belo Horizonte desmantelaba uno de estos campamentos, un hombre oraba a Dios en hebreo mal pronunciado: «Yauh, Yauh, por favor, no lo permitas, Yauh».

La oración era ferviente y desesperada. También sonaba sincera y revelaba una teología que había cultivado la desesperación, el fanatismo y una postura revolucionaria, quizá alentada por alguien desde un púlpito. Los ingredientes para demoler una democracia y para empañar el testimonio cristiano estaban a la vista. Un presagio de la tragedia que se avecinaba.

Me temo que este domingo vimos los frutos de las peores tendencias de la iglesia, tales como el resentimiento hacia el presidente y los brasileños, la aversión a la verdad y la voluntad de adoptar el uso de la fuerza en lugar de las manifestaciones no violentas cuando las cosas no salen como uno desea.

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Pero evitar este tipo de resultados en futuras elecciones tensas no se conseguirá simplemente desviando los resultados hacia un partido diferente. Más bien, para los cristianos de todas las convicciones políticas, empezará por vernos a nosotros mismos en la vida y el ejemplo del apóstol Pedro, y por seguir sus consejos cuando debemos vivir nuestra fe en circunstancias adversas o en contextos en los que no siempre estamos de acuerdo.

La pasión y el cambio de corazón de Pedro

La Biblia está repleta de historias de seres humanos que cometieron errores y pecaron y, a pesar de ello, fueron llamados por Dios al arrepentimiento y a la conversión. El apóstol Pedro es una de esas personas.

Pedro aparece en los Evangelios como alguien que amaba ferozmente a Jesús, pero era propenso a hacer anuncios precipitados, declaraciones egoístas y, a veces, a tomar decisiones violentas. Pedro se equivocó frecuente y apasionadamente, se peleó con Santiago sobre quién se sentaría un día a la derecha de Jesús, le aseguró a Jesús que nunca lo negaría y le cortó la oreja a un hombre durante el arresto de Jesús. Incluso después de que Jesús lo perdonara por su negación y después de que Pedro comenzara a difundir el Evangelio durante el primer Pentecostés, continuó luchando por superar su xenofobia a la hora de compartir a Jesús con los gentiles.

Siempre cercano a sus emociones y algunos años después de sus arrebatos emocionales equivocados, Pedro escribió su consejo para los cristianos a fin de que pudieran vivir audazmente su fe.

«… sino santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia, teniendo buena conciencia, para que en aquello en que son calumniados, sean avergonzados los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo» (1 Pedro 3:15-16, NBLA).

La exhortación «santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones» pone en orden nuestras prioridades de forma inmediata y nos pide que comprobemos si somos idólatras. Pedro le está escribiendo a personas que afirman creer en Jesús, y aun así le pide a los cristianos que se aseguren de que se han centrado en el Señor. Esto incluye no solo creer en Jesús, sino también seguir su palabra y su ejemplo en nuestras acciones.

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En relación con nuestra situación actual, Jesús no aprobaba el nacionalismo ni la sedición, dos tendencias políticas que en la época se esperaban del Mesías. Al contrario, Jesús no solo alabó a los samaritanos, sino que también añadió entre sus discípulos a zelotes y recaudadores de impuestos: a colonialistas y enemigos del imperio por igual.

Hablando a los cristianos que vivían en un mundo hostil, el apóstol Pedro —el mismo Pedro que antes había demostrado una fe agresiva y cobarde al cortarle la oreja a Malco y negar a Jesús tres veces— explica cómo debemos responder a las personas que nos preguntan la razón de nuestra esperanza. Pedro utiliza dos sustantivos: mansedumbre (πραότητα), que significa «humildad» y «gentileza», y reverencia (φόβου), que significa «respeto» o «temor». Cuando se utiliza para referirse a las personas, la mansedumbre transmite una actitud de humildad o sumisión. Del mismo modo, la reverencia se refiere a un sentimiento de profunda consideración hacia el otro.

Tener la conciencia tranquila es un tema habitual en la Primera Epístola de Pedro. La palabra «conciencia» aparece en algunas versiones de 1 Pedro 2:19 y de nuevo en 3:21. En ambos casos, el contexto es la actitud de sumisión y respeto que deben tener los cristianos, incluso cuando son maltratados o perseguidos.

Cuando nos sentimos agraviados, a menudo podemos sentirnos justificados para torcer las reglas, distorsionar la verdad o adoptar el mantra que dice «el fin justifica los medios». Pero si nos tomamos un momento para reflexionar, veremos rápidamente que éstas son precisamente las acciones que desacreditan a los cristianos ante el resto del mundo. De hecho, Pedro quiere que nuestro carácter sea tan íntegro que —vale la pena repetir estas
palabras— «sean avergonzados los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo».

Entonces, ¿cuál es la relación entre Pedro y los cristianos que saquearon la capital de Brasil el domingo o que tienen alguna responsabilidad en el atentado debido a su influencia? Las vidas de ambos revelan que el celo religioso puede asumir proporciones exageradas y convertirse en idolatría, ocupando el lugar que solo le pertenece al Señor.

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Como nos enseña Pedro, vivir según las enseñanzas de Jesús significa colocarlo en el trono como Señor supremo en nuestras vidas. Incluso aquellos de nosotros, cristianos, que podemos creer (ingenuamente) que nunca participaríamos en algo como el atentado del domingo pasado, podemos reconocer que fallamos en este aspecto con frecuencia.

Los evangélicos necesitamos experimentar la misma metanoia o conversión espiritual por la que pasó el apóstol Pedro. Quizá esta transformación ocurrió cuando empezó a seguir dos instrucciones de su Maestro: en vez de cortar orejas, «mete la espada en la vaina» (Juan 18:11), y en vez de negar a Jesús por miedo o cobardía, «pastorea mis ovejas» (Juan 21:16).

Guiterres Fernandes Siqueira es teólogo y periodista. Es autor de cinco libros, entre ellos Quem tem medo dos evangélicos? [¿Quién teme a los evangélicos?] Vive en São Paulo y es miembro de la Asamblea de Dios (Ministério do Belém) de la misma ciudad.

Con información adicional de Marisa Lopes y Mariana Albuquerque.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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