En esta serie, eruditos bíblicos reflexionan sobre un pasaje en su área de especialización que ha sido formativo en su propio discipulado y continúa hablándoles hoy.

Una cálida noche de abril, mi equipo de béisbol de la escuela secundaria estaba celebrando una gran victoria. Entonces, uno de los entrenadores nos llamó a reunirnos. Con tono serio, nos dijo que Merri Kathryn Prater, una buena amiga y compañera de clase, había fallecido días después de un trágico accidente automovilístico. Mis compañeros y yo estallamos inmediatamente con grandes expresiones de lamento. Una compañera de clase que estaba en las gradas nos dijo a unos cuantos que el repentino sonido de nuestro dolor fue como una explosión de escopetas, y que hizo eco en las montañas que rodeaban nuestro campo de béisbol al este de Kentucky.

Cuando nos calmamos, muchos de mis compañeros de equipo y yo nos dirigimos a la iglesia de Merri Kathryn. Allí, el pastor Mike Cudill (conocido por sus congregantes como el hermano Mike) y los miembros de la iglesia se reunieron para ayudar a los adolescentes de la comunidad a procesar la noticia de su muerte.

Recuerdo estar sentado en un banco en el inmaculado santuario de la Primera Iglesia Bautista de Hindman con mis compañeros. Uno de ellos, un cristiano como Merri Kathryn, pasó las páginas de una Biblia que había tomado de uno de los bancos hasta que encontró Juan 3:16, y comenzó a leerme lentamente el versículo.

«Jarvis, de esto se trata la vida», me dijo. Fue la primera vez que recuerdo haber escuchado Juan 3:16. En aquel momento, todavía afligido por el dolor y la noticia, no tenía ni idea de lo que ese versículo significaría para mí a lo largo de mi vida. La exposición de mi compañero me sorprendió y me dejó en silencio.

Durante los siguientes días pensé en la realidad de mi propia mortalidad y en mi necesidad de entregarle mi vida a Jesucristo a la luz de la fe de Merri Kathryn, su muerte, y la verdad de Juan 3:16. Los miembros de la iglesia de Merri Kathryn ya me habían hablado del Evangelio varias veces cuando fui a visitarla al hospital.

Pocas semanas después, el 22 de abril de 1996, el hermano Mike me condujo al Señor durante una llamada telefónica. Yo tenía 17 años. El hermano Mike me bautizó y me convertí en miembro de la iglesia de Merri Kathryn. Fui el primer afroamericano que se unió a esta iglesia en toda su historia.

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Esta comunidad me amó profundamente: más incluso que algunas personas de mi propia familia. Me enseñaron mucho acerca del amor de Dios, el amor al prójimo, el Evangelio y lo que yo ahora llamo la diversidad redentora del reino. No fui el único de mi escuela en volverse cristiano aquel año. La muerte de Merri Kathryn provocó decenas de profesiones de fe en mi pequeño condado que tenía unos cuantos miles de habitantes. Durante varios meses, los nuevos creyentes siguieron expresando su deseo de bautizarse.

Al principio, cuando no era creyente, el contenido de Juan 3:16, me resultó fresco y desconcertante, y siguió siéndolo de diferentes maneras cuando me convertí en un nuevo creyente en Cristo. Durante el avivamiento en Hindman prediqué y compartí mi testimonio, todavía maravillado por el versículo. Pero, conforme vamos creciendo en la fe, quizá haya muchos de nosotros que se han olvidado del poder, la verdad y las implicaciones de versículos como Juan 3:16.

Los versículos que nos resultan familiares pueden parecer como el ABC de la fe cristiana: cosas que dejamos al avanzar para beber de pozos más profundos. Pero si tenemos esta actitud puede que nos olvidemos de elementos clave del Evangelio cristiano y nos perdamos las verdades más profundas y variadas que están justo ahí.

Después de mi conversión comencé a compartir mi fe y la verdad de Juan 3:16 con mis amigos y familiares cercanos. A menudo hablaba de mi conversión con mi tío, quien me había criado. Una noche me miró con cara seria y dijo: «Jarvis, conozco Juan 3:16». Y luego lo citó de memoria. «¡Es totalmente cierto!», le dije. «Por eso necesitas entregar tu vida a Jesús ahora, “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”».

Él conocía el versículo. Se lo sabía de memoria. Pero nunca lo había creído de verdad.

Pasaron los meses y yo empecé a sentir un llamado al ministerio. Con el apoyo de mi iglesia prediqué primero en el servicio dominical juvenil que celebraban cada año, y varios jóvenes hicieron profesiones de fe. Al ver la obra de Dios, mi iglesia decidió continuar los servicios. Sinceramente, mis sermones eran malos. No tenía ninguna formación teológica: solo sabía que Jesús me había salvado, y yo quería que otras personas se salvaran.

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Tras asistir a menudo, escucharme predicar, ver a la gente responder y saber cómo había cambiado mi vida en casa, mi tío entregó su vida a Jesús durante la invitación una noche. El hermano Mike lo bautizó y él se convirtió en el segundo miembro afroamericano de nuestra iglesia. Pronto, otros de mis amigos y familiares cercanos también entregaron su vida a Jesús porque habían escuchado y creído el mensaje del amor de Dios hacia el mundo en Juan 3:16.

Ahora sé que Juan 3:16 es uno de los versículos más famosos de toda la Biblia. A menudo se utiliza en el evangelismo, tal como pasó en mi propia conversión, y yo también lo uso cuando explico a otros el llamado de Cristo. Sin embargo, debido a su familiaridad y a su mensaje directo, los cristianos a veces pueden perder de vista el poder del versículo. No es ni un cliché ni un simple ABC que deben los cristianos maduros deben superar para llegar a otro nivel. Juan 3:16 tiene palabras de vida.

Nicodemo, líder judío y fariseo, era como muchos cristianos que han crecido en la iglesia de hoy en día. Josefo, historiador judío del siglo I que también era fariseo, nos dice que los fariseos conocían muy bien las Escrituras y las explicaciones de la tradición judía. Él describe a los fariseos como «aquellos que eran considerados como los más hábiles para explicar sus leyes». De esta forma, Nicodemo habría estado involucrado en un estudio sofisticado y detallado de las Escrituras.

Cuando va a hablar con Jesús en Juan 3, Nicodemo da inicio a la conversación diciendo que sabe que Jesús es un maestro que vino de Dios (Juan 3:2). Pero entonces Jesús lo sorprende al decirle que su aprobación de Jesús como un buen rabí no es suficiente. No puede entrar en el reino de Dios solamente afirmando que Jesús vino como maestro de Dios. Jesús le dice a Nicodemo que debe nacer de nuevo. Nicodemo está confundido porque cree que Jesús está hablando del nacimiento físico, no del espiritual. Así que Jesús utiliza el lenguaje de Ezequiel 36:25-27 —que seguramente le resultaba familiar— para recordarle las cosas de las cuales habló el profeta.

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Jesús continúa con la historia de la plaga de serpientes de Números 21, cuando Dios perdonó a aquellos de entre su pueblo que habían mirado a la serpiente de bronce que Moisés había levantado. Jesús dice que, del mismo modo, Dios levantará a su Hijo (en la cruz) para que todo el que le mire con fe reciba la vida eterna. Entonces, le da a Nicodemo la verdad de Juan 3:16.

Rara vez actuamos como Nicodemo, es decir, rara vez respondemos con sorpresa ante el mensaje de Jesús. Y a la vez, demasiado a menudo respondemos como Nicodemo: estamos tan acostumbrados a escuchar un pasaje en particular que no reflexionamos en él con atención, perdiéndonos la oportunidad de ser transformados de nuevo por la Palabra de Dios.

He crecido mucho como estudioso y como cristiano, tanto en mi comprensión de Juan 3:16 como del evangelio de Juan. Ahora sé lo que no sabía entonces. Juan 3:16 es una pieza clave del mensaje del evangelio de Jesús a Nicodemo. Pero no nos fue dado solamente para el evangelismo. Como he ido comprendiendo poco a poco, el versículo contiene una promesa cósmica, un desafío personal y también un consuelo para los creyentes maduros.

Image: Jared Boggess

También hay preguntas: ¿Soy parte del mundo que Dios ama? ¿Lo eres tú? Juan usa el término mundo de varias maneras en su evangelio (incluyendo 1:10 y 3:19). En Juan 3:16 utiliza el término mundo para referirse a lenguas, tribus, personas y naciones.

Por ejemplo, en Juan 12:19, después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, los fariseos se ponen nerviosos por el gran número de seguidores de Jesús. Se quejan de Jesús como si fuera cualquier otro, diciendo: «¡Miren cómo lo sigue todo el mundo!» [énfasis añadido]. Esto se podría considerar una hipérbole. Pero el contexto sugiere otra cosa. Inmediatamente después de su queja Juan registra la preocupación de los fariseos por los griegos que querían hablar con Jesús (12:20-21). A los fariseos les preocupaba que dentro de los seguidores de Jesús se incluyeran personas de otras partes del «mundo». Al menos parte de su preocupación parecía ser que Jesús estaba dando la bienvenida a personas que pertenecían a otros grupos étnicos, porque les preocupaba el impacto expansivo de su ministerio. En otras palabras, «el mundo» en Juan 3:16 se refiere tanto a judíos como a gentiles.

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El mundo al que Dios ama te incluye a ti y a mí. Todos los grupos étnicos están incluidos.

Sin embargo, formar parte de este mundo amado no ha traído un alivio constante. A veces es difícil sentirse amado sacrificialmente cuando la vida es tan difícil y los demás nos hacen tanto daño.

El duelo ha llegado a mi vida de muchas formas. Mi esposa y yo perdimos dos bebés, en 2013 y 2020. Y en 2018, mi amada tía, quien me había criado, murió de una muerte muy dolorosa. La mayor parte del dolor que me han causado directamente otras personas en mis 26 años como seguidor de Jesús ha venido de los que profesan amar el mensaje de Juan 3:16. (Siendo sincero, el amor que he experimentado de mis hermanos y hermanas en Cristo ha sido inmenso, y gente no cristiana también me ha provocado una gran adversidad).

Mientras pienso en toda la agitación racial que ha vivido nuestro país y el mundo desde 1996, el poder de las palabras de mi compañero del equipo de béisbol sigue teniendo un impacto en mí. Él era mi compañero y un ser humano. Pero el mundo lo había racializado a él como blanco (él era angloamericano) y el mundo me había racializado a mí como negro (yo soy afroamericano con una herencia multiétnica). Cuando él me leyó este versículo, Dios nos estaba demostrando la poderosa verdad del versículo en nuestra interacción.

El hecho de que él me leyera Juan 3:16 aquella noche significó mucho más de lo que me di cuenta al principio: más que un llamado a creer. Ahora atesoro la comprensión más amplia y profunda de lo que ese versículo nos enseña como seguidores de Cristo acerca de la diversidad redentora del reino: la visión de Dios de redimir en Cristo a personas de toda lengua, tribu y nación; transformarlos por medio del poder del Espíritu para que amen a Dios y se amen unos a otros; y hacerlos sacerdotes del reino (1 Pedro 2:9; Éxodo 19:6).

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Juan 3:16 ahora me sostiene. Me recuerda que el amor de Dios está basado en su propio sacrificio en Jesús. La verdad de Juan 3:16 es importante cuando no nos sentimos amados o bienvenidos. Puede que nos sintamos así antes de conocer a Jesús. Pero el versículo también es una verdad importante que nos anima en medio de nuestro caminar con Jesús y cuando llegamos al final de nuestra vida.

Juan 3:16 significa lo que comprendí al principio. Para los que aún no conocen el evangelio, este pasaje resume perfectamente el mensaje de la salvación que me habló con tanto poder en mi adolescencia.

Para mi tía fue el comienzo y el final de su caminar con Cristo: en un marco de seis semanas. Mientras estaba en cuidados intensivos al final de su vida, mi tía creyó la verdad de Juan 3:16 e hizo una profesión de fe. Ella tendrá vida eterna. Yo prediqué sobre ese versículo y sobre la salvación de mi tía en su funeral.

Puede que esto parezca demasiado sencillo, pero no lo es. Una de las muchas cosas hermosas de Juan 3:16 es que muestra que Jesús salva a una persona en el mismo momento en que cree.

Llegará el día en el que mi antiguo compañero de equipo y yo veamos a Merri Kathryn, y a mi tía, y nos unamos a ellas junto a todos los santos de todas las eras. Ese gran día que Jesús regresará, lo adoraremos juntos, al mesías judío y al rey resucitado, con toda lengua, tribu, pueblo y nación en la ciudad celestial, porque Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo.

Jarvis J. Williams es profesor adjunto de interpretación del Nuevo Testamento en el Southern Baptist Theological Seminary y pastor en la Sojourn Church Midtown de Louisville, Kentucky. Entre sus libros se incluye Redemptive Kingdom Diversity y The Spirit, Ethics, and Eternal Life.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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