Difícilmente podría haber alguien más calificado que Timothy Keller para recibir el Premio Kuyper a la Excelencia en Teología Reformada y Testimonio Público. Debería haber sido la culminación de una carrera extraordinaria.

Keller llevó la teología reformada y la aplicó al corazón de la cultura estadounidense mientras predicó en la iglesia Redeemer Presbyterian Church en Manhattan, misma que plantó en 1989 de la mano de su esposa, Kathy. Los escritos de Keller introdujeron la teología de la vocación de Kuyper —su visión de un Dios que reclama «cada centímetro cuadrado» de la creación para su gloria— a nuevas generaciones de cristianos de todo el mundo [los enlaces en este artículo redirigen a contenido en inglés].

Pero la reacción de muchos alumnos y exalumnos del Seminario Teológico de Princeton (PTS, por sus siglas en inglés) cuando Keller abandonó el púlpito en 2017 reveló lo mucho que había cambiado la cultura estadounidense desde 1989. Las opiniones de Keller sobre la ordenación de mujeres y la homosexualidad se oponían a las normas imperantes en el PTS y en otros seminarios tradicionales, por no hablar de la cultura en general.

Según esta norma, que tanto ha evolucionado con el tiempo, Abraham Kuyper no habría sido un buen candidato para su propio premio. Bajo la presión de varios grupos activistas, los dirigentes del PTS anularon su decisión de otorgar a Keller el Premio Kuyper 2017 (mismo que desde entonces ha sido acogido por el Calvin College). El renombrado pastor parecía estar a punto de convertirse en una víctima más de la siempre creciente guerra cultural.

O no.

Keller no recibió el premio, pero aceptó dar las conferencias de todos modos. El PTS no quiso otorgarle un premio, pero aún así él los toleró. Y a pesar de todas las protestas anteriores, un animoso aplauso recibió a Keller cuando subió al podio el 6 de abril de 2017. El presidente del PTS, Craig Barnes, captó el mensaje una vez más cuando volvió al escenario a despedir a la multitud.

No asistí a las conferencias del PTS, pero entiendo el sorprendente afecto por Keller.

Como adolescente convertido a la fe evangélica a finales de la década de 1990, sabía que mi fe no sería bienvenida en los salones del poder, ya fuera en las aulas de una escuela privada de élite o en las oficinas de la Cámara de Representantes de EE. UU. Nunca esperé que mi celo por Cristo me hiciera popular, famoso o rico. Solo quería ser fiel a Dios y obediente a su Palabra, sin importar a dónde me llevara. Quería compartir mi fe sin reservas, incluso entre multitudes hostiles.

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Y en 2007, encontré un ejemplo que modelaba cómo hacerlo en los entornos más seculares de Estados Unidos. Timothy Keller compartió el evangelio con valentía en los modismos del lenguaje de su época, sin rebajar ni exigir nada más ni nada menos que la fe y la confianza en nuestro Salvador fiel y digno de confianza.

Cuando la tragedia del 11 de septiembre dio paso a un nuevo y más virulento estallido de las guerras culturales, Keller demostró un camino diferente. Como editor asociado de Christianity Today en 2007, informé sobre el primer acto público de The Gospel Coalition (Coalición del Evangelio, TGC, por sus siglas en inglés), organización que Keller cofundó. Mi lectura inicial de la Visión Teológica para el Ministerio de TGC, redactada por Keller, establecía una agenda viable que podía seguir como joven cristiano que alcanzaría la mayoría de edad en este polémico siglo XXI.

Keller me centró en el evangelio de Jesús, el cual «llena a los cristianos de humildad y esperanza, y de mansedumbre y audacia, de una manera única». El evangelio bíblico no es como la religión tradicional, que exige obediencia para ser aceptada, ni como el secularismo, que hemos visto cómo hace que la cultura estadounidense sea cada vez más egoísta e individualista.

Keller le enseñó con un guiño a su difunto amigo Jack Miller que el Evangelio dice: «Somos más pecadores y defectuosos de lo que jamás nos atrevimos a creer, pero más amados y aceptados por Jesús de lo que jamás nos atrevimos a esperar».

Firme en medio de la hostilidad

Extraordinario entre los predicadores, Keller podía atraer la atención tanto del corazón como de la cabeza. Sus libros me presentaron a críticos sociales cuyos escritos apenas podía comprender. Pero, de alguna manera, los libros de Keller también me parecieron profundamente sencillos en su énfasis constante en el evangelio de la gracia.

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Esta dinámica se puede observar en su discurso en el PTS, en el que recordó las conferencias Warfield de 1984 presentadas por Lesslie Newbigin en el PTS. En estas conferencias, que se convirtieron en el libro de 1986 Foolishness to the Greeks: The Gospel and Western Culture [Locura para los griegos: El Evangelio y la cultura occidental], Newbigin abogaba por un encuentro misionero con una cultura occidental que se había vuelto postcristiana. No conozco a muchos líderes cristianos que, como Keller, puedan reclamar simultáneamente la herencia de Abraham Kuyper, del famoso teólogo de Princeton B. B. Warfield y del misionólogo Lesslie Newbigin.

Pero ese era el don de Keller. No es solo un cliché: él nunca dejó de aprender ni de crecer. En mi libro: Timothy Keller: His Spiritual and Intellectual Formation [Timothy Keller: Su formación espiritual e intelectual], describo su desarrollo intelectual y espiritual como los anillos de un árbol.

Keller conservó el núcleo evangélico que aprendió de los evangélicos británicos de mediados de siglo, como J. I. Packer, Martyn Lloyd-Jones y John Stott. Fue incorporando a escritores tan variados como Charles Taylor, Herman Bavinck, N. T. Wright y Alasdair MacIntyre. Y de alguna manera los sintetizó con Kuyper, Warfield, Newbigin y docenas más en el medio.

La tarea final de Keller, el gran proyecto inacabado que nos dejó, fue trazar un rumbo para la misión en el occidente del siglo XXI que apenas si se parece al contexto de clase media de Allentown, Pensilvania, en el que él creció en los años cincuenta.

Keller ni siquiera creía que su propio exitoso ministerio en Nueva York pudiera ofrecer mucha orientación a las generaciones después de él. Keller siguió a Newbigin al identificar el occidente postcristiano como la frontera misionera más resistente y desafiante de todos los tiempos.

Ninguna de las reacciones cristianas tradicionales a la cultura bastaría como base para un programa misionero eficaz en estas condiciones contemporáneas. En todo caso, estas respuestas solo podrían advertir a los cristianos de lo que no deben hacer. Los cristianos no deben replegarse como los amish, ni perseguir la toma de posesión política como la derecha religiosa, ni asimilarse en la cultura como los protestantes tradicionales.

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Keller adoptó estas categorías de involucramiento con la cultura circundante de la obra de su amigo James Davison Hunter titulada To Change the World: «A la defensiva» (como derecha religiosa), «en búsqueda de relevancia» (como los protestantes tradicionales) y «en búsqueda de preservar la pureza» (amish). Hunter propuso el modelo de «una presencia fiel a Dios desde el interior de la cultura» como una alternativa más prometedora, que Keller adoptó como su propia perspectiva en su libro Center Church [Iglesia de centro].

Cuando muchos cristianos estadounidenses empezaron a cambiar sus tácticas sociales y políticas en 2016, Keller se vio sometido a una mayor crítica y escrutinio por parte de sus compañeros evangélicos. Pero cualquiera que hubiera seguido su trabajo a lo largo de las décadas podía notar que no era él quien había cambiado.

Keller no cortejaba con esa clase de oposición. Cualquiera que haya trabajado con él podría dar fe de su extrema aversión al conflicto. En todas nuestras conversaciones personales, no recuerdo haber escuchado un solo comentario crítico de su parte con respecto a otro creyente.

Su firmeza bajo esta creciente hostilidad dio valor y consuelo a líderes más jóvenes que se desilusionaron con la caída de tantos de nuestros antiguos héroes. Incluso a mí me preocupaba descubrir secretos poco halagüeños cuando comencé a escribir su biografía. Pero, por el contrario, hablar con docenas de familiares y amigos íntimos de Keller que le conocían desde la infancia no hizo sino confirmar mi experiencia personal con él.

Sin embargo, mi acercamiento a Keller no me llevó a verlo como un ídolo. Simplemente me permitió atestiguar cómo se ve 2 Corintios 4:7 en acción, es decir, una vasija de barro encargada de transportar el tesoro más valioso: nada menos que el incomparable poder de Dios.

Amor por la iglesia local

Puede que Keller haya dudado de su capacidad para anticiparse a los nuevos retos del occidente tardomoderno. Pero aún así, puso de manifiesto una agenda que podría moldear radicalmente las prioridades de los evangélicos —si tan solo apagaran los noticiarios y escucharan—. Las conferencias del PTS de Keller proponían siete pasos para un encuentro misionero en el occidente postcristiano.

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En primer lugar, él hizo un llamado por una apologética pública en la línea de la Ciudad de Dios de San Agustín. Para encontrar esta perspectiva, los lectores podrían empezar con Making Sense of God [Una fe lógica] de Keller, uno de sus clásicos olvidados. En segundo lugar, propuso una tercera vía entre la preocupación de los protestantes tradicionales por los problemas sociales y la preocupación evangélica por los problemas espirituales, a saber: «La justificación debe conducir a la justicia». En tercer lugar, desafió a los cristianos a ofrecer críticas al secularismo siempre desde su propio marco y no tomando como base un constructo exterior. Tomando prestado el concepto de Daniel Strange, Keller llamó a este proceso «el cumplimiento subversivo».

En cuarto lugar, como Keller había insistido tantas veces antes, animó a los laicos a integrar su fe con su trabajo. Los no cristianos deben ver la diferencia que la fe implica en la vida cotidiana. En quinto lugar, animó a los estadounidenses a aprender de la iglesia mundial. Keller admitió en su conferencia del PTS de 2017 que los evangélicos conservadores de Estados Unidos tienen demasiada fe en su propia metodología y les cuesta ver el reino de Dios al margen del interés nacional estadounidense.

En sexto lugar, Keller destacó la diferencia entre gracia y religión. Tal como le mostró Richard Lovelace a Keller en su primera clase en el Seminario Teológico Gordon-Conwell en 1972, los encuentros misioneros que producen un cambio social dependen de la gracia, no de las reglas de la religión. Solo la gracia produce una transformación espiritual. Sin el Espíritu de Dios, somos incapaces de efectuar un cambio duradero en este mundo caído.

Keller bien podría haber destacado como profesor si hubiera permanecido en el Seminario Teológico de Westminster en lugar de trasladarse a Nueva York con su joven familia para plantar la iglesia Redeemer. Ganaba suficiente dinero con sus libros y sus conferencias, de modo que nunca se le habrían acabado los espacios donde fuera invitado como ponente. Pero Dios llamó a Keller al ministerio pastoral, y eso es lo que a menudo le distingue.

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Incluso cuando Keller reprendía a los evangélicos, hablaba y escribía como un pastor que sentía profundo amor por su rebaño. El único mentor de Keller, Edmund Clowney, le ayudó a amar a la iglesia local, con todo y sus verrugas. Keller buscaba edificar la iglesia local con la misma facilidad con la que citaba a oscuros académicos y a columnistas del New York Times. En el explosivo crecimiento inicial de la iglesia Redeemer, y de nuevo en los oscuros días posteriores al 11 de septiembre, Keller fue testigo de cómo el Espíritu de Dios se movía de forma inesperada y poderosa.

En séptimo y último lugar, Keller dejó a los evangélicos estadounidenses una visión de la comunidad cristiana que irrumpe con las categorías sociales de nuestra cultura. Estas comunidades prósperas dan credibilidad al poder transformador del Evangelio.

Keller citó el trabajo de Larry Hurtado en Destroyer of the gods: Early Christian Distinctiveness in the Roman World [Destructor de dioses: Los primeros rasgos distintivos de la iglesia cristiana en el mundo romano]. En este incisivo estudio, Hurtado mostró cómo la perseguida iglesia primitiva no solo era ofensiva tanto para judíos como para griegos. También era atractiva. Los primeros cristianos se opusieron al aborto y al infanticidio adoptando niños. No tomaban represalias, sino que perdonaban. Se preocupaban por los pobres y los marginados. Su estricta ética sexual protegía y daba poder a las mujeres y a los niños.

El cristianismo unió a naciones y grupos étnicos hostiles. Jesús rompió la conexión entre religión y etnia cuando reveló un Dios para toda tribu, lengua y nación. La lealtad a Jesús triunfó sobre la geografía, la nacionalidad y la etnia en la iglesia. Como resultado, los cristianos adquirieron perspectiva para poder presentar una crítica sobre cualquier cultura. Y aprendieron a escuchar las críticas de compañeros cristianos incrustados en diferentes culturas.

En lugar de pronunciar esta conferencia en el PTS, Keller podría haber desafiado a la administración y haber cancelado su charla. De ese modo habría conseguido una mayor atención y apoyo de sus compañeros evangélicos conservadores. Posiblemente, también habría recaudado más dinero para su ministerio. Pero Keller eligió poner en práctica sus enseñanzas. Llevaba años diciéndole a los cristianos que el evangelio ofrece una alternativa clara a la intolerancia del secularismo y al tribalismo de la religión.

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Todavía no veo pruebas generalizadas de que los evangélicos hayan seguido el consejo de Keller, ni tampoco su ejemplo. La intolerancia se ha respondido con intolerancia y la hostilidad con más hostilidad.

Pero sospecho que, si el Espíritu Santo nos bendice con otro despertar, nuestras iglesias se parecerán más a lo que Keller imaginó: un espacio donde la gracia volverá a abrirse paso entre las marañas de la religión y el secularismo.

Collin Hansen es vicepresidente de contenidos y redactor en jefe de The Gospel Coalition.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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