“Míralo de esta manera: No estás perdiendo un hermano. Estás ganando una hermana,” dijo mi hermano, de 46 años de edad, durante la cena una noche. Un mes antes yo había notado el maquillaje en su rostro. Cuando le pregunté sobre el maquillaje, su respuesta fue sencilla: “Me siento mejor sobre mí mismo con maquillaje.” Asumí que era homosexual.

Mientras permanecíamos sentados en su balcón en Chicago, comiendo salmón y pan italiano, lo escuché mientras me leía su declaración personal en voz alta. La carta, que escribió para su jefe, explicaba su decisión de hacer la transición a vivir como mujer y sus nuevas expectativas para los demás. Para cuando terminó su lectura, las lágrimas corrían. Mi hermano esperó mi respuesta en silencio.

Mi único hermano. Mi aliado. Cuando éramos niños, nuestra relación eran una muralla de defensa en el campo minado del matrimonio disfuncional de mis padres. Nos escapábamos al bosque detrás de nuestra casa de rancho y navegábamos nuestros botes de juguete en el arroyo. Nos manteníamos ocupados creando fuertes de cobijas y jugando con soldados en nuestro cuarto después de que nuestros padres nos mandaban a la cama. El me llamaba “M.M.L.” Yo le llamaba “Chobey.” El era mi hermano, y nosotros hacíamos cosas que a los muchachos les gustaba hacer. Ni una sola vez pensé, él se está portando como niña.

Nos criamos en una familia Cristiana. A nuestro padre se le podía describir mejor como un “gato silvestre,” aventurero y volátil, a nuestra madre como bella y refinada. Mi hermano entregó su vida a Cristo mientras asistía a una cruzada en Arkansas cuando tenía 6 años de edad. El ministerio de Billy Graham me trajo a la salvación cuando yo tenía 7 años de edad. Los dos fuimos bautizados y confirmados, y asistimos al campamento Honey Rock Camp patrocinado por Wheaton College. Mi papá enseñaba nuestra clase de escuela dominical. Nuestra familia era “normal.”

Mientras nos comíamos el postre, mi hermano me contó más de su historia de transición. Después del trabajo y de cenar con su familia, viajaba de regreso a la ciudad. Se cambiaba de ropa en su carro y se paseaba por el barrio Boystown de Chicago tratando de hacer amigos transexuales, luego se cambiaba de ropa otra vez para regresar a casa, decirle buenas noches a su hijo, e irse a dormir.

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Mientras escuchaba, sentí las placas tectónicas de mi corazón dar un giro, sacudido por una combinación de compasión e interrogantes. ¿Cómo puede vivir así y por qué lo hace? ¿Qué pasó? ¿Cuándo empezó? ¿Cómo lo voy a llamar ahora? Contemplé el quebrantamiento de su corazón, respeté su valor, y pude responder con un callado, “lo siento mucho.”

Para mi sorpresa él me respondió de golpe, “¿No me vas a juzgar?” Mi corazón se dolió al ver que mi fe se mal entendía y al reconocer que la perspectiva de los Cristianos como gente que juzga a los demás prevalece fuertemente, aún en la mente de aquellas que están más cerca de nosotros. Me tomé mi tiempo y le expliqué que juzgar no es mi labor. Esa es la labor de Dios. Todo lo que yo puedo hacer es amar a la gente de la mejor manera de acuerdo a la gracia y la bondad que el Espíritu Santo me ha dado y de acuerdo a mis creencias. Me vino a la mente la historia de Jesús y la mujer que fue descubierta en adulterio. ¿Quién soy yo, una pecadora, para tirarle piedras a mi hermano? Los graves pecados que yo he cometido no son menos o más livianos que los pecados con los que camina mi hermano. Si estoy siguiendo en el camino de Jesús, entonces he sido llamada a responder en esta conversación de la misma manera que lo hizo Jesús: “Ni yo te condeno: vete, y no peques más” (Juan 8:11).

Pero “Vete y no peques más” es algo muy difícil de decirle a alguien que está sentado frente a ti al otro lado de la mesa, explicándote con toda confianza que su decisión—de buscar que le hicieran una operación de reasignación sexual—es, en sus propias palabras, “lo que Dios tiene para mí.” Esa decisión, y sus efectos en su familia, fue el enfoque del programa de televisión “Becoming Us” cuyo primer episodio sale hoy. Mucha oración, reflexión profunda, e inversión financiera contribuyeron a esta decisión. Mi hermano escudriñó la Biblia buscando consuelo y lo encontró en 1 de Samuel 16:7: “Porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, más Jehová mira el corazón.”

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Escuchar profundamente

“Dios me despierta cada mañana, despierta mi oído para escuchar como alguien que está siendo instruido” (Isaías 50:4). El poeta Luci Shaw citó este versículo durante el Festival de Fe y Escritura de 2014. Me ayudó a reconocer cómo el amanecer de cada día trae consigo una oportunidad singular para escuchar.

Una de mis disciplinas espirituales es empezar cada día con una oración antes de que mis pies toquen el suelo. Es una oración que les enseñamos a nuestros niños en la Escuela Dominical: “Buenos días Señor, este es tu día. Yo soy tu hija, muéstrame tu camino. Ayúdame a escuchar tu voz y a amar a las personas que tú pones en mi camino hoy.”

Ya que mi hermano tiene un hijo en la preparatoria, gran parte de nuestra conversación tenía que ver con mi sobrino. El sentir de mi corazón, mi esperanza, y mi oración eran que mi hermano se esperara para hacer su transición transexual completa por respeto a la necesidad de su hijo de contar con un padre durante esos años críticos. ¿No podía mi hermano esperarse cuando menos hasta que su hijo pasara su pubertad y terminara su preparatoria? Recluté amigos para que oraran y ayunaran conmigo por mi hermano y por mi sobrino, Ben.

Quince meses después de nuestra plática en el balcón, mi hermano tuvo su cirugía de reasignación sexual. Me encontré escuchando por teléfono de las luchas de la recuperación dramática, terapia hormonal, y dilación requerida medicamente (una palabra que hasta entonces siempre asumí estaba confinada a las visitas al oculista y a dar a luz). Regresé otra vez a escuchar profundamente, un escuchar que nos llama a inclinar nuestro oído para entender lo que está más allá de nuestro alcance. Hay un enfoque absoluto, mientras la otra persona habla con nosotros, una oración silenciosa constante: “Señor, ayúdame. No logro captar esto.” Escuchar profundamente provoca la postura de Proverbios 2:2, “inclina tu oído a la sabiduría y encausa tu corazón al entendimiento.” Este tipo de escuchar era el que yo tenía que practicar para que la relación entre mi hermano y yo floreciera durante este cambio.

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La Semana Santa en nuestra iglesia es la pieza central de nuestro año, una temporada llena de la presencia del Señor, de compasión, y de misericordia. Invité a mi hermano y a su novia lesbiana a nuestro servicio de lavamiento de pies del jueves. La incomodidad al momento de presentárselos a nuestros amigos inicialmente opacó mi gozo de que participaran. Con torpeza traté de presentarlos diciendo, “este es mi hermano, Carly, y su novia, Cera.” Aun mis amigos cercanos que conocían a mi hermano desde antes de su transición se quedaron mirando y trataron de saludarlos y cerrar la boca, abierta por la sorpresa. Mi hermano y yo ahora nos parecemos más que nunca, eso sólo agregó a la confusión.

Conforme fue progresando el servicio, llegó al tradicional lavamiento de pies. Había esperado con anticipación lavarle los pies a mi hermano, pero sus medias negras, su falda blanca, y sus tacones me lo impidieron. En lugar de lavarle los pies a mi hermano, derramé el agua sobre los pies de su novia y ella sobre los míos. El Señor nos encontró en un lavamanos blanco de agua tibia. En ese instante supe que le amaba. Admiré su valor al ir al frente y acoger lo poco familiar. Casi ni me conocía, sin embargo, vino a mi iglesia Anglicana, evangélica, carismática y me dejó que le lavara sus pies. Así es el Señor quien transforma nuestros corazones y nuestras mentes torcidas e incómodas con su presencia y su amor. Espero lavarle los pies a mi hermano la próxima Semana Santa, pero él va a tener que usar sandalias.

Conforme camino por este sendero, me vuelvo cada vez más consciente de mis propias debilidades y pecado. Amar a la gente bien no es algo fácil, pero el Señor tiene amor abundante. Cuando suena mi celular, con frecuencia pienso, hoy simplemente no puedo hablar de esto. Pero el Señor está empujando con su generosidad y su compasión. El está escuchando.

Entre más pasan los años, y más complicada se vuelve la vida, con mayor frecuencia me veo clamando al Señor, “Ayúdame.” He pasado muchas horas en la pequeña capilla de nuestra iglesia orando, pidiendo sus recursos y su reserva de amor para aquellos cuyas decisiones se me hace difícil aceptar.

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Él es fiel en contestar, muy recientemente lo hizo en las palabras de Gregorio de Nazianzus el obispo de Constantinopla en 389 A.D.

¿No es Dios quien te pide ahora que aceptes tu turno para que te muestres generoso por encima de todas las demás criaturas y por el bien de todas las demás criaturas? Porque hemos recibido de él tantos regalos maravillosos, ¿no estaríamos avergonzados si le negáremos esta única cosa, nuestra generosidad? ¿Aunque es Dios y Señor, no tiene temor de ser conocido como nuestro Padre. ¿Debemos nosotros, por nuestra parte, repudiar a aquellos que son nuestros parientes y amigos?

La voluntad para recibir con los brazos abiertos

Nosotros como Cristianos no hemos sido llamados a repudiar. Hemos sido llamados a amar. Es amor decirle al hermano y a la hermana, “Ve y no peques más.” Requiere valor y abandono al camino de Jesús, pero tiene un timbre de verdad cuando lo decimos en amor.

Los asuntos sobre el género son uno de los grandes retos de nuestro día, y yo creo que podemos elevarnos a la altura que se requiere para enfrentar ese reto. Nuestros antepasados en este país dieron libertad a los esclavos, y el día de hoy estamos siendo llamados a poner en libertad a otro tipo de esclavo, al esclavo del tráfico sexual. Recibimos al extranjero, y hoy lo invitamos a nuestros hogares por medio de la adopción o el cuidado del huérfano. Causamos dolor a la comunidad LGBG al excluirlos de nuestras iglesias. Bendigámoslos con nuestros oídos inclinados a escuchar, con nuestra disposición para soportar la incomodidad, y con un hambre por buscar el corazón de Jesús en cada conversación.

Esta primavera, después de años de fumar, mi hermano fue operado del corazón. Antes de la operación, él se dio cuenta del empeño que nuestra familia ponía luchando con su nombre y el uso del pronombre aceptable. Es difícil cambiar a usar “ella” y “Carly” cuando has conocido a alguien como “él” y “Charlie” por la mayor parte de tu vida. Estoy trabajando en eso, pero el cambio todavía se siente no natural y algo forzado.

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La noche antes de la operación, nos dijo a mamá y a mí, “Llámenme Chobey. Eso funcionará mejor para todo mundo.” Chobey es un nombre que todos amamos. Su gracia me conmovió. A pesar de que sabe que su decisión de vivir como una mujer es inconsistente con los principios de mi fe, él sigue acercándose más a mí y yo a él. Conforme todos hacemos esto, que la gracia regrese.

Margaret Philbrick es jardinera, maestra, y autora recientemente de la novela A Minor: A Novel of Love, Music, and Memory [A menor: Una novela de amor, música, y memoria](Koehler Books). Puede comunicarse con ella en margaretphilbrick.com.

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