En mi primer día de seminario, me senté en una sala de conferencias en espera de que comenzara la cátedra introductoria a la historia de la iglesia moderna de los EE. UU. Aunque el tema sonaba interesante, yo estaba especialmente ansioso por aprender de la profesora. Tenía fama de ser una profesora increíble, que se preocupaba por los estudiantes, y una de las profesoras más rigurosas de la institución. También sabía que era latina, no me di cuenta de la importancia de ello hasta que empezó a pasar lista.

La Rev. Daisy L. Machado, PhD, comenzó a leer los nombres de los estudiantes, uno por uno. A los pocos minutos, dijo, "Jorge Rodríguez".

Cuando la Dra. Machado mencionó mi nombre, ese fue uno de los momentos más profundos de mi carrera educativa. Ella pronunció el nombre que mis padres me dieron, Jorge Rodríguez, con todos los acentos e inflexiones apropiados en español. Tuve que hacer una pausa antes de decir "presente" —mi nombre nunca antes había sido pronunciado correctamente durante mi años en la universidad.

Como persona de color, mi cosmovisión constantemente tropieza con los planes de estudios dominantes, las políticas y las creencias que tienden a ser moldeadas por la cultura de la mayoría anglosajona. Que mi nombre ha sido casi siempre mal pronunciado es simplemente un ejemplo. Cuando se pasa lista y un nombre se dice incorrectamente, o cuando el profesor hace una escena para preguntar cómo pronunciar un nombre que nunca antes ha visto, el alumno es marcado inmediatamente como "otro", intencionalmente o no. Cuando un nombre se identifica como extranjero antes de que se le identifique como nombre, la identidad principal del alumno es como extranjero.

Pero cuando la Dra. Machado pronunció mi nombre correctamente, ella me reconoció como familia.

Este reconocimiento como familia continuó en la forma en que la Dra. Machado llevó a cabo su curso. Su plan de estudios en la historia de la iglesia de los EE. UU. no comenzó con el Mayflower y los peregrinos. Su primera cátedra fue sobre los imperios de los olmecas, las estrategias políticas de los mayas y las medicinas de los arahuacos. En esa cátedra, ella intencionalmente describió la belleza, la fuerza, la complejidad, los desafíos, las alegrías y la tristeza de los pueblos indígenas —los antepasados de las comunidades latinas.

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La Dra. Machado enseñó sobre la trata transatlántica de esclavos del sufrimiento y la resistencia militante de los igbo, los yoruba y los pueblos indígenas de África; sobre la expansión hacia el oeste de los Estados Unidos desde la perspectiva de los comanches y los mexicanos que lucharon por su tierra; sobre mujeres que se convirtieron en curanderas y personalidades nacionales cuando dirigían avivamientos en una nación floreciente. Al elegir contar las historias de mi gente y de las personas como yo, la Dra. Machado me honró. En la forma en que la Dra. Machado organizó el espacio educativo me empoderó como latino para pensar en mí y en mi pueblo como personajes activos en la historia que me estaba enseñando, y que ahora, se volvía también mi propia historia.

Un programa para la Familia

Como he trabajado con estudiantes graduados latinos desde esa clase, ha quedado claro que mi experiencia con la Dra. Machado fue única. Muchos de estos estudiantes en los seminarios y las universidades sienten que las escuelas no están estructuradas para ellos. Raramente ven el contenido y las personas que los reflejan a ellos y a sus comunidades. No es hasta que llegan a una organización como para la que yo trabajo, el Programa Hispano de Verano, que empiezan a verse a sí mismos en su propia educación.

El Programa Hispano de Verano capacita a líderes latinos, académicos y pastores a través de cursos intensivos de verano. Fundado por Justo González, esta organización ha proporcionado clases acreditadas de dos semanas en teología, ética, historia, sociología, estudios bíblicos, cuidado pastoral y liturgia durante casi 30 años. Nuestro programa está diseñado para estudiantes hispanos, algunos de los cuales son los únicos latinos en sus respectivas instituciones, pero también les da la bienvenida a los participantes no latinos para que aprendan con nosotros.

Nuestros estudiantes toman clases, adoran, comen, juegan y estudian juntos. Además de involucrarse en un estudio riguroso con los mejores investigadores académicos y recibir tres créditos de postgrado, los estudiantes se van empoderados y orgullosos de quiénes son y de los pueblos de las que provienen. Durante su tiempo juntos, los estudiantes no tan sólo están aprendiendo teorías y teologías, sino que también son tratados como familia por sus nuevos colegas.

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Al elogiar el programa, los estudiantes aprecian el tener profesores que se parezcan y se oigan como ellos —de tal manera que ellos y ellas pueden también imaginarse algún día poder enseñar. También mencionan cómo su identidad como latinos y latinas se ha solidificado a través de las historias, teologías y perspectivas cautivadoras que surgen de su comunidad. Los estudiantes se sienten empoderados al participar en cultos ecuménicos donde pueden relacionarse con Dios de maneras que los conectan con sus antepasados y a las oraciones de sus abuelas.

Además, como organización ecuménica que sirve a seminarios y escuelas de estudios superiores en todo el país, el Programa Hispano de Verano atrae a estudiantes de todo el espectro teológico. Los estudiantes que leen la Biblia a través de un lente histórico-crítico deben aprender con los estudiantes que leen las Escrituras literal o alegóricamente. Los estudiantes que luchan con cuestiones de género y sexualidad deben aprender con los estudiantes que se sienten muy cómodos en su identidad sexual. Y los estudiantes que crecieron ricos deben aprender con estudiantes que crecieron pobres. Verdaderamente, el escuchar a alguien distinto a uno es difícil, pero finalmente los estudiantes aprenden lo que es ser familia dentro de un entorno académico diverso. Para algunos, esta es la primera vez que eso sucede.

Señales de esperanza, espacio para el crecimiento

El Programa Hispano de Verano es sólo uno de los muchos programas de educación teológica dirigidos por y para la comunidad latina, entre ellos, la Iniciativa Teológica Hispana, la Asociación para la Educación Teológica Hispana y las facetas del Foro de Exploración Teológica. Estos programas les permiten a los estudiantes de color a tener acceso a recursos invaluables y a experiencias educativas. Tal potencial proviene del liderazgo latino, así como también de las decisiones curriculares y de política. Estos programas son eficaces no tan sólo porque las personas de color los administran, sino también porque los líderes —negros/negras e hispanos/hispanas— toman decisiones que forman una educación rigurosa y al mismo tiempo también forman organizaciones que unen a la gente.

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Muchas instituciones de mayoría anglosajón todavía están aprendiendo a cómo motivar y apoyar a los estudiantes, profesores, administradores y miembros de las juntas directivas que son latinos. En las aulas, aún queda trabajo por hacer para mostrar que la historia es más que el canon occidental tradicional. Los líderes institucionales recién están comenzando a implementar nuevas políticas de contratación y prácticas de empleo equitativo y a tener expectativas y estándares que tengan en cuenta la situación única de los profesores, el personal y los estudiantes hispanos. Como ellos mismos admiten, están en una curva de aprendizaje elevada.

Pero las instituciones ya están haciendo tales cambios. Fuller Theological Seminary está poniendo fondos y apoyo institucional detrás de sus programas en estudios hispanos. Vanderbilt University Divinity School invitó a la Dra. Machado a presentar sus prestigiosas cátedras Cole sobre el tema de los santos fronterizos. La Oblate School of Theology, la Universidad de Boston, el Graduate Theological Union y otros ponen apoyo financiero e institucional detrás de programas como el Programa Hispano de Verano y la Iniciativa Teológica Hispana.

Aunque no siempre tengamos los recursos necesarios, las familias latinas, los pastores y los líderes de la comunidad saben lo que nuestras comunidades necesitan para ser educadas. Sabemos cómo incluirnos los unos a los otros como familia y luchar con nuestras diferencias mientras buscamos el apoyo mutuo. Sabemos cómo dirigir organizaciones que promueven la vida, no tan sólo para nuestra gente sino para todos aquellos que eligen acompañarnos. Confío en que nuestras comunidades continuarán prosperando porque siempre hemos estado en la lucha —en la vanguardia de la lucha por la vida.

Jorge Juan Rodríguez V es hijo de dos inmigrantes puertorriqueños que llegaron a los Estados Unidos un año antes de su nacimiento. Tiene títulos de Gordon College y Union Theological Seminary, y está cursando un doctorado en historia religiosa moderna en Union, sobre las Américas de los siglos XIX y XX. Puede seguir el trabajo de Jorge en www.jjrodriguezv.com y en Twitter @JJRodV.

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