Por años, he rogado a los cristianos a tomar en serio sus obligaciones como ciudadanos, empezando con ejercitar el derecho a votar. En la plaza pública y en las urnas, debemos estar más involucrados, no menos.

¿Pero qué pasa en una elección donde los cristianos se enfrentan a dos alternativas moralmente problemáticas? ¿Deben los votantes dar su voto al menor de los males? Este ciclo electoral impredecible puede tomar un sinnúmero de rumbos, y me siguen haciendo esta pregunta frecuentemente.

Para empezar, a menos que Jesús de Nazareth sea uno de los candidatos en la papeleta, cualquier elección nos obliga a escoger el menor de los males. A lo largo de cualquier partido o plataforma, todos han pecado y están lejos de la gloria de Dios. Sin embargo, la pregunta es válida. Creer en la depravación humana no niega nuestro sentido de responsabilidad. Según el estándar de la ley de Dios, toda persona es un mentiroso, pero eso no significa que debemos ocupar a un empleado que sabemos tiene un patrón de hablar con la mentira. Jesús enseñó que todos los que tienen lascivia en su corazón son adúlteros, pero eso no quiere decir que una mujer debe encogerse de hombros cuando descubre que el que pudiera ser su nuevo marido es un mujeriego.

Cuando consideramos la pregunta sobre escoger entre el menor de dos males, debemos empezar con lo que es el voto dentro de nuestro sistema de gobierno. En nuestro sistema, ciudadano(a) es un puesto o función; nosotros también cargamos con la responsabilidad de las acciones del gobierno. De la misma manera que el sacerdocio de Cristo hizo demandas a favor de la justicia pública de aquellos que tenían un cargo oficial en el Nuevo Testamento (Lucas 4:15), lo mismo es verdad para aquellos que gobiernan como ciudadanos.

El apóstol Pablo enseñó que la espada de César ha sido dada por Dios para recomendar el bien y castigar el mal (Ro. 13:1-5). La Biblia presenta los límites de dicho papel, mencionando a aquellos que usan la espada en maneras injustas y que serán sujetos al juicio (i.e. Apocalipsis 13).

En una república democrática, la autoridad sobre el estado resta sobre el pueblo mismo. En las urnas, nosotros les delegamos a otros el uso de la espada de la justicia pública en nombre nuestro. Si pensamos en una campaña política como si fuese una entrevista de empleo, no podemos éticamente hacer un contrato con alguien para que haga el mal en nuestro nombre.

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¿Puede un candidato hacer promesas sobre ciertos asuntos y luego hacer algo diferente cuando sea elegido al puesto? Sí. ¿Puede un candidato presentar un sentido de buen carácter en público y luego después que se descubra que es un fraude? Seguro que sí. Lo mismo pasa con pastores, cónyuges, empleados, y virtualmente en cualquier otra relación. Pero ese sentido de sorpresa o desilusión no es lo mismo como delegar de antemano nuestra autoridad a alguien que sabemos que tiene un carácter pobre o posiciones públicas malévolas. Hacer eso nos hace a nosotros culpables como votantes. Decir, “la alternativa sería peor” no es una excusa válida.

Piense en el servicio militar, otro puesto de responsabilidad pública, como un ejemplo. Miembros del ejército no necesitan aprobar todo lo que un general decide para poder ser fieles a sus deberes para con el país. Pero si los generales dieran la orden de matar a personas inocentes que no son combatientes o desertar y enlistarse con los enemigos de nuestro país, el cristiano no puede meramente escoger la menos peor de estas dos opciones. Debe concluir que ambas son erróneas y que no puede verse implicado en ninguna de las dos. Si una doctora cristiana fuese obligada a escoger entre llevar a cabo un aborto o ayudar en un suicidio, ella no puede escoger el menor de estos dos males sino que debe objetar concienzudamente.

Después de haber dicho todo eso, no todos los asuntos políticos son iguales. He votado por candidatos con quienes he estado en desacuerdo sobre asuntos como reforma inmigratoria o descanso médico por asuntos familiares porque he estado de acuerdo con ellos sobre la santidad de la vida humana. Sin embargo, yo no podría votar por un candidato pro-vida (contra el aborto) que al mismo tiempo está a favor de la injusticia racial o los crímenes de guerra, o cualquier otro de una serie de asuntos morales de primer nivel. Hay algunos candidatos con los que estoy de acuerdo sobre asuntos como crecimiento económico o seguridad nacional pero por los que no pudiera votar porque niegan la persona del que está por nacer o restringen la libertad religiosa para todos.

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Dadas estas convicciones morales, ha habido ocasiones en que me he enfrentado con dos candidatos, cuando ambos fueron descalificados moralmente. En una ocasión, un candidato era pro-vida pero provocaba en asuntos raciales, que competía con un candidato pro-elección (que abogaba por la libertad para abortar). No podía en buena consciencia poner mi nombre bajo cualquiera de los dos candidatos. Escribí el nombre de otro líder. En otras ocasiones, he votado por un candidato de un partido menor.

Los candidatos de partidos que están fuera de los partidos principales algunas veces ganan. Abraham Lincoln corrió como Republicano en una era cuando los partidos principales eran los Whigs y los Demócratas. Aun cuando los candidatos de partidos de tercer rango no ganan las elecciones, pueden introducir asuntos y crear un movimiento para el futuro. En algunas ocasiones, han ganado candidatos cuyos nombres no aparecen en la papeleta (y el votante tiene que agregar a mano); la senadora de EEUU Lisa Murkowski de Alaska ganó su reelección de esa manera en el 2010.

En aquellos casos en que yo he votado por un candidato independiente o que no aparece en la papeleta, no necesariamente esperaba que ese candidato ganara—mi principal objetivo era participar en el proceso sin respaldar el mal moral. Como cristianos, no somos responsables de la realidad de nuestro sistema de dos partidos políticos o por la manera en que otros ejercitan su responsabilidad civil, pero sí rendiremos cuentas por cómo delegamos nuestra autoridad. Nuestra primera responsabilidad no es la fiesta de la noche de victoria electoral del partido, sino el Trono de Juicio de Cristo.

Cuando los cristianos enfrentamos dos opciones claramente inmorales, no podemos racionalizar un voto por la inmoralidad o la injustica simplemente porque consideramos la alternativa peor. La Biblia nos dice que rendiremos cuentas no solo de las cosas malas que hacemos sino también porque damos nuestra aprobación “a quienes las practican” (Rom 1:32).

Desde este lado de la Nueva Jerusalén, nunca vamos a tener un candidato perfecto. Pero no podemos votar por el mal, aun cuando esa sea nuestra única opción.

Russell Moore es presidente de la Ethics and Religious Liberty Commission del Southern Baptist Convention y autor de Onward: Engaging the Culture Without Losing the Gospel [Adelante: Confraternizar con la cultura sin perder el Evangelio].

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