La respuesta no fue sorprendente. Unos le llamaron una “purga;” otros le llamaron “caza de brujas.” El InterVarsity Christian Fellowship (IVCF) dijo a sus 1,300 empleados que se esperaba que ellos se sujetaran a los compromisos teológicos de la organización—en particular a aquellos que tienen que ver con la sexualidad humana. Si un empleado está en desacuerdo con los puntos de vista de IVCF (que son tradicionalmente ortodoxos), se espera que tal persona renuncie.

Tenemos un nombre distinto para las acciones de IVCF: discipulado.

La disciplina no es algo que se practica en la mayoría de las iglesias estadounidenses. Ni siquiera es algo de lo cual hablan. En una reciente encuesta de LifeWay Research, el 62 por ciento de los cristianos que asisten a la iglesia—y el 57 por ciento de evangélicos—dijeron que sus iglesias no tienen la autoridad de negar la Cena del Señor o de excluirlos de compañerismo. Una encuesta anterior de LifeWay encontró que 9 de cada 10 evangélicos—dijeron que la iglesia no tiene la autoridad de declarar si ellos no son cristianos. Una investigación Barna en el 2011 encontró que sólo el 5 por ciento de los cristianos involucrados en una iglesia dice que su iglesia los hace que rindan cuentas (el porcentaje fue casi el mismo para los miembros de grupos cristianos pequeños).

La creencia popular entre los cristianos parece ser la que expresaron en una carta abierta a IVCF, publicada en su totalidad por el Religion News Service, oponiéndose a su decisión: “Comprendemos que las conversaciones sobre el matrimonio, la sexualidad, y el sexo son cruciales para los cristianos, no obstante también reconocemos que los cristianos de buena voluntad mutua pueden entablar tales conversaciones y llegar a diferentes conclusiones.”

Por supuesto que pueden. Sin embargo no significa que esos cristianos deberían discipular a estudiantes universitarios a través de InterVarsity, o liderar el ministerio de universitarios y de la juventud de la iglesia local. Eso es especialmente cierto cuando una organización evangélica o iglesia, después de muchos años de estudio y oración, ha concluido correctamente que la sexualidad humana es una cuestión teológica fundamental.

Y ahí está el problema. Una carta abierta del Gay Christian Network argumentó: “Aunque simpatizamos con la necesidad de las organizaciones religiosas de poder tomar posiciones teológicas, no creemos que la caza de brujas basada en creencias personales privadas son la manera correcta de manejar una cuestión sensitiva donde muchos cristianos están evolucionando.” Para IVCF, y para un creciente número de instituciones evangélicas tradicionales, no es asunto de “creencias personales privadas” sino un aspecto de antropología bíblica (lo que la teología sistemática llama la doctrina del hombre) que tiene repercusiones a lo largo de la teología y del ministerio de uno.

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Vivimos en un mundo que escucha una canción continua de autonomía absoluta, con su coro de “mis derechos,” “mi libertad,” y “mi verdad.” Otros abogan por comunidades de inclusión que abarquen a los intelectualmente marginados. Al mismo tiempo, los medios de comunicación y la élite universitaria que cantan esas canciones son los mismos que “excomulgan” a los que no congenian con sus ideas. Esa es la razón del número creciente de universidades seculares que rehúsan aceptar oradores con puntos de vista “dañinos.”

Así que de algunas formas, todos creen que los grupos tienen el derecho de determinar sus límites intelectuales. Para la iglesia—que insiste en ideas que la cultura encuentra sorprendentes—es crucial que sea clara sobre sus valores doctrinales y éticos. Eso es exactamente lo que IVCF está haciendo. Además, no se trata de ser puro teológicamente (el motivo de los antiguos fundamentalistas) tanto como asegurar que los líderes están unidos alrededor de creencias y prácticas cruciales para el ministerio.

Hay amplio espacio para la gracia en la disciplina de la iglesia. Y para perdón. Y el enseñar humildemente a aquellos que aún están tratando de llegar a una decisión: “Así, humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad,” escribió Pablo (2 Tim. 2:25). Al final, las organizaciones tendrán que ser honestas y caritativas sobre las creencias y éticas fundamentales: “Así que celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura, que es la malicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad” (1 Cor. 5:8).

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Por la gracia de Dios, la disciplina de la iglesia está regresando en varios círculos cristianos. La red de iglesias de Mark Dever (Nine Marks) ha hecho un compromiso sólido de discipulado. Como el sitio web Nine Marks nos recuerda, la disciplina de la iglesia no es principalmente “corregir el pecado en la vida del cuerpo” sino primeramente “ todo lo que la iglesia hace para ayudar a sus miembros a buscar la santidad.”

El mundo evangélico estadounidense ha estado en lo correcto en repudiar los indicadores arbitrarios de la santidad como prohibir el juego de barajas y ver películas. Pero ¿estamos tratando a la gente con gracia si les permitimos a los líderes a traficar en creencias y éticas que sabotean la habilidad tanto de los líderes como los seguidores a llegar a ser hechos a la imagen de Cristo?

No es purgar el asegurar que los líderes concuerden en lo que constituye un sano juicio, buen corazón, y vida santa en Cristo.

Así es como se mira el amor en la comunidad de Cristo.

Mark Galli es jefe de redacción de Christianity Today.

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