Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En mi último domingo en San Bernabé, donde dirigí la música por casi 27 años, el nuevo director musical me pidió compartir mi filosofía respecto a la música y la iglesia con algunos instrumentistas. Fue una buena ocasión para compartir lo que para mí es el papel de la música dentro de la adoración bíblica.

En primer lugar, ser ecléctico. Seleccionar lo mejor de una variedad de estilos y fuentes. Esto es fundamental para la iglesia.

La iglesia cristiana existe en casi todas partes porque, así como el misionólogo Andrew Walls lo descubrió, el cristianismo ha sido culturalmente más adaptable que otras religiones. Sí, conozco las historias de horror de los misioneros occidentales imponiendo himnos victorianos sobre conversos africanos y asiáticos. Pero también sé acerca de los misioneros—desde los Bautistas a los Jesuitas—que han ayudado a los nuevos grupos de creyentes a cultivar la adoración dentro de su propio vocabulario musical culturalmente único.

Al adorar como parte de una iglesia mundial, tenemos que encontrar pequeñas maneras de incorporar la música de otras culturas. En San Bernabé, recientemente cantamos un acompañamiento tibetano del Padre Nuestro, el himno multilingüe xhosa-zulú-sesotho "Nkosi Sikelel' iAfrika" ("Señor bendice África"), y un antiguo canto eclesiástico eslavo.

La iglesia cristiana ha culturalmente "polinizado" su culto durante casi dos milenios. Egeria, una peregrina española del siglo IV, escribió un testimonio presencial de prácticas de un culto en Jerusalén. Esas prácticas se convirtieron en la base para el año litúrgico emergente. En el siglo VI, después de volver a tomar la península italiana de los ostrogodos, el emperador Justiniano nombró a tres papas. El resultado fue "la adoración mixta," una mezcla de Oriente y Occidente que trajo el Aleluya Hebreo y el Kyrie Eleison Griego—"Señor, ten misericordia"—a nuestro culto común.

La Reforma también produjo tremenda polinización. Aunque a Elizabeth no le gustaban, los salmos de la Ginebra de Calvino se extendieron a su reino, y sentaron las bases para que se compusieran himnos bíblicamente saturados. Entre mis paráfrasis favoritas (especialmente ahora que me mudo a un nuevo estado) es el Salmo 23 de Isaac Watts, que concluye: "Allí pude encontrar un apacible descanso, / mientras otros van y vienen. / No más un extranjero, ni un huésped, / Sino como un niño en su casa."

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Permita que las personas se escuchen a sí mismas y a los que están a su lado. Nuestras voces no deben ser sobrepasadas ​​por el órgano o el grupo musical.

En segundo lugar, evitar la tentación del "estrellato." El propósito de la música de la iglesia no es la excelencia artística, sino facilitar y animar a la adoración de parte de la gente. El papel del arte musical en la adoración es para refrescar lo comúnmente familiar, para poner de relieve los estados de ánimo cambiantes, y relacionar a la gente con Dios y con la comunidad cristiana. Toda nuestra creatividad y arte deben estar al servicio de estos objetivos. Esto implica una serie de cosas:

  • Utilice melodías cantables. "Amazing Grace," [el himno "Divina gracia"] fue publicado por primera vez en el año de 1779, pero no se hizo popular hasta 1900, cuando un editor de Chicago lo hizo cantable mediante la simplificación de una de sus melodías. La melodía importa.
  • Permita que las personas se escuchen a sí mismas y a los que están a su lado. Nuestras voces no deben ser sobrepasadas ​​por el órgano o el grupo musical. Algunos de los mejores cantos congregacionales se interpretan a capella, porque el canto sin acompañamiento nos permite estar atentos a las voces de los que están a nuestro lado. Además, nuestras voces no deben ser silenciadas por la acústica. Todos somos tentados a cantar en la ducha. Por el contrario, nada desalienta a cantar como un espacio de culto acústicamente seco, alfombrado, con techos bajos y bancas acolchonadas.
  • Luche por un equilibrio entre simplicidad y complejidad. La adoración se forma por la predicación de la Palabra y por la celebración en torno a la mesa de la Cena del Señor.

La porción de la Palabra del servicio exige una complejidad textual: por ejemplo, la paráfrasis desafiante de Martin Lutero del Salmo 46, "Castillo fuerte"; la celebración lírica de Samuel Stone de la eclesiología de Pablo en "El fundamento de la Iglesia"; y la versificación de Keith Getty, Kristyn Getty, y Stuart Townend de Hebreos 11: "Por la fe."

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La participación en la Mesa del Señor, sin embargo, requiere sencillez ya que la música apoya la acción. Muchos de los cantos espirituales alteran sólo unas pocas palabras de un verso a otro, por lo tanto pueden ser cantadas mientras las personas reciben la Cena del Señor. Los cantos taizé ofrecen material simple que se profundiza con la repetición. Es importante que los cantos sencillos sean auténticos. Si surgen de una profunda espiritualidad, sobre todo si se formaron en la adversidad, cántenlos a menudo. Si surgen de una piedad superficial o manipuladora, evítelos.

Amplitud ecléctica y participación completa—Eso es lo que veo reflejados en la adoración de la multitud redimida que se describe en Apocalipsis 7, 14 y 19. La adoración celestial completa incluye las culturas de toda tribu, lengua y nación. La participación es tan llena (y acústicamente viva) que Juan puede describirla solamente diciendo que suena "como el estruendo de una catarata y como el retumbar de potentes truenos" (Apocalipsis 19:6). Eso es algo a qué aspirar.

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