Desde el primer siglo, los Cristianos han declarado que la Biblia es inspirada por Dios. Hoy en día, usamos la palabra inspirada para casi cualquier logro creativo—un poema, una canción, un discurso, aún un touchdown. Aunque usamos la palabra para cosas que pensamos que son sobresalientes, los Cristianos tradicionalmente la usan para describir la autoridad divina de la Biblia.

Uno de los textos bíblicos clásicos para hablar de la inspiración de las Escrituras es segunda de Timoteo 3:16: “Toda la escritura es inspirada por Dios.” Aquí Pablo usa la palabra griega theopneustos, un compuesto de theos (Dios) y pneō (soplo o respiro). En otras palabras, los hombres escribieron los libros, pero fueron inspirados, en-Espíritu, con el soplo, de Dios. Las palabras son humanas, pero el aliento es divino.

Pablo lo vio de esa manera, al igual que Pedro (2 de Pedro 1:21) y los Profetas, quienes con frecuencia decían cosas como “la palabra de Dios vino a mí.” Así fue que Cristo vio la naturaleza de las Escrituras también. La semana antes de su crucifixión, Jesús le preguntó a los fariseos: “¿De quién es hijo el Mesías?”

“Fácil,” respondieron, “de David.”

“Bien, pero David, por el Espíritu, llama al Mesías ‘Señor.’ ¿Cómo puede ser el Mesías su hijo?”

Silencio. Nadie podía contestarle. Desde ese día, se nos dice, ninguno se atrevía a hacerle más preguntas a Jesús (Mt. 22:41-46).

Note la manera en que Jesús habla del autor de los Salmos: “David, por el Espíritu.” Esto, con mayor claridad que cualquier otra cosa en los Evangelios, muestra cómo Jesús entendió la inspiración de las Escrituras y la relación entre los autores humanos y divinos. El texto es tanto divino como humano en su totalidad. No es cómo si David estuviera hablando dando simplemente su propio punto de vista. Pero no es un dictado divino tampoco, como si Dios proclamara las palabras y David servilmente las copiase, o como si Dios hubiera escrito las palabras en el cielo. En lugar de eso, es inspiración: Dios obrando a través del ser humano. “David, por el Espíritu.”

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Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Esto pudiera parecer extraño, especialmente si estamos impuestos a pensar sobre el origen de la Biblia como algo humano o divino. Pero si consideramos el lenguaje de inspiración—aliento, viento, Espíritu—entonces abundan las ilustraciones útiles. Dios es el viento; David es la vela. Dios es el aire; Moisés el globo. Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Nadie que hubiera escuchado a Louis Armstrong tocando en un club de jazz hubiera preguntado si era Louis o su trompeta quien estaba produciendo esa música. El aliento y la tonada venían de Armstrong, pero la trompeta era el instrumento a través del cual fluía su aliento para que pudiera volverse audible. De la misma manera, los autores bíblicos son instrumentos de revelación—una trompeta aquí y un oboe allá—cada uno produciendo su propio sonido. Pero el músico, el diestro artista quien los llena de su aliento y se asegura que se toca la tonada correcta, es el Espíritu Santo.

Aunque es una analogía imperfecta, resuelve varios asuntos dificultosos con respecto a la inspiración de la Biblia. Primero, nos ayuda a ver que los aspectos divinos y humanos no se cancelan el uno al otro de la misma manera que el talento musical de Armstrong no cancelaban el papel que jugaba su trompeta. Y no es como que el papel de la trompeta aumenta conforme el papel del músico disminuye. Ni tampoco es el sonido 50 por ciento el músico, 50 por ciento el instrumento. Lejos de ser así. Entre más inspiración recibe la trompeta, más fuerte y más singular se vuelve la trompeta en su calidad única de trompeta. No es 50/50, sino 100/100.

En segundo lugar, nos ayuda a entender algunos de los “choques” en las Escrituras. No importa lo que usted les llame—tensiones, contradicciones, paradojas, dificultades—ciertos textos en las Escrituras, sin duda, parecen jalar en direcciones diferentes: Pablo y Santiago, Lucas y Juan, Samuel y Crónicas. Algunos intérpretes piensan que la disonancia comprueba que no hubo inspiración divina: Si el mismo Dios inspiró todos estos textos, entonces todos ellos deberían sonar igual y nunca chocar el uno con el otro.

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No necesariamente. Imagínese que está escuchando a un talentoso músico de jazz quien puede tocar varios instrumentos y grabarlos en diferentes niveles. Los instrumentos no sólo producen sonidos diferentes sino que también tocan notas que no concuerdan, en ocasiones por un buen tiempo, y que no se resuelve el conflicto sino más tarde en la pieza. Si usted nunca ha escuchado jazz antes, puede pensar que el músico es incompetente cuando escucha una nota C-aguda que choca con una D. Pero cuando usted confía en que la instrumentalista sabe lo que está haciendo, usted podrá gozar de la pieza. Usted asume que la instrumentalista quería que usted escuchara ambas notas, reconocerá el choque de notas por lo que es, y confiará que se resolverá al final.

Esa es la manera en que yo leo la Biblia. Es difícil pero bella, inquietante pero coherente, Con el aliento de Dios y gloriosa. Y todo hace resaltar la excelencia de aquel cuyo aliento llena sus páginas. Es inspirada y verdad, como el jazz.

Andrew Wilson es un anciano en la iglesia Kings Church en Eastbourne, Inglaterra, y autor del muy reciente libro Unbreakable [Inquebrantable].

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