Después de una de mis conferencias recientes, una estudiante de una universidad cristiana se me acercó y me preguntó si la gente de color se siente incómoda por el hecho de que Jesús es blanco. Le respondí, “Jesús no es blanco. El Jesús de la historia probablemente se parecía más a mí, una mujer negra, que a usted, una mujer blanca.”

No me sorprendí de la suposición de este estudiante de que Jesús era de descendencia europea, o de la certeza con que lo afirmó. Cuando estoy en el ámbito cristiano en EE.UU., me encuentro con esta suposición tan a menudo que he llegado a creer que esa es la suposición natural con respecto a la apariencia de Jesús. Efectivamente, el Jesús blanco está por doquier: una estatua de 30 pies de altura del Salvador de piel blanca está en el centro del campus de Biola University; la mayoría de las tarjetas navideñas presentan a un Jesús blanco; y la reciente miniserie The Bible en el History Channel de manera dramática presentaron a un Jesús blanco a más de 100 millones de televidentes. En casi todo el mundo occidental, Jesús es blanco.

Aunque Cristo el Señor trasciende el color de piel y las divisiones raciales, el Jesús blanco tiene consecuencias reales. Con toda probabilidad, si usted cierra sus ojos y se imagina a Jesús, usted se imaginará a un hombre blanco. Involuntaria o inconscientemente, muchos de nosotros hemos sido discípulos de un Jesús blanco. No tan sólo nuestra imagen de un Jesús blanco es inexacta, sino también puede impedir nuestra habilidad de honrar la imagen de Dios en las personas que no son blancas.

Jesús de Nazaret probablemente era de piel más oscura de la que nos imaginamos, no distinta a la piel aceitunada que es común entre la personas del Medio Oriente el día de hoy. El erudito bíblico de Princeton, James Charlesworth llega incluso a decir que Jesús era “con más probabilidad de piel café oscuro y bronceado.” Las más antiguas ilustraciones de un Jesús adulto lo mostraban de “aspecto oriental” y de piel café. Sin embargo para el sexto siglo, algunos artistas bizantinos comenzaron a pintar a Jesús con piel blanca, barba, y cabello con el partido en medio. Esta imagen llegó a ser el estándar.

En el tiempo colonial, la Europa occidental en la mayor parte exportó su imagen de un Cristo blanco al mundo entero, y un Jesús blanco a menudo formó la manera en que los cristianos entendieron el ministerio de Jesús y su misión. Algunos cristianos del siglo 19, deseosos de justificar las crueldades de la esclavitud, hicieron todo lo posible para presentar a Jesús como blanco. Al negar su verdadera identidad como persona de piel oscura, miembro de una minoría oprimida, los dueños de esclavos podían justificar mejor la jerarquía de amo-esclavo y olvidar el ministerio de Jesús de poner en libertad a los oprimidos (Lucas 4:8).

Como judío, Jesús era una minoría étnica en el Imperio Romano. Los judíos fueron marginados por los romanos, griegos, y otros grupos no judíos en muchas ciudades imperiales. Cuando niño, Jesús era el blanco del infanticidio aprobado por los gobernantes, huyó de Egipto como refugiado, y se enfrentó a la explotación de los cobradores de impuestos romanos. Durante su vida, Él supo el dolor de ser miembro de una etnia cuya cultura, religión y experiencias eran marginadas por los que estaban en el poder.

Porque Jesús pertenecía a una minoría étnica, estamos obligados a reevaluar quién fue Jesús y con quiénes se identificaba al cumplir su misión. Cuando la gente que estaba en la periferia se juntaba, Jesús estaba entre ellos—no tan sólo porque les ministraba sino porque Él era uno de ellos. Como una minoría étnica, Jesús no simplemente se interesaba por la gente que eran víctimas de la violencia aprobada por Roma, sino que Él también fue víctima de dicha violencia. Jesús no tan sólo se interesa por los refugiados, sino que Él también fue un refugiado. Jesús no simplemente se interesa por los pobres, sino que Él mismo era pobre. Para Jesús, el ministerio significaba conocer por sí mismo el dolor de los más marginados por la sociedad.

Para poder seguir a Jesús en su misión hoy, a menudo debemos escoger un amor que se basa en la solidaridad. Muchos cristianos bien intencionados ministran a lo largo de la brecha social pero los blancos pueden ministrarle a la gente de color sin realmente verlos como sus iguales, y gente de altos ingresos puede servir a gente de bajos ingresos y saber poco de su vida cotidiana. La identidad étnica de Jesús y su posición social requieren que no tan sólo ministremos los marginados, sino que también debemos apoyarlos como Jesús los apoya.

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Esto incluye ver las perspectivas culturales y costumbres no europeas como válidas y valiosas, escuchando a la gente marginada, y demostrando con nuestras palabras y hechos que tanto la liberación espiritual como la social son esenciales para el evangelio.

Pero primero, los que aún perciben a un Cristo blanco deben preguntarse si pueden adorar a un Jesús de piel oscura y si lo harán.

Christena Cleveland es profesora adjunta de la práctica de la reconciliación en la School of Divinity de Duke University.

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