Desde hace años, los académicos han venido anunciando la muerte del posmodernismo [enlaces en inglés]. Después de décadas de predominio como talante o clima cultural, la famosa postura intelectual cínica y relativista finalmente ha quedado atrás. En su lugar, se está afianzando otra perspectiva ideológica, como quizá hayamos notado aquellos de nosotros que pasamos mucho tiempo con las próximas generaciones (Z y Alfa).

Por lo tanto, la pregunta es la siguiente: ¿Qué nuevas disposiciones de pensamiento se están afianzando y cómo podrían los cristianos conectar mejor con este ambiente cultural en evolución?

Un término que los estudiosos han utilizado para identificar este nuevo clima cultural es metamodernismo. Utilizado por primera vez en 1975 para describir un nuevo estilo literario, el concepto se hizo más prominente a principios de la década de 2000 gracias al trabajo de los analistas culturales Timotheus Vermeulen y Robin van den Akker. En su artículo de 2010 «Notas sobre el metamodernismo», presentaron argumentos convincentes a favor del nuevo espíritu de la época y proporcionaron un análisis cultural de sus características.

El metamodernismo, según Vermeulen y Van Den Akker, es una «estructura de sentimiento» marcada por «una esperanza (a menudo cautelosa) y una sinceridad (a veces fingida)», que surge de la comprensión de que «la historia avanza rápidamente más allá de su tan proclamado fin». Si bien hay muchas respuestas al trabajo de dichos autores en el ámbito académico, el término ha ganado poca fuerza en la esfera pública.

Como profesor de secundaria, pastor de jóvenes y miembro mayor de la Generación Z, no solo crecí respirando el aire ideológico del metamodernismo, sino que también he visto cómo luce en la práctica. Puede manifestarse de varias maneras tangibles, incluso en lo que yo llamo la «esperanza apocalíptica», la construcción de una visión invertida del mundo y en identidades que conllevan grandes narrativas.

La «esperanza apocalíptica» (o lo que Vermeulen y Van Den Akker llaman «esperanza cautelosa») surge del pesimismo del posmodernismo, y a su vez contrasta con él. Reconoce que el mundo está en cierto sentido «condenado» —o al menos en crisis—, pero responde a este hecho con una mezcla de humor negro, esperanza sincera (a menudo expresada a través de la ironía) y un espíritu revolucionario que rechaza activamente la resignación pasiva que prevaleció en décadas pasadas.

Article continues below

La más nueva generación de jóvenes se ha acostumbrado a ver su futuro en términos sombríos, a esperar resultados distópicos del tecnologismo y la extralimitación gubernamental, así como desastres naturales a causa de la crisis climática, todo esto en un ambiente de inestabilidad global donde las visiones nacionalistas y globalistas del futuro están en constante competencia.

A pesar de todo esto, la mayoría de los jóvenes no han adoptado una mentalidad de esconder la cabeza en la arena a fin de preservar la inocencia de su juventud, ni han respondido con evidente desesperanza. Por el contrario, mi generación a menudo enfrenta el futuro con una broma oscura en el exterior, pero con una feroz resolución de hacer algo por cambiar el mundo en el interior.

En contraste con uno de los aspectos característicos del posmodernismo, lo que el profesor y teórico cultural Ag Apolloni llamó «la era de los finales», la generación metamodernista anhela un nuevo comienzo.

Vermeulen y Van Den Akker describieron el metamodernismo como una comprensión de que la historia aún no ha terminado. Si esto es cierto, entonces todavía hay esperanza para cambiar, razón por la cual la próxima generación tiene un celo por encontrar soluciones a problemas aparentemente irresolubles. Cuando se trata de cuestiones ambientales, económicas o sociales, es mucho más probable que los jóvenes de hoy se identifiquen con una causa y traten de actuar en consecuencia, tal vez incluso de maneras drásticas que algunos pueden interpretar como alarmismo o como reacciones exageradas. Tras haber crecido creyendo que nuestro futuro solo puede salvarse mediante una acción drástica, tiene sentido que lo recibamos con un irónico sentido del humor y un fuerte ímpetu por rehacer el mundo.

¿Por qué debería importarle todo esto a la iglesia? Importa porque uno de los elementos más esenciales de una cosmovisión son sus expectativas sobre el futuro. Los jóvenes de hoy esperan que las cosas empeoren antes de mejorar, y sienten una verdadera carga con respecto a actuar rápidamente para dar un giro a los numerosos desastres que la humanidad ha traído sobre sí misma. Y resulta que las Escrituras pueden hablar significativamente al respecto y hacer eco de esta visión.

Article continues below

En Romanos 8, Pablo escribe que toda la creación gime mientras espera la redención y la recreación. Este gemido no es una característica natural de nuestro mundo: es una consecuencia continua del pecado humano y su impacto destructivo en el buen mundo de Dios. La narrativa cristiana de la realidad tiene mucho qué decir acerca de la frustración y el miedo que asedian a las generaciones metamodernistas: nuestro mundo está plagado de los males que nosotros mismos hemos provocado.

Afortunadamente, las Escrituras no se limitan a diagnosticar el problema. El evangelio también prescribe una solución muy real: la promesa de una nueva creación, inaugurada por la resurrección de Jesús —mientras los pecadores compartimos un anticipo de la nueva vida encontrada en Cristo y esperamos nuestra propia resurrección modelada según la suya—. Visto a través de esta lente, el evangelio brinda sustancia real a la esperanza apocalíptica del metamodernismo.

Otra faceta clave del metamodernismo del mundo real es algo que me gusta describir como una construcción invertida de una cosmovisión.

La norma histórica ha sido fundamentar nuestra cosmovisión en cimientos metafísicos y llegar a conclusiones éticas. En otras palabras, al menos en papel, debemos empezar por explorar cuestiones de significado trascendental antes de abordar asuntos relacionados con objetivos más inmediatos. Como escribió el filósofo Alasdair MacIntyre en su libro After Virtue: «Solo puedo responder a la pregunta “¿Qué debo hacer?” si puedo responder a la pregunta previa “¿De qué historia o historias soy parte?”».

Pero entre las nuevas generaciones metamodernistas, parece que este orden convencional se ha invertido. En respuesta al relativismo moral de los predecesores posmodernos, la generación metamodernista primero busca basarse en ciertos principios éticos esenciales y luego selecciona el mejor marco ideológico que coincida con esa ética. Es una generación donde «el carro va delante del caballo», en el sentido de que a menudo basamos nuestras posturas religiosas o filosóficas en supuestos éticos previos y no al revés.

Article continues below

El nuevo impulso es, entonces, avanzar en retrospectiva desde una especie de certeza ética hacia afirmaciones religiosas que se alineen con los resultados éticos preferidos por la multitud, y rechazar aquellas con resultados éticos que se consideran «problemáticos». Según este nuevo absolutismo ético, algunos descartan y denuncian cualquier perspectiva religiosa que parezca producir conclusiones éticas impopulares.

Mientras que la verdad y la moralidad alguna vez fueron descartadas como poco más que preferencias personales, ahora vemos personas que condenan explícitamente muchos aspectos de la enseñanza cristiana ortodoxa por sus fallas éticas. Sin embargo, esto también significa que la «tolerancia» posmoderna está decididamente pasada de moda. En su libro Confronting Injustice without Compromising Truth, Thaddeus Williams observó que «desde [la década de 1990] hemos sido testigos de cómo una cultura que se enorgullecía de su falta de prejuicios se convertió en una de las sociedades más críticas de la historia».

Pero si bien puede crear algunos desafíos nuevos para la evangelización cristiana, este nuevo clima cultural también viene con algunos beneficios. Después de décadas de lucha contra oponentes ideológicos que afirmaban rechazar cualquier realidad moral o estándar ético, la iglesia puede encontrar una realidad refrescante al presentar sus afirmaciones de verdad ante personas que reconocen que nuestro mundo suele ser inmoral, en lugar de tratar de defender uno supuestamente amoral.

Desde el punto de vista de la apologética, este cambio en la ideología popular también exige un cambio en el enfoque evangelístico. En lugar de enseñar a los jóvenes cristianos a simplemente defender la existencia de la verdad, deberíamos enseñarles a comprender y articular mejor los fundamentos y beneficios de la ética bíblica. Al comunicarse con la generación metamodernista, es vital defender una visión de la ética cristiana completamente basada en las Escrituras.

Article continues below

Como señala Rebecca McLaughlin en su libro The Secular Creed, los secularistas y aquellos que han abandonado una cosmovisión cristiana basada en resultados éticos a menudo todavía se aferran a otros principios éticos (como que los más débiles exijan cuentas de los más fuertes), pensando que tales principios son de un «sentido común moral básico», en lugar de darse cuenta de que en realidad muchas de «estas verdades nos han llegado del cristianismo».

Gran parte de la ética de la cultura pop actual puede reducirse al «principio del daño», un componente esencial del liberalismo moderno articulado por el filósofo John Stuart Mill. El filósofo cristiano Charles Taylor describe el principio del daño como la noción «de que nadie tiene derecho a interferir con mi persona por mi propio bien, a menos de que se trate de evitar daños a terceros». Algunos aún combinan el principio del daño con la ética bíblica, imaginando que todo lo que Dios quiere es que nos abstengamos de lastimarnos unos a otros, una reinvención simplista de la Regla de Oro. Cuando este pensamiento se filtra a través de un clima cultural metamodernista, esto puede conducir a una condena enérgica por parte de los cristianos que enseñan que la moralidad significa mucho más que esto.

«El mandato “Hágase tu voluntad” no es equivalente a “Deja que los humanos florezcan”», señala Taylor, «aunque sabemos que Dios desea el florecimiento humano». Las Escrituras no nos llaman a solo no afectar a los demás y hacer lo que nos parezca natural: nos llaman a una forma de vida que va más allá de lo meramente «natural» y a menudo nos impulsa a abandonar nuestros propios deseos e incluso nuestras propias vidas. Cristo nos llama a ser transformados y, en palabras de Taylor, «esta transformación implica que vivamos para algo que vaya más allá del florecimiento humano, tal como lo define el orden natural, cualquier cosa que esto sea».

El último componente influyente que he observado en el metamodernismo es la inclinación hacia identidades fuertemente basadas en narrativas.

Article continues below

Una de las mayores diferencias prácticas entre las generaciones más jóvenes (desde los Millennials hasta la Generación Alfa) y sus predecesores es el nivel de comodidad y familiaridad con temas de salud mental y desarrollo psicológico. Según la Asociación Estadounidense de Psicología, los miembros de la Generación Z tienen «significativamente más probabilidades (27 %)... de afirmar que su salud mental es regular o mala» y «también son más propensos (37 %)... a informar que han recibido tratamiento o terapia por parte de un profesional de la salud mental».

Una mayor comodidad y familiaridad con los temas históricamente estigmatizados del diagnóstico y el desarrollo de la salud mental ciertamente no es algo malo. Este aumento se ha correlacionado con una mayor empatía y transparencia sobre las luchas internas y ya está remodelando los espacios de trabajo modernos. No obstante, también hay efectos secundarios, especialmente gracias a la influencia distorsionadora de la psicología popular.

La psicología popular actual incluye la difusión a gran escala de opiniones y consejos relacionados con la psicología ofrecidos en porciones pequeñas en las plataformas de redes sociales. Madison Marcus-Paddison, terapeuta y consejera de trauma, señala que este tipo de contenido a menudo cae en la simplificación excesiva, falta de contexto, credenciales profesionales limitadas y pérdida de personalización cuando se trata de cuestiones reales y complejas de salud mental.

El impacto en el mundo real de esta serie de cambios positivos y negativos es un clima cultural caracterizado por un autodiagnóstico generalizado, que a su vez puede producir una narrativa excesiva de la propia identidad con el pretexto de mejorar la propia salud mental.

La terapeuta Jessica Jaramillo, que trabaja principalmente con estudiantes universitarios de la Universidad de Colorado, señala el peligro rampante entre los jóvenes de auto diagnosticarse enfermedades de salud mental, así como de identificarse demasiado con sus diagnósticos. Incluso sin una etiqueta de diagnóstico técnico, existe una tendencia entre los jóvenes a analizar demasiado su propia historia para explicar, justificar o resolver sus problemas.

Article continues below

Al igual que otras tendencias metamodernistas, este movimiento trae consigo cambios culturales tanto positivos como negativos con los que los cristianos deben involucrarse de manera significativa.

En el lado positivo, este cambio significa que los jóvenes están mucho más dispuestos a hablar abiertamente sobre los desafíos mentales y emocionales que enfrentan y las cargas que soportan. Esta apertura puede (a menudo) tomar la forma de autodevaluación sarcástica; no obstante, de cualquier manera representa una mayor vulnerabilidad que puede ser un punto de partida para conversaciones más honestas, lo que puede abrir un camino para compartir el evangelio.

Sin embargo, el lado oscuro de este cambio es la sensación de parálisis que a menudo lo acompaña. Cuanto más atribuya uno su sentido de sí mismo a sus experiencias negativas pasadas, menos posible le parecerá esperar un cambio significativo en el futuro. Quizás esta sensación de determinismo fatalista ayude a explicar por qué la tasa de suicidio se ha triplicado entre los adolescentes y ha aumentado casi un 80 % entre los estudiantes de secundaria en la última década.

En mi experiencia como maestro y pastor de jóvenes, esta característica del metamodernismo probablemente tiene el mayor impacto en mis interacciones con los estudiantes con los que trabajo a diario. Enterrados bajo un humor irónico y autocrítico, muchos de mis alumnos sienten que es imposible escapar de los defectos que su pasado ha dejado en ellos.

No obstante, una vez más el evangelio puede decir una palabra de esperanza al clima cultural metamodernista. Tienes defectos, sí: eres un pecador, incapaz de simplemente arreglarte y convertirte en la persona que quieres ser. Pero las misericordias de Dios son «nuevas cada mañana» (Lamentaciones 3:23), y hay una esperanza profunda y eterna en Jesús, a cuya imagen somos «transformados» diariamente (2 Corintios 3:18), y un día, «todos seremos transformados» (1 Corintios 15:51).

Tu identidad hoy no es una trampa ineludible. Esto no tiene por qué minimizar las patologías reales y su tratamiento; simplemente nos recuerda que somos más que las historias que contamos sobre nosotros mismos.

Ciertamente hay más que decir sobre el metamodernismo hoy en día, pero mi esperanza es ayudar a alejar la conversación popular de una apologética posmoderna anticuada. Y mientras trabajamos juntos para proclamar las Buenas Nuevas en un mundo cambiante, por la gracia de Dios, oro para que pronto veamos un avivamiento en la era metamoderna.

Article continues below

Benjamin Vincent es un pastor y profesor bivocacional en el sur de California. Se desempeña como pastor asistente en Journey of Faith Bellflower y como jefe del departamento de historia y teología en Pacifica Christian High School en Newport Beach, California.

[ This article is also available in English. See all of our Spanish (español) coverage. ]