Esta semana, millones de latinoamericanos asisten a diversos servicios religiosos para celebrar el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección.

En Uruguay, van al rodeo.

Mientras sus vecinos de habla hispana y portuguesa conmemoran la muerte y resurrección de Cristo, los habitantes de este país de 3.3 millones de habitantes celebran la Semana Criolla, una serie de festivales en honor de la herencia gaucha del país. Muchos asisten a ver «la jineteada», el deporte nacional uruguayo, en la que los jinetes intentan aferrarse al lomo de un caballo indómito. Muy pocas de las actividades, que también incluyen música y bailes tradicionales, reconocen el calendario cristiano —excepto cuando se trata de comer asado criollo—.

Los vendedores ofrecen asado criollo durante toda la semana, excepto el jueves y el viernes: un guiño a la herencia católica del país.

«Es una de nuestras muchas idiosincrasias», dice Karina T., antropóloga de Montevideo. (CT solo usa la inicial de su apellido debido a la sensibilidad de su ministerio con los musulmanes). «Si le preguntas a alguien por qué come pescado en esos días, probablemente va a decir que es algo que los abuelos hacían. Pocos van a decir algo sobre religión. No lo saben».

Esta ignorancia es en cierto modo intencionada.

Uruguay fue uno de los primeros países del hemisferio occidental en separar constitucionalmente la Iglesia del Estado, y en ningún lugar es más evidente el laicismo que en el cambio de nombre de las fiestas cristianas. En 1919, el gobierno cambió jurídicamente el nombre del festejo del 25 de diciembre a «Fiesta de la Familia» y la Semana Santa por la «Semana de Turismo» (durante la cual la capital celebra la Semana Criolla).

El 6 de enero, conocido en otros lugares como Día de Reyes, pasó a ser el «Día de los Niños», y el 8 de diciembre, cuando los católicos celebran la Fiesta de la Inmaculada Concepción, se convirtió en el «Día de las Playas».

La intención de los legisladores uruguayos era «absorber» las fiestas cristianas y sacar a Cristo de las celebraciones. A excepción de la Navidad (cuando los cristianos organizan eventos al aire libre e intentan evangelizar más directamente a los no creyentes), el gobierno ha conseguido su objetivo en gran medida, afirma Marcelo Piriz, pastor de la Comunidad Vida Nueva de Montevideo. Él cree que la Navidad es el «Día D para las iglesias».

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En cambio, muchas iglesias tienen dificultades con la Pascua y la Semana Santa. Aunque algunas congregaciones pueden organizar programas especiales, su alcance es limitado, a menudo debido a que se trata de iglesias pequeñas.

«El número promedio de miembros de una iglesia es de unas 50 personas. Una congregación de 100 personas sería una iglesia pequeña en otras partes de Latinoamérica, pero aquí es grande», afirma Facundo Luzardo, pastor bautista de la Iglesia Bautista Adulam de Las Piedras y profesor del Seminario Bíblico del Uruguay.

Estas cifras pueden reducirse aún más cuando la gente atiende al llamado de la «Semana del Turismo».

«Lo mismo sucede en la iglesia, muchos de los miembros prefieren otras actividades», dijo Piriz. «Pueden ir al campo, o los padres pueden ir a enseñar a sus hijos a pescar, por ejemplo».

En efecto, la desconexión entre Uruguay y el cristianismo se remonta a mucho tiempo atrás.

Hasta finales del siglo XIX, el país estaba escasamente poblado. «Ni siquiera los indígenas, los charrúas, tenían un sistema de creencias», afirma Pedro Lapadjian, pastor de la iglesia Esperanza en la Ciudad de Montevideo y autor de dos libros sobre la historia de los evangélicos en Uruguay.

La presencia de los católicos romanos, aparentemente omnipresentes en toda América Latina, llegó más tarde a la región. El primer obispo se instaló en 1878, más de 250 años después de que un obispo se instalara en la vecina Buenos Aires.

Aunque muchos uruguayos proceden de países con una fuerte presencia católica, como España, Italia y Francia, «muchos de los inmigrantes que recibimos en el país no tenían creencias firmes, o eran influenciados por las tendencias liberales o masónicas de la Europa del siglo XIX. Incluso muchos de los protestantes», afirma Lapadjian. «Los intelectuales buscaban sus puntos de referencia en la Francia revolucionaria».

Con el tiempo, el gobierno empezó a retirar los símbolos religiosos de la vida pública. El Estado se hizo cargo de cementerios gestionados anteriormente por la Iglesia católica y retiró cruces de escuelas y hospitales.

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En 1907, Uruguay fue el primer país de América Latina en legalizar el divorcio. El país legalizó la eutanasia en 2009, y el matrimonio entre personas del mismo sexo y la producción y venta de cannabis en 2013. El aborto, por su parte, fue primero despenalizado en la década de 1930 y finalmente legalizado en 2012.

El protestantismo apareció en Uruguay a principios del siglo XIX gracias a los anglicanos, si bien centraron su ministerio principalmente entre las familias británicas que vivían en Montevideo. Luego llegaron los misioneros: primero los metodistas en 1835, luego los luteranos en 1846 y los presbiterianos en 1849. En la segunda mitad del siglo XIX desembarcaron nuevos grupos, pero su llegada coincidió con la creciente secularización del nuevo país soberano (Uruguay se independizó en 1825).

Actualmente, los evangélicos representan el 8.1 % de la población, según una encuesta de Latinobarómetro de 2021, frente al 4.6 % de 2019. Sin embargo, el 38 % de los uruguayos se definen como ateos o agnósticos.

Estas realidades demográficas determinan la forma en que los líderes evangélicos predican y llegan a sus comunidades. Cuando Lapadjian viaja para hablar en Chile, Bolivia o Colombia, suele bromear: «Voy a América Latina».

«Cuando predicas en América Latina, las personas ya tienen un conocimiento de Dios, de Cristo. Hay algo en común», dice. «Cuando predicas en un país laico, primero tienes que luchar para demostrar la existencia de Dios».

Luzardo define su patria como «un país agnóstico». Él dice que existe cierta curiosidad pública por religiones como el hinduismo o el budismo, pero la mayoría se muestra apática cuando se trata del cristianismo.

«Un uruguayo va a ser muy educado, va a escucharte. Pero no va a mostrar interés», dice Karina T.

Aunque los cristianos uruguayos participan en muchas de las festividades de la Semana Criolla, también encuentran formas de celebrar la Semana Santa.

En la iglesia Comunidad Vida Nueva, Piriz organiza una pijamada para el grupo de jóvenes el Domingo de Ramos y lleva a los jóvenes a acampar. Algunos predicadores invitados ofrecen sus enseñanzas en servicios especiales el jueves, viernes, sábado y domingo.

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Los niños que reciben comidas en el comedor comunitario recibirán huevos de Pascua. Se espera que en cada reunión haya unas 120 personas, el doble de la asistencia habitual a los servicios regulares. «En estas celebraciones, el reto es superar lo que somos», dijo Piriz, esperando que en los servicios haya más visitantes que miembros.

En la iglesia Esperanza en la Ciudad, la predicación de Lapadjian previa a la Semana Santa llamó a sus miembros a adoptar el lema «¡Vamos por Más!» y a servir a su comunidad. La iniciativa incluyó un llamado a donar al banco nacional de sangre, que perdió parte de sus reservas en enero cuando su edificio quedó parcialmente destruido por un incendio.

«La Pascua es donación de sangre, porque la sangre de Jesucristo fue derramada para el perdón de nuestros pecados», dijo.

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