Siempre me han gustado los árboles. Me encanta su aspecto, su sombra, el sonido del viento en sus hojas y el sabor de cada fruto que producen. Cuando era estudiante de primaria, planté árboles por primera vez con mi padre y mi abuelo, y los he seguido plantando desde entonces. Una vez, mientras me preparaba para ser médico, mi esposa y yo arbolamos toda la calle donde vivíamos. Pero hace poco más de diez años, cuando me ofrecí a plantar árboles en nuestra iglesia, uno de los pastores me dijo que tenía la teología de «un abrazador de árboles». No buscaba hacerme un cumplido.

La iglesia era conservadora. Creía que la Escritura es la Palabra de Dios inspirada e infalible. Por eso fuimos allí. Como me explicó un miembro: «Una vez que llegas a esa pendiente resbaladiza del liberalismo, quién sabe dónde terminarás».

Mi primera reacción al comentario del pastor fue: «Tal vez estoy equivocado. Tal vez a Dios no le importan los árboles».

En ese entonces, toda nuestra familia era nueva en el cristianismo. Mi hija aún no se había casado con un pastor. Mi hijo no era un pediatra misionero en África y yo aún tenía por delante llegar a escribir libros sobre teología aplicada y predicar en más de mil universidades e iglesias en todo el mundo. ¿Qué sabía yo sobre la teología de los árboles?

Pero desde que conocí el evangelio por primera vez poco después de los 40 años, la Biblia ha sido mi brújula. Entonces, cuando me llamaron «un abrazador de árboles», recurrí a las Escrituras para orientarme.

Dios ama los árboles

Además de las personas y Dios, los árboles son los seres vivos más mencionados en la Biblia. Hay árboles en el primer capítulo de Génesis (v. 11–12), en el primer salmo (Salmo 1:3) y en la última página de Apocalipsis (22:2). Y como para resaltar todos estos árboles, la Biblia se refiere a la sabiduría como un árbol (Proverbios 3:18).

Cada personaje principal y cada evento teológico importante en la Biblia está asociado con un árbol. La única excepción a este patrón es José, y en el caso de José, la Biblia le hace el mayor cumplido: José es un árbol (Génesis 49:22). De hecho, Jeremías insta a todos los creyentes a ser como un árbol (17:7–8).

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La única descripción física de Jesús en la Biblia ocurre en Isaías. «¿Quieres reconocer al Mesías cuando llegue?» pregunta Isaías. «Busca al hombre que parece un arbolito que crece en tierra estéril» (53:2, paráfrasis propia).

¿Crees que los árboles son hermosos? Estás en buena compañía. Dios también ama los árboles. Al resaltar cada oración que contiene un árbol en los primeros tres capítulos de Génesis, uno puede tener una buena idea de lo que Dios piensa acerca de los árboles. Casi un tercio de las oraciones contienen un árbol.

Génesis 2:9 declara que los árboles son «atractivos a la vista». Este estándar estético no vacila a lo largo de la Biblia. Ya sea que Dios esté instruyendo a su pueblo sobre cómo hacer candelabros (Éxodo 25:31–40), decorar las molduras del templo (1 Reyes 6), o hacer el dobladillo de la túnica del sumo sacerdote (Éxodo 28:34), el estandarte de la belleza es un árbol (y sus frutos). Si tuviéramos que examinar el asiento más cómodo en una casa hoy en día, lo más probable es que esté frente a un televisor. En el cielo, el trono de Dios mira hacia un árbol (Apocalipsis 22:2–3).

En Génesis 2, Dios hace dos cosas con sus propias manos. Primero, forma a Adán y sopla el aliento de vida en sus fosas nasales (v. 7). Luego, antes de que Adán pueda exhalar, Dios se da la vuelta y planta un jardín (v. 8). Es aquí, debajo de los árboles, que Dios amorosamente coloca a Adán, y le asigna como trabajo que «lo cultivara y lo cuidara» (v. 15, NVI). Los árboles tienen sus únicas tareas divinamente establecidas para cumplir. Dios les encarga mantener vivos a los humanos (Génesis 1:29), darles un lugar para vivir (Génesis 2:8) y proporcionarles alimento para sustentarlos (v. 16).

Por extraño que parezca, las Escrituras retratan continuamente a los árboles como cosas que se comunican. Aplauden (Isaías 55:12), cantan de gozo (1 Crónicas 16:33) e incluso discuten (Jueces 9:7–15). Lo que hace que este patrón sea especialmente extraño es que las criaturas que obviamente se comunican, como los peces o las aves, son prácticamente mudas en la Biblia. Durante los miles de años que las personas han estado leyendo la Biblia, esto se ha hecho pasar como mera poesía. Pero en las últimas dos décadas, los arboricultores han descubierto algo fascinante acerca de los árboles: realmente se comunican. Cuentan, comparten recursos y hablan entre sí mediante un sistema denominado «Wood Wide Web».

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El bosque que desaparece

A pesar del verdadero bosque de árboles en las Escrituras, la mayoría de las personas hoy en día nunca han escuchado un sermón sobre los árboles. Este no fue siempre el caso. Eche un vistazo a algunos de los títulos de los sermones de Charles Spurgeon y verá una indicación de lo que las personas escuchaban desde el púlpito a mediados y finales del siglo XIX: «Cristo, el Árbol de la Vida», «El árbol en la corte de Dios», «Los cedros del Líbano», «El manzano en el bosque», «La belleza del olivo», «El sonido en las moreras», «El árbol sin hojas», etc. Spurgeon, el «príncipe de los predicadores», no tuvo dificultad para ver tanto el bosque como los árboles en las Escrituras.

Image: Jeff Rogers

No solo han desaparecido los árboles de nuestros sermones: también están desapareciendo de las Biblias. En mi estante se encuentra una Biblia de estudio King James, publicada en la época de Spurgeon, que contiene más de 20 páginas sobre el tema de los árboles y las plantas, incluidas múltiples ilustraciones completas de árboles. En 2013, el mismo editor publicó una edición actualizada que omite todas estas páginas de comentarios. En el índice, enumera solo tres referencias bajo «árbol»; el índice de otra Biblia de estudio aún más reciente en mi estante no contiene ninguna entrada para la palabra «árbol».

Si los árboles alguna vez fueron un lugar común en los sermones y las Biblias de estudio, también fueron elementos fijos en la literatura cristiana. Si retrocedemos más de mil años a una de las piezas más antiguas de la literatura inglesa, El sueño de la Cruz, escucharemos la historia de la Pasión contada desde el punto de vista de un árbol.

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Incluso en tiempos más recientes, escritores cristianos de ficción como George MacDonald, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis infundieron su trabajo con la teología de los árboles basada en la Biblia. Ya sea la imagen del cielo de MacDonald en Más allá del viento del norte, el refugio de árboles de Tolkien llamado Lothlórien en la Tierra Media, o la respuesta de los árboles cuando Aslan está en movimiento en Las crónicas de Narnia de Lewis, cada autor pinta una imagen de shalom entre los árboles. Los buenos viven debajo, dentro y alrededor de los árboles. Valoran, protegen e incluso hablan con los árboles. En contraste, los personajes malvados como Tash y Sauron son claros cortadores de árboles. ¡Encontramos incluso árboles que hablan!

¿Qué explica la creciente ausencia de árboles en la imaginación cristiana moderna? Las razones son muchas y complejas, pero lo más probable es que se centre en el resurgimiento de la herejía del dualismo del primer siglo: el mundo creado por Dios es malo, y solo las cosas espirituales reflejan la gloria de Dios. Uno de los principales defectos de esta filosofía es que menosprecia todas las cosas que Dios llamó «buenas» en la creación. Como dijo Pablo a los romanos, no tienes excusa para no creer en Dios si has estado paseando por el bosque. A través de la naturaleza, nos enfrentamos a una evidencia inequívoca del poder y la gloria de Dios (ver Romanos 1:19-20). Si los árboles y el resto del mundo de Dios fueran inherentemente corruptos, la afirmación de Pablo sería errónea.

Volviendo al Árbol de la Vida

El problema de eliminar los árboles de nuestra teología es que Dios los puso en la Biblia por una razón. Había dos árboles en el centro del Jardín del Edén. Uno (el Árbol de la Vida), representaba la conexión de la humanidad con lo divino y lo eterno. El otro (el árbol del conocimiento del bien y del mal) representaba la acción humana y la posible rebelión. Cuando Adán y Eva comieron del árbol equivocado, trataron de encubrir su crimen desnudando los mismos árboles que se les había encargado proteger (Génesis 2:15; 3:7). Su siguiente movimiento fue correr y esconderse detrás de ellos (Génesis 3:8). El capítulo tres de Génesis concluye con la expulsión de Adán y Eva del Jardín. ¿Qué es la Biblia, entonces, sino una historia de Dios satisfaciendo la necesidad de la humanidad de un Salvador para reunirnos con el Árbol de la Vida?

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Sin árboles en la Biblia, las aguas de Mara habrían permanecido amargas para siempre (Éxodo 15:25), el gigante de Gat no habría sido expulsado del juego (1 Samuel 17:43), y David habría perdido su llamado a la batalla (1 Crónicas 14:15). Débora no habría tenido lugar para juzgar a Israel (Jueces 4:5), y Dios no habría llamado a su pueblo para que fueran robles de justicia (Isaías 61:3). No habría habido un bosque de almendros (Luz, renombrada Betel, significa ‘árbol de almendras’) para que Jacob se durmiera y soñara con una escalera de madera que cruza el abismo entre el cielo y la tierra (Génesis 28:10-19), y Job no habría pronunciado su famoso verso sobre los árboles y la resurrección (Job 14:7). Lo que es más importante, sin árboles, sería imposible entender la Caída o la muerte expiatoria de Jesús.

Isaías predijo que el pueblo de Dios no se daría cuenta del «vástago tierno» que Él había plantado para su salvación (Isaías 53:2), una predicción cumplida en el primer capítulo del evangelio de Juan. Esta es la escena en la que Felipe fue a Natanael y le dijo: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas» (Juan 1:45). Nathaniel respondió: « ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?». «Ven a ver», instó Felipe (v. 46). Cuando Jesús vio a Natanael acercarse, dijo: «Aquí tienen a un verdadero israelita en quien no hay falsedad» (v. 47). Jesús podría haber dicho con la misma facilidad: He aquí un Israel (uno que ha luchado con Dios y perseverado) en el que ya no queda un Jacob (engañador). Natanael ciertamente recibió el cumplido.

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Anteriormente, Jesús había visto a Natanael debajo de una higuera (Juan 1:48). La Biblia no registra lo que Natanael estaba orando en el momento en que Jesús lo vio, pero la mera mención de la ocasión le hizo saber a Natanael sin lugar a duda que Jesús era el Mesías. Quizás Natanael le había suplicado al Señor que viera al Mesías durante su vida. Incluso podría haber ido tan lejos como para recordarle a Dios su estudio de los profetas en un esfuerzo por reconocer al Mesías.

Pero Natanael había olvidado las palabras del profeta Isaías: «Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable» (53:2). Como predijo Isaías, algo grande saldría de un pueblo que lleva el nombre de un arbolito: ¡Nazaret!

Jesús continuó diciéndole a Natanael que vería la escalera que Jacob soñó hace mucho tiempo: «Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1:51). Un plan de rescate que involucraba árboles se había estado desarrollando a tiempo, lo reconociera Natanael o no.

Así que no sorprende que Jesús hablara de árboles que son arrancados de raíz y arrojados al mar por la fe (Lucas 17:6). Tampoco sorprende que hablara de sus discípulos dando fruto (Juan 15:8) o les instruyera a permanecer en Él, como ramas que dan fruto en una vid que da vida (Juan 15:4-6). Como dijo Pablo, los creyentes son como una rama o un vástago injertado en un árbol (Romanos 11:17–18).

Jesús es un carpintero fuerte, del tipo que puede levantar dos láminas de madera contrachapada de tres cuartos de pulgada por sí mismo. Es difícil de matar. Desde el momento en que nació, sus enemigos se dedicaron a tratar de matarlo. Intentaron matarlo cuando era un bebé (Mateo 2:16–18), apedrearlo (Juan 10:31–39) y arrojarlo por un precipicio (Lucas 4:29), pero no funcionó. Jesús podía pasar 40 días sin comer, subirse al ring con el oponente más duro del planeta y salir victorioso después de tres asaltos (Mateo 4:1–11). No tenía sentido tratar de ahogarlo: Él también saldría bien librado de eso (Mateo 14:22-33).

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No. Lo único que podía dañar al carpintero de Nazaret era un árbol. ¿Por qué? Porque maldito es el que es colgado de un madero (Deuteronomio 21:23, Gálatas 3:13). No el que es apuñalado, apedreado o quemado. (Tenga en cuenta que, en hebreo, la palabra que se usa para horca y para árbol es la misma). Sin árboles, no hay resurrección, ni Buenas Nuevas en la mañana de Pascua. La cruz es realmente un Árbol de la Vida aserrado por el pecado del hombre. Sin embargo, la sangre de Jesús hizo que un árbol muerto que los romanos usaban como instrumento de tortura creciera hasta convertirse en el símbolo de la vida eterna: el Árbol de la Vida. Jesús es el Árbol de la Vida, y un día sus seguidores comerán de las hojas de este árbol y serán sanados (Apocalipsis 22:2,14).

Un nuevo tipo de puerta

Empecé la vida como carpintero. En realidad, nunca dejé de serlo. En los últimos años, he remodelado por completo la casa en la que vivo: puertas, pisos y todo.

Una parte de la carpintería que marca la diferencia entre el guerrero de fin de semana y el profesional es colgar puertas sólidas comenzando desde cero. Las puertas, a lo largo del tiempo y en todas las culturas, son notablemente similares. Se cuelgan haciendo uso de bisagras y se cierran sobre un poste. Una puerta está rematada por un dintel o, como dice la Biblia, una puerta tiene dos postes laterales y está rematada por un dintel (Éxodo 12:22). Cuando la sangre del cordero pascual fue aplicada a estas tres tablas en el momento del Éxodo, la puerta se cerró y el ángel de la muerte no pudo entrar.

En una celebración de Pascua hace 2000 años, Jesús hizo una puerta nueva y muy extraña. Sin duda, es una puerta estrecha. A diferencia de todas las otras puertas que requieren tres tableros, utiliza solo dos: una pieza vertical y otra horizontal. Cuando la sangre de Jesús se aplica a estos dos trozos de madera cruzados, se abre la puerta al cielo. Y no hay otra forma de abrirla.

Image: Jeremy Bishop / Unsplash

Creo que la Biblia tiene un bosque de árboles porque los árboles nos enseñan sobre la naturaleza de Dios. Al igual que un árbol, Dios está dando constantemente. Los árboles han estado dando vida mucho antes de que los seres humanos tuvieran idea de que existía el oxígeno. Los árboles dan vida, belleza, alimento y sombra. El escritorio sobre el que escribo está hecho de arces muertos. Con razón, Dios usa árboles para instruirnos sobre la vida, la muerte y la resurrección. Los árboles, como Dios, dan vida incluso después de la muerte.

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Uno pensaría que Jesús podría haber tenido algo en contra de los árboles después de ser crucificado. Pero ese no parece ser el caso. En la mañana de Pascua, cuando María bajó a poner flores en la tumba, tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Miró hacia arriba y vio a Jesús. Ella no lo confundió con un soldado, con un burócrata o con un comerciante. Ella lo confundió con un jardinero (Juan 20:15). Esto no fue un error. Él es el nuevo Adán, de vuelta en el trabajo donde falló el viejo Adán: arreglar y cuidar el jardín. Su invitación para nosotros en el último capítulo de la Biblia es que guardemos sus mandamientos, para que podamos encontrarnos con Él en un árbol: el Árbol de la Vida que está delante del trono de Dios, con ramas que dan fruto en cada estación, y hojas que sanan a las naciones.

Una inversión en el futuro de la humanidad

Los que plantan o protegen árboles por su fe están en buena compañía. De hecho, la iglesia en la que se sospechaba que yo tenía tendencias de abrazar árboles, finalmente plantó árboles en sus terrenos. Además, el logo de la iglesia ahora incluye un Árbol de la Vida. Creo que esta respuesta es emblemática de lo que sucederá cuando los cristianos redescubran los árboles que Dios plantó en las Escrituras y reforesten su fe.

Abraham fue la primera persona en la Biblia en plantar árboles. En ese momento, Abraham no poseía ni un pedacito de tierra. Bíblicamente, la plantación de árboles comenzó como un acto de fe desinteresado. «Y plantó Abraham un bosque en Beer-seba, é invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno» (Génesis 21:33, RVA). En virtud de la forma en que funcionan los árboles, el acto de Abraham hizo del mundo un lugar mejor.

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Hoy en día entendemos el papel de los árboles en los ciclos globales de oxígeno, carbono y agua. Pero todo eso era desconocido para Abraham. No obstante, la arboleda de Abraham es una bendición para todas las familias del mundo (ver Génesis 12:3). Abraham plantó para la próxima generación, y la siguiente.

El Antiguo Testamento termina con una advertencia para pensar a largo plazo y dar gracias por los que van delante de nosotros. Los corazones de una generación deben volverse hacia los corazones de la siguiente, y viceversa (ver Malaquías 4:6). Solo el Señor conoce la mente de un hombre, pero en el caso de Abraham, la plantación y la protección de los árboles fueron evidencia tangible de lo que había en su corazón. El pensamiento a largo plazo es piadoso. El pensamiento a corto plazo no lo es. Quizás esta sea otra razón por la que el primer salmo dice que el justo se parece a un árbol.

De hecho, el escritor del primer salmo ofrece una de las ideas más claras sobre el pensamiento de Dios sobre los árboles. El rey David bailó y gritó de alegría cuando el arca que contenía la Biblia, una vasija de maná y una rama de almendro fue trasladada al tabernáculo que había preparado. Entonces, escribió una canción de acción de gracias para celebrar la ocasión. La canción espera la segunda venida del Mesías. Incluso los árboles se unen a la celebración: «¡Que los árboles del campo canten de gozo ante el Señor, porque él ha venido a juzgar a la tierra!» (1 Crónicas 16:33). La Biblia dice que muchas personas se esconderán debajo de las rocas para evitar el juicio en la Segunda Venida, pero no los árboles. Finalmente, tienen su día en la corte y saben exactamente cuál será el veredicto.

Creo que Jesús volverá para juzgar a vivos y muertos, como dice la Biblia. Pero ¿qué pasa con aquellos que argumentan que el regreso del Señor nos libera de cualquier preocupación por los árboles? «Todos los recursos», dicen, «deberían destinarse a la evangelización».

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Si alguien cree esto y actúa en consecuencia, digo: «¡Amén!». Pero demasiado a menudo este sentimiento se expresa con toda la sinceridad de Judas Iscariote abogando por los pobres, cuando María ungió a Jesús con un perfume fino (ver Juan 12:1-8).

Los árboles son la inversión de Dios en el futuro de la humanidad. Son el único ser vivo al que Dios le regala un anillo en cada cumpleaños. Solo Él sabe el momento exacto del regreso de Cristo. Espero que sea mañana por la mañana. Pero, mientras tanto, plantaré árboles que tardarán un siglo en crecer y trataré de difundir el evangelio como si no hubiera un mañana.

Matthew Sleeth, MD, es orador, autor y director ejecutivo de Blessed Earth, una organización que promueve la mayordomía de la creación. Es autor de Reforesting Faith: What Trees Teach Us About the Nature of God and His Love for Us [Reforestando la fe: lo que los árboles nos enseñan sobre la naturaleza de Dios y su amor por nosotros] (Water Brook).

Traducción por Sergio Salazar y Livia Giselle Seidel.

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