En septiembre de 2017, Irma, un huracán de categoría 5, azotó Barbuda y obligó a sus residentes a evacuar y dirigirse a la isla vecina de Antigua, dejando Barbuda inhabitable. Solo diez días después, otro huracán, María, pasó justo por la zona sur de Antigua, azotándola con viento y lluvia en su camino, y llegó a convertirse también en una tormenta de categoría 5.

La directora del Departamento de Medio Ambiente de Antigua y Barbuda, la embajadora Diann Black-Layne, dijo a The New York Times que la emisión de carbono de las naciones desarrolladas es una causa significativa para estas potentes tormentas. Pero también afirmó que el país insular es demasiado pequeño para resolver el problema por sí mismo. En su lugar, ofreció un sorprendente plan de acción.

Black-Layne le dijo al periodista Michael Barbaro: «Oramos. Somos personas temerosas de Dios. Creemos en el perdón y creemos en la oración. Y creemos que Dios intercederá por nosotros. Le aseguro que la oración es poderosa».

El Señor promete escuchar sus clamores (Éxodo 22:21-24). Y si Dios escucha esos clamores, el pueblo de Dios debería hacer lo mismo. Hay demasiados cristianos (y no cristianos) que piensan que el cambio climático es ante todo una cuestión política o económica. Sin embargo, también es una cuestión espiritual que requiere un enfoque bíblico.

De hecho, la Biblia tiene mucho que decir sobre el cambio climático provocado por el hombre. Específicamente, el Antiguo Testamento relata los esfuerzos de Dios para hacer que una sociedad enfocara todas sus energías para su gloria, y documenta cómo esa sociedad fracasó en obedecer ese mandato.

La enseñanza de las Escrituras debería llevar a los cristianos a anticiparse al cambio climático provocado por el hombre. Debería impulsarnos a respetar las pruebas de la crisis climática actual, aunque lleguemos a conclusiones diferentes sobre cómo interpretar esas pruebas. Además, y quizás lo más importante, es que la Biblia enseña que las crisis climáticas suelen tener un propósito reformador.

La tierra y la ley

Un clima que produce vida procede de la bondad de Dios. En esto coinciden los cristianos de cualquier postura sobre el cambio climático. Algunos incluso citan como argumento prima facie que un Dios bueno nunca permitiría que el clima se deteriore; sin embargo, está claro que el clima es vulnerable a la actividad humana. Esta lección es tan antigua como el Jardín del Edén.

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El libro de Génesis presenta el Edén como un lugar bendecido con un clima favorable (Génesis 2:5-6) y también introduce la relación de la humanidad con Dios como administradores del mundo creado (2:15-19). El pecado del hombre hizo que todo lo que él administraba fuera maldecido, incluido el clima que había recibido como regalo de Dios (Génesis 3:17-19; Romanos 8:19-22).

Estos temas están presentes también en el relato del Éxodo. Dios sacó a Israel de Egipto y lo llevó a otra tierra descrita en primer lugar por su buen clima (Deuteronomio 11:9-12). Sin embargo, para que el buen clima de Canaán siguiera siendo bueno, el pueblo tenía que seguir los caminos de Dios. En Deuteronomio leemos: «Si ustedes obedecen fielmente los mandamientos que hoy les doy, si aman al Señor su Dios y le sirven con todo el corazón y con toda el alma, entonces yo enviaré la lluvia oportuna sobre su tierra, en otoño y en primavera, para que obtengan el trigo, el vino nuevo y el aceite» (vv. 13-14).

Entre las leyes que le dio a Israel, Dios incluyó reglas para el uso de la tierra y del clima para guiar su mayordomía sobre el clima. Esas leyes ofrecen sabiduría incluso para los cristianos hoy.

Una de las «reglas del medio ambiente» más llamativas del Antiguo Testamento es la ley del año sabático para la siembra de la tierra (Éxodo 23:10-11). Debido a que no había fertilizantes como los que tenemos hoy, los agricultores de la época —y muchos en la actualidad— tenían que reponer los nutrientes del suelo mediante la rotación de cultivos o dejando los campos sin cultivar durante un periodo de tiempo. Si no lo hacían, la tierra quedaba deteriorada y sin fuerza para hacer crecer las plantas, perdía su capacidad para retener la humedad, y tenía problemas con la evaporación y la lluvia.

En la antigüedad, los israelitas debían dejar sus campos en barbecho cada siete años. El libro de Levítico advierte que ignorar este principio conduce al endurecimiento del suelo y a la falta de lluvias. «Si ustedes no me obedecen ni ponen por obra todos estos mandamientos... Yo quebrantaré su orgullo y terquedad. Endureceré el cielo como el hierro y la tierra como el bronce... Mientras la tierra esté desolada, tendrá el descanso que no tuvo durante los años sabáticos en que ustedes la habitaron» (Levítico 26:14-35).

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Aunque es cierto que la ley tenía funciones tanto sociales como espirituales, y creaba una ocasión recurrente para el descanso físico y para confiar en la generosa provisión de Dios, la ley también establecía una relación entre el agotamiento del suelo y la pérdida de lluvias que hoy en día es reconocida por la ciencia moderna. La inclusión de estos principios en la ley de Israel demuestra una comprensión de que la actividad humana puede afectar directamente al clima, y que Dios espera que su pueblo modere su actividad en consecuencia. La ley del barbecho no impedía totalmente el uso de la tierra, pero limitaba su producción económica para proteger el medio ambiente.

La nación de Israel en tiempos bíblicos no contaba con los avances científicos necesarios para descubrir cómo opera el clima más allá de estas nociones básicas. Aun así, Israel recibió el mandato de considerar que el clima requería protección. Otras consideraciones sobre la tierra y el clima fueron añadidas al calendario festivo de Israel.

Había tres fiestas de peregrinación que representaban el pilar del calendario de los israelitas. Cada una de ellas requería una asamblea de todo el pueblo en la ciudad de Jerusalén. Las fechas en que ocurrían y las ceremonias que se realizaban en ellas servían de guía para Israel en su administración de la tierra de acuerdo con sus estaciones y temporadas.

La primera fiesta era la Pascua. Marcaba la transición de la temporada de lluvias a la primavera, cuando la cosecha de cebada estaba lista. La fiesta de las Semanas tenía lugar siete semanas después, cuando la primavera daba paso al verano y la cosecha de trigo estaba lista. La última peregrinación, la fiesta de las Enramadas, marcaba el final del verano, cuando los frutos estivales estaban listos y se acercaba la siguiente temporada de lluvias.

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Estas fiestas enseñaban a Israel a trabajar y adorar en función de las estaciones. Israel también aprendió a utilizar la riqueza que producían sus cosechas. Las familias llevaban a las asambleas los diezmos y otras ofrendas de cada cosecha estacional (Deuteronomio 16:1-17). Una parte de esos diezmos se comía durante las fiestas, sin embargo, gran parte de estos ingresos eran guardados en almacenes para sostener la asistencia social de los levitas hacia los más vulnerables (14:28-29).

Este calendario estacional enseñaba a Israel a ejercer su mayordomía sobre el clima asegurándose de que la riqueza de lo cosechado bendijera a todos los habitantes de la tierra, incluyendo a los que no poseían tierras y a los más vulnerables. Israel podía esperar seguir teniendo un buen clima mientras el pueblo obedeciera estas leyes:

«Si realmente escuchas al Señor tu Dios y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno... El Señor abrirá los cielos, su generoso tesoro, para derramar a su debido tiempo la lluvia sobre la tierra y para bendecir todo el trabajo de tus manos. ... Pero debes saber que, si no obedeces al Señor tu Dios ... El Señor enviará contra ti ... calor sofocante y sequía, y con plagas y pestes sobre tus cultivos. Te hostigará hasta que perezcas. Sobre tu cabeza, el cielo será como bronce; bajo tus pies, la tierra será como hierro. En lugar de lluvia, el Señor enviará sobre tus campos polvo y arena; del cielo lloverá ceniza, hasta que seas aniquilado» (Deuteronomio 28:1-24).

Obviamente, estas fiestas eran específicas para las estaciones y las cosechas de la tierra de Canaán. Está claro que la iglesia del Nuevo Testamento, que se extiende por todo el planeta desde los climas árticos hasta los tropicales, no debe continuar con estas prácticas de la ley antigua. Sin embargo, los cristianos todavía son exhortados a aprender de la sabiduría de la ley (1 Corintios 10:11; 2 Timoteo 3:16). Las leyes del Antiguo Testamento sobre la administración de la tierra y el clima pueden ayudar a los cristianos a apreciar tanto la importancia de la mayordomía del clima en la actualidad, como el daño climático causado por no administrar correctamente la tierra de Dios y sus frutos.

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Los cambios climáticos en la Biblia

Dios le enseñó a Israel que, cuando la tierra experimenta daños climáticos, su reacción debe ser preguntarse por qué ocurren. Cuando la tierra sea «un desperdicio ardiente de sal y de azufre… Todas las naciones preguntarán: “¿Por qué trató así el Señor a esta tierra? ¿Por qué derramó con tanto ardor su furia sobre ella?”» (Deuteronomio 29:23-24).

No todas las crisis climáticas son una manifestación del juicio de Dios. Los sufrimientos de Job incluyeron fenómenos meteorológicos extraños (Job 1:16, 19), aun cuando él era inocente delante de Dios. Aun así, la respuesta de Job fue examinarse a sí mismo. Examinarse a uno mismo es una respuesta totalmente cristiana ante el cambio climático y, cuando es necesario, puede conducir a reformas tanto morales como económicas. Los profetas del Antiguo Testamento dieron ejemplo de esto.

El ejemplo más dramático es el Diluvio, en los capítulos 6 al 9 de Génesis. Dios envió el Diluvio como un juicio directo contra el pecado de los humanos. Noé tomó medidas prácticas, como construir un arca, pero también advirtió a los demás y los llamó al arrepentimiento (2 Pedro 2:5). Después del Diluvio, Noé recibió la promesa de Dios:

«Mientras la tierra exista,
habrá siembra y cosecha,
frío y calor,
verano e invierno,
días y noches» (Génesis 8:22)

Algunos cristianos interpretan este versículo como una promesa de parte de Dios de que él nunca permitiría ningún cambio climático después de los tiempos de Noé. Sin embargo, Dios eligió a Moisés, que vivió muchos siglos después, para entregar por medio de él las leyes antes mencionadas y que incluyen advertencias detalladas sobre la inestabilidad climática. Por lo tanto, aunque la promesa de Dios a Noé establece un límite a los juicios por medio del clima, no justifica nuestra negligencia hacia el clima.

Los acontecimientos de la narrativa bíblica posteriores a Moisés no hacen sino confirmar esto. En la época del rey Acab, Dios envió otra sequía que duró varios años. No obstante, luego de que Elías guiara al pueblo al arrepentimiento, «las nubes fueron oscureciendo el cielo; luego se levantó el viento y se desató una fuerte lluvia» (1 Reyes 17–18).

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El profeta Isaías relacionó la inestabilidad climática con la codicia y la opresión de los pobres en su época (Isaías 32:1-20). El profeta Samuel señaló que las lluvias fuera de temporada servían de advertencia (1 Samuel 12:17-18). Los Salmos señalan que el buen orden de las estaciones depende del buen orden de la comunidad (Salmos 65, 104). Y los juicios que acompañarán el prometido regreso de Cristo también incluirán fenómenos metereológicos extremos (Marcos 13:8; Apocalipsis 6:8; 8:7; 11:19; 16:17-21).

La lección que debemos aprender está presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: un buen clima es un regalo, sí, pero un clima que empeora debe hacer que nos preguntemos en qué nos estamos equivocando.

El testimonio de la ciencia

Puesto que, según las Escrituras, el cambio climático puede ser un instrumento de reprensión divina, deberíamos estar abiertos a considerar las pruebas que demuestran que esto en realidad está ocurriendo en el presente.

Según la NASA, la temperatura global aumentó 2.1° F (1.17° C) desde 1880. Quizás esta cifra no parezca significativa, pero es suficiente para derretir 428 mil millones de toneladas de hielo polar cada año. Esto contribuye a que el nivel del mar suba 3.4 milímetros por año. Este tipo de cambios provocan tormentas, sequías, inundaciones y otros desastres naturales cada vez más intensos, que actualmente vemos cada vez más seguido en los titulares de las noticias y en nuestras propias comunidades.

La Biblia no nos habla específicamente del cambio climático actual ni de sus causas, pero en realidad no necesitamos que la Biblia nos explique esas cosas con detalle. Las Escrituras son suficientes en su relato sobre las obras de Dios con su pueblo en la antigüedad, y preserva esas lecciones para guiar nuestra respuesta ante situaciones similares en la actualidad. Esto incluye las enseñanzas bíblicas sobre el clima.

Cuando reconocemos que el cambio climático es a menudo un instrumento de reprensión divina, las herramientas de la ciencia ofrecen dos tipos de ayuda en nuestra respuesta.

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En primer lugar, la ciencia nos ayuda a identificar las diferentes áreas de actividad humana. Dios, en su providencia, nos lleva a examinarlas cuidadosamente. Las emisiones de carbono a escala industrial han sido identificadas como el factor que más contribuye al calentamiento global. Este hallazgo llama la atención providencialmente hacia las prácticas industriales modernas. Mientras los responsables políticos seculares se centran en las formas de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la Iglesia debería abordar cuestiones como el orgullo, la codicia, el uso abusivo de la creación y otros pecados que pueden estar relacionados con algunas prácticas industriales. La ciencia, junto con el poder de convicción del Espíritu Santo, puede ayudarnos a reconocer aquellas áreas en las que debemos centrarnos para buscar una renovación espiritual.

En segundo lugar, la evidencia científica del cambio climático puede ayudar a que los no creyentes se percaten de la necesidad de cambiar nuestras prácticas. Muchas personas que se opondrían a la petición de reformas basadas en la rendición de cuentas ante Dios estarán más dispuestos a apoyarlas cuando la necesidad pueda ser demostrada científicamente. Los cristianos no deberíamos depender de la ciencia climática para motivarnos a abrazar nuestra mayordomía del clima. Sin embargo, disponer de datos científicos refuerza la motivación de los no creyentes para buscar una mejor mayordomía del clima.

La fe y la ciencia no son opuestas entre sí. De hecho, la política climática es un ámbito en el que el testimonio cristiano y el conocimiento científico pueden colaborar de una forma productiva.

Una influencia reformadora

Los datos recogidos por las agencias gubernamentales de Estados Unidos demuestran que las condiciones actuales son más graves que los cambios climáticos en el pasado. Sin embargo, ya han ocurrido otros cambios climáticos. Por ejemplo, a finales de la Edad Media, se produjo un descenso de la temperatura. Durante este periodo, conocido como la Pequeña Edad de Hielo, los inviernos se hicieron más largos y más fríos. Las respuestas frente a este periodo fueron variadas, pero muchas personas en toda Europa recurrieron a las Escrituras.

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En su libro El motín de la naturaleza, el historiador Philipp Blom escribe: «Las interpretaciones teológicas de los fenómenos climáticos eran populares y eran ampliamente difundidas en forma impresa con regularidad. De hecho, los sermones sobre el clima se convirtieron en un género literario menor».

Por ejemplo, Juan Calvino, uno de los padres de la Reforma, se refirió a las malas cosechas en medio de los cambios climáticos de su época en su comentario sobre Génesis 3:18-19: «Debido a la creciente maldad de los hombres, el remanente de la bendición que queda disminuye y se deteriora gradualmente; y ciertamente existe el peligro —a menos que el mundo se arrepienta— de que una gran parte de los hombres pronto perezca a causa del hambre y otras miserias terribles... La inclemencia del aire, las heladas, los truenos, las lluvias intempestivas, la sequía, el granizo y todo lo que está desordenado en el mundo, son consecuencias del pecado». Calvino no se andaba con rodeos.

Los himnos sobre el clima eran otra característica de la época, escribe Blom. Por ejemplo, el himno de Paul Gerhardt «Ocasionado por una gran e inoportuna lluvia», del siglo XVII, dice:

Los elementos sobre toda la tierra
Extienden la mano contra nosotros,
Y surgen problemas del mar,
Y descienden problemas de los cielos.

La Pequeña Edad de Hielo causó, entre otras cosas, que muchos se volvieran al Señor. De hecho, el cambio climático es un componente de la Reforma que a menudo es pasado por alto. Este ejemplo puede animarnos a que seamos capaces de reconocer cuando se está produciendo un cambio climático en nuestro tiempo, y a que podamos responder con una renovación espiritual.

No todas las reacciones a la Pequeña Edad de Hielo fueron buenas. Sin sabiduría, interpretar los acontecimientos climáticos como un castigo divino puede conducir a algo desagradable. En ese mismo periodo se produjo un fuerte aumento de los juicios contra personas acusadas de practicar la brujería. Se realizaron unos 110 000 juicios por brujería en toda Europa, la mitad de los cuales acabaron en ejecuciones.

Tales tragedias son una advertencia contra la apropiación indebida de las implicaciones teológicas del cambio climático. Por el contrario, la Reforma nos ofrece un ejemplo más excelente de interpretación sana y centrada en las Escrituras.

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La oportunidad actual

De un modo u otro, el cambio climático provocará cambios en nuestras sociedades. Ya sea que Dios esté castigando pecados específicos o no, las crecientes tormentas, sequías y otras consecuencias afligirán a amplios segmentos de la humanidad. Y, como suele ocurrir, los más vulnerables serán los que más sufrirán a causa de los errores de los más poderosos.

El propósito de la Iglesia en este tiempo es justamente promover la obra de la redención. Cuando los cristianos niegan o restan importancia al cambio climático, están corriendo el riesgo de desaprovechar esta oportunidad de dar testimonio.

A principios de 2021, la ONU declaró un «Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas». De 2021 a 2030, cooperativas públicas y privadas se esforzarán por recuperar 350 millones de hectáreas de tierras degradadas y eliminar hasta 26 gigatoneladas de gases de efecto invernadero de la atmósfera.

No hay razón para que la Iglesia no pueda tener visiones de renovación igual de audaces en respuesta al cambio climático. No obstante, nuestra labor debe apuntar a la reforma social y espiritual junto con la renovación ecológica. La ciencia puede poner de relieve la acción del cambio climático, y los políticos pueden regular las acciones y el comportamiento en las sociedades. Pero corresponde a la Iglesia apelar a las conciencias y hacer un llamado redentor a la cultura, porque en Cristo:

Se alegrarán el desierto y el sequedal;
se regocijará la estepa
y florecerá como la rosa…

Ellos verán la gloria del Señor,
la majestad de nuestro Dios. (Isaías 35:1-2)

Michael LeFebvre es ministro presbiteriano, académico del Antiguo Testamento y miembro del Centro de Teólogos Pastorales. Es autor de The Liturgy of Creation: Understanding Calendars in Old Testament Context.

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