Salvo Jesucristo y su madre María, pocas figuras bíblicas tienen más prominencia en la historia del arte cristiano que María Magdalena. Las pinturas y esculturas favorecen la representación de estas dos Marías, no solo porque aparecen con frecuencia en el Nuevo Testamento, sino porque desempeñaron papeles fundamentales en la vida de Jesús.

Por supuesto, la identidad de María de Nazaret es indiscutible. Ella es la joven desposada que concibió a Jesús, el Hijo de Dios, y estuvo presente con su Hijo y sus seguidores en varios momentos a lo largo de su ministerio terrenal, perseverando hasta el fin y más allá, cuando el Espíritu Santo llevó a los fieles a difundir la noticia de su salvación. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].

Sin embargo, la identidad de María Magdalena no ha sido tan clara. Cuando rastreamos sus representaciones visuales a lo largo del tiempo, nos encontramos con una historia rica, compleja e intrigante que, en última instancia, plantea una pregunta central: ¿Quién fue María Magdalena?

Cuando el arte cristiano dirige nuestra atención a esta María, rápidamente nos damos cuenta de que no hay una respuesta única. Como revela la última historia visual de Diane Apostolos-Cappadona, María Magdalena ha sido muchas cosas para la iglesia en todo el mundo a lo largo de los siglos.

De hecho, la exposición de 2002 «En busca de María Magdalena», organizada por Apostolos-Cappadona, presentó más de 80 obras de arte y objetos que representaban a María Magdalena. Patrones repetidos dentro de la historia del arte la asocian con un frasco de unción, el cabello largo y la desnudez. Es representada como el epítome de una pecadora arrepentida y una prostituta reformada, famosa por su ferviente amor a Cristo y su humildad ante Él. Se le reconoce por su presencia frente a la cruz y en la tumba del huerto. También es recordada por sus valientes viajes misioneros como evangelista y predicadora.

La representación artística de María Magdalena permite vislumbrar las interpretaciones tradicionales de la iglesia acerca de su historia con base en el texto bíblico, así como el impacto que tuvieron las leyendas medievales.

El Instituto de Arte de Chicago acogió recientemente dos pinturas del reconocido artista italiano Caravaggio. Una de ellas, Marta y María Magdalena (pintado alrededor de 1598), ilustra las dificultades para discernir la historia de María Magdalena.

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Al emparejar a María Magdalena con Marta, Caravaggio siguió las enseñanzas del siglo VI del Papa Gregorio Magno, quien absorbió las referencias bíblicas de María de Betania en la persona de María Magdalena. Bajo la dirección de Gregorio, en la mente medieval, María Magdalena se convirtió en la hermana de Marta y Lázaro. Para la época en que vivió Caravaggio, después de la Reforma, los avances en la exegética para distinguir a María de Betania de María Magdalena se habían convertido en una controversia entre protestantes y católicos romanos. ¿Había dos Marías en estos pasajes o solo una? Como ha demostrado el trabajo de Margaret Arnold, las tensiones entre la tradición de la iglesia y la sola Scriptura también giraron en torno a María Magdalena.

Examinar la pintura de Caravaggio revela otra capa de complejidad. En ella, María Magdalena mira un espejo convexo, un artículo de lujo a principios de la época moderna. Aunque en el mundo actual estamos demasiado familiarizados con encontrar nuestro propio reflejo, eso no era tan común entonces. Los espejos no se convirtieron en artículos para el hogar sino hasta el siglo XVII, y no comenzaron a reemplazar los tapices de las paredes sino hasta el siglo XVIII. Mientras tanto, el espejo convexo se asociaba con la distorsión del yo, una referencia a la autopercepción y la necesidad de confrontar el pecado humano.

Al asociar a María Magdalena con un espejo convexo, Caravaggio suscita temas de pecado y penitencia, mismos que habían enmarcado su historia durante siglos debido a su asociación con la mujer pecadora de Lucas 7. La combinación ocurre de esta manera: María Magdalena y María de Betania se unieron como una sola [por las enseñanzas de Gregorio Magno], y luego, las similitudes en los relatos de la unción (Juan 12:1-8, donde María de Betania unge a Jesús, y Lucas 7:36-50, donde una mujer pecadora anónima unge a Jesús) arrojaron una reputación de pecaminosidad sobre María Magdalena.

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Recordar correctamente a María Magdalena no es una tarea sencilla. Las imágenes artísticas a menudo reflejan la confusión de las lecturas tradicionales del texto bíblico, así como capas de leyendas medievales que ampliaron su historia.

Un ejemplo más contemporáneo, la serie sobre la vida de Jesús de Dallas Jenkins, The Chosen [Los elegidos], rápidamente generó revuelo desde su primer episodio simplemente al presentar la vida de Jesús a través de dos personajes improbables y a menudo pasados por alto: María Magdalena y Nicodemo.

El creciente interés por considerar la identidad y el significado de María Magdalena debería llevarnos a analizar nuevamente el texto bíblico. Puede que no aparezca en todas las páginas de los relatos de los Evangelios, pero en las múltiples ocasiones en que aparece, ocupa un lugar destacado como testigo ocular y como receptora de gracia.

Image: Ilustración de Chloe Cushman

El registro del Nuevo Testamento crea un cuadro convincente de la vida y la fe de María Magdalena. Lucas la presenta de esta manera:

Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas noticias del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena y de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos. (Lucas 8:1-3, NVI)

Lucas la distingue de muchas otras Marías como «a la que llamaban Magdalena». A menudo, los eruditos han asociado este título con un próspero pueblo de pescadores en el lado occidental del Mar de Galilea, supuestamente llamado Magdala por una torre que estuvo presente en su puerto en una época anterior (magdala significa «torre» en arameo). La gente (y la riqueza) habían fluido hacia aquella zona, haciéndola pasar de ser una pequeña aldea a una verdadera polis judía que rivalizaba con las ciudades de la Decápolis. Descubrimientos arqueológicos recientes han desenterrado una próspera sinagoga y baños helenísticos.

Dado que Lucas hace referencia a la generosidad de María, si ella era originaria de Magdala, probablemente fue una de las personas que se beneficiaron de esas riquezas.

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Sin embargo, a pesar de su generosidad material, su experiencia de vida también incluyó un periodo de opresión. Debido a que María era una seguidora de Jesús, y dado que los escritores de los Evangelios buscan demostrar que Jesús es especialmente poderoso en la habilidad del exorcismo, se deduce que probablemente Él expulsó demonios de ella. Ella, junto con las demás mujeres que viajaban con Él, habían sido sanadas de diversas enfermedades, tanto espirituales como físicas.

En otro caso en el ministerio de Jesús, cuando los sanados quisieron irse con Él, Él se negó. Los envió de regreso a sus hogares (Lucas 8:38-39; 14:4). Pero a estas mujeres, Él les permitió seguirlo.

El alcance de la sanación de María Magdalena la distingue. En otras enseñanzas, Jesús describe a una persona con siete espíritus [malignos] para ejemplificar una situación desesperada (Lucas 11:26).

Un número de consumación o cumplimiento, el número siete indica que los demonios habían invadido toda la vida de María. Si la posesión por un espíritu produce terror, siete sería casi inimaginable. María es, entonces, un ejemplo de alguien que recibió mucho al recibir la sanidad. Y por lo tanto, de ella se requiere mucho (Lucas 12:48).

Sin embargo, ella cumple sobradamente su deuda de gratitud con Jesús. Mientras Él recorría las ciudades y los pueblos predicando las buenas nuevas del reino de Dios, ella estaba allí con Él, y era la primera entre las mujeres nombradas. Este es uno de los espacios más claros del Nuevo Testamento donde nuestra visión de los seguidores de Jesús se amplía para incluir a más que los doce discípulos. Los doce están ahí, pero no son los únicos. El círculo es más amplio.

Para mostrar su agradecimiento, María y las otras mujeres sirven al ministerio de Jesús con sus posesiones. Si alguien alguna vez se preguntó cómo sobrevivieron Jesús y sus doce discípulos cuando dejaron sus trabajos, esta es parte de la respuesta. Estas mujeres ayudaron a pagar las cuentas. En el transcurso de sus numerosos viajes, financiaron, observaron y participaron en su ministerio.

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Los lectores podrían esperar que Lucas haga mención de ellas porque tiende a indicar la presencia de mujeres junto a los hombres (Lucas 23:27, 49), sin embargo, Mateo y Marcos también hacen referencia al grupo mixto de seguidores. Ambos evangelistas mencionan a las mujeres que siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, sirviéndolo durante ese largo viaje (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41).

En las tres referencias, se menciona primero a María Magdalena. Ella era una de las seguidoras más antiguas de Jesús y estaba profundamente comprometida con su ministerio. Tenía una historia que contar sobre lo que su Señor había hecho por ella. Debido a que continuó siguiendo a Jesús hasta el final de su vida, fue testigo de los eventos que cambiaron al mundo. Ella estuvo presente para observar su muerte, sepultura y resurrección.

Mateo, Marcos y Lucas indican que un grupo de mujeres observaba a distancia cuando Jesús fue crucificado (Lucas 23:49; 24:10). El nombre de María Magdalena aparece en primer lugar en las listas de mujeres presentadas por Mateo y Marcos. Si bien ellas no negaron a Jesús como lo hicieron algunos de los otros discípulos, el que ellas miraran desde lejos tal vez no le brindó a Jesús ningún consuelo. Los intérpretes se han preguntado si los evangelistas están evocando el Salmo 37:12 de la Septuaginta (Salmo 38:11, en nuestras Biblias), donde la dificultad de quien sufre se agrava cuando sus amigos y familiares mantienen distancia.

Sin embargo, según el relato de Juan sobre la Crucifixión, María no permaneció a distancia: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la esposa de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19:25, énfasis añadido).

En algún momento, ella se aproximó para estar cerca de Jesús, lo suficientemente cerca como para poder oírlo hablar. Dado que fue crucificado como aspirante al trono, asociarse con Él podría haber implicado un alto costo. Sabemos que las primeras mujeres cristianas fueron encarceladas y perseguidas por su fe. Romanos 16:7 menciona la terrible experiencia de Junia, y una carta del gobernador romano Plinio al emperador Trajano del siglo II menciona a dos diaconisas que fueron interrogadas y torturadas. No obstante, María tuvo el valor de arriesgarse a fin de estar presente para consolar a Jesús y a su madre.

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Todos los evangelios indican que María seguía estando presente después de la muerte de Jesús. Recorrió la corta distancia desde la cruz hasta la tumba para ver dónde fue colocado el cuerpo de Jesús (Lucas 23:55). Ella estuvo dispuesta a presenciar lo que suele ser la parte más difícil de una pérdida: el momento en que la muerte parece definitiva, la colocación del cuerpo de la persona en su lugar de descanso, cuando el polvo vuelve a ser polvo.

Después de guardar el resto del sábado, María y las demás mujeres regresaron a ese sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús con perfume y especias. Ungir un cadáver con aceite era común, pero las especias indicaban algo especial. Parece que María y las otras mujeres que habían estado proveyendo económicamente para el ministerio de Jesús siguieron haciéndolo, junto con Nicodemo (Juan 19:39). Los lectores pueden ver el profundo compromiso de quienes estuvieron dispuestos a realizar esta tarea.

Al estar dispuestas a cuidarlo hasta ese último momento, María y las otras mujeres presenciaron el momento más definitivo de la vida humana de Jesús. Cuando regresaron al sepulcro, no encontraron el cuerpo de Jesús. En cambio, encontraron seres celestiales vestidos de un blanco deslumbrante que las consolaron en su conmoción, les recordaron que Jesús había predicho precisamente este evento y las impulsaron a ir a contarles a los otros discípulos la noticia de su resurrección (Mateo 28:5-7; Marcos 16:6-7). Entonces Jesús mismo salió a su encuentro y les encargó que proclamaran esto a los demás seguidores (Mateo 28:10).

María Magdalena es la única de estas mujeres mencionada por nombre en los cuatro relatos de los Evangelios, lo que significa que cada uno de los evangelistas creyó que ella era lo suficientemente importante como para nombrarla. María estuvo presente con Jesús en su ministerio, muerte y resurrección, y Él le dijo que contara esa historia. Por este motivo, ha sido recordada en el cristianismo oriental y occidental como la primera apóstol.

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El testimonio de María Magdalena desde la tumba y más allá habla del inmenso poder redentor de Dios que la libró de siete demonios. También da testimonio del poder sustentador de Dios, mismo que ella aceptó, para concederle el fiel ministerio de estar presente en los momentos clave de la vida de Jesús. Entonces ella fue fiel al proclamar la buena nueva acerca de Él que cambiaría al mundo, habiendo sido comisionada por el mismo Jesús para hacerlo.

De hecho, en la extensa narración de Lucas sobre el nacimiento de la iglesia, María Magdalena parece estar incluida entre los que tienen el encargo de anunciar las Buenas Nuevas, no solo a los demás discípulos, sino también a todas las personas. En Lucas 24:33, se mencionan los once discípulos y «los que estaban reunidos con ellos», que incluirían a María Magdalena y las otras mujeres que habían regresado para testificar de su resurrección (vv. 9-10). Entonces aparece Jesús y les dice a todos: «Ustedes son testigos de estas cosas» (v. 48).

Un testigo es una persona que ha visto algo y puede contar lo que vio. Jesús les instruye a sus testigos a esperar la venida del Espíritu, y Lucas deja en claro que el Espíritu Santo fue derramado tanto sobre los siervos como sobre las siervas de Jesús (Hechos 2:17-18). Al describir los acontecimientos posteriores a la Resurrección en su sermón en Antioquía de Pisidia, Pablo resume: «Durante muchos días lo vieron los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y ahora ellos son sus testigos ante el pueblo» (Hechos 13: 31, énfasis añadido).

Debido a que María subió con Él desde Galilea a Jerusalén, porque Él se le apareció resucitado, ahora es una de sus testigos ante el pueblo.

Su constante fidelidad bien podría reflejarse en su nombre. Conversaciones recientes entre eruditos del Nuevo Testamento, impulsadas por el trabajo de Elizabeth Schrader Polczer, se han preguntado si «Magdala» no describe su ciudad natal sino su carácter. Ella es una torre de la fe que señala firmemente el camino a Aquél que le dio libertad y una misión. La iglesia también ha reconocido de esta manera el significado de su nombre, aunque no siempre lo haya recordado.

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Dios les da a todos los seguidores de Jesús el desafío de abrazar el poder del Espíritu para emular la fidelidad de María tanto de palabra como de hecho. Una vez más, la revelación de las Escrituras nos declara que Dios no tiene la intención de trabajar en este mundo excluyendo a las mujeres.

La prevalencia de su representación en el arte cristiano muestra tanto una apreciación del papel fundamental que desempeñó, como la confusión sobre su identidad. La Biblia nunca menciona la naturaleza de los demonios que la afligieron o la naturaleza del pecado de la mujer anónima en Lucas 7 con quien ha estado asociada. Pensar en ella como una prostituta es leer entre líneas y más allá del texto bíblico.

Pero el espejo de Caravaggio no se equivoca. Ella había estado atrapada en la red del pecado, afligida por fuera y por dentro por los poderes de las tinieblas (como todos nosotros) y necesitaba profundamente al Salvador, Jesucristo.

A pesar de las confusiones a lo largo de los siglos, la respuesta a la pregunta «¿Quién fue María Magdalena?» es clara. Fue una pecadora redimida a quien el Espíritu de Dios le dio poder para seguir a Jesús y a quien Jesús mismo le encargó que anunciara las buenas nuevas de su resurrección en la mañana de Pascua.

Al encontrarnos con su imagen, usémosla como un espejo para vernos a nosotros mismos y ver lo que nosotros, por el poder misericordioso de Dios, podemos llegar a ser: apóstoles, enviados a anunciar las buenas nuevas de la resurrección.

Jennifer Powell McNutt preside la cátedra Franklin S. Dyrness de Estudios Bíblicos y Teológicos en Wheaton College y es autora de The Mary We Forgot (Brazos Press, octubre de 2024).

Amy Beverage Peeler preside la cátedra Kenneth T. Wessner de Estudios Bíblicos en Wheaton College y es autora de Women and the Gender of God.

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