Al hablar en la Convención Nacional de los Demócratas en 2016, la cantante Demi Lovato aprovechó la poderosa plataforma para llamar la atención acerca de la necesidad del cuidado de la salud mental en Estados Unidos. «Al igual que millones de estadounidenses, yo vivo con una enfermedad mental», dijo [enlaces en inglés]. «Demasiados estadounidenses de todas las clases sociales no reciben ayuda, ya sea porque temen al estigma o porque no pueden permitirse el costo del tratamiento». [Enlaces en inglés].

«Enfermedad mental» es una categoría que suena aterradora y que abarca una amplia diversidad de luchas invisibles. Mira a tu alrededor un domingo. Lo más probable es que haya cristianos junto a ti que estén sufriendo silenciosamente un trastorno de ansiedad o de pánico, un trastorno bipolar (como el que Lovato padece), distimia o un cuadro depresivo mayor (como el que yo he sufrido). Ya sea por experiencia personal, o por medio de alguien que conozcamos, aquellos de nosotros que hemos padecido a causa de una batalla con la salud mental sabemos que recibir ayuda puede ser la parte más difícil.

En términos generales, las mujeres tienen el doble de probabilidades de experimentar problemas de salud mental debido a los grandes cambios hormonales que se producen en el embarazo y la menstruación. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), el 30 % de las mujeres de entre 18 y 44 años de edad padecen depresión, y muchas de ellas no reciben la ayuda que necesitan. (Durante casi seis meses yo no recibí ayuda médica ni terapia a falta de un diagnóstico apropiado. E incluso después, mi proceso de recuperación se complicó por malos consejos, maltrato y malas decisiones acerca de en quién podía confiar).

Por desgracia, a muchos de los que hemos levantado la voz dentro de la comunidad de la iglesia se nos ha dicho que «debíamos orar más» o que «tuviéramos más fe». Estas sugerencias pueden parecen bienintencionadas, pero a menudo desmotivan y aíslan a los que tienen una necesidad desesperada de apoyo. «Es una reacción casi instintiva juzgar a las personas cuando se muestran vulnerables», escribió la actriz Kristen Bell acerca de su propia historia. «Pero no hay nada de debilidad en batallar contra una enfermedad mental. Es solo que vivir dentro de tu propio cerebro te resulta mucho más difícil que a otras personas».

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Ella tiene razón: luchar contra una enfermedad de cualquier clase hace vulnerable a una persona, y un cerebro enfermo pone a esa persona en un estado particularmente vulnerable, debido a que a menudo es imposible discernir el problema desde dentro. El cerebro enfermo no puede ver el cerebro enfermo. Lo más común es que alguien que se encuentra en medio de un episodio depresivo o un ataque de pánico apenas si puede emitir un grito de ayuda.

Como personas que viven en una comunidad cristiana, deberíamos estar dispuestos a ofrecer un conocimiento práctico y un apoyo misericordioso a las personas que están experimentando una crisis de salud mental. Con eso en mente, aquí explico tres maneras en las que creo que cada iglesia se coloca en una mejor posición para ayudar:

1. Fe en algo mejor.

«Ten fe en que al otro lado de tu dolor hay algo bueno», dijo Dwayne Johnson «La Roca», en Oprah Presents Master Class. Expresó que deseaba que alguien le hubiera transmitido esta idea durante un momento bajo de su vida en el que «lloraba constantemente». Su mensaje es similar al de la campaña «It gets better» [«Todo mejora»]; sin embargo, muchas personas que sufren depresión u otras enfermedades mentales saben que a veces todo empeora. Todo el mundo necesita una razón para seguir intentándolo. He estado en suficientes grupos de terapia y consultas médicas como para saber que la única razón por la que la gente sigue buscando respuestas frente a la desesperanza incapacitante es porque creen que algo ayudará: los medicamentos, los doctores, las relaciones, la terapia, o a veces la pura libertad de vivir en lo más bajo del abismo.

Sin embargo, he visto los mejores resultados cuando las personas ponemos nuestra fe no solo en los doctores, la medicación o las terapias, que tienen sus límites, sino también en Dios. Él es la razón de que yo todavía crea que hay «algo bueno» al otro lado de mi dolor.

Si sabes de alguna persona en tu iglesia que está sufriendo como me sucedió a mí, acompáñala. Ora por ella. Evita clichés baratos como «ten fe» y ofrece en cambio apoyo práctico: contacta a esa persona regularmente, recuérdale que no está sola, o pregúntale por su tratamiento, ya que es un modo de reconocer ante ella que su enfermedad es real.

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2. Resiliencia.

Los mileniales consumen más antidepresivos que cualquier otra generación. Según los CDC, a más del seis por ciento de las personas de entre 18 y 39 años se les han prescrito antidepresivos. Los de mi generación bien nos podríamos definir como los que estamos «atrasados» en nuestras carreras (el 40 por ciento de los desempleados son mileniales), en los salarios y en nuestras vidas personales (nos casamos tarde y algunos volvemos a mudarnos con nuestros padres). No es de extrañar que estemos deprimidos. Además de todo eso, las horas que pasamos en terapias, en consulta con psiquiatras o lidiando con los síntomas de un trastorno (o con los efectos secundarios de la medicación) a menudo parecen tiempo «perdido». Para luchar con mis problemas de salud mental he gastado mucho tiempo y dinero, así como capital emocional y relacional: todos ellos recursos que creo que podría haber empleado mejor en otra parte. Encuentro consuelo al saber que el cristianismo ofrece una promesa de restauración mayor que cualquier pérdida (Joel 2:25; Job 42:10-17). En la Biblia a menudo las personas caen, sus vidas se caen a pedazos y, aun así, Dios las levanta de nuevo.

Con esto en mente, si te encuentras con alguien de tu iglesia que esté batallando con pensamientos suicidas o cualquier otra forma de desesperanza, lo primero es afirmar su dolor, y después ofrecerle la gracia del optimismo.

3. La perspectiva ‘estacional’.

«Por ahora» es el mantra que mi terapeuta me dio para superar los episodios depresivos y los días difíciles. Eclesiastés 3 proporciona un mantra similar: «Hay un tiempo para todo». La salud mental también se compone de temporadas. Yo estoy ahora mismo en una temporada de antidepresivos y, aunque puede que sea cíclico, espero que finalmente termine. Para la mayoría de las personas, las circunstancias cambian, las reacciones del cerebro cambian, y la terapia apropiada también cambia junto con la situación. Con los problemas de salud mental, mantener una perspectiva de largo alcance es clave para sobrevivir. Lo más difícil y lo más importante que hay que hacer es, simplemente, perseverar.

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Si alguien cerca de ti está pasando por un episodio de salud mental aislado o por un problema crónico, anima a esa persona a dar nombre a la temporada en la que se encuentra, recuérdale que las temporadas cambian, y camina a su lado cuando se enfrente al día a día.

«No creo que [mi problema] esté arreglado», compartió Lovato en el documental de MTV sobre su «recuperación» en un centro de tratamiento. «La gente cree que eres como un coche en un taller. Vas, te arreglan y te vas. Esto conlleva un arreglo continuo».

Así como en la salud espiritual, la salud mental es una necesidad constante para todo ser humano. Aunque los que batallamos con ello somos cada uno responsables de nosotros mismos, también descansamos en el poderoso apoyo de nuestra comunidad para estar seguros de que podemos obtener el cuidado que necesitamos. Comienza con la concientización dentro de cada iglesia local. Del mismo modo que cada vez más personajes seculares se atreven a hablar públicamente, los cristianos deberían dar un paso al frente para ser, como dice Lovato, «la prueba de que puedes vivir una vida normal y empoderada [aun] con una enfermedad mental».

La Biblia está llena de exhortaciones a cuidar de los más vulnerables entre nosotros: aquellos que claman por misericordia y sienten que no tienen dónde ir. Los que nos enfrentamos a una crisis de salud mental estamos entre los más vulnerables. Necesitamos su reconocimiento. Necesitamos sus oraciones. Necesitamos su presencia. Y necesitamos ser parte de la comunidad de la iglesia, especialmente mientras luchamos por encontrar una medida adicional de gracia.

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