En Estados Unidos está teniendo lugar una salida masiva de la iglesia y se han señalado como culpables desde el abuso religioso hasta la apatía y los medios digitales. Este debate ha dado lugar a muchas hipótesis y a otras tantas soluciones inverosímiles. Pero la mayoría de los análisis sobre la salida de la iglesia evangélica pasan por alto el problema más profundo: que a los feligreses se les enseña y se les modela una teología anémica de la iglesia. El llamado a salir de la iglesia puede, de hecho, venir del interior del edificio.

Daniel Williams escribió recientemente para CT que muchas luminarias evangélicas rara vez asistían a la iglesia de manera consistente, y esto iba acompañado de una eclesiología débil. Williams afirma que el problema de la salida de la iglesia en la actualidad no se debe simplemente al mal precedente sentado por los líderes evangélicos. El problema es también el supuesto evangélico básico de que la vida cristiana es, en última instancia, una aventura individual, fundamentalmente entre Dios y el alma.

Dentro de los círculos evangélicos, intencionadamente o no, la iglesia se ha tratado con frecuencia como una faceta opcional de la vida cristiana, principalmente como un medio para ayudar a cada uno de nosotros a vivir una fe personal. La iglesia es algo que existe para facilitar el crecimiento o la experiencia espiritual del individuo. Pero esta interpretación no tiene en cuenta que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, es intrínseca a la vida de fe.

Tratar de abordar la crisis de la salida de la iglesia apelando a los beneficios prácticos que la iglesia ofrece para el individuo es, por lo tanto, tratar de revivir los mismos problemas que nos trajeron aquí en primer lugar. Apelar a la experiencia individual no es el camino a seguir. El pecado es, desde el principio, una obra de división y separación; la transformación de un pueblo en individuos dispersos. Y, por supuesto, la cura de Dios no puede tomar la forma de la enfermedad.

Como ha dicho Gerhard Lohfink [enlace en inglés], Dios tendrá un pueblo, no solo un conjunto de individuos. Ser un pueblo es existir colectivamente a través de nuestra oración, nuestra piedad y nuestro propósito, inseparables unos de otros. Cuando las Escrituras nos ordenan reunirnos, es porque así es como Dios nos ha llamado y lo que Dios nos ha llamado a ser: un pueblo nuevo entre los pueblos del mundo, un templo santo en el que se han unido las piedras individuales (Hebreos 10:25; Efesios 2:21).

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Entonces, ¿qué deben hacer las iglesias para recuperar su identidad como pueblo? ¿Cómo redimimos, en palabras de Williams, una eclesiología evangélica?

Dietrich Bonhoeffer escribió Vida en comunidad en otra época de crisis eclesiástica, cuando Bonhoeffer ayudaba a fundar un nuevo seminario para la incipiente Iglesia Confesante o Iglesia de la Confesión. La Iglesia Confesante se había establecido como alternativa a la Iglesia Nacional Alemana, la cual había modificado su confesión de fe para incluir una nueva cláusula que ofrecía lealtad al Führer.

Al vincularse plenamente a Adolf Hitler, la Iglesia Nacional intentó establecerse como una verdadera «iglesia del pueblo», sin duda una estrategia para la supervivencia a largo plazo, pero a un costo herético. Aunque el contexto de Bonhoeffer era diferente, los desafíos a la supervivencia cultural de la iglesia nos obligan hoy a plantearnos la misma pregunta: ¿Qué es «la iglesia» que intentamos salvar?

La iglesia, escribe Bonhoeffer, no se centra en la experiencia individual ni en la capacidad de un líder fuerte para proyectar una visión convincente. Esto puede sostener a las iglesias, pero solo durante un tiempo. Por el contrario, la iglesia en todas sus prácticas está destinada a ser una comunidad, un pueblo que se encuentra con Cristo de manera colectiva, y no simplemente un grupo de individuos que viven unos junto a otros.

Esta comunidad debe centrarse en Cristo, quien está presente en medio de ella. Cristo ha llamado a cada persona a ir más allá de sí misma para formar parte de este cuerpo corporativo. Cristo es por quien la iglesia sobrevive y tiene éxito, y Cristo es quien convoca a un cuerpo centrado en ser el pueblo de Dios en el mundo.

Si nos acercamos a Bonhoeffer con la esperanza de que nuestras iglesias tendrán éxito si las convertimos en comunidades, nos estaríamos perdiendo su mensaje central: que la comunidad es lo que hace que sea una iglesia.

Para Bonhoeffer, una vida cristiana individual es imposible. Puesto que el Espíritu de Dios ha reunido un cuerpo, nos encontramos con Cristo a través de las palabras que nos dirigimos unos a otros, a través de la Comunión que comemos juntos, y a través de las Escrituras que leemos y vivimos en comunidad. Las prácticas que recomienda en Vida en comunidad no tienen tanto que ver con el éxito de la iglesia como con hacer de la iglesia una comunidad.

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Pero el trabajo de convertirse en un pueblo no significa adoptar un nuevo programa. Significa volver a prestar atención a las prácticas que nos resultan más familiares de la vida cristiana —el canto congregacional, la lectura de las Escrituras, compartir los alimentos— solo que con un fin más profundo en mente: llegar a ser una comunidad. De este modo, aunque Vida en comunidad es un libro totalmente práctico, también es profundamente teológico.

Cuando leemos juntos las Escrituras, por ejemplo, Bonhoeffer aconseja seleccionar pasajes más largos que nos recuerden la obra continua de Dios entre su pueblo, una obra en la que está injertada la iglesia de hoy. Esos pasajes se centran en la historia secular que compartimos con los cristianos a lo largo de la historia, en lugar de centrarse en el contexto individual de una persona. Elogia los Salmos en particular, el libro de oraciones de Israel que dirige nuestra atención a la conexión permanente de la iglesia con Israel y a nuestro llamado a ser un pueblo.

Del mismo modo, cuando cantamos juntos, recomienda cantar al unísono para centrar nuestra atención no en nuestras experiencias individuales, sino en la realidad de que Dios nos ha convertido en un solo pueblo. Y cuando oramos juntos, Bonhoeffer nos aconseja que oremos primero por las cosas que conciernen a nuestra vida común, no por las concernientes al individuo.

Cuando nos dispersamos durante la semana, hay tiempo suficiente para que Cristo hable a nuestras preocupaciones individuales y a nuestras vidas personales a través de las Escrituras. Pero incluso estos tiempos, dice Bonhoeffer, son para la edificación del cuerpo más amplio, para que podamos reinvertir en la iglesia las cosas que Cristo nos ha dado mientras estábamos separados unos de otros.

Un ethos similar se aplica a la forma en que leemos las Escrituras, compartimos los alimentos y pensamos en las misiones. Si el objetivo de la práctica eclesial es que nos unamos como pueblo, entonces no solo importa lo que hacemos, sino cómo lo hacemos.

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Como nos recuerda Bonhoeffer: «La fraternidad cristiana no es una idea que debamos comprender; es más bien una realidad creada por Dios en Cristo en la que podemos participar». Las prácticas de oración, canto y culto no son píldoras mágicas, sino invitaciones de Dios a una realidad más profunda que Cristo ha hecho posible [enlaces en inglés].

Invitamos a todos los creyentes —no solo a los excelentes lectores— a ser lectores de la Escritura. Comemos de tal manera y a tal hora que todos puedan reunirse. Hacemos misiones no para convertir a la gente en individuos religiosamente afiliados, sino para que se conviertan en miembros de una comunidad en la que los dones serán resaltados y en la que podremos recibir las palabras de Cristo por medio de los demás.

Al comentar la naturaleza recíproca de la oración, Bonhoeffer dice que lo que hace posible que un individuo ore por el grupo es «la intercesión de todos los demás por él y por su oración». Se pregunta: «¿Cómo podría una persona elevar la oración de la comunidad sin ser sostenida en la oración por la comunidad misma?».

Cualquiera que sea la vida espiritual que tenga el individuo, esta depende primero de la comunidad que Dios está creando en Cristo. La iglesia aquí no es una ocurrencia tardía: es la presunción. Dios está creando un pueblo cuya vida en común en Cristo hace posibles todas las aventuras individuales de los creyentes para adentrarse en el mundo.

El Espíritu nos atrae de todas partes y va con nosotros a todo el mundo, estemos reunidos o no. Pero este salir tiene como meta que volvamos. Estamos llamados a ser un pueblo que vive unido, no un pueblo que se las arregla solo.

Si hay que abordar la cuestión de la salida de la iglesia, la respuesta no puede ser más de aquello que nos ha traído hasta aquí. Porque la iglesia nos ofrece algo que no puede clasificarse en la jerarquía de necesidades de Maslow: la iglesia nos da a Jesús y nos hace parte del cuerpo de Cristo. Y es en este cuerpo en el que nos convertimos en cristianos, en el que experimentamos la presencia de Cristo y somos transformados.

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Al igual que los discípulos aprendieron juntos a escuchar la voz de Jesús, nosotros también debemos hacerlo. No debemos limitarnos a revisar nuestra deficiente eclesiología evangélica que ve a la iglesia como una ayuda adicional a las necesidades de una vida de fe; por el contrario, debemos abandonar por completo esa forma de pensar. Y si la salida de la iglesia trae como resultado el abandono de esta visión errónea de la iglesia, tanto mejor.

Myles Werntz es autor de From Isolation to Community: A Renewed Vision of Christian Life Together. Escribe en Christian Ethics in the Wild y enseña en la Abilene Christian University.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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