Nunca es divertido sentir que te han reemplazado, y a los discípulos de Juan el Bautista realmente les disgustó. Mientras Juan y sus seguidores bautizaban cerca de Salín, Jesús también comenzó a bautizar en los campos cercanos de Judea. Alarmados de que este nuevo maestro tuviera más éxito que el suyo, los discípulos de Juan le expresaron su preocupación de que «todos» estaban acudiendo a Jesús para bautizarse (Juan 3:26), quizás esperando una indignación similar o una respuesta competitiva de su maestro. Sin embargo, Juan les mostró la belleza de la paradoja del eEvangelio.

Estos discípulos sintieron temor ante el inesperado giro de los acontecimientos, pero Juan les recordó lo que había estado diciendo todo el tiempo: «Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él» (v. 28). De hecho, al conocer la noticia del éxito de Jesús, Juan dijo que esa era la alegría que lo inundaba (v. 29).

La popularidad de Juan estaba terminando. Su éxito se desvanecía. Su influencia declinaba. Para la mayoría de nosotros, esto sería motivo de desánimo y envidia; sin embargo, para Juan fue motivo de gozo. Esta es la hermosa paradoja del Evangelio. La vida cristiana consiste en perder para encontrar. En dar para ganar. En morir para vivir. Esto significa que a veces es bueno menguar, perder influencia exterior o bajar de rango.

Juan dice: «A él le toca crecer y a mí, menguar» (v. 30). En una época típicamente asociada con el ajetreo y el incremento —más cosas que hacer, más cosas que comprar y más gente a la que ver— quizás tú te encuentres en una época de decrecimiento. Puede que hayas perdido a un ser querido y tengas menos sillas alrededor de la mesa. Tal vez perdiste un empleo y ahora tu calendario está más vacío y la pila de regalos alrededor del árbol tal vez será más pequeña.

Al igual que los discípulos de Juan, podemos preocuparnos o lamentarnos por los cambios. Sin embargo, justo antes de recordarle a sus discípulos que él no era el Mesías, Juan les recordó que todo es un regalo de Dios (v. 27). Juan tenía una visión adecuada de su misión. No tenía un concepto demasiado elevado de sí mismo, como si fuera el propio Cristo, pero también sabía que tenía valor y propósito en el plan de Dios.

En el capítulo 1 de su Evangelio, Juan el apóstol le recuerda al lector que «Juan [el Bautista] no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz» (v. 8). Cristo es la «luz verdadera» (v. 9). Juan sabía que su papel era importante, pero él no era el centro de la historia.

Durante este tiempo de Adviento, podemos abrazar el hecho de que cualquier éxito que tengamos no es obra nuestra, sino que es la bondad del cielo derramada inmerecidamente sobre nuestras vidas. Podemos someternos a lo que Dios tiene para nosotros, tanto si nos lo da como si nos lo quita, porque nuestras vidas no son nuestras, sino que pertenecen a Dios (1 Corintios 6:19). No importa dónde estemos en la vida, podemos confiar humildemente en los planes de la Luz verdadera, y dar testimonio de su gloria.

Laura Wifler es escritora, cofundadora y presentadora del pódcast Risen Motherhood. Es autora de varios libros para niños, entre ellos Any Time, Any Place, Any Prayer.

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