Cuando mi madre estaba embarazada de nueve meses de mí, ella y mi padre tuvieron que huir repentinamente de su país. Había estallado una guerra y los combates se extendían por las calles de la capital donde vivían. A causa del trabajo de mi padre, los guerrilleros lo tenían en el punto de mira. Nuestra familia corría un gran riesgo.

Me imagino a mi madre en ese tiempo, cargando en ella una vida inocente, y me pregunto cómo se sentiría. Imagino que estaba temerosa, insegura de cómo se resolvería la situación; imagino a mis padres perdidos en el caos, confundidos por la forma en que se habían trastocado sus planes de formar una familia. Nadie quiere convertirse en refugiado con nueve meses de embarazo.

La historia contenida en Mateo 2:13-23 se me ha ido haciendo cada vez más vívida a lo largo de los años, a medida que he ido viendo sus similitudes con la historia que vivió mi familia. Me imagino a María, abrazada a su bebé. Imagino el miedo, la confusión y la desesperación cuando se preguntaban sobre las implicaciones de decir «sí» al llamado de Dios.

Nadie quiere convertirse en refugiado con un bebé. Mateo nos recuerda Oseas 11:1 en medio de esta historia, llena de profunda profecía: «Desde que Israel era niño, yo lo amé. De Egipto llamé a mi hijo». A pesar de las circunstancias oscuras y desesperadas, Dios tenía un plan perfecto y un propósito que no sería frustrado. Aunque huir de un dictador asesino no parezca el amor de Dios en acción, vemos cómo se van cumpliendo los grandes planes fundacionales. La experiencia de la familia de Jesús al huir y luego salir de la tierra de Egipto es el cumplimiento de la misma experiencia de Israel en el Éxodo. Las palabras que antes describían la experiencia del pueblo de Dios ahora hablan del Mesías, el Hijo de Dios.

Cuando considero la difícil situación de María y José, e incluso de mis propios padres, recuerdo la sabiduría del proverbio: «El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor» (Proverbios 16:9). Hacemos planes, creemos que sabemos cómo se moverá Dios, pero solo Él conoce realmente los pasos que daremos. A veces esos pasos nos llevan a un lugar conocido y de consuelo, y a veces nos alejan del único hogar que conocemos para adentrarnos en una nueva tierra donde llegaremos a conocer a Dios como nuestro único y verdadero consuelo.

Mis padres pudieron establecerse en un nuevo hogar en una tierra extranjera. Pudieron criar a sus hijas para que conocieran y amaran a Jesús. María y José pudieron criar a Jesús y unirse a la historia de Dios de rescatar a su pueblo, cumplir una profecía largamente esperada y emerger de aquella tierra lejana para establecer un reino nuevo y eterno. Durante este Adviento, me asombra una vez más la forma en que Dios ha tejido los hilos de su plan, de generación en generación.

Kristel Acevedo es autora, profesora de la Biblia y directora de formación espiritual en Transformation Church, en las afueras de Charlotte, Carolina del Norte.

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