Todos los días le recuerdo a mi hijo cuánto lo amo. Hace unos meses había notado que estaba preocupado y triste. Como muchos niños de su edad, estaba agobiado por las noticias de tiroteos en las escuelas, disturbios, la pandemia y las tensiones políticas. Para ser sincera, yo también tenía mucho miedo. Pero le recordaba a menudo: «Kingston, eres amado. Estamos a salvo. Dios está con nosotros en medio de todo esto, aunque no puedas sentirlo». A mi hijo, como a muchos de nosotros, le cuesta creerlo. Hay pesadumbre en el mundo. ¿Dónde está la esperanza?

En Isaías 7:10-14, encontramos al rey Acaz asustado en medio de inminentes peligros y luchas políticas. Los enemigos se acercaban a la nación de Judá, y en el corazón rebelde de Acaz surge la necesidad de buscar rescate y alivio en otra parte. El rey conocía la ley de Dios, sin embargo, no confiaba en ella. Mientras Dios buscaba ofrecer seguridad, Acaz se dejó gobernar por la idolatría, hasta el punto de sacrificar a su propio hijo (2 Reyes 16). Dios dejó claro lo que esto significaría para Judá: si Acaz no escuchaba sus instrucciones y actuaba en consecuencia, la destrucción sería inevitable (Isaías 10–11).

Dios persiguió implacablemente al rey de Judá no solo porque deseaba que Acaz se arrepintiera, sino porque deseaba la salvación de todo su pueblo. Con el mismo fin, Dios nos persigue a nosotros a través de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Los ojos de Acaz estaban distraídos por lo temporal, mientras que la perspectiva eterna llamaba a su puerta. Pero así como la gracia de Dios continúa en nuestra infidelidad, incluso cuando Acaz rechazó el poder y la presencia de Dios, Isaías le dio una señal: «Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo y lo llamará Emanuel» (Isaías 7:14).

Con el nacimiento de Jesús llegó una gran salvación. La esperanza ya está aquí (Mateo 1:20-22). Dios está con nosotros, en medio de nuestra confusión y de las condiciones a menudo amenazantes de nuestro mundo. Él bajó del cielo para ofrecernos esperanza eterna en nuestras aflicciones momentáneas. Nos pide que escuchemos y creamos, y nos ayuda a hacerlo en nuestra debilidad e incredulidad.

Cuando mi hijo tenía miedo, yo era implacable al perseguir su corazón, del mismo modo que Dios persigue el nuestro. Necesitaba que mi hijo supiera que el miedo no tenía que gobernarnos, sino la esperanza en Cristo. En una época en la que muchos de nosotros sabemos que la duda y el miedo son reales, el amor de Jesús por su pueblo abunda implacablemente. Él es el rescate pagado por la vida de muchos y nos promete: «Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes» (Isaías 66:13). Él es nuestra gran señal: un Rey que nos regala la vida a cambio de su muerte. En este día, no endurezcas tu corazón como Acaz; antes bien, ten certeza de que el poder de Dios está en ti, que su presencia te acompaña, y que su promesa te cubre.

Alexandra Hoover es esposa, madre de tres hijos, conferencista, líder ministerial y autora del éxito de ventas Eyes Up: How to Trust God’s Heart by Tracing His Hand.

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