Me despertaron los ruidos apresurados de los oficiales penitenciarios mientras entraban corriendo al pabellón de celdas, con sus llaveros chocando entre sí, sus radios de mano a todo volumen y sus fuertes voces interrogando a los reclusos. Estaban tratando de determinar si alguno de nosotros se había burlado o había acosado a José tanto como para llevarlo al suicidio, lo cual era un hecho bastante común en la prisión de Rikers Island en la ciudad de Nueva York.

Realmente no sabía mucho sobre José. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que ese fuera su verdadero nombre. Sin embargo, sí sabía que llevaba mi apellido (Vega) y que dormía en la celda frente a la mía.

No podía dejar de pensar en cómo podría haberse quitado la vida. Un recluso dijo que se había colgado del techo. Otro especuló que tal vez había atado las sábanas a la cama y que había usado su peso para asfixiarse tirándose al suelo. De cualquier manera, los hechos habían sucedido y no había manera de revertirlos.

A pesar de lo trágica que fue la muerte de José, de alguna manera me llevó al camino para convertirme al cristianismo. Por extraño que parezca, esto ocurrió en gran parte debido a una confusión por parte del personal de la prisión, quienes me identificaron erróneamente como el prisionero de apellido Vega que se había suicidado. La prisión envió un capellán a la casa de mi familia para llevar la mala noticia. En medio de la confusión que prevaleció mientras la prisión Rikers Island permaneció cerrada después del incidente, mis familiares no supieron la verdad sino hasta varios días después. Para ellos, estaba muerto.

Hay algo poderosamente simbólico en el hecho de que estaba «muerto» pero aún no enterrado. Al echar la vista atrás a ese momento de mi vida, creo que Dios estaba comenzando a mostrarme que aunque estaba físicamente vivo, espiritualmente estaba sin vida. Él estaba comenzando a mostrarme que la verdadera vida solo se encuentra al morir a uno mismo.

Nací en una familia humilde y crecí en el oscuro barrio del centro de la ciudad de Nueva York conocido como Hell’s Kitchen. Era el mayor de cuatro hermanos, y desde chico demostré tanto amor como talento por el béisbol. Mi familia imaginó que algún día yo jugaría para los Yankees de Nueva York.

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Pero mi educación careció de estructura y disciplina, y me dieron demasiada libertad a muy corta edad. También luchaba con una baja autoestima y una gran necesidad de aceptación. En comparación con otros chicos de mi vecindario yo era de estatura baja y no era nada amenazante físicamente, por lo que constantemente batallaba con sentimientos de inseguridad e insuficiencia. Para superar estas emociones y asegurar mi lugar entre la «multitud», tomé una serie de decisiones destructivas (que involucraron alcohol, drogas y promiscuidad) que arruinaron mis sueños de jugar béisbol profesional.

Comencé a beber alcohol a los 11 años. A los 13 comencé a fumar marihuana, y pronto pasé a consumir drogas fuertes como cocaína y heroína, mismas que rápidamente se convirtieron en una terrible adicción. Disfrutaba la adrenalina que recibía en el momento, pero odiaba cómo me sentía después de que los efectos desaparecían. La única manera de escapar del dolor, la vergüenza y la culpa que las drogan creaban era recurrir a ellas en busca de alivio, lo que me atrapó en un círculo vicioso.

Vender drogas para mantener mi hábito se convirtió en una puerta giratoria de entrada y salida a la prisión. Cada vez que ingresaba, me ponía a hacer planes para no regresar. Pero como dijo una vez el boxeador Mike Tyson: «Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe un puñetazo en la boca». No estaba haciendo el trabajo reflexivo y honesto necesario para poder cambiar de rumbo.

Una vez libre, buscaba un empleo provisional en tiendas minoristas como mensajero o repartidor, en el telemercadeo o realizando otros trabajos temporales. En una temporada, incluso conseguí un empleo en un hospital en Syracuse que proveía un ingreso bueno y estable. Pero siempre terminaba renunciando o siendo despedido. Las cosas materiales no tenían la capacidad de cambiar un corazón descarriado.

Después de varios periodos en prisión, llegó un rayo de esperanza llamado Michelle, quien entró en mi vecindario con un estilo y una gracia propios. Sentí que ella era diferente de las otras chicas. Me dije a mí mismo: «Ella tiene que ser mía». Nos hicimos amigos y finalmente comenzamos una relación.

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Pero pronto Michelle se mostró frustrada por mis adicciones y acciones persistentemente destructivas. Estaba embarazada de mi hijo, pero ambos sabíamos que yo no estaba preparado para las responsabilidades de la paternidad. En su desesperanza, Michelle se volvió hacia Dios y comenzó a asistir a una iglesia. Ella había sido criada en una familia religiosa estricta que fomentaba el buen comportamiento pero no una relación con un Dios amoroso y misericordioso. Al encontrar el aliento de sus compañeros de fe, oró por mi salvación y por mi liberación de la vida degradante que llevaba. Y me sugirió que buscara ayuda en un programa cristiano de recuperación de adicciones.

Al mirar al pasado, puedo ver cómo Dios me estaba persiguiendo incluso antes de que conociera a Michelle. Estaba el capellán de la prisión que a menudo me animaba a leer la Biblia. Estaba el recluso que me habló acerca de Dios y me invitó a asistir a los servicios en The Brooklyn Tabernacle, una iglesia a la que él había asistido.

También comencé a sentir un profundo remordimiento y vergüenza por el dolor que había causado a los miembros de mi familia, especialmente a mis padres. Sentía que tenía que resarcir el daño de alguna manera. Entonces comencé a asistir a los servicios de la capilla de la prisión. Al principio, era simplemente algo para romper la monotonía de la vida en prisión, pero al poco tiempo comencé a esperar los servicios con ansias. Siempre me conmovía hasta las lágrimas cuando cantábamos la canción «Señor, prepárame para ser un santuario».

A partir de ahí comencé a leer la Palabra de Dios y gradualmente se apoderó de mi corazón. Algunos de los pasajes a los que me aferré durante este tiempo fueron los Salmos 27 y 91, así como Gálatas 5:1-13, que habla de la libertad en Cristo y de ser libres del «yugo de esclavitud» (v. 1). Mi seminario fue el Espíritu Santo mismo, buscándome en mi celda de prisión, donde podía pasar horas leyendo y orando sin aburrirme.

En todo momento, la misericordia y el amor de Dios por mí eran evidentes. Dios también puso mentores en mi camino que me enseñaron cómo caminar con Dios y obedecer su Palabra. Esto incluyó a un grupo de hombres que se reunían regularmente para estudiar la Biblia y fortalecer su relación con Dios. Siguiendo su ejemplo, decidí entregar mi vida a Cristo.

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Me tomó algún tiempo ver a Jesús no solo como mi Salvador, sino también como mi Señor. Como nuevo cristiano, necesitaba absorber mejor la sabiduría de Proverbios 3:5-7, que nos invita a someternos a Dios en todos nuestros caminos, a no apoyarnos en nuestra «propia inteligencia» y a no ser sabios en nuestra «propia opinión». Cuando salí de la prisión para siempre en 1996, supe que Cristo me había hecho de nuevo, de adentro hacia afuera.

Arriba: Biblia personal de Héctor Vega. Abajo: El edificio de Nueva York donde se reúne la iglesia que Vega pastorea.
Image: Margaret Ferrec

Arriba: Biblia personal de Héctor Vega. Abajo: El edificio de Nueva York donde se reúne la iglesia que Vega pastorea.

Desde entonces, Dios ha abierto puertas que nunca hubiera creído posibles. He disfrutado de una carrera exitosa como ejecutivo de seguros. Me he desempeñado como director ejecutivo de Goodwill Rescue Mission, un refugio para personas sin hogar que incluye un programa de recuperación de adicciones con sede en Newark, Nueva Jersey. Y desde 2009, he pastoreado East Harlem Fellowship en la ciudad de Nueva York.

Mientras tanto, he estado casado con Michelle durante 30 años, durante los cuales hemos criado a cuatro hijos. He viajado a cinco de los siete continentes en viajes misioneros, predicando el mensaje de que en Cristo hay esperanza para superar cada crisis que enfrentamos en esta vida.

¡Nada es imposible para el Dios Todopoderoso! Cuando el mundo me etiquetó como adicto y criminal de carrera, su amor y misericordia me abrumaron, testificando que fui hecho a su imagen y digno de ser presentado como un trofeo de su gracia.

Héctor Vega es el autor de Arrested by Grace: The True Story of Death and Resurrection from the Streets of New York City, mismo que ha enviado a cientos de prisiones en todo Estados Unidos.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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