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El 7 de octubre, Israel sufrió un atentado del nivel del ataque del 11 de septiembre por parte del Movimiento de Resistencia Islámica comúnmente conocido como Hamás que ha devastado a judíos y palestinos por igual. No hay palabras para describir la tristeza y el horror. Pero no debemos permitir que este terrible suceso nuble nuestra visión o nos empuje a la venganza contra civiles.

Preguntar siquiera si yo, cristiano palestino y ciudadano israelí, condeno esta violencia es insultante. Por supuesto que la condeno, y también quiero compartir con otros cristianos mi punto de vista sobre cómo podemos cortar el terrorismo de raíz, pensando no solo en la respuesta militar inmediata de Israel, sino también en cuestiones de más largo plazo sobre la justicia, la seguridad y la dignidad que Dios ha dado tanto a israelíes como a palestinos.

El brutal ataque de este mes contra civiles israelíes se produjo 16 años después de que Rami Ayyad, un trabajador de la Sociedad Bíblica Palestina en Gaza, fuera secuestrado y asesinado cuando radicales islamistas creyeron que estaba realizando una labor misionera. A pesar de las exigencias públicas de que los dirigentes de Hamás en Gaza encontraran a los criminales, nadie rindió cuentas por su muerte.

El asesinato de Rami sigue oficialmente sin resolverse al día de hoy, y algunos cristianos palestinos se marcharon de Gaza como consecuencia de aquella violencia. Al parecer, su secuestro y el asesinato fueron obra de una facción radical, y los dirigentes de Hamás no estuvieron dispuestos a enfrentarse a ellos ni a exigirles que rindieran cuentas.

Una década y media después, nos encontramos en otro ciclo de violencia, esta vez más feroz y complicado. La embestida de Hamás es una atrocidad a una escala sin precedentes, y la respuesta de Israel debe dar cuenta de unos 150 rehenes israelíes en Gaza y de un segundo frente de guerra en el norte del país, donde las fuerzas israelíes ya están luchando contra el Hizbolá libanés (respaldado por Irán y vinculado a Hamás).

Cuando empecé a escribir este artículo, los combates se libraban principalmente en el sur del país, alrededor de Gaza. Por la tarde, iba a tomarme un descanso y viajar a una reunión especial de oración para iglesias evangélicas más al norte. De pronto, sonó una sirena, señal de la infiltración de drones de Hizbolá. Hice algunas llamadas, e inmediatamente cambiamos los planes a una reunión virtual. Unos 50 cristianos se conectaron, y suplicaron a Dios a gritos que se detuviera el derramamiento de sangre. Más tarde, nos informaron que la sirena había sido una falsa alarma.

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Tras conocerse el volumen de la catástrofe inicial, envié mensajes de ánimo y condolencias a varios amigos judíos, tanto mesiánicos como de otras ramas del judaísmo. Una respuesta llamó mi atención. Un amigo mesiánico me escribió que sospechaba que la respuesta israelí sería extremadamente dura, ya que el ataque de Hamás había despertado entre los judíos recuerdos del Holocausto.

Ese trauma histórico y el nuevo horror de la matanza de Hamás significan que Israel cumplirá la promesa del primer ministro Benjamin Netanyahu de «convertir en escombros todos los lugares en los que Hamás se esconde y desde los que opera». Debido al pequeño tamaño de Gaza, esto significa que todo el territorio terminará en ruinas y que morirá un enorme número de civiles inocentes.

Comprendo la necesidad de Israel de responder con represalias y también las voces que piden aplastar el régimen de Hamás. Pero oro para que los inocentes no resulten heridos; me preocupa que esa respuesta no aborde las raíces del problema en Gaza y que incluso pueda resultar contraproducente, prolongando el ciclo de violencia y odio. Resulta casi imposible hablar con prudencia en medio de tanto derramamiento de sangre. No obstante, lo intentaré.

Cuando miro hacia el futuro, hacia un tiempo después de que la violencia actual haya terminado, me pregunto cómo podemos hacer que sea inconcebible que los seres humanos se comporten de una manera tan brutal como lo hizo Hamás bajo el impulso de una agenda de fanatismo religioso.

Algunos cristianos creen que esta violencia es parte del islam. Yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué los musulmanes religiosos de Malasia o Túnez, por ejemplo, no actúan así? No, aquí hay algo diferente. La planta venenosa de Hamás ha podido echar raíces en nuestro suelo gracias a las condiciones propiciadas por una postura errónea hacia los palestinos por parte del gobierno israelí.

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Históricamente, algunos dirigentes israelíes han estado incluso dispuestos a fortalecer a Hamás como contrapeso a la secular y comparativamente moderada Fatah. Exfuncionarios israelíes han declarado a The New York Times y The Wall Street Journal que recibieron instrucciones de ayudar a Hamás a ser un «contrapeso» de Fatah. Haaretz ha informado que, en 2019, Netanyahu le dijo a miembros de su partido que «reforzar a Hamás» ayudaría a impedir la creación de un Estado palestino al «aislar a los palestinos de Gaza de los palestinos de Cisjordania».

Muchos palestinos quieren un Estado porque la situación de Gaza era apremiante incluso antes de que empezara esta guerra. Gaza está densamente poblada y es muy pobre. La mitad de la población vive en la pobreza y muchos están desempleados.

Gaza se encuentra ahora mismo bajo un «asedio total», pero ha estado bajo un bloqueo durante los últimos 16 años. Naciones Unidas informa de que el 95 % de los gazatíes ni siquiera tiene agua potable, y la mayoría cuenta con un servicio eléctrico inestable. Esta es la situación de los más de 2 millones de habitantes de Gaza. No tienen Estado ni perspectivas de cambio. Los palestinos de Gaza viven sin la dignidad básica a la que todos los seres humanos tienen derecho como hijos de Dios.

La situación de los palestinos de Cisjordania, dirigida por el Presidente Mahmoud Abbas de Fatah, no es mucho mejor que la de la Franja de Gaza. Allí, el gobierno israelí ha restringido cada vez más los movimientos de los palestinos y ha ampliado los asentamientos israelíes en los territorios en disputa. Algunos de los habitantes de esos asentamientos son también extremistas violentos, y solo en lo que va de este año se han registrado más de 700 ataques contra civiles palestinos.

La sensación de los palestinos de que nada va a cambiar solo ha aumentado ahora que Netanyahu ha estado a punto de alcanzar un acuerdo facilitado por Estados Unidos para normalizar las relaciones diplomáticas de Israel con Arabia Saudita, la tan deseada joya de la corona de los Acuerdos de Abraham. El acuerdo tenía como objetivo «aislar y suprimir la cuestión palestina», y Netanyahu había escrito anteriormente que el «camino hacia la paz» en Oriente Próximo «pasaría por alto» a los palestinos, a quienes no se les permitiría «vetar» el acuerdo. Con ello, Netanyahu esperaba poner fin al conflicto palestino-israelí sin acercarse siquiera al mínimo de lo que han pedido los palestinos.

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Esta es la tierra en la que han conseguido prosperar los atroces movimientos ideológicos islamistas. En este ambiente de odio, racismo y violencia, Hamás ha explotado a los jóvenes con falsas promesas. Sin ningún horizonte de esperanza, los seguidores de Hamás en Palestina se hundieron en la oscuridad y ayudaron a Hamás a victimizar también a los israelíes.

Pero no tiene por qué ser así. Como cristianos, creemos en el poder de la redención. Con una esperanza real en el futuro de esta tierra, estos movimientos de odio se marchitarán. Para una paz duradera, debemos respetar la imagen de Dios en israelíes y palestinos por igual.

¿Es mucho pedir que no veamos esto como un juego de suma cero? ¿No deberíamos tanto israelíes como palestinos vivir con la dignidad que Dios desea para nosotros? Nuestro objetivo no debería ser solo la seguridad, sino también florecer juntos, no a expensas del otro.

Tamir Khouri es el seudónimo de un palestino cristiano y ciudadano israelí que vive en la región de Galilea en Israel.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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