«Podemos notar… que Él [Jesús] no fue visto nunca como un mero maestro moral. No produjo esa impresión sobre ninguna de las personas con las que se encontró. Produjo básicamente tres impresiones: odio, terror o adoración. Pero no hay el menor rastro de gente que expresara vaga aprobación». C.S. Lewis, Dios en el banquillo

No tenemos la opción de elegir qué versión de Jesús queremos adorar. Amamos su persona real y verdadera como es. Cualquier cambio o diferencia equivale a idolatría. Cualquier cambio o diferencia representa una fantasía. Cualquier cambio o diferencia siempre será inferior a aquello por lo que Jesús murió para darnos como herencia.

Hubo un hombre que siguió a Jesús, y fue contado como uno de sus discípulos. Fue enviado junto con otros para realizar obras que solo podían ser hechas por el poder de Jesús, y tenía la responsabilidad de administrar los recursos empleados para su ministerio. Sin embargo, en algún punto de aquellos tres años que caminó con el Mesías, cedió ante el mal de la decepción. Su vida, que llegó a su fin en Acéldama, o «campo de sangre» (Hechos 1:19), revela las limitaciones de nuestra perspectiva humana en contraste con la invitación de Jesús a confiar plenamente en él.

Alejémonos un poco de la conocida fatalidad de su historia, y observemos el entorno que, al parecer, lo rodeaba. ¿Cómo es que una vida que estuvo tan cerca de la Fuente de toda esperanza, belleza y gozo llegó a terminar con tanta angustia y desesperanza? ¿Será que el veneno de la comparación amargó su corazón? ¿Será que su imaginación fue cautivada por la ilusión de un rey heroico que derrocaría a un imperio opresivo? ¿O quizás vio una desconcertante contradicción en la inesperada respuesta de Jesús en defensa de María de Betania después de que ungiera sus pies con un aceite costoso?

Las fantasías nos atan a una percepción falsa de las cosas, y terminan ocupando el espacio que le corresponde a la fe y a la esperanza. Cuando las cosas no suceden como esperamos, nos vemos envueltos en un remolino de desilusión y decepción. Queremos echarle la culpa a alguien. Pero aunque puede ser tentador culpar a Dios por no producir el bien que imaginamos, si captamos un destello de verdad en el espejo, en realidad somos nosotros los que cedimos a la seductora atracción de la ilusión.

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Cuando fue confrontado con la realidad de quién es Jesús, la lealtad de Judas a sus propios objetivos terminó cegándolo y privándolo de la historia que podría haber vivido. Jesús no llena nuestros casilleros: más bien, muchas veces destruye nuestras expectativas. Su reino está fundado en la verdad y la gracia, no en cumplir aquello que esperamos. En cada uno de sus pasos y decisiones, Él tiene en mente un plan, una razón y un objetivo.

La tristeza, el sufrimiento, la confusión, las expectativas no realizadas y las oraciones no contestadas suelen revelar los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Amamos a Jesús por quien Él es en realidad? ¿O amamos la fantasía que creamos de Él?

Jesús sí es el Rey que derrocó a un imperio opresivo, pero contrario a las expectativas de Judas, no se trataba del Imperio romano, sino del imperio del pecado, el odio y la muerte. Jesús no nos decepciona. Él es el Rey que hace añicos nuestros sueños más emocionantes para revelar a cambio una historia rica en posibilidades, fe y gozo.

La historia de Judas nos muestra la dolorosa realidad de la falsa promesa de la carne y de nuestro deseo por las ganancias de este mundo. Pero también levantamos nuestra mirada de la ilusión que creamos para nosotros mismos, y miramos a Aquel cuya vida produce en nosotros el deseo por cosas más profundas, más hermosas, más auténticas y más duraderas de lo que nuestras mentes pueden entender.

Cuando nuestras fantasías se rompen y nos sentimos expuestos, podemos alejarnos decepcionados, o podemos acercarnos vulnerables a Jesús, y dar lugar a que su naturaleza eterna destruya nuestra invención y sea nuestra verdadera esperanza de vida y resurrección.

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Eniola Abioye vive en California y es misionera, cantautora y poeta, y ha colaborado con grupos como Upper Room, Bethel y Maverick City.

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