Jeremías fue un profeta en un tiempo en que el pueblo estaba pasando por una agitación política. Durante años, Judá había sido gobernada por reyes malvados, hombres cuyos reinados se caracterizaban por la codicia, la idolatría y la injusticia. En lugar de preocuparse por el pueblo, lo oprimían. Jeremías los invitó a recordar el pacto con Dios y a pastorear a su pueblo. Llamó a los reyes a no imitar a las naciones de su entorno, sino a mostrarles cómo adorar al único Dios verdadero. Sin embargo, ellos ignoraron las advertencias de Jeremías. Una y otra vez, los reyes prefirieron el pecado y rechazaron a Dios, y el pueblo sufrió las consecuencias.

En medio de esta época de caos, Dios no se quedó callado. A través de Jeremías, denunció la insuficiencia y el fracaso del liderazgo de Judá. Sus palabras lanzaron acusaciones incriminatorias contra aquellos que tenían autoridad temporal y meramente derivada del Soberano. Los reyes habían olvidado que eran administradores designados para cuidar de un pueblo que pertenecía a Dios.

Entonces, en Jeremías 23:5-6, el profeta compartió una promesa sorprendente. Dios no iba a acabar con la teocracia de Judá. Iba a perfeccionarla. De la línea familiar de David, Dios levantaría un «Renuevo justo», un heredero legítimo al trono. Este Rey haría lo que los reyes de Judá no podían hacer: liderar de una manera que reflejara perfectamente la justicia y la rectitud de Dios. Bajo su gobierno, el pueblo prosperaría y Dios recibiría adoración. Este rey salvaría al pueblo de su opresión.

Pero este rey no sería otro rey humano. Este rey sería Dios Hijo, Jesús.

Con palabras llenas de esperanza, el profeta le recordó al pueblo que Dios no se había olvidado de ellos. No había hecho la vista gorda ante su sufrimiento. Por el contrario, estaba preparando el camino para que su sufrimiento terminara. Por amor, Dios Padre enviaría a Dios Hijo al mundo para salvarlo de la raíz del problema que asolaba tanto a Judá como a sus reyes: el pecado.

Bajo el reinado de Jesús, el pecado ya no existirá. Él corregirá lo que está mal, castigará el mal y traerá igualdad para todos. La humanidad será tratada con justicia, y reflejará la rectitud y la justicia de Dios. Jesús restaurará el shalom que el pecado ha interrumpido y que intenta destruir.

En todo el mundo, muchas personas conocen el peso de la agitación política cuando son gobernadas por dirigentes que eligen la codicia, la idolatría y la injusticia en lugar del cuidado de la creación de Dios. Sin embargo, del mismo modo que Dios vio el dolor de Judá, ve también el nuestro, y la esperanza del Mesías prometido es también nuestra esperanza. Mientras celebramos la primera venida de Jesús, esperamos ansiosamente su regreso. Anhelamos decir: «El Señor es nuestra justicia». Necesitamos a Jesús.

Elizabeth Woodson es profesora de Biblia, teóloga, autora y fundadora de The Woodson Institute, una organización que equipa a los creyentes para entender y crecer en su fe.

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