Tengo buenas noticias para ti: va a haber malas noticias.

La encarnación de Cristo estuvo salpicada de malas noticias. Su llegada fue testigo de la matanza de una generación a manos de un tirano. Su ministerio culminó con su tortura y ejecución. Incluso tras la victoria de la Resurrección y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, sus seguidores, llenos del Espíritu, fueron perseguidos, desterrados y dispersados «por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia» (1 Pedro 1:1). Con el tiempo, la Iglesia llevó el Evangelio a todo el mundo, solo para sufrir dolor y división a causa del culto a la personalidad y pequeños desacuerdos teológicos. Imagino que esta no es la historia mesiánica que Israel esperaba, ni tampoco el sueño de la Iglesia primitiva.

Vivimos en una cultura obsesionada con erradicar el dolor, inventando y vendiendo tecnologías para aislarlo, pastillas para aliviarlo y técnicas de autoayuda para evitarlo. Tal vez no sea popular decir «la vida es dura: espera sufrir»; sin embargo, es verdad.

Jesús dice claramente: «En este mundo afrontarán aflicciones» (Juan 16:33). No obstante, aunque lo hemos escuchado, muchos de nosotros nos hemos encontrado sorprendidos, enfadados y desprevenidos cuando realmente experimentamos un sufrimiento profundo. Cuando la polvareda se asienta, nos damos cuenta de que nuestras reacciones ante los problemas de la vida no coinciden con las verdades teológicas que afirmamos.

Esta disonancia me ha sacudido más de una vez. La enseñanza de Jesús de que podemos esperar una vida llena de malas noticias, y esperar que Él nos guíe a través de la misma, es en realidad una muy buena noticia.

Saber que el sufrimiento sucederá inevitablemente nos vacuna contra una espiritualidad superficial que cree que el dolor puede evitarse, o que incluso atribuye las dificultades de la vida a nuestra propia infidelidad. Sufrir no es una excepción ni un defecto: es un hecho de la vida. En efecto, si creemos que nuestros esfuerzos o pensamientos positivos nos protegerán, estamos preparándonos para sufrir un choque existencial cuando el dolor nos encuentre. Cristo es franco sobre esta realidad, y nos invita a aceptar tanto la inevitabilidad de los problemas como la seguridad de que Él los ha superado. En realidad, esta verdad es bastante liberadora.

Cristo superó el sufrimiento y las tentaciones del mundo del mismo modo que superó la muerte: no eliminándola, sino atravesándola con firmeza, y permitiendo que se convirtiera en el vehículo mismo por el que ofrece salvación a todo el cosmos. En Juan 16, Jesús nos invita a hacer lo mismo al vivir en la paz de su Espíritu y no en la ansiedad de nuestras circunstancias. Nos invita a ver el conflicto en el mundo como una aberración sostenida en las manos de Cristo; como una realidad previsible y que podemos atravesar gracias a su poder en nosotros.

El sufrimiento llegará, y en ocasiones será del tipo que no puedes espiritualizar y que probablemente pienses que no puedes afrontar. Cuando ocurra, no te sorprendas, y no pienses que depende de ti convertirlo en un milagro. Recuerda que es Cristo quien vence: confía en Él, apóyate en Él y permítele que haga la obra de salvarte a ti y al mundo. Esta es la realidad terrenal de la historia del Adviento. ¡Aleluya!

Strahan Coleman es escritor, músico y consejero espiritual de Aotearoa, Nueva Zelanda. Es autor de tres libros de oraciones devocionales, entre ellos el recientemente publicado Beholding.

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